CANTO A CHILE
El color de la alborada
que se enciende con
el día
anuncia la brisa
fría
que se agita
alborotada.
Y es que, en el aire
cuajada,
corre ya, con fino
aliento,
como en las alas del
viento,
ese Chile que
despierta
y abre a la brisa su
puerta
bajo un cielo
ceniciento.
Y es que vienen los albores
con un viento
mortecino
que, corriendo su
camino,
ve lejanos
resplandores.
También los
trabajadores
ven esa aurora que
nace,
que en el cielo se
deshace
la madrugada vencida,
que, dando paso a la
vida,
tiene así su
desenlace.
Y es que llega la mañana
que saluda al
arroyuelo
con la clara luz del
cielo,
reflejada a hora
temprana.
Mientras brilla
soberana
con sus colores
bermejos,
los arroyos son
espejos
de sus llamas
bulliciosas,
si en las ondas,
caprichosas,
se hacen trémulos
reflejos.
Y el sol consume su alarde
al cruzar el
mediodía,
que ya la tarde se
enfría
y su luz se hace
cobarde.
Y la noche, tras la
tarde,
alarde de su
derroche,
sus mil estrellas
por broche
muestra a la luna
serena,
cuando la tierra
chilena
halla el ocaso y la
noche.
Y es la noche ese momento
en que la sombra se
cruza
para escuchar la
lechuza
en compañía del
viento.
Y mira, en el
firmamento,
con su brillo
extraordinario,
en el callado
escenario,
la luna que, con más
gala,
su luz callada
regala
al triste y al
solitario.
2012 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Memorias
de un exilio voluntario”
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