José
Ramón Muñiz Álvarez
“ESTABA
EL DUQUE OFENDIDO”
(Romance)
Estaba
el duque ofendido
de
escuchar a la villana,
porque
ante toda la tropa,
supo
exponer su demanda:
–No
tenéis vos en el pecho,
bajo
esa dura coraza,
un
corazón que comprenda
de
tantos males la causa.
Y,
puesto que no quería,
me
llevasteis obligada,
que
soy niña y vos sois hombre,
entre
las más verdes hayas.
Allí,
señor me dejasteis
sin
dignidad y sin nada,
con
mi llanto, triste y sola,
por
las penas apagada.
–Por
una mujer que miente
no
ha de haber tanta bullanga,
que
no es noble, entre guerreros,
levantar
tanta alharaca.
Haced
caso a lo que os digo,
y
olvidad lo que se hablara,
porque
saben las mujeres
levantar
mentiras malas.
–Vos
sois quien miente, buen duque,
que
en vuestras necias palabras
se
descubre la mentira
cuya
deshonra os alcanza.
Que
vos yacisteis conmigo,
dejándome
deshonrada,
después
de dos mil promesas
que
suelen quedar en nada.
–Maldita
mujer que mientes,
yo
mismo, si no te callas,
he
de cortarte la lengua
en
pago del mal que labras.
–Del
mal sois vos el labriego,
que
tengo dura batalla
por
desnudar las verdades
que
me vuelven desdichada.
No
me importa la grandeza
de
una mujer ya casada
que
tenéis en matrimonio,
siendo
de alcurnia nombrada-
Esto
me importa, buen duque,
porque,
por vos soy llamada
puta
en la plaza del pueblo,
ante
la gente que pasa.
¿Y
quién me dará consuelo,
y
quién velará en la cama,
llegadas
las tristes noches
que
en invierno son más largas?
Pues
me dejáis sin amores
y
no he de ser desposada
porque
tomáis a la fuerza
lo
que el dinero no paga.
–Al
pajar vinisteis sola,
encendida
por la llama
de
los violentos amores
que
enajenaron el alma.
–Mentís
vos–, dijo la niña,
pues
era su edad temprana,
dulce
como la inocencia,
que
en sus ojos alumbraba.
–Mentís
vos–, dijo el buen conde,
que,
en la mano ya la lanza,
el
mirar mostraba altivo,
dispuesto
a tomar venganza–.
Y
he de saber reclamarlo,
como
los nobles reclaman,
si
es que no hincáis la rodilla
y
decís que es cosa falsa.
–Mentís
vos–, dijo el arquero,
que
en él fijó la mirada,
que
la espada disponía
a
la lucha encarnizada–,
Y
no es el engaño bueno
ni
la maldad que desata,
más
habiendo un inocente
y
una palabra empeñada.
–Mentís
vos–, dijo el alférez,
que,
sosteniendo las armas,
no
dejó que sostuviera
el
cruel duque la mirada–.
Vos
mentís, aunque la sangre
de
vuestros ancestros valga
lo
que no vale la mía
ni
en el campo de batalla.
–Mentís
vos–, dijo el guerrero,
puesta
la mano en la espada,
porque
la muerte no teme
y
hierve acaso de rabia–.
Y
no es honra la mentira
en
quien, como el agua clara,
la
verdad decir debiera,
siendo
su estirpe tan alta.
–Mentís
vos–, dijo el soldado,
que,
al sostener la alabarda,
soñó
poder, en castigo,
contra
el duque sujetarla–.
Y
no es honra la mentira
en
quien, como el agua clara,
la
verdad decir debiera,
siendo
su estirpe tan alta.
Y,
viendo el duque, asustado,
esas
voces que se abrasan
contra
su noble persona,
les
replica estas palabras:
–Disculpad
si me equivoco,
que,
si bien me sabe amarga,
no
ha de existir la mentira
en
quien la nobleza es alta.
Y,
pues que decís lo cierto,
sobra
ya mentira tanta,
que
la razón que se os debe
queda
con esto pagada.
–Podéis
iros–, dijo el conde,
pues
ya ve que se acobarda
el
duque con ser el duque,
pues
no es el duque quien manda.
Y
el rey, que, con ver aquello,
sabe
que es fiel la mesnada,
quiere
volver con la hueste,
porque
merced es honrarla.
Y
viendo al rey, porque viene,
la
gente está emocionada,
porque
sabe por quién lucha
en
la sufrida batalla.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
No hay comentarios:
Publicar un comentario