lunes, 30 de diciembre de 2013

Soneto



              El beso acarició, con la alborada,
la escarcha de la helada donde, fría,
su espejo con sus brillos encendía
tan clara como en cumbres la nevada.
              La senda perezosa halló cuajada
aquella luz que el cielo revolvía,
sabiendo que, febril, se deshacía
el hielo que sintió su llamarada.
              Oyó el gemido el hielo que moría
al ver aquella aurora que, dorada,
cruzaba el horizonte en que vivía.
              Fue grato ver aquella llamarada
en esa frente clara que María
esconde en su melena despeinada.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

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