martes, 2 de agosto de 2016

IV





IV

Son muchos los que viven
sintiendo la nostalgia
del pueblo miserable en que nacieron,
las villas solitarias y los campos
cubiertos por lugares donde hay bosque,
un bosque claro y bello
que llena las laderas
de sierras solitarias que se admiran
desde las cristaleras elevadas
de aquellos rascacielos desafiantes.

Y es triste recordar,
en la ciudad mezquina,
paisajes de niñez, momentos bellos
y zonas apartadas que quedaron
envueltas en un halo de añoranza
que quiere regresar
que vuelve alegre,
pidiendo su lugar, esos rincones
que fueron y han de ser acaso suyos,
pues es infancia quiere nueva vida.

Y entonces recordamos
el canto del cuclillo,
su voz en la enramada siempre densa,
su grito, su llamada, convocando
amores impensables, pues el cuco
quizás es un corsario
que asalta, sin  escrúpulo,
los nidos de otras aves, de los pájaros
que habrán de alimentar a los intrusos,
dejando a su destino a su nidada.

Y acaso las abejas,
que viven, sin fatiga,
buscando el rico polen de las flores,
igual que los colores en las alas
de alguna mariposa que, en el aire,
pretende el alimento,
si no es que las arañas,
poniéndoles su tela en el camino,
acaban con su vida y su belleza,
forjando esas metáforas de muerte.

Y es cierto que los sapos,
acaso los tritones,
quizás las salamandra, en los caminos,
parecen seres raros, misteriosos,
extraños pero bellos, pues los niños
se fijan en los tonos
que tienen sus colores,
si acaso se los ve en la primavera,
siguiendo raras rutas en los prados
callados de la noche humedecida.


2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

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