José
Ramón Muñiz Álvarez
“QUISO
EL CONDE POR EL VALLE”
(Romance
de Mombeltrán)
Quiso
el conde, por el valle,
montando
un bello alazán,
ver
las ruinas del castillo
que
en lo alto del valle está.
El
castillo está en la sierra,
cruzando
un verde pinar,
porque
abundan
los pinares,
en
llegando a Mombeltrán.
De
quién fueron las murallas
que
se ven en el lugar
que
entre pinares se admira
vino
el conde a preguntar.
Del
duque fue en otro tiempo,
le
supieron contestar,
pues
el duque de Alburquerque
bien
gustaba de cazar.
Deja
que trote el caballo,
porque
su bello alazán
sigue
dichoso el camino
de
la sierra a la que va.
El
sendero se hace estrecho,
y
el castillo alcanza a hallar
donde
sueña una colina
del
crepúsculo el final.
–Ay,
momento del ocaso,
pues
que vienes y te vas,
que
ya solo las estrellas
ven
el orbe celestial.
Ay,
momento del ocaso,
pues
que se las ve temblar
en
la altura de los cielos,
donde
suelen alumbrar.
Y,
porque reina el silencio,
viendo
un sol triste y fugaz,
se
acomoda el joven conde,
que
acaba de desmontar.
Pace
alegre su caballo,
porque
le gusta pastar,
mientras
escucha que el amo
sus
tristezas canta ya:
–Malhaya
del amor ciego,
pues
que me sabe matar,
que
herido fui por la flecha
de
su fuego y su crueldad.
Quién
pudiera verse libre
de
su frágil vanidad,
que,
con solo un sentimiento,
puede
una guerra ganar.
Con
tristeza dijo el conde
cuanto
en el pecho hace mal
al
triste que amores siente,
que
esa es la amarga verdad.
Sus
penas oyó el autillo,
porque,
con ser singular,
es
ave que en primavera
quiere
siempre replicar:
–Malhaya
del amor ciego,
dijo
el pájaro al cantar,
que
da caza al desdichado
y
no deja de hacer mal.
Quién
pudiera liberarse
de
esa desgracia fatal,
que
vence al enamorado,
con
un destino fatal.
–Suelen
decir los más sabios
que
es la lechuza capaz
de
toda sabiduría,
porque
ve en la oscuridad.
El
mal del amor conoce,
pues
la siento replicar,
que
sabe que el alma quema
Cupido
con su maldad.
–Dicen
que es sabiduría
y
es amor a la verdad
lo
que en primavera digo,
fue
el autillo a replicar.
Y,
pues siempre el caballero
halla
en el amor solaz,
lo
mezcla con sufrimientos
que
siempre ha de lamentar.
–Dices
bien de las crueldades,
que
es el amor raro mal,
si
se ceba con la gente
que
a su servicio se va.
Y,
pues vivo enamorado,
la
muerte también podrá
arrancarme
en su veneno,
para
verme suspirar.
–Por
eso te has apartado,
que,
dejando ya el Henar,
a
estas tierras has venido,
donde
duerme Mombeltrán.
Aquí
los amores penas,
y
te dejas a ese mal
que
es derrota de tu pecho
y
te mira aquí llorar.
Esto
el autillo le dijo
a
quien en un alazán,
huyendo
tristes amores,
fue
a parar a Mombreltrán.
Pero,
siendo el caballero
hombre
de pena y afán,
por
una mujer hermosa
el
cielo le oyó penar.
No
han de ser pocas sus penas,
que
se le oye suspirar
los
dolores de su pecho
y
el más encendido afán.
Pues
el amor le desdeña,
y
se empeña en desahogar
los
dolores que lo afligen,
con
contarnos su pesar.
Le
oyó el cielo porque el cielo
sabe
todo cuanto va
de
un horizonte hasta el otro,
donde
el sol se pone ya.
Le
oyó el bosque porque el bosque
es
el más denso pinar
que
escucha sus tristes nuevas,
viendo
el triste lubricán.
No
será poco su llanto,
que
se siente lamentar
los
lamentos que pronuncia,
soñando
que ha de pasar.
Que
del amor despreciado,
empeñado
en descansar
el
dolor que lo fatiga,
lo
escucha el paisaje ya.
Le
oyó el aire porque el aire
es
discreto y no dirá
de
lo que escuche, palabra,
porque
a nadie lo dirá.
Le
oyó el viento porque el viento
sabe
también escuchar,
porque
no solo murmura,
en
su inconstante rodar.
Que
lo oyeron las estrellas,
que,
cansadas de temblar,
del
azote de la helada
se
supieron lamentar.
Y
en tanta melancolía
la
tregua les fue a llegar
de
la helada y de los vientos
con
poderse deleitar:
–Es
el amor gran tormento
para
quien sueña el coral
de
los labios de una dama
que
sabe encender su afán.
