viernes, 1 de marzo de 2013

CANCIONERO


José Ramón Muñiz Álvarez
"NUEVO CANCIONERO"
(CANTOS TROVADORESCOS)

 

1

Bajo un cielo despejado
arde la luz de
l lucero
que saluda al mundo entero,
donde duerme el campo helado.
Reflejándose en el prado
la llama de su corcel,
mira al sol a ese doncel
que avanza por el camino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Por el amor ya rendido

y por sus leyes juzgado,
huye de allí, desterrado,
enterrado en el olvido.
Muchacho de amor vencido
que, sin responderle aquel,
mal pudo vengarse en él,
entre dulce y mortecino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Y, llegado a Normandía,

por la campiña callada,
pisa el prado con la helada
y en ella la luz del día.
Siente la vereda fría,
mira en la costa un bajel,
halla en el cielo el clavel
de un sol que luce mezquino,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.


Y por los bellos senderos

canta sus versos cansados,
los labios enamorados
que creyó claros luceros.
Pero fueron traicioneros
los colores del pincel
cuando soñó por vergel
esos punzantes espinos,
donde corre, peregrino

en busca de San Michel.

2


Quiero librarme y no quiero

de este dolor inaudito,
que, sintiéndome maldito,
esta desdicha prefiero.
Me hiere el dolor más fiero
y no lo querré por suerte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, pues es este el destino,

al mirarme en este apuro,
miro al ocaso seguro
y el horizonte mezquino.
Mi dolor es desatino,
y lo sabe quien lo advierte
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, dándome ya por muerto,

malherido y vagabundo,
un sentimiento profundo
hace mi pecho un desierto.
Es mi dolor, si despierto,
como el martirio más fuerte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

Y, llorando esta tristeza

que sobre mí se derrama,
sueño el amor de una dama
que me muestra su aspereza.
La imagino, si bosteza
y su mirada me advierte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

¿Y quién a su amor cantara

este penar doloroso
en el bosque rumoroso,
en la mañana más clara?
Y no sé que me depara,
si este dolor no convierte,
que del amor los pesares
son anuncio de la muerte.

3


Quiere verme el arroyuelo

entretenido en el llanto,
que de amores soy quebranto
y dolor de mi desvelo.
Nace la aurora en el cielo
con resplandores tan suaves,
y todo a mis penas graves
responde con su alegría,
que con tal melancolía
me miran dichosas aves.

Y, mientras la luz valiente

a sus balcones se asoma,
viene triste una paloma
a mi ventana inocente,
para encontrarme doliente,
para escuchar mis endechas,
ya que sufro por las flechas
de Cupido el insensato,
que, causando mi arrebato,
abre en mi pecho sus brechas.

Y, para más sufrimiento,

esta amada desdeñosa,
de tanto amor recelosa,
muestra su resentimiento.
Alma soy del desaliento,
que un mensajero me trajo
su mensaje con trabajo
y con bastante pesar,
pues que no me quiere amar
y desprecia mi agasajo.

Oh, crueldad de los desdenes,

si es que el desdén es crueldad,
porque es ella la maldad
si no es fuente de mis bienes.
Mientras tanto te entretienes,
alma, con estos dolores
que sufren con sus amores
los que al amor se declaran,
los que su culto acaparan,
los que sienten sus pavores.

Desvelado en mi tristeza,

ver pasar la madrugada
es ser un alma encerrada
con la más firme dureza,
que, preso en la fortaleza,
siento mi llanto encendido
en las aras de Cupido,
cuando, a matarme dispuesto,
de sus daños yo protesto,
aunque me siento vencido.

4


Pudo el Amor, con su flecha,

arrastrarme a su mandado,
que, tras haberme ganado,
con mayor crueldad acecha.
Con el desdén me desecha,
porque bien sabe cantar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

Y, como quiso matarme,

para hacerlo, me dio vida,
y, como antorcha encendida,
vengo triste a lamentarme.
Que no basta querellarme
contra su vil atinar,
si los amores primeros
son tan malos de olvidar.

