martes, 7 de mayo de 2013

El devenir y el absurdo


Entendiendo que las dimensiones son parámetros espaciales en los que pueden aparecer los distintos entes corpóreos y que la conjunción de tres distintas dimensiones permite la aparición de los volúmenes de dichos entes, pero considerando, a su vez,  que el tiempo es el eje del devenir en el que los acontecimientos se suceden y que dichos acontecimientos son cambios que afectan a los entes corpóreos, pero que no son en sí los entes corpóreos, el tiempo debería ser descartado como cuarta dimensión.
Ahora bien, ello no implica que el tiempo no sea una condición necesaria para la física, debido a que no todo lo material es corpóreo y a que la “incorporeidad” del tiempo no priva al tiempo de ser materia. Con el tiempo ha venido a ocurrir lo que también ocurrió con el concepto de información cuando Shannon enunció su teoría de la información, y es que puede cuantificarse con más facilidad que ser definido: si la fórmula de Shannon permitió el cómputo de información a Telecomunicaciones Bell, el tiempo ha sido, de mejor o de peor manera, cuantificado y no definido (relojes, calendarios, cronologías dan fe del tiempo).
Y es que existe una relatividad del tiempo que tiene naturaleza psíquica (para la unidad de una hora psicológica no ocurre lo mismo que para lo que va de un kilo de paja a uno de plomo, porque una hora aburrida “parece” durar más que una alegre), además de otra relatividad cronométrica (dos relojes nunca podrían marcar con exactitud milimétrica la misma hora) o la física, que es la expuesta por las teorías de Einstein.
En suma, que toda intentona de explicar lo que es el tiempo se ahoga en una rica polisemia que ofrece mucho de sí, pues la psicología hablará del tiempo como la percepción del paso del mismo (en todo caso, ¿hay un sentido especial para percibir intuitivamente  el paso de un momento a otro, si los gustos son cinco?), pero la física se orientará a las cuantificaciones mecánicas (relojes, calendarios, anuarios) para explicar los fenómenos que le es necesario explicar, la filosofía ensayará conceptos imposibles y muy especulativos, etcétera.
Y lo único que queda claro es el lenguaje impreciso en que el tiempo habla a la memoria cuando entendemos que todo lo que percibimos como presente es inmediatamente pasado, puesto que la percepción de cualquier suceso que ocurra es necesariamente retardada. Tenemos que el tiempo debería ser un decurso entre tres momentos distintos: pretérito, presente y futuro. Pero el futuro no existe todavía y el pasado más inmediato ya se ha desvanecido siendo solamente un reflejo de la memoria.
Existe el presente, que no es lo que percibimos, desde luego, de una manera inmediata, pero el pasado y el futuro responden a lo recordado (la memoria es un reflejo de lo que no puede ser presente ya, en la mayoría de los casos) y a lo que se produce como expectativa no cumplida todavía. El tiempo es entonces un devenir o se orienta, al menos, en un devenir que crea paradojas, pues consiste en ser un presente (lo único que existe) a instancias de proceder de un pasado y encaminarse a un futuro tal que estos no existen como presentes.
La afinada inteligencia de Kant advirtió que el tiempo era una condición imprescindible del ser: las cosas no pueden tener ser fuera del tiempo. Lo corpóreo, lo existente, se desarrolla a instancias del presente: sin presente solamente la nada existe y la nada carece de sentido, pues solamente tiene sentido el ser (no la entendemos, claro está, como vacío, puesto que el vacío sí existe, siendo una porción de espacio donde la corporeidad se ausenta).
¿Cómo puede ser el tiempo un devenir? Devenir es una noción que entraña el avance del tiempo (lo cierto es que el tiempo jamás se detiene) y el devenir no podría ser un viaje de la nada hacia la nada, a no ser que exista un devenir puntual, lo que supone que dicho devenir ni podría progresar ni tendría dirección, con lo que no sería un devenir.
Y a estas dificultades que parecen insalvables, al menos en principio, se une la difícil cuestión de lo atemporal, porque lo no corpóreo puede tener atemporalidad a costa de ser pensable, lo que nos conduce a la metafísica, por un lado (y consideramos que el saber no debe ser metafísico) y porque, presumiblemente, sin corporeidad (algo necesariamente unido al tiempo), nadie ha quedado para pensar lo metafísico.

 2013 © José Ramón Muñiz Álvarez

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