Poemas para María del Carmen Álvarez Menéndez
Soneto I
Mereces más que nadie el cielo puro
que vio volar ayer la nubarada
que pudo arrebatarte con la helada,
después de amanecer el cielo oscuro.
Mi espíritu te llama y me apresuro
a describir tu falta, entre la nada,
sabiéndola en el alma derramada
que sabe responder a tanto apuro.
Nos dejas y te partes a ese cielo
que queda tan distante y tan cercano
del mundo, del momento, del instante.
Y sabes que es razón del desconsuelo
la rara nubarada en que, temprano,
te busca siempre el ánimo constante.
Soneto II
Dejé que la alazana, en sus cabriolas,
mirándose en las aguas, raro espejo,
quisiera complacerse en el reflejo
del cielo que se sabe entre las olas.
De pronto, las calladas caracolas
sabían de la aurora y su consejo,
y yo te vi en el alba, en oro viejo,
bandera de es llama que enarbolas.
Y fue como la infancia, siendo niño,
llorar esa tragedia de la ausencia
que huérfano me deja de tus besos.
Me quedo esterrado del cariño
que tuve donde, estando tu presencia,
mis llantos a una madre quedan presos.
Soneto III
La imagen de los brillos de la helada,
heridos como el rayo en que nacía,
lloró, entre luces breves, ese día
que encuentra la derrota en la invernada.
Enero, puesto a hablar, no dijo nada,
mas sí se pronunció la brisa fría,
corriendo los espacios que solía,
rozando la hojarasca destronada.
Y, entonces, escapando a las alturas,
el sol, en su bostezo, fue diadema
del campo, las colinas y cordales.
De pronto, fuiste el sol en que se quema
la nieve, cuando rinde sus blancuras
al alba que deshace sus cristales.
"La invernada que nos llena"
Partiste hacia otro reino
y el oro derrotado
que llora malherido,
nos dice la verdad en su crepúsculo:
el alba te arrancó, te llevó lejos,
te dio nuevos lugares
en las alturas claras,
en los paisajes tristes que la nieve
pobló con la invernada que nos llena.
¡Maldigo la invernada que nos llena!
El mundo melancólico
pronuncia la penuria
del hérfano sin alma,
sabiéndose perdido en estos pagos,
dejado como un perro que quisiera,
faldero, ese regreso
que lleva a tu regazo,
que quiere regalarnos el regazo
paciente de la madre que se pierde,
que vuela los espacios con la brisa.
Y quiero tu recuerdo,
me amarro a tu recuerdo,
como una vela al palo
que vio perderse lejos el navío,
diciéndole al serviola del entonces
que ya no queda nada,
que todo se ha angostado.
¡Maldigo la invernada que nos llena!
¿Maldigo los eneros traicioneros
que arrancan de tus ojos tantas lágrimas!
2022 (c) José Ramón Muñiz Álvarez
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