Y, pues quieren sus antojos

no sospechar los dolores
que producen los amores,
sabe cebar sus enojos.
Y es que le faltan los ojos
con que pueda adivinar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

Por eso este ciego alado

parece tan inclemente,
que su veneno indecente
es amor envenenado.
Y, sintiéndome apagado,
vengo al fin a lamentar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

En tiempo no muy lejano

dicen algunos que oyeron
los lamentos que dijeron
que era el amor soberano.
Y una mañana temprano
vino un romance a rezar
que los amores primeros
son muy malos de olvidar.

5


Será menester morir,

si es que la muerte se ofrece,
porque al tiempo que amanece,
voy dejando de sentir.
Y, aliviando mi sufrir,
muero de amores perdido,
dichoso, febril, herido
de esa flecha silenciosa
que se me clava, gozosa,
al verme triste y rendido.

Morir será menester,

si es lo que quiere la suerte,
porque consuela la muerte
un amor sin poder ser,
ya que, falto de placer,
llorará el enamorado
la humillación de su estado,
siendo la misma alborada
la dama que al ser amada
jamás hubiera aceptado.

Y, entre tanto yo me muero,

pido aquí la compasión
a la luz, a la pasión
que apaga el primer lucero,
ya que, nunca pendenciero
con los cielos se me ha visto,
y, pues al amor desisto,
conceder debe el favor
de matar en mí ese amor
por el cual ya no resisto.

El amor es mentiroso

y sabe encender la guerra,
ya que, pícaro, no yerra,
cuando dispara, gozoso,
y siente al noble quejoso
por el amor cortesano,
entre infeliz y profano,
deleitándose en la ruina
que lentamente maquina
como injusto soberano.

Alma de luz, claro día,

vena que el oro derrama,
eco del viento que brama,
palabra de nombradía,
esperanza de alegría
que no alcanzará mi mano,
vuelo de luz que lozano
muestra el mundo a los dichosos,
mientras otros, quejumbrosos,
lloran tu amor soberano.

6


Tras correr la madrugada

por los pórticos cerrados,
en los bosques apartados
se percibe una llamada.
Y, cercana la alborada,
en los rincones vecinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y, mientras se espera el día

y el color de la mañana,
es la noche soberana
en esta mansión sombría.
Que, al correr la brisa fría
sus misteriosos caminos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y, hasta ver el sol despierto

tras las cimas de las sierras,
ganan las sombras las guerras
y es el paisaje un desierto.
Que, mientras el aire muerto
sueña suspiros mezquinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Mas, de pronto, con bravura,

en la altura, mientras arde,
muestra el sol, con gran alarde,
el color de su figura.
Y, si valiente se apura
con colores coralinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

Y se vierte el oro viejo

de esa luz de puro brillo
desde el más alto castillo
donde se enciende bermejo.
Y, siendo todo reflejo
y destellos cristalinos,
mezclan ecos peregrinos
el mochuelo y el amor.

7


¡Quién dirá que yo, un guerrero,

un caballero valiente,
la flecha siento que, hiriente,
lanza un niño traicionero…!
Y, feliz, al mundo entero
quiero mostrar que me ufano,
que si es ese el soberano
al que he de servir, es justo
no servirlo con disgusto,
en este reino lejano.

Antes bien, con obediencia,

debo acaso reclinarme,
que, habiendo de resignarme,
hacerlo será prudencia.
Y lo pide la conciencia,
lo dicta el conocimiento,
porque dueño de mi aliento,
me da la felicidad
saber que amor, en verdad,
ha de ser ese sustento.

Por eso estoy jubiloso

y la mayor alegría
bulle en el alma vacía
que es anhelo de reposo.
Yo, que, guerrero enojoso,
fui tal servidor de Marte,
entregarme quiero al arte
del famoso trovador,
que en las aras del amor,
vengo, Cupido, a cantarte.

