jueves, 28 de junio de 2012

PAISAJES SILENCIOSOS JUNTO AL FARO


PRIMERA PARTE

I

          Dejó la primavera que las lluvias cedieran, como siempre, al tiempo bueno, y el sol brilló en los cielos despejados. Son siempre tan hermosas esas horas que aplacan las locuras invernales, las horas de los vientos y el granizo… Y, al fin, junto a ese mar que no se acaba, la calma nos saluda con sosiego, brindándonos la paz de estos rincones.

II

          Y estamos a las puertas del verano, radiante como el cielo a mediodía, feliz como los niños inocentes. La hoguera de San Juan ya se ha apagado, sus brasas han dejado en la pradera la huella de luz, tres noches antes. Y siguen escuchándose, en la noche, los cantos del autillo y el mochuelo que habitan en las densas arboledas.

III

          Y no por ser verano van menguados cruzando, entre las tierras campesinas, los cauces del arroyo, en su descenso. Las lluvias, desde abril, fueron frecuentes y el prado sigue verde y encendido, como la hiedra asida al viejo tronco. Pero este reino es todo de la noche, que brilla, huraña, llena de belleza, colmada de tristeza, como suele.

SEGUNDA PARTE

I

          Las noches del verano son más claras, pues faltan en la bóveda celeste las nubes peregrinas del otoño. Así, los cielos, limpios, siempre puros, enseñan, a quien pasa, las estrellas, hermosas, luminosas a lo lejos. El mar es sólo entonces como el eco callado de un murmullo tierno y tímido que llora su canción entre las sombras.

II

          Las noches del verano son tranquilas, serenas como el mar y el aire fresco que invita al caminante a detenerse. Qué bello es ver entonces ese cielo de estrellas encendidas que saludan desde un espacio dulce y melancólico. A veces, los reflejos de la altura se miran en las aguas de los mares, hermanos de las brisas perezosas.

III

          Las noches del verano son románticas, y, llenas del perfume de las algas, respiran el salitre de la espuma. Las olas, cuando llegan a la costa, no muestran su despecho, pero dejan el vuelo de su aroma e el ambiente. No lejos de las playas apartadas, es grato respirar esa frescura que el mar regala al aire de la noche.

TERCERA PARTE

I

          Y el faro, por ser noche, está encendido, testigo de los barcos que navegan hacia otros reinos, yendo por los mares; el faro, el viejo faro que decora, sobre el acantilado, los paisajes agrestes como un grave desafío. También tiene su historia el viejo faro, que supo de galernas y tormentas en tiempos de miserias y de hambruna…

II

          Los barcos que se pierden por los mares contemplan la belleza de sus brillos, que avisa del peligro de las rocas: no debe el navegante, en estas aguas, dejarse a su placer, que el viejo faro previene los naufragios y las muertes. También los pescadores más humildes respetan la advertencia de los faros, sabiendo de tragedias más que nadie.

III

          El viejo faro es el protagonista de todas las historias que suceden en este cabo triste y olvidado. Los mares pueden ser antojadizos y amar al marinero, darle alientos para cruzar sus reinos infinitos. Mas es traidor en muchas ocasiones y quiere que le paguen el despecho de entrar en su morada con la vida.

2010 © José Ramón Muñiz Álvarez

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