jueves, 23 de mayo de 2013

EL CAMINO DEL BOSQUE


EL CAMINO DEL BOSQUE

Dejó la bolsa verde sobre el suelo
y halló la luz del sol en lo lejano,
al tiempo que sacaba la escopeta. 

-Ya alcanza la mañana el horizonte.

A veces murumuraba por lo bajo
en esas solitarias aventuras.
(Las gentes más hurañas tienen vicios
que pueden parecer incomprensibles
a quienes siguen hábitos sociales).

-Muy pronto saldrá el sol y vendrá el día.

De pronto los destellos dibujaron
las manchas más extrañas en el aire:
tal vez, con la neblina silenciosa,
partieran las bandadas de estorninos,
cruzando, como siempre, el ancho cielo.

El alba es un torrente repetino:
no tarda en derramar las claridades
que dejan ver los montes y los bosques.
Y hay bosques encantados en la zona
que saben confundir cada camino
que busca claros entre la arboleda.

-Nos han jodido al fin los estorninos.

Los perros, avanzando la espesura,
sabían que, al llegar los azulones,
el aire romperían los disparos.

Y el viento vino triste y melancólico:
las horas de aquel sábado de caza
acaso eran un tiempo ya vivido.
Aquellas impresiones extrañísimas
tenía sobre el tiempo, porque el tiempo
gustaba de jugar con la memoria.

Los densos castañares lo miraban:
tomaban ya ese pardo que el otoño
pretende entre las ramas de los árboles.
Los tonos amarillos, los rojizos,
los ocres encendidos
                                     y los verdes
le daban mayor vida a la espesura. 

-Es esto un barrizal- dijo de pronto.

(Las botas que llevaba se embarraron
en uno de esos charcos del sendero).
Y no era lo importante que las botas
llegasen al estudio en que vivía,
con barro por las suelas y cordones:
tenía que olvidarse del trabajo,
las horas de oficina, los papeles,
los sellos, los informes, las compulsas).

El campo, como un beso del espíritu,
llenaba su interior de mansedumbre,
en la contemplación de los paisajes.

Amaba los caminos solitarios:

en ellos toda paz era un tesoro,
cuajado de silencios y de calma.

La vida trepidante en las ciudades
no dio jamás cuartel, no dio descanso
al alma que lamenta sus fatigas.

2013 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

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