lunes, 10 de abril de 2017

El libro de los fresnos (II)

libro de los fresnos

               El libro de los fresnos
Es un cuaderno mágico y secreto
Que nace en lo profundo del espíritu.
              Sus hojas son poesía
Que llora las ausencias de la amada
O el beso repentino del crepúsculo.
             A veces dulces lágrimas
Se escapan de los párpados cansados
Del triste corazón que en él escribe.
              Así los manantiales
Podrán saciar la sed del caminante
Que pierde el tiempo oyendo sus palabras.

Soneto XIX


              Pudiste ser antorcha y ser nevada,
Palabra sin verdad, mar inconstante,
Ocaso bello, brújula inquietante,
Por ser una certera puñalada.
              Infierno y cielo, negra la mirada,
Espejo de color, oro brillante,
Bastión terrible, fuiste, en un instante,
Prisiones de la noche más cerrada.
             La fiera vive en ti, garras de acero,
Ataque del leopardo, fortaleza,
Espíritu del aire traicionero.
              Mezclaste amor y fuego a tu belleza,
Ballesta tu mirada, que el arquero
Dispara con valor y con destreza.

Soneto XX


              Los cauces desbordaron de tu frente
En su galope rápido, aquel día,
Las yeguas que bordaron la alegría
Del rizo alborotado al sol ardiente.
             Arroyos de cristal, clara corriente,
Cayendo por los riscos, pura y fría,
Espuma fue en su rostro y luz del día,
El agua de aquel mágico torrente.
             El sol nació, pintor de su blancura,
Autor del lienzo claro de tu risa,
Su gracia y su color, clara pintura.
              Las crines despeinó al nacer la brisa
Y, rápida en tu frente, el agua pura,
La luz del sol tu luna hizo precisa.

Soneto XXI


              El buque de los mares de tus ojos
Cruzó el espacio inmenso, las arenas,
Las rocas, las escarchas, las cadenas
Que unieron cielo y tierra a sus antojos.
              Buscándome, buscando mis despojos,
Mis llantos, mis dolores y mis penas,
Echaron sus raíces en las venas
Para apagar su sed y sus enojos.
              Y hallóme enfermo y triste en este lecho
De amarga soledad donde moría
Envuelto en las penurias del despecho,
              Vencido por la sombra, siempre fría,
Que hiende sus venablos sin provecho
Y hiere con su cruel melancolía.

Soneto XXII


              Dejad que vaya al aire la inocencia
Si al aire pertenece, que su aliento,
Su voz febril, manchada por el viento
No mancha con su blanca transparencia.
              Que vuele la verdad si la prudencia
No quiere consentirla, pues, atento,
El aire, siempre limpio, está contento
De darle más amor con más paciencia.
             Más pura lucirá si va en sus alas
La luz que aquí las sombras no quisieron,
Y vestirá su luz mayores galas.
              Dejad que vuelva donde la nacieron,
Que vuele a sus espacios, a sus salas,
Y luzca los vestidos que le hicieron.

Soneto XXIII


              Hacienda donde el sol duerme su sueño
Es tu pupila, azul, pero brillante,
Lucero que se asoma en un instante
En un reino de sombra del que es dueño.
              Un rayo que cruzó, gorrión pequeño,
El aire de la noche, estrella errante,
Palabra de cristal, voz semejante,
Alegre y marinera, se hizo empeño.
              Palacios en los pórfidos oscuros,
Granitos bellos, siglos de belleza
Que el aire embruja siempre con su hechizo,
             Tus ojos no son claros, pero, puros,
Alegres brillan, muestran la tristeza
Del ruiseñor que escapa del granizo.

Soneto XXIV


              La espuma hirió en el mar aquel vencejo
De luces y de sombras, cuando el día,
Pincel azul, rasgó la brisa fría
Como una flecha cae, venablo viejo.
              El alba vio cuando alcanzó el reflejo
Que, alegre, en lo lejano se encendía,
Corales, sierras, montes de alegría
Que el cielo hizo más bellos en su espejo.
              El oro tuvo gracia soberana
Al ser corona bella de la frente
Que vino a hacer más clara la mañana.
              La espuma, el alba, el oro vio la fuente,
El mar la sierra, donde la alazana
La luz vertió en el agua transparente.

Soneto XXV


              Diadema de la aurora en el momento
Que rompe en luz el sol, rara cascada,
Su fuego y su color, que, iluminada,
Incendio es de pasión, puro contento,
              No pudo ser más dulce que tu aliento
El aire que corrió con la alborada,
Ni pudo ser más blanca alborotada,
Que quiso iluminar el firmamento.
              Tus voces, tus palabras, la impaciencia
Un mar de caracolas enseñaron,
Callado tu mirar, pura inocencia.
              Tus ojos, tus miradas, la vehemencia
En ellos las estrellas condenaron,
Envidia sombras de la ausencia.

2006 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El libro de los fresnos"
Todos los derechos reservados.

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