jueves, 28 de noviembre de 2013

El rey moribundo

José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS AFANES DEL REY MORIBUNDO”
(Relato)

http://jrma1987@hotmail.com

Dijo el rey, entre duros afanes:
–Nada sé de la guerra y las gentes
que combaten en esa batalla
mientras yazgo rendido en el lecho.
Y hay quien dice que soy un cobarde
y que dejo luchar a los nobles
sin mostrar el valor de otro tiempo.
Pero el duque calmó la impaciencia
del monarca y sus voces altivas:
–Sois el rey más valiente que existe.
Y llegó el caballero sin aire
a la corte del rey moribundo,
para darle noticias funestas:
–Majestad, los lanceros cedieron
y escaparon de aquella batalla
quienes vieron la guerra perdida:
son las gentes valientes de antaño
que no tienen el fuego de entonces,
pues les falta la fe en la victoria.
Dijo el rey con la voz embargada:
–No es posible que gentes valientes
me abandonen en estos momentos:
su lealtad no faltó en esos días
de confianza, de magna bravura,
cuando estaba en peligro mi trono.
Y lucharon con gran entusiasmo,
defendiendo los muros sagrados
que cerraban mis altos bastiones.
Y le dijo el guerrero valiente:
–Es posible que el príncipe piense
dirigir a las tropas que quedan:
impidiendo que lleguen al reino,
se podrá demorar la derrota
y esperar los refuerzos del norte.
Pero el rey insistió, con voz triste,
como aquel cuyo aliento se pierde:
–No es posible que el príncipe luche.
–Mi señor, ya no queda esperanza
si no viene el muchacho y se muestra
a las tropas que se desaniman.
–El muchacho está enfermo y no puede,
mas yo estoy moribundo en el lecho.
Y le dijo el muchacho, asustado,
sin dar crédito a aquella respuesta:
–Es preciso, señor, que no falte,
pues se puede expulsar a los moros
de las tierras por las que vinieron.
Todo está en conseguir que la gente
tenga fe y en tomar la alcazaba.
Pero el viejo monarca insistía:
–Pero el príncipe está malherido.
Yo no quiero que arriesgue su vida.
–Y escuchó sus palabras el duque,
que, llamando al obispo con prisa,
lo dejó justo al rey derrotado.
–Majestad–, susurró con dulzura
en la oreja del viejo monarca.
–Vos sabéis que la muerte os acecha
y que viene su aliento a buscaros,
porque quiere la vida acabarse.
Esta vida, que no es para siempre,
se termina y os brinda esa calma
que ganó con esfuerzo el espíritu.
Y es que estar preparado es preciso,
pues es bueno morir dignamente.
–Yo no puedo morir cuando el reino
queda en manos de un príncipe niño
al que asedian dos mil sarracenos.
Y la muerte llegó inoportuna
y privó del aliento al monarca,
y lloraron los fieles vasallos.
El alférez del rey, hombre bravo,
gran señor, con la frente orgullosa,
sabe que es imposible hallar modo
de parar a los moros que vienen
y lo explica al infante y al duque:
–Llegarán, desde el sur, por la sierra
y tendrán los castillos que quieran
sin tener que perder muchas vidas.
Y es que el grueso de tropas que había
se perdió en una dura batalla,
y el ejército, débil, vencido,
no contaba con un soberano
que llevase a la gente al combate.
Contemplad a la gente que gime
por la muerte del rey, hombre sabio
entre cuantos tuvieron gobierno.
Escuchad sus lamentos, su pena,
ese duelo que guardan, callados,
cuando suenan al fin las campanas.
Y, si todos lamentan la muerte
de quien daba más luz a su reino,
hay quien sabe que sufren los jefes
del ejército, débil y hundido.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"

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