Y que me escuchen los prados

y los bosques y espesuras,
que tales son las locuras
de pechos enamorados.
Príncipes enajenados
si frente humildes inclinan
cuando acaso te imaginan
sobre todos como rey,
y es rigurosa esa ley
a que todos se destinan.

Por eso, mi ciego amor,

más valioso eres que el oro,
que es en mi pecho un tesoro
tu inconstancia y tu dolor.
Hazme, al matarme el favor,
ya que el espíritu quiere,
que, como la espada hiere,
pueda herir yo con un verso
al corazón que, perverso,
toma el mío mientras muere.

8


No lejos de los hayedos

y de las cumbres calladas,
donde las nieves reposan,
frenó su yegua alazana.
Buscó los viejos senderos
en las mansiones de escarcha
que tejió la brisa fría
con el beso de la helada.

Tomó el aliento sin vida

y la luz de la mañana
contempló en el horizonte
las luces claras del alba.
Y el sol le indicó el camino
al retirar con sus llamas
los hielos que quiso el aire
con el beso de la helada.

Tras un suspiro profundo,

pidió las alas prestadas
al viento por ir deprisa,
a las horas por frenarlas.
Y, con las alas del viento,
cruzando aquella comarca,
saludó el eco del río
con el beso de la helada.

Y se lanzó por la cuesta

como suele hacer el agua,
si desciende, bulliciosa,
al lanzarse en la cascada.
El aire lo hirió valiente
cuando, rozando su cara,
en ella estampó un cuchillo
con el beso de la helada.

No me detengan los cielos,

que, si vencida va el alma,
más puede el fuego en mi pecho
que el valor de la invernada.
Y, buscando los amores
donde el hielo se desata,
halló su valor coraje
ante el beso de la helada.

9


Sobre los altos castillos

que custodios son del cielo,
nace el alba, cuyo velo
teje con luces y brillos,
mientras colores sencillos
llenan el monte y el llano
con ese aliento temprano
que anunciando viene el día,
porque ya la brisa fría
trae su aliento soberano:

pronto arderá la mañana

sobre los valles callados
y los montes que, nevados,
sienten la brisa temprana.
Y mientras brilla lozana
la aurora, hallando la altura,
se hace verde la espesura,
coronando la belleza,
el color y la pureza
de esa llama que se apura.

La claridad de los ríos

toma en su raro reflejo
el claro brillo bermejo
en los grandes señoríos.
Arde la luz con más bríos
cuando la noche vencida
se retira a su guarida
de las luces temerosas,
porque las luces hermosas
tienen ya su bienvenida.

Y en idílicos lugares

cantan las aves del cielo
su temor, su desconsuelo,
dentro de los castañares.
Mientras, los bellos altares
adorna el amor hermoso,
pues el mundo jubiloso
nos deja buenas noticias,
que grandes son las albricias
de Cupido el poderoso.

Mi corazón se ha turbado

por tan alto sentimiento
que ya vuela con el viento
al lugar más apartado,
porque, en su brillo callado,
de la que nace el albor,
siento en mi pecho el dolor
de la mayor alegría
que se enciende con el día
como canción al amor.

10


Doliente siento que muere

el alma dentro del pecho,
que matarme con despecho
amor con saña prefiere:
si con sus flechas me hiere,
solo podré suspirar
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Y, como siento el veneno

dentro del alma callada,
desde la misma alborada
siento en el alma este cieno.
Y es que adorándolo peno,
ya que me sabe embaucar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

¿Quién, mirándola, dijera

que, más clara que la helada,
luce en una llamarada
que el eco del día espera?
Y la callada ribera
se podría alborotar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Así yo, desamparado,

triste entre bosques y mares,
desespero en los azares
del amor a su mandado.
Y, como vivo apenado,
nunca dejo de gritar
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

Pues, dejado de esperanza,

me resigno a este lamento
que, llevado por el viento,
altas mansiones alcanza.
Que lo quiere así la andanza
que me ve peregrinar,
que los amores primeros
no los pudiera alcanzar.

2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

Todos los derechos reservados por el autor.


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