viernes, 21 de octubre de 2016

Oviedo



"VETUSTA ESTÁ TRANQUILA"

           Vetusta está tranquila:
la voz de la mañana
despierta sin apuro,
la vieja catedral está espectante
y empieza un nuevo día bajo el velo
de lluvias que no cesan, de granizo,
del eco melancólico que grita
la perversión fatal de cada lunes,
el mal de cada lunes,
que sabe más amargo que la lluvia.
           Y viendo que Vetusta
descansa resignada,
la lluvia se hace reina,
jugando a deleitarse con las calles,
pues suele dar más brillo a los colores
oscuros del asfalto y de las losas
dormidas de las plazas y jardines
que esperan en silencio, que se duermen,
soñando ese crepúsculo
que suelen confundir, al ser la aurora.
           El ruido de los coches
parece destacarse,
manchando la hermosura
que llena los compases del concierto:
Vetusta, si despierta, es un concierto
que quiere hallar, con cierto narcisismo,
algún elogio fácil, mientras suenan
los cantos de las horas que discurren,
los cantos de las horas
que corren a su gusto, que se escapan.
           Es esta la Vetusta
del siglo que nos toca,
es esta la Vetusta
que siente la nostalgia de las gentes
vestidas con la vieja indumentaria
(la capa, la levita, el sobretodo,
relojes de bolsillo con cadenas
y un aire de elegancia desusado),
pues era la Vetusta
que pudo ver el tiempo transcurrido.

"LA CALMA DE LOS MARES ME DELEITA"

           La calma del los mares me deleita:
la siento desde el alto, si, callado,
las olas me seducen a lo lejos,
con esa voz que llena cada brisa.
           Y siguen deleitándome los mares:
el aire trajo, desde el precipicio,
un eco de rumores y un aliento
que sabe como un verso de salitre.
           Y vuelvo a disfrutar con las espumas:
parece que el verano nos recita
canciones mortecinas y nos dice
romances que repiten esa historia.
           Y pienso que los mares me lo deben:
agosto corre raudo, y, con septiembre,
con ese mes que anuncia los otoños,
vendrá, con las galernas, su arrebato.
           Y sueño con el mar que se hace sueño:
también yo soy bañista desde julio,
también soy pescador cuando mi padre
me lleva al calamar de madrugada.
           Y siento que en el puerto corre el aire:
el alba no ha llegado todavía
y esperan, sigilosas, las estrellas,
sabiendo las leyendas de los faros.
           Y miro las señales a lo lejos:
los faros de las costas asturianas
repiten sus cansados estribillos
con un dolor que se hace interminable.
           Y pienso que soy alma enamorada:
no hay nada como el verso de los grises
que saben deleitarnos cuando nace
la llama de otro sol en lo lejano.
           Y el odio va llenándome por dentro:
no puedo soportar el ruido infausto
que hiere el aire virgen cuando suenan
los ruidos del motor que se abre paso.
           Y siento luego paz al detenernos:
las olas no producen ni un susurro
en su vaivén maldito, porque siguen
su paso hacia la costa, ya cercana.
           Y entonces se hacen bellos los lugares:
la costa queda atrás y nuestros ojos
percibe diminuto el viejo puerto,
las casas blanquecinas de la villa.

"Y QUISO HALLAR LA CIMA DE LOS MONTES"

           Y quiso hallar la cima de los montes,
mirar el mundo entero desde arriba,
poder gozar del vértigo en la altura.
           Las nieves que cubrían las montañas
se hicieron sus amigas, y los vientos
que arrecian con su soplo repentino.
           Amaba esos lugares donde espera,
con un bostezo triste, el montañero
que sale, tan temprano, a cortar árboles.
           Y quiso hallar la cumbre silenciosa
que sabe de las viejas tempestades
que quiere entre las sierras la invernada.
           El hielo suele ser un mal amigo
para esas gentes débiles que habitan
los valles que se admiran en el fondo.
           Quería conciliarse con paisajes
que esculpen el carácter de los hombres
en una altura donde nunca hay nadie.
           Y quiso hallar pichachos en la altura,
vivir esa aventura arrebatada
que busca el temerario, cuando quiere.
           El golpe del granizo se hace duro
para los que no tienen las agayas
de pretender la meta más valiente.
           Supuso que tendría sus palacios
allí donde las nieblas son hermanas
del aire que respira el atrevido.
           Las rocas de caliza majestuosa
se yerguen ante toda la pradera,
se elevan sobre bosques, sobre hayedos.
           Existen viejas fuentes y las fuentes
pudieron ser mansión para las hadas
que habitan estas sierras apartadas.
           Los duendes del lugar, pues que son sabios,
preparan, como suelen las ardillas,
los meses de invernada desde octubre.
           Y tú y tu desazón quedáis al margen,
lejanos y olvidados para el alma
del viejo escalador que se aventura.
           No existe más placer que hallar las cimas,
y, conquistando cumbres con esfuerzo,
parace que se ensancha el pecho firme.
           Existen los que quieren ser más grandes
que el mundo mismo y viven escalando
las cimas que cubrieron las nevadas.

