Entendiendo que las dimensiones
son parámetros espaciales en los que pueden aparecer los distintos entes corpóreos
y que la conjunción de tres distintas dimensiones permite la aparición de los
volúmenes de dichos entes, pero considerando, a su vez, que el tiempo es el eje del devenir en el que
los acontecimientos se suceden y que dichos acontecimientos son cambios que
afectan a los entes corpóreos, pero que no son en sí los entes corpóreos, el
tiempo debería ser descartado como cuarta dimensión.
Ahora bien, ello no implica que el
tiempo no sea una condición necesaria para la física, debido a que no todo lo
material es corpóreo y a que la “incorporeidad” del tiempo no priva al tiempo
de ser materia. Con el tiempo ha venido a ocurrir lo que también ocurrió con el
concepto de información cuando Shannon enunció su teoría de la información, y
es que puede cuantificarse con más facilidad que ser definido: si la fórmula de
Shannon permitió el cómputo de información a Telecomunicaciones Bell, el tiempo
ha sido, de mejor o de peor manera, cuantificado y no definido (relojes,
calendarios, cronologías dan fe del tiempo).
Y es que existe una relatividad
del tiempo que tiene naturaleza psíquica (para la unidad de una hora psicológica
no ocurre lo mismo que para lo que va de un kilo de paja a uno de plomo, porque
una hora aburrida “parece” durar más que una alegre), además de otra
relatividad cronométrica (dos relojes nunca podrían marcar con exactitud milimétrica
la misma hora) o la física, que es la expuesta por las teorías de Einstein.
En suma, que toda intentona de
explicar lo que es el tiempo se ahoga en una rica polisemia que ofrece mucho de
sí, pues la psicología hablará del tiempo como la percepción del paso del mismo
(en todo caso, ¿hay un sentido especial para percibir intuitivamente el paso de un momento a otro, si los gustos
son cinco?), pero la física se orientará a las cuantificaciones mecánicas
(relojes, calendarios, anuarios) para explicar los fenómenos que le es
necesario explicar, la filosofía ensayará conceptos imposibles y muy
especulativos, etcétera.
Y lo único que queda claro es el
lenguaje impreciso en que el tiempo habla a la memoria cuando entendemos que
todo lo que percibimos como presente es inmediatamente pasado, puesto que la
percepción de cualquier suceso que ocurra es necesariamente retardada. Tenemos que
el tiempo debería ser un decurso entre tres momentos distintos: pretérito,
presente y futuro. Pero el futuro no existe todavía y el pasado más inmediato
ya se ha desvanecido siendo solamente un reflejo de la memoria.
Existe el presente, que no es lo
que percibimos, desde luego, de una manera inmediata, pero el pasado y el
futuro responden a lo recordado (la memoria es un reflejo de lo que no puede
ser presente ya, en la mayoría de los casos) y a lo que se produce como
expectativa no cumplida todavía. El tiempo es entonces un devenir o se orienta,
al menos, en un devenir que crea paradojas, pues consiste en ser un presente
(lo único que existe) a instancias de proceder de un pasado y encaminarse a un
futuro tal que estos no existen como presentes.
La afinada inteligencia de Kant
advirtió que el tiempo era una condición imprescindible del ser: las cosas no
pueden tener ser fuera del tiempo. Lo corpóreo, lo existente, se desarrolla a
instancias del presente: sin presente solamente la nada existe y la nada carece
de sentido, pues solamente tiene sentido el ser (no la entendemos, claro está,
como vacío, puesto que el vacío sí existe, siendo una porción de espacio donde
la corporeidad se ausenta).
¿Cómo puede ser el tiempo un
devenir? Devenir es una noción que entraña el avance del tiempo (lo cierto es
que el tiempo jamás se detiene) y el devenir no podría ser un viaje de la nada
hacia la nada, a no ser que exista un devenir puntual, lo que supone que dicho
devenir ni podría progresar ni tendría dirección, con lo que no sería un
devenir.
Y a estas dificultades que parecen
insalvables, al menos en principio, se une la difícil cuestión de lo atemporal,
porque lo no corpóreo puede tener atemporalidad a costa de ser pensable, lo que
nos conduce a la metafísica, por un lado (y consideramos que el saber no debe
ser metafísico) y porque, presumiblemente, sin corporeidad (algo necesariamente
unido al tiempo), nadie ha quedado para pensar lo metafísico.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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