No podré contemplar la hermosura
de tus ojos febriles y ardientes,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Ni podré acariciar tu melena,
cuyos rizos dorados se enredan,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Y no habré de alcanzar ese brillo
que se enseña, carnoso, en tus labios,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Porque siento que el tiempo se agota
y que pronto arderá el horiznte,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Y el momento en que el rayo luciente
llegará, se adivina y se espera,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Porque, si huyen las sombras del alba,
no estará con nosostros la dicha,
cuando nazca la aurora a lo lejos.
Y este lecho se queda pequeño
ante el tiempo que espera callado,
cuando nace la aurora a lo lejos.
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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