lunes, 15 de abril de 2013

Monólogo


José Ramón Muñiz Álvarez
BREVE PIEZA TITULADA “LA ALBORADA ENTRE LAS CUMBRES”
O “LA VOZ DE LA VENGANZA”
(Monólogo)

¿No decís que os he mentido
y que, lleno de rencor,
quiero vengar, con furor,
el daño que no he sufrido?
¿No decís que, sin sentido,
quiero lanzarme a la guerra,
que por un palmo de tierra
renuncio, sin humildad,
a tanta serenidad
como nos brinda la sierra?

¿No dan testimonio el cielo
y la tierra, que nos miran,
del horror en que deliran
los que lloran con desvelo?
¿Acaso en un raro vuelo
tal vez de mi fantasía
mi locura se encendía
cuando me encontré quemado,
escupido y maltratado
por toda aquella jauría?

Que se cebaron en mí,
que destrozaron mi pecho,
que, con ánimo deshecho,
la acusación admití.
Que si en estas yo me vi,
desesperado y vencido,
quise acaso, reducido
al lugar de un miserable
que no siente soportable
el dolor más encendido.

¿Y pensáis que, en la ocasión,
siendo yo en forma sencilla
una miasma, una mancilla,
no fallaba el corazón?
¿Qué con sobrada razón,
cuando la muerte se advierte,
no suplicaba la muerte
y que no esperaba el rayo
que mitigase el desmayo
y la fatiga más fuerte?

¿Pero cómo? ¿Confundidos,
no dejáis de imaginar
que no pude ni olvidar
la pasión de los sentidos?
Y, con miembros doloridos,
era ya carne doliente
el alma, el cuerpo, la mente
que hacia el odio se arrastró
y que así sobrevivió
a una suerte tan hiriente.

Y quién sabe si el dinero
comprar puede, ya no el alma,
sino la paz y la calma
que no goza el embustero.
Falto de luz y ligero
Fue delator ese grito,
y en la maldad del delito
que logró con el engaño,
no quiso saber del daño
su corazón de granito.

¿No dijo el labio atrevido
la traición, cuando ofrecía,
su palabra al claro día,
contra quien vive escondido?
Pero mintió ese sonido
de su voz, que, firmemente,
se alborotó en el torrente
del ocaso y su reflejo,
cuando a la noche el sol viejo
declinaba dulcemente.

Y, porque vio el sol ausente,
con el ánimo dudoso,
quiso aceptar, codicioso,
el brillo del oro ardiente.
No siendo pecho paciente
ante tan rara delicia,
se regaló a la avaricia,
contra valores sagrados,
cuando a amigos entregados
supo vender su codicia.

Mintió, y, al tejer verdades
con la pura fantasía,
demostró su cobardía,
sus oscuras mezquindades.
Que, afirmando falsedades,
vilipendió la inocencia,
y no cesó su sentencia
de acusaciones tan crueles
contra quienes le eran fieles
a pesar de su demencia.

No supo, siendo prudente,
olvidar viejos rencores
y a los amigos mejores
manchó con la injuria hiriente.
Mas vendrá con alta frente,
lleno de orgullo con brío,
porque el viejo señorío
queda en sus manos manchadas,
por acciones endiabladas
para arrancar lo que es mío.

Al príncipe en su alegato
pudo mentir, ambicioso,
y, en su traición, orgulloso,
me condujo al arrebato.
No pudo ser más ingrato
ni más desagradecido,
que, en el ánimo encendido,
quema y duele la mentira,
si el espíritu suspira
porque se siente encendido.

¿Y decís que mi lamento
no tiene mayor sentido,
cuando un amigo querido
quiere hundirme en tal tormento?
¿Acaso no veis que siento
que, escupido mi linaje,
no basta ya mi coraje
en la sangre que mancilla,
y que no es cosa sencilla
permitir que me rebaje?

Porque era el castillo mío,
las mesnadas que ahora manda,
los lugares que demanda,
el viejo puente del río.
Y, si acaso lloro o río,
podéis verme en mi desmayo,
que me duele que un lacayo
venza así la fortaleza
de quien jamás con dureza
quiso tratar a un vasallo.

