José
Ramón Muñiz Álvarez
“DEJÓ
LOS VIEJOS CAMINOS”
(Romance)
Dejó
los viejos caminos
y
se adentró en el sendero,
cuando
rozó el horizonte
un
sol débil, a lo lejos.
Ved
al conde en su caballo,
que,
montado en un overo,
oye
los suaves murmullos
a
la orilla del riachuelo.
Y,
porque viene cansado,
canta
callado su aliento
las
amorosas canciones
que
brotan del rico ingenio.
Y,
pues las canciones canta,
un
caudal de romanceros
sabe
tejer, con tristeza,
el
más triste pensamiento:
–Pues
que mi vida os consagro,
porque
la vida os la debo,
he
de dar por vos la vida,
porque
la vida os entrego.
Y,
pues sois vos la señora
que
gobierna el pensamiento,
he
de pagar con la vida
vuestro
valioso gobierno.
Que
tiranos son los ojos
que
con sus mirares bellos,
vencen
al que triste llora
por
la fortuna de un beso.
Que
quien amante suspira
bien
conoce ese veneno
que
el desprecio engendra triste
en
lo más hondo del pecho.
Esto
grito el conde al aire,
que
sus labios lo dijeron
a
las aves en las ramas
y
las aguas del riachuelo.
Y
es que, pensando en su dama,
suele
correr más el tiempo,
porque,
pensando en su rostro,
se
hacen los versos más bellos.
Esto
el caballero dijo,
que
de sus labios lo oyeron
los
robles con ser los robles
y
las hayas del hayedo.
Porque
su dama es hermosa,
y
por ella el duro acero
habrá
de blandir con honra
cuando
llegue su momento.
–Sabed,
buen conde, le dijo,
desde
la rama, un jilguero,
que
es el amor tan mudable
como
el capricho del viento.
Por
eso el desdén os hiere,
por
eso tanto despecho,
por
eso tantas desdichas
y
dolores y desprecios.
El
conde, que oyó su canto,
soltó
un suspiro primero,
y,
con aire resignado,
contestarle
supo presto:
–Las
tristezas amorosas
el
amor hacen más bello,
si
se llora por la dama
a
la orilla de un riachuelo.
Y
tras esto, con apuro,
por
el estrecho sendero,
se
fue el conde a su castillo
levantado
sobre un cerro.
Y
quedó solo el camino,
embriagado
en el silencio
que
el eco sabe lejano
del
ladrido de los perros.
Pues
son así las tristezas
de
los amores primeros
que
cantaron los juglares
en
sus viejos romanceros.
Que
no faltaron amores
a
damas y caballeros
en
esos lejanos siglos
que
hace tanto transcurrieron.
Y,
porque huyó a su retiro
con
tan altos sentimientos
el
joven conde, la noche
hizo
aposento del cielo.
Y
se vieron las estrellas
y
junto a la luna oyeron
las
claras constelaciones
el
susurrar de los vientos.
Y
todo se hizo tristeza
en
aquel sereno reino
del
crepúsculo que entrega
a
la noche sus imperios.
Y
se hizo silencio el bosque
donde
cantaba el jilguero
del
amor las asperezas
a
ese joven caballero.
Y
se hizo silencio el bosque,
y
fue rompiendo el silencio,
pues
llegó la primavera,
se
oyó el canto del mochuelo.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
No hay comentarios:
Publicar un comentario