martes, 10 de septiembre de 2013

Debate

José Ramón Muñiz Álvarez
“DEBATE DEL CABALLERO Y EL
TROVADOR”

Pidió el príncipe permiso,
que ser cortés es de ley,
en el castillo del rey,
con el ánimo indeciso.
Y su padre, porque quiso
que hablara el joven garzón,
le demandó la razón
que quería preguntar,
que pudieron escuchar
de su pecho la cuestión:

“Señores, saber quisiera,
pues tal cosa he de saber
si daña más el querer
o si la espada extranjera.
Porque el amor desespera
los dolores de mi pecho,
y es que me siento deshecho
con los males amorosos
que siempre encuentran quejosos
a los que hiere el despecho”.

Estaba allí el buen guerrero
al que el rey tanto quería,
que su rango merecía
por tener fuerza y esmero.
“Por el orgullo guerrero
de quien tanto ha combatido,
con el ánimo crecido,
con un acento orgulloso,
olvidaré este reposo,
y diré lo que has pedido:

Pide la guerra su esmero,
su valor, su gallardía,
al mirar la luz del día
su brillo sobre el acero”.
Frunció el ceño el caballero
cuando, con voz dialogante
y un gesto acaso arrogante,
quiso ser el trovador,
quien, por hablar del amor,
llevara la voz cantante:

“Admitid, pues es decente,
que el amor es avariento
y tortura el pensamiento
con su fuego incandescente”.
El caballero valiente
no quiso atender el ruego:
“Quiere la guerra ser fuego
en el pecho que se enciende
cuando la lanzada hiende
con el ánimo más ciego”.

“Suele el amor, encendido,
para causar mayor mal,
ser aliento celestial
en que perder el sentido.
Es como el fuego encendido
esa llama del amor”.
Así dijo el trovador,
con un ánimo sincero,
al valiente caballero,
cuando hablaba del valor.

Y el caballero, enojado,
le dijo: “Son las heridas
de las guerras encendidas
las que sus glorias me han dado.
Por ellas fue derrotado,
si es que a tanto se atrevía,
quien enfrentó mi osadía,
quien, de la patria enemigo,
se inclinó como el mendigo,
pidiendo clemencia mía”.

Y le dijo, con bravura,
el trovador al guerrero:
“Es el amor, caballero,
lo que causa la locura.
Toda la gente se apura
porque así el amor lo quiere,
que es la flecha que nos hiere
y en su dureza demanda
ese querer que nos manda
lo que el capricho quisiere”.

“Es la guerra donde hay brío,
donde todo se resume
y la grandeza presume
de su fuerza y señorío”,
con un ánimo bravío
le respondió al trovador,
pues comparaba el amor
con la lucha de la guerra,
que los ánimos destierra
de quien no tiene valor:

“Y no existe mayor duelo
que el que los amantes sienten,
que no basta que lamenten
su penuria por el suelo.
Ellos, que sueñan el cielo,
arden por ver a su dama,
pues mientras vive la llama,
sienten ellos que se mueren
por la dama que prefieren,
si es que el alma se derrama.

Porque malo es el amor
cuando tortura al amante
con su dolor incensante”,
dijo triste el trovador.
Y es que estaba a su favor
el príncipe que sentía
cómo ese verso decía
todo el mal, la llamarada
que  encendió su mal callada
en al esperanza más fría.

“La guerra es algo violento,
donde se muestra la hombría
que de la caballería
es el glorioso alimento.
Hombre de sangre sediento,
quiero yo más el combate
que este pérfido debate
del amor del cortesano
que suele mostrarse ufano
si tales cosas debate”.

Entonces dijo el cantor
con ánimo delicado:
“Siente el amor el mandado
que aquí explica el trovador,
pues es cortés el amor,
y es cosa de caballero
sentir el bello lucero
del amor que con bravura
lo llevará a la locura
y lo verá pendenciero”.

Y respondió el aludido: 

“No habéis de decir que yo,
que soy hombre que no amó,
pude mostrarme vencido.
Ni una batalla he perdido,
y la sangre derramada
si en la guerra vi cuajada
y esparcida por el prado,
era sangre de soldado
y no sangre enamorada”.

Y el príncipe respondió:
“No habla mal el caballero
que nos dice con esmero
cuanto en la guerra vivió.
Mas, si es hombre que no amó,
estimo que su saber
no alcanzará a comprender
el amor, de cuyo engaño
debiera sentir el daño
para poder comprender”.

Pareció bien a la gente
de aquella corte gloriosa
que se dijera tal cosa
y se hablase sabiamente.
Y el caballero valiente,
pues es hombre corajudo,
sintió que seguir no pudo
con un debate tan raro,
porque pudiera ser caro
mostrarse acaso sañudo.

Y dijo el rey: “Hijo mío,
no encontrarás mayor mal
que ese pecado mortal
que nos conduce a su frío.
Porque roba el albedrío
de los hombres el amor,
para causarles dolor,
para ver que han de sufrir
su dolor hasta morir
como dice el trovador”.

“Entonces el trovador,
hombre de gran nombradía,
por su gran sabiduría
ha de tener mi favor.
Que me parece mejor
a quien es inteligente
honrar concienzudamente”,
dijo el príncipe cortés,
porque le dijo el marqués
que hacer tal era prudente.

Y porque el buen caballero
no se mostrara enojado,
dijo el rey que a su mandado
sería el mejor guerrero.
Pues el mejor mesnadero
era el guerrero glorioso
que con ánimo gozoso,
disfrutaba en el combate
como acaso en el debate
el trovador talentoso.

Y por eso bien sabrás
que el amor es mal sin fe,
que gran daño causa y que
al sentirlo sufrirás.
Que no escaparás jamás
ni de su veneno febril,
porque llegado el abril,
siempre llora el imprudente
que del mal que lo resiente
libre quisiera vivir.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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