Que, en esta amargura mía
no queda ya el desaliento,
sino acaso un grito al viento,
siendo el alma bizarría.
Pues quiebra la helada fría
esta voz que el aire corre,
desde el bosque hasta la torre
donde el arroyo remansa
el agua que no descansa,
si la sombra lo socorre.

¿Mas no juró una amistad
donde nunca el bajo instinto
lo tornaría distinto?
¿O no habló con claridad?
Pues, burlando la verdad,
dijo: “No he de ser infiel
a la amistad, porque cruel
es faltar a quien, amigo,
sabe poner al abrigo
al amigo que le es fiel.

Y, como amigo, recibo
de vos este digno honor,
pues que sois vos el mejor
que en la tierra queda vivo.
Que nunca en la guerra esquivo,
que jamás en el combate
fallasteis en el debate
de las armas, y, valiente,
mantenéis alta la frente
aunque el fuego se desate.

Vuestra bravura yo admiro
a fuerza de ser guerrero,
y, pues sois gran caballero,
en vuestro espejo me inspiro.
Y es que el aire que respiro,
regalo del mismo Dios,
lo he de dejar si es que vos
dispusieseis de mi ser,
que, quedando yo a deber,
debo mi vida a los dos.

Que, con ser mi salvador,
por librarme en este trance
os daré lo que al alcance
pueda daros mi favor.
Y, si al tiempo sois señor,
queda empeñada la vida
para vos y a vos debida,
porque, libre de la muerte,
lo debo a ese brazo fuerte
de bravura decidida.

Y por eso he de decir
que no es mucho ofrecimiento
que la vida que sustento
me la podáis vos pedir”.
Eso dijo, y al decir
las palabras que decía,
su mirar resplandecía
como lleno de inocencia,
cuando, falto de conciencia,
era pura hipocresía.

Dijo: “Por vos la lealtad
y por vos todo valor,
pues encarnáis el furor
contra la oscura maldad.
Y, en este mundo es verdad
que abunda la cobardía,
mas ¿no resplandece el día
en quien empuña en su mano
ese fuego soberano
de tan alta gallardía?

Yo advertiré las traición
que prepara el mundo malo
en pago a ese gran regalo
que os debe mi devoción.
Porque la desolación
que la vil traición consiente
hace vil al que la siente,
y, llevando al descontento,
hace al hombre descontento,
turba del todo su mente.

Por vos daré yo la vida
si lo hace el caso preciso,
que, si vuestro favor quiso,
la tuve estando perdida.
Y, pues es cosa debida
dar buen pago al acreedor,
no podrá nunca el temor
echar atrás ese fuego
al que, como deudor llego,
en horas de tal dolor”.

Y, en sus palabras creyente,
pensé su mirar sincero,
que imaginé caballero
el valor puesto en su frente.
Y le dije: “Sé valiente
como lo es tu dignidad”.
¿Pero no juró amistad
donde nunca el bajo instinto
lo mostraría distinto?
¿O no habló con claridad?

Y, porque decirlo quiero
al confín que nadie alcanza,
¿no ha de sentir mi venganza,
siendo yo buen caballero?
Que, si vivo prisionero
en este vil ostracismo,
si, arrojado en el abismo,
culpable es ese rufián,
mayor venganza querrán
los odios que hay en mí mismo.

Por eso empuño esta espada,
que, en el peligro, defiende
esa bravura que prende
al alma desesperada.
Y es que en hierro fue forjada
la dureza de su filo,
para cortar con sigilo,
para vencer en la guerra,
para cobrar esa tierra
por la que estoy siempre en vilo.

Por eso empuño este hierro
que rienda dará y empuje
a quien tan alto conduje
para morder como un perro.
Que, dejado a este destierro,
pido el regreso indignado,
recuperando el estado
que me da la nombradía,
porque va en la sangre mía
el nombre que me han robado.

