lunes, 8 de junio de 2015

La infancia sigue viva en el recuerdo


José Ramón Muñiz Álvarez
“La infancia sigue viva en el recuerdo” o “los
árboles que había son los 
mismos”

La infancia sigue viva en el recuerdo. Y es bello recordar aquellos días, perdidos en las nieblas del pasado que vieron la niñez con gran apuro. Los viernes discurrían de otro modo, felices, al llegar la tarde dulce de aquella primavera  generosa. Las clases se acababan y era entonces el tiempo de correr en la explanada, jugando con los charcos del asfalto.
Las árboles que había son los mismos. En cambio, las escuelas ya no existen, ni existen los jardines diminutos frente a los edificios derribados. Tampoco está la casa de Marcela, ni se oyen los ladridos de su perro, sus quejas doloridas y sus voces. El tiempo, que es travieso, quiso un día que hubiera que tirar aquellas casas que no hallaréis ya más donde yo vivo.
En cambio, yo jugaba en otra zona. La fábrica, cerrada en otro tiempo, dejó un lugar vacío donde, a veces, jugaban los chiquillos a la guerra. Había un espaldón de gran altura sobre una cancha grande con dos rampas, y arena sobre el grueso pavimento. Y a un lado, la arboleda y la conífera