martes, 21 de mayo de 2013

La España de Los Austrias



          Aquella gente hidalga
sufrió cuando la crisis
y el polvo de la ruina del imperio
jugó a esconder Velázquez con sus telas,
mostrando dignidades
de cafres enfundados en sus capas.
          Las plumas más audaces
hablaron con dureza
de un mundo tan complejo como extraño,
manchado por amargos sinsabores
que el desengaño triste
supieron confesar con amargura.
          Un siglo de validos
que no valieron mucho
nos habla del valor de los privados
que roban en las arcas del tesoro,
herido por la guerra
y el vicio inagotable de los próceres.
          La España de los curas
lo fue de sacerdotes
que, codiciando siempre canonjías,
se daban a la envidia, y, en corrillos,
con críticas violentas,
hablaban agriamente de su prójimo.
          ¡Qué tierra de ladrones
y pícaros sin dicha
que, con instinto enfermo, sin orgullo,
en un mundo de locos, conocieron
a los inquisidores
de gesto despiadado y asesino!
           Y, al cabo, eso es España:
son unos malandrines
que venden a su madre y, sin escrúpulos,
se atreven a rezar en los altares,
como la gente honrada
que dice amar la fe de lo imposible.
           La fe de lo imposible,
la fe de la grandeza,
de América, de Flandes y otras zonas,
acaso Filipinas, que, lejana,
halaga a viejos reyes
que pierden los bastiones presuntuosos.
          La fe de la Argentina,
la fe de aquella tierra
que pudo dar la plata a los proyectos
de locos encerrados en sus cámaras,
fraguando los desastres
de un reino que subsiste en la miseria;
          la fe de otros lugares
que minas entregaron
al gusto de los Austrias, que querían
atar los territorios dominados,
un vínculo que nunca
lograron mantener con mano firme.  
 
2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
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