Y, siendo toda la tierra
la heredad que me ennoblece,
si a mi brazo pertenece
ha de ser mi brazo guerra.
Porque todo el mal que encierra
una mezquina traición
no arrancará a un corazón
la voluntad, la osadía,
de recobrar, siendo mía,
mi dominio y posesión.

¿Y el amor? ¿Puede ser eso
un amor que así se entrega?
Pues un rumor en la vega
traición llamó a un dulce beso.
Que, con un aire travieso,
siendo mía la mujer,
me ofreció tan gran placer
como amargo el desengaño,
porque, siendo todo extraño,
no fue ese beso querer.

Ella, que quiso arrancarme
con su fuego venenoso,
llevada del codicioso
y bien dispuesta a matarme.
Pues, después de enamorarme,
de ofrecerme todo amor,
llena de odio y de rencor
quiso unirse a la conjura,
dejándome en la locura
y abrasado de dolor.

Porque, después de apresado,
ante mis tristes despojos,
dijo, sin miedo en los ojos,
que yo era el traidor malvado.
Si, por el miedo apresado,
su corazón de mujer,
aunque falto de querer,
mintiera, comprendería
que ella tuvo la osadía
por temor a perecer.

¡Y cómo miente el amor!
Ella, que juró amor puro,
y que lo dijo seguro,
toda llena de fervor.
Pero, lleno de dolor,
vi que, valiente, mentía,
que a su marido vendía,
que le causaba la afrenta,
si pronunciaba contenta
esta traición que le hacía.

Porque dijo: “Contra el rey,
alevoso y atrevido,
ha querido mi marido,
levantar su escasa grey.
Eso es traición a la ley,
y, pues es un embustero,
venga el castigo más fiero
sobre toda su maldad,
porque falta a la lealtad
y quebranta cualquier fuero.”

Porque dijo: “Contra el cielo,
atrevido y alevoso,
el mal defiende mi esposo,
porque su sangre es de hielo.
Lleno vive de recelo,
y, pues ama la mentira,
si como loco delira,
merece el mayor castigo,
que es del amigo enemigo,
pues el odio en él respira.”

Porque dijo: “Contra el mundo,
entre gallardo y airado,
quien conmigo hubo casado,
merece un daño profundo.
Que, con un gesto iracundo,
revelado me ha sus planes,
y la lava en los volcanes
no fuera cosa violenta
como la cobarde afrenta
y sus brutos ademanes”.

Porque dijo: “Y es preciso
que el príncipe pronto muera,
y que el puñal que lo hiera
no se acobarde, indeciso.
Y, porque la traición quiso,
cuando pudo, menos cruel,
ser para el rey hombre fiel,
como acaso era esperado,
ahora será castigado
como un sarraceno infiel”.

Yo, que con gran cortesía
llené de dicha su lecho,
y ofreciéndole mi pecho
tantas veces le decía:
“No sois vos la luz del día
que recorre las alturas
en tan raras aventuras
que la luz devuelve al monte,
sino que sois horizonte
de todas mis desventuras.

Que muero de amor vencido
ante la bella mirada
que refleja en la mirada
el fuego más encendido.
Y es que el eco repetido
de la mañana es espejo
de vuestro claro reflejo,
de vuestro claro mirar,
del callado despertar
del puro rayo bermejo.

Que, por amor derrotado
ante tu callado brillo,
eres del alma castillo
al espíritu embargado.
Y, porque yo, enamorado,
he de rendir pleitesía,
admiro en la luz del día
tu dulzura y tu belleza,
porque siempre su certeza
trae la mayor alegría”.

Ah, raro pincel de amor
que describe la mañana
como dueña que se ufana
de mi dicha y de mi amor.
Porque, teniendo el favor
de tus labios y tus ojos,
no pueden ser mis enojos
posibles al despertar
y encontrar en tu mirar
de la noche los despojos”.

Yo, que, atento a sus anhelos,
deudor de cuanto quería,
le prometí el sol del día
y la altura de los cielos.
Porque, atento a sus desvelos,
le dije: “Quiera el amor
que, aumentando mi valor,
pueda enlazarte en mi abrazo,
cuando a la guerra este brazo
ha de acudir con rigor.