"LOS DENSOS NUBARRONES"

           Los densos nubarrones
que llenan las alturas
presagian las lloviznas y tormentas,
anuncian las lloviznas y tormentas,
desatan las lloviznas y tormentas.
           Las brisas del otoño
que rozan la hojarasca
presienten el letargo de los bosques,
asumen el letargo de los bosques,
preparan el letargo de los bosques.
           Las horas de silencio
que llenan cada tarde
parecen repetirse cada sábado,
esperan repetirse cada sábado,
deciden repetirse cada sábado.
           Y entonces repetimos,
mirando el cielo oscuro,
los versos que aproximan la invernada,
los cantos que aproximan la invernada,
los salmos que aproximan la invernada.
           Y mueren los veranos
y llega así noviembre,
blandiendo con su espada el viento triste,
gritando con su voz el viento triste,
llamando con su aliento el viento triste.
           El tiempo de los níscalos,
tal vez de las castañas,
nos habla del camino en el que estamos,
nos guía en el camino en el que estamos,
nos lleva hasta el rincón de su crepúsculo.

"SABED QUE EN OVIEDO"

           Sabed que en Oviedo
desciende en la plaza,
también en las calles,
el agua callada.
           Y, haciendo camino
y abriendo el paraguas,
siguiendo la acera,
los viejos avanzan.
           Los coches discurren,
y, al tiempo que pasan,
ensucian el canto
de nobles campanas.
           Y se oye el murmullo
de cuantos se paran
delante del parque
que ve la otoñada.
           Los patos esperan,
los cisnes aguardan
y están las ardillas
entre aquellas ramas.
           Y sabe el silencio,
la tarde callada
y el gris de la altura
a pura nostalgia.

"CALLAR A TIEMPO ES SIEMPRE PROVECHOSO"

