Nacimiento
de Mael Muñiz
El
brillo bordó bermejo
de
ese sol que, ya lejano,
con
un aire soberano
se
derramó en oro viejo,
porque
su fuego perplejo,
como
valiente corcel,
derrotado
se vio en él
y vencido en el reproche
de la sombra de la noche
que el aliento dio a Mael.
Y, al arder tanta belleza
en las alturas del cielo,
entre el granizo y el hielo,
cedió la luz con pereza,
que, con mucha sutileza,
se apoderó del vergel
la noche que el cielo aquel,
en azabache cautivo,
hizo del viento furtivo
que el aliento dio a Mael.
Y, siendo la noche muerte
honrada por las estrellas,
murió con dulces querellas
el sol con su brillo fuerte,
donde el paisaje lo advierte
como purpúreo clavel,
en el aire siempre fiel,
en que vive suspendido,
mas por la noche vencido
que el aliento dio a Mael.
De modo que los castillos
al fin se desmoronaron,
si primero los alzaron
las auroras con sus brillos,
porque sus fuegos sencillos,
como agitado lebrel,
vieron que la noche cruel,
acabando con el día,
bellamente se encendía
y el aliento dio a Mael.
Pues la luz de la alborada
se lanzaba en un torrente,
al arrojarse, valiente,
desde la altura callada,
para luego, alborotada,
ceder su raro bajel,
su corona de laurel,
el cetro de sus naciones
a la noche en las mansiones
que el aliento dio a Mael.
“El nacimiento de Mael”
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