Es
el amor gran tormento
para
el que sabe llorar
y,
con llorar, alimenta
las
razones de su mal.
Que
su voz oyó la luna,
porque
se quiso asomar,
para
mirarse en el río,
porque
lejos queda el mar.
Y,
en hallando la tristeza,
dice
querer consolar
a
ese muchacho que llora
y
al que escucha el alazán:
–Es
el amor gran tormento
para
quien, con ser leal,
cobra
en pago del tributo
la
traición por su lealtad.
Es
el amor gran tormento,
si
media el desdén fatal
en
un amor destinado
a
tanta infelicidad.
Que
su voz oyó el silencio,
porque
reina en el lugar,
mezclándose
a los sonidos,
del
aire que libre va.
Y,
las penurias sabiendo,
por
quererlas escuchar,
dicen
ya que llora el río,
si
acrecienta su caudal:
–Es
el amor gran tormento,
porque
nunca es de fiar
quien
el amor de una dama
nos
inspira con crueldad.
Es
el amor gran tormento,
que,
a costa de ser audaz,
al
cristiano ha derrotado
y
al sarraceno podrá.
Que
su voz oyó la noche,
y
la densa oscuridad,
porque
la noche oscurece,
ese
sol crepuscular.
Y,
sabiendo los amores,
oyendo
el ingrato mal,
pasan
las sombras las horas,
porque
lo habrán de escuchar:
–Es
el amor gran tormento,
con
hacer más cruel el mal,
que
arde en el pecho su llama,
sin
ninguna caridad.
Es
el amor gran tormento,
que
esa es toda la verdad,
porque
nunca ha de esconder
lo
que en el pecho es el mal.
Esto
dijo el caballero,
y
el autillo, al escuchar,
lo
acompañó con su canto,
porque
le gusta cantar.
Y
por eso el caballero,
no
pudiendo descansar
de
la fatiga que siente,
quiso
todo declarar.
Pues
en la sierra se escucha,
en
el valle y más atrás
lo
que dice el caballero
del
dolor cruel y fatal.
Que
es que el triste enamorado
necesita
acaso hablar
de
los males que le afligen,
pues
el amor es mortal:
–Maldito
el amor que hiere,
porque
se sabe burlar
del
infeliz que lo adora
y
sufre su vanidad.
Maldito
el amor que sabe,
en
todo caso, acertar,
porque
dispara las flechas
que
en la aljaba ha de guardar.
Maldito
el amor que mata,
porque
nos quiere dañar
a
costa de tal veneno
como
suele disparar.
Maldito
el amor que finge,
porque
mudar bien por mal
es
hacer que el mal nos llene
donde
nunca hubo antes mal.
–Dices
bien, el caballero,
porque
nunca fue hablar mal
decir
mal de los amores
y
su designio fatal.
Dices
bien, que no te engaña
del
instinto la verdad,
cuando
ves que tanto sufres
por
una simple beldad.
Dices
bien, porque tu pecho
sirve
acaso de lugar
a
las temidas batallas
que
se encienden al amar.
Por
eso quiero decirte,
si
es que puedes renunciar,
que
abandones los amores,
o
será todo finar.
–Mucho
saben los autillos,
y
eso pasa por amar,
que
quien mis penas escucha
sabe
lo propio ocultar.
Y
no es justo ni es honrado
de
las causas de mi mal
hacer
raras conjeturas
de
su destino fatal.
Que
quien tal amor entiende,
ha
de sentirlo en verdad,
y
no es honrado, en tal caso,
si
se comparte, opinar.
Que
no es tanto una lechuza
en
el cielo nocturnal
para
venir a decirme
que
el amor he de dejar.
–En
nada ofender quisiera
al
amante yo en verdad,
sino
advertir el peligro
en
que se pierde el azar.
Y
es que siempre lo dijeron
los
que saben de ese mal,
que
no hay como el mal de amores
para
sufrir y penar.
Que
hay quien con ello se place,
que
se puede solazar
con
verse al pie de estos muros,
penando
por más penar.
Y
es justo que quiera el alma
un
poco de libertad
tras
estos duros trabajos
al
lado de Mombeltrán.
–Si
los amores me quitan
acaso
habré de pensar
que
en el pecho se me apaga
lo
que nunca pude hallar.
Que
bien saben los amantes
que
nunca se ha de dejar
el
amor, con ser tal vicio
que
es un pecado mortal.
Porque
debe ser pecado
solo
pensar en llorar
al
llegar la primavera
a
este lejano lugar.
Pues
perdido en los caminos
y
montando el alazán
he
llegado de lo lejos,
desde
una noble ciudad.
En
ella mi amada vive,
y
por eso vengo acá,
para
llorar sus desdenes
y
sus durezas llorar.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
"Poemas para Mael y Jimena"
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