PRIMERA PARTE
I
Dejó la primavera que las lluvias cedieran, como siempre, al tiempo
bueno, y el sol brilló en los cielos despejados. Son siempre tan
hermosas esas horas que aplacan las locuras invernales, las horas de los
vientos y el granizo… Y, al fin, junto a ese mar que no se acaba, la
calma nos saluda con sosiego, brindándonos la paz de estos rincones.
II
Y estamos a las puertas del verano, radiante como el cielo a
mediodía, feliz como los niños inocentes. La hoguera de San Juan ya se
ha apagado, sus brasas han dejado en la pradera la huella de luz, tres
noches antes. Y siguen escuchándose, en la noche, los cantos del autillo
y el mochuelo que habitan en las densas arboledas.
III
Y no por ser verano van menguados cruzando, entre las tierras
campesinas, los cauces del arroyo, en su descenso. Las lluvias, desde
abril, fueron frecuentes y el prado sigue verde y encendido, como la
hiedra asida al viejo tronco. Pero este reino es todo de la noche, que
brilla, huraña, llena de belleza, colmada de tristeza, como suele.
SEGUNDA PARTE
I
Las noches del verano son más claras, pues faltan en la bóveda
celeste las nubes peregrinas del otoño. Así, los cielos, limpios,
siempre puros, enseñan, a quien pasa, las estrellas, hermosas, luminosas
a lo lejos. El mar es sólo entonces como el eco callado de un murmullo
tierno y tímido que llora su canción entre las sombras.
II
Las noches del verano son tranquilas, serenas como el mar y el aire
fresco que invita al caminante a detenerse. Qué bello es ver entonces
ese cielo de estrellas encendidas que saludan desde un espacio dulce y
melancólico. A veces, los reflejos de la altura se miran en las aguas de
los mares, hermanos de las brisas perezosas.
III
Las noches del verano son románticas, y, llenas del perfume de las
algas, respiran el salitre de la espuma. Las olas, cuando llegan a la
costa, no muestran su despecho, pero dejan el vuelo de su aroma e el
ambiente. No lejos de las playas apartadas, es grato respirar esa
frescura que el mar regala al aire de la noche.
TERCERA PARTE
I
Y el faro, por ser noche, está encendido, testigo de los barcos que
navegan hacia otros reinos, yendo por los mares; el faro, el viejo faro
que decora, sobre el acantilado, los paisajes agrestes como un grave
desafío. También tiene su historia el viejo faro, que supo de galernas y
tormentas en tiempos de miserias y de hambruna…
II
Los barcos que se pierden por los mares contemplan la belleza de sus
brillos, que avisa del peligro de las rocas: no debe el navegante, en
estas aguas, dejarse a su placer, que el viejo faro previene los
naufragios y las muertes. También los pescadores más humildes respetan
la advertencia de los faros, sabiendo de tragedias más que nadie.
III
El viejo faro es el protagonista de todas las historias que suceden
en este cabo triste y olvidado. Los mares pueden ser antojadizos y amar
al marinero, darle alientos para cruzar sus reinos infinitos. Mas es
traidor en muchas ocasiones y quiere que le paguen el despecho de entrar
en su morada con la vida.
2010 © José Ramón Muñiz Álvarez
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