martes, 4 de junio de 2013

Para Carlos Emilio González Rimada

           Existen, buen amigo, los momentos de gran dificultad, en que la vida parece no encontrar otro camino que el llanto y la penuria del desánimo. Existen los momentos complicados que advierten un destino indecoroso y acaban complicando los proyectos que quedan en el aire para siempre. Existe el mal, la pena, el infortunio que no puede esquivar el atrevido y acaso teme el ánimo cobarde, sabiendo las desgracias más cercanas. Prefiero ver alegres las pupilas de quienes, sospechando el viento fuerte, se atreven a enfrentar los temporales, las gruesas marejadas de los años. Las gentes de la mar que tu conoces en ese Vigo tuyo, siempre hermoso, son gentes aguerridas que saben de los golpes de las olas en los muelles. Acaso en estos mares inseguros tan solamente somos los pesqueros minúsculos que arrastran las mareas (si quieren las mareas caprichosas). Yo, en tanto, he preparado estos sonetos, y en ellos, con paciencia cuidadosa, presento las memorias de otros tiempos que fueron, por fortuna, más dichosos.
           Espero que te agrade su lectura.

I

           La luz que vio dichosa la alborada
también nos vio corriendo hacia el ocaso,
que siempre por Quereño alegra el paso
la llama de su luz desordenada.
           Bermejos la admiraron coronada
de sueño y de dolor, pues era escaso
un brillo fatigado con retraso
que supo sobre el cielo la invernada
           Cantó con eco vivo y más sencillo
el cárabo al llegar la primavera
a aquella zona llena de hermosura.
           Supimos de los cantos del autillo,
guardado entre las ramas a la espera
en esa noche triste, siempre oscura.

II

           La noche acariciaron las heladas
que hallaron, caminando a la deriva,
a quienes, sin temer la sombra esquiva,
las sendas transitaron olvidadas:
           las briznas de la hierba sepultadas
supieron por la escarcha más altiva
de su soberbia rancia, porque esquiva
la vio su aliento en tristes madrugadas.
           Mas algo inspiró un vaso de buen vino,
si es vino lo que mágico se apura,
que enciende en el espíritu el esmero.
           Y acaso recorrer aquel camino
puediera ser la falta de cordura
posible en quien se siente aventurero.

III

           Recuerdos del sendero de Quereño
se funden con paisajes apagados
en un rincón de versos olvidados,
conscientes del silencio de su sueño.
           Un pueblo humilde, un ánimo pequeño,
testigo de lugares aparatados
que nunca por la pluma recordados
parecen repetir cantos sin dueño.
           También esos caminos fatigados
en noches encendidas por el vino
que supo de los grados bajo cero.
           Crepúsculos suspiran agotados
y ven como una estrella en el camino
anuncian una noche sin lucero.

IV

           Más rápida voló aquella alborada
que despertar logró del blando sueño
el suelo silencioso de Quereño,
la helada sobre el Puente en la invernada.
           El agua del cabrera va lanzada
como un caballo fiero que, sien dueño,
se agita en su galope en un pequeño
rincón que ya sepulta la nevada.
           El Bierzo, en fin, renace con el oro
que trae la aurora bella donde el día
acaso se presenta halado y frío.
           Del alba es esa luz como un tesoro
que esparce en su pincel la bris afría
al darle su callado señorío.
V

           Es bello en la amistad hacer camino
y ver que el sol se pone en un destello,
después de bien bebido un buen Godello,
que nada ha de pasar sin un buen vino.
           Y amigo del ribeiro te imagino
en ese Vigo tuyo, pues por ello
la vida es más hermosa y es más bello
el paso por la senda peregrino.
           La nieve vimos y el correr del viento
herido al madrugar con los albores,
vencido si la noche ya caía.
           El Bierzo queda atrás y el pensamiento
se llena de recuerdos y sabores
que fueron celebrados cada día. 

VI 

           La liebre nos dirá del sol cobarde,
servida ya en el plato, mientras muere
la llama del ocaso, cuando hiere
la luz vencida al hielo con alarde.
           Hoguera en las alturas, mientras arde,
la cena es animada y seprefiere
el vino de la zona, porque quiere
el gusto con su afán que no se guarde.
           Las cenas en La Torre fueron cenas
que paso dieron a las discusiones
que fueron, otras veces, tan frecuentes.
           Las charlas, entre tibias y serenas,
a veces encendían las pasiones
en mil conversaciones absorbentes.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

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