           El cielo queda oculto entre tejados. La plaza, en todo caso, deja sitio para mirar el alto firmamento, para llegar, al fin, a deleitarse mirando el gris de densos nubarrones. Asturias es así, pues su belleza se hermana con la lluvia, que es frecuente, que es dueña del paisaje y de los bosques, también de la ciudad y de los parques. Asturias, con sus lluvias, sus granizos, las luces de la tarde, siempre tenues, y el eco de campanas a lo lejos recuerda aquellos años del pasado. Y es justo que la siesta y el retiro despejen esas calles, esas vías que quedan para el viento, para el soplo del viento que discurre caprichoso. Clarín habló de ciertos remolinos que van de parte a parte, que sonríen jugando entre los gruesos edificios, los muros de los viejos caserones. Vetusta es la palabra que parece como una joya hermosa para darle su nombre a la ciudad, pues es vetusta la torre que contempla casa zona.
           ¿Vendré yo a revelaros lo que ocurre? El verso, a diferencia de la prosa, nos muestra ritmos bellos y constantes, igual que los relojes cuyo péndulo marcaba su compás, su vals hermoso. El verso, a diferencia de la prosa, nos habla de secretas emociones, igual que los momentos agitados que llenan un concierto con orquesta. Y, siempre a diferencia de la prosa, resulta bello hallar en la poesía los cómputos que siguen su camino, como una jaca alegre en el sendero. Pues, siempre a diferencia de la prosa, parece que su paso peregrino se viene a acompasar con nuestro pecho, que siente, que lamenta y que suspira. ¿No siente, no lamenta, no suspira la voz que sigue viva en vuestro pecho? Y, a veces, se me antoja que no es falso: hay algo de juglar en la palabra que sabe conmovernos con su aliento. Por eso los amantes de la prosa no encuentran esa música secreta que dice la verdad de lo que somos en clave de callada poesía.
           De modo que os diré lo que sucede: don Carlos iba siempre, con su esposa, cogido de la mano, como suelen los viejos caballeros del presente, que van sin su bastón ni la chistera. Don Carlos iba siempre con su esposa, tomaba su café con los amigos y hablaba de novelas y relatos con gentes educadas y leídas. Su esposa no decía una palabra, dejaba a su marido entretenerse, si hablaban de la lírica en la prosa, que es cosa que gustaba en el casino. Lo cierto es que esta gente hablaba poco del verso y del encanto que depara la bella poesía con ser verso, marcando su compás tan ordenado. Lo cierto es que esta gente prefería dejarse, regalarse a la novela, dejando, postergando los sonetos, que son la quintaesencia de lo bello. Y, entonces, llegó un día en que, ocurrente, don Carlos les propuso a sus amigos quedar y hablar un día del Barroco, los dramas, los sonetos y las silvas.
           -No sabe lo que dice-, respondieron.
           Las gentes oventenses, aunque suelen mostrarse como gentes educadas, también pueden tener sus exabruptos:
           -No sabe lo que dice-, le decían.
           Miraban con asombro al buen don Carlos, dejándose llevar por el asombro:
           -Son tiempos de novela y de realismo -pudieron repetirle los sabihondos.
           Y el bueno de don Carlos se asustaba, chocando con las modas de las gentes. Absorto, sin pensar que fuera cierto, no pudo comprender lo que ocurría: los versos de los tiempos del Barroco son dignos de mención  en todas partes.
           -Lo cierto es que son buenos -le explicaron-, pero estos tiempos nuestros son distintos. En Francia se prefiere la novela..., nosotros somos gentes reformistas...
           Quién sabe si Clarín, que era hombre agudo, no supo derivar en esa sátira, pues él hablaba entonces con las gentes del grupo literario de ese Oviedo que usaba las levitas anticuadas, mostachos puntiagudos y monóculos. Me han dicho que Clarín no andaba lejos: quién sabe si es don Carlos la figura que pudo hacer que el genio imaginase los modos en que, alegre, recitaba, llegada ya la noche, su Regente. La esposa de don Carlos es muy bella, y es fina su nariz, por lo que pienso que pudo ver Clarín en esta dama la luz de la belleza de Ana Ozores.
           El caso es que don Carlos les decía que vale más el genio y la grandeza de un Lope o de algún Tirso desmedido, que no los escritores de su tiempo: un Góngora, un Quevedo y un Bocángel hubiera preferido el buen don Carlos, que no las obras secas, pusilánimes, en prosa, por supuesto, de otras gentes. Tal vez Clarín pensó que lo atacaban, tal vez habló don Carlos de prosistas como lo son Galdós y hasta Pereda, si acaso conocía a esos autores... Clarín supo vengarse de don Carlos, haciéndolo Regente en su Vetusta, por eso Quintanar recita versos del viejo Calderón y del Tenorio.
           ¿Y quién distéis que es Frígilis, entonces? Don Carlos no, por cierto, que don Carlos habrá de ser trasunto del Regente. Sabed que he de deciros que su esposa, la esposa de don Carlos, es honrada: veréis que es una santa, muy distante de andar mezclada en esos adulterios que gustan a las plumas atrevidas que quieren mil romances inmorales. Y el cura es don Fermín, qué duda cabe, pues cierto es que Clarín no quiere curas, y es lógico pensar que es acertada su idea de los clérigos de hoy día. El magistral, chacal terrible y malo, merece de esa sátira tan dura que puede el buen estilo del que escribe, que nunca es trigo limpio el sacerdocio. Pero, volviendo a Frígilis, hay varios que cazan en Oviedo, gente noble, distinta de los rancios con levita, que siempre están atentos a comentos: el mundo es un lugar donde no falta la gente más prudente, aunque se mezcle con otros que disfrutan con los chismes que dejan al desnudo las miserias.
           Yo puedo ser don Álvaro, si acaso. A veces me imagino que es correcto callar las ocurrencias, ser humilde, dejar a un lado toda esta locura de suponer que pueda ser don Álvaro. Tal vez como don Álvaro, soy hombre que tiene su estatura y su elegancia, su plática sensata y comedida, su modo de hacer presa con ingenio. Mas he de descartarlo, finalmente: me falta gallardía, soy un tímido, lamento confesar que soy un tímido, que ignoro los secretos de don Álvaro. No basta en estas lides con la percha del mozo que, mostrando buena percha, seduce a las mujeres respetables, pues yo soy un cobarde en este caso: diré que seducir no se me antoja delicia ni placer, y que los duelos me asustan como a todo ser viviente que quiere disfrutar en esta vida. Digamos, pues, que soy solo un tercero, que no quiero mezclarme en la aventura que traza don Leopoldo con maestría: yo soy solo un mirón en esta historia.
           Y queda descubriros a vosotros: pensad que es justo hallar, entre los nuestros, a muchos personajes de novela que ignoran que son ellos los que vienen en líneas tan hermosas como crueles. Clarín tiene estas cosas, y sus cuentos, sus críticas y acaso sus relatos son obras que contienen, en el fondo, un tanto del veneno que lo alegra. También vosotros sois, en "La Regenta", taimados personajes, sapos verdes que besan a las damas desmayadas, terribles monaguillos con lascivia. Él no perdonará vuestra lujuria, si sabe adivinarla bajo el hábito de gentes respetables de un Oviedo que no sabe llorar sus desvergüenzas. Fermín, su madre y toda aquella fauna son solo la ficción de realidades que cuenta el buen Leopoldo con acierto, pues algo hay en nosotros terrorífico. Dejemos a don Carlos, si es Regente; dejemos al mal cura, si es el cura, y hablemos de otras cosas más amables, que hay temas más prudentes y apropiados.
           Callar a tiempo es siempre provechoso.


2016 © José Ramón Muñiz Álvarez

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