Yo, que atento a su mirada,
quise que estandarte fuera
del ejército que hiriera
a la contraria mesnada.
Yo, que, al verla desdichada,
jurar supe en su presencia:
“Si la guerra es la violencia
y en la violencia hay temor,
quiero beber del amor
que arde un tu benevolencia.

Y, porque el amor me llena
de esta pasión que es locura,
pueda, en su rara andadura,
dar mayor fuego a la vena.
Porque mientras se envenena
la pasión de cualquier hombre
que en el combate se asombre,
luchando con valentía,
con arrojo y osadía,
quiero luchar por tu nombre”.

Y ella, a quien tuve por vida,
con un corazón de acero
oyendo al noble guerrero,
se mostraba ensombrecida.
“Qué cruel es la despedida
que separa a los amantes
con caprichos inconstantes,
porque lo quiere la guerra
que hacen, detrás de la sierra,
esos reyes delirantes.

Pues esta separación
en que turbada está el alma
mudar intenta en el alma
la razón por desazón.
Y, si es el amor sanción
para el pecho del valiente,
quiero morir si es que, ausente,
partes a tierras lejanas,
antes que, en horas tempranas,
tu falta el pecho lamente.

Qué cruel es el cruel destino
si es que acaso nos separa,
que sabe la dicha avara
no esperar en su camino.
Y qué cruel y qué mezquino
el amor que me ha flechado,
habiéndome enamorado
de quien parte del lugar”,
supo, a veces, contestar
para tenerme engañado.

Raro hechizo del amor
que sueles dejar rendido
a quien tienes ofrecido
a las manos del traidor.
Y se impacienta el furor
pensando en que, mancillado,
queda mi nombre arrastrado
como la tierra en el suelo,
porque barro y desconsuelo
con el honor se han mezclado.

Mas no la forzó el castigo,
nadie impuso la tortura,
y ella, con mirada dura,
negó su amor y su abrigo.
Qué sucediera conmigo
no era cosa de importancia,
porque, con esa jactancia,
dejado ante el mentiroso,
sentí en el dolor odioso
la amargura gris y rancia.

Y es que puede el alma triste
sentir vergüenza y sufrirla
si es que debe recibirla
del destino que lo embiste.
Que poco acaso resiste,
que mucho al tiempo se altera
quien permanece a la espera
de la justicia que pide
al alto Dios, si reside
alejado de esta esfera.

Que es preferible la muerte
a este callado destino
en que pena el peregrino
que las traiciones advierte.
Y no sabré ya si es suerte,
a costa de duelo tanto,
si escapar a aquel espanto
fue conclusión o qué fue,
porque viviendo me sé
fuego de rabia y quebranto.

¿Pues no padecí prisiones
y no gritan mis heridas
las maldades cometidas
por los infames sayones?
¿Pues no sufrí las tensiones
que le roban el aliento
al que llora estando hambriento
y siente arder la garganta,
porque la sed es ya tanta
que beber quisiera el viento?

Como un perro encadenado
fui tratado, pero vivo,
y quien estuvo cautivo
sus miserias no ha olvidado.
Y, viendo libre mi estado,
pudiendo pedir castigo
para quien era un amigo,
para quien era una esposa,
¿pensar puedo en otra cosa?
Pues al combate me obligo.

¿Quién dirá que mis guerreros
son, como el lobo, ladrones
de las oscuras regiones
que no corren los monteros?
¿Que estos extraños senderos
donde solitario habito
son el lugar donde e grito
busca el eco en las alturas
y que en tristes angosturas
es lo profundo infinito?

¿Quién pensará mi nobleza,
unida a crueles bandidos,
en montañas escondidos,
huyendo de la realeza?
¿O que esta gente es rudeza
llevada de mi furor?
¿O que, siendo su señor,
son ellos mi tropa vil
para enfrentarme, febril,
con el canalla traidor?

Raro es acaso el destino
y se muestra caprichoso
con quien el valor de un oso
ha de hacer largo camino.
Y en este lugar vecino
a las fieras y alimañas,
corre el viento y son sus sañas
y su furia y desaliento
lo que me tienen contento
de maneras tan extrañas.

Que al apurar la amargura
de terribles sinsabores,
son los violentos furores
los que encienden la locura.
Y, si padecí tortura,
quiero a la muerte llevar
a quien hubo de engañar,
a quien no faltó a mentir,
a quien tanto hizo sufrir
por el mal de codiciar.

Brilla la luna en la altura
y, contemplando la helada,
sueña esa paz elevada
que sugiere la hermosura.
Y el torrente que se apura,
sigue acaso, indiferente,
bebiendo en la pura fuente
que nace del cielo frío,
mientras reclamo lo mío,
entre encendido y doliente.

Quiero mi lecho y palacio,
quiero mis valles y montes,
quiero aquellos horizontes
que el sol busca en el espacio.
Quiero el cielo y su topacio
dando riego al campesino,
cuando sigue su camino
ante mis torres y muros,
y quiero soldados duros
dispuestos a su destino.


Que de nuevo los pendones
tomará el viento desnudo
con el color de mi escudo
y el de mis nuevas legiones:
ellos, proscritos, ladrones,
hombres sin patria, apartados,
por la justicia buscados,
perseguidos por la ley,
como lo soy ante el rey
por canallas deshonrados.

Les diré: “Vuestra bravura,
el carácter aguerrido
de un aliento contenido,
son valor en la aventura.
Y la noche ya se apura,
dejando al rayo primero
descubrir el cielo entero,
para que, haciendo camino,
busquemos ese destino,
que es un destino guerrero”.

Les diré: “Vuestro coraje,
es, entre densas nevadas,
como esas cumbres calladas
que presiden el paisaje.
Vosotros, como el paraje
al que os lanzó como a perros
el temor a tantos hierros
cuya llave es la mentira
sois un grito que delira
por los injustos destierros”.

Les diré: “Tal vez yo mismo,
con un ánimo valiente,
quiero ser irreverente
en el borde de este abismo.
¿No me duele el ostracismo
al que me vi condenado?
¿Es que no me vi arrojado
del lugar del que soy dueño?
Repetiré nuestro empeño,
que es de morir o matar:

queremos muerte o victoria,
porque, en este enfrentamiento,
arde un hondo sentimiento
que no olvida la memoria.
Gritarán siglos de historia
cómo supo, honradamente,
levantarse aquella gente
que, en la mentira aplastada,
tras hallarse mancillada,
supo alzarse firmemente”.

Y el paisaje, en la nevada,
ve que se encienden los cielos
que no sienten ya recelos
de la luz enamorada.
Y, entre la nieve cuajada
que la mañana hace fría,
al correr de nuevo el día,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.


Y ya advierten los albores
su luz, su risa dichosa,
esa gracia perezosa
que revive en su colores.
Beso de intensos olores,
lentamente llega el día,
y, al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.

Y ya su brillo lejano
va borrando las estrellas,
que, temblorosas y bellas,
no se alcanzan con la mano.
Mas si lucha el brillo en vano
en la alborada sombría,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.

Y la altiva fortaleza
que se cierra en las montañas
mira impetuosa las brañas
cuando la aurora bosteza.
Y, respirando nobleza,
coraje y melancolía,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese claro perfume
que regala su alegría.

Y siente el rayo la helada
que a su calor se deshace,
mientras la aurora renace,
mientras llega la alborada.
Y su rauda llamarada,
desbordando gallardía,
al correr la brisa fría,
blandamente se resume
en ese raro perfume
que regala su alegría.
 
Cuando despunte, graciosa,
la del alba, con el día,
será mi voz gallardía
y su palabra orgullosa.
Verán el alma orgullosa
que arde valiente en el pecho
los que saben del despecho,
los que quieren combatir,
que, dispuestos a morir,
saben la muerte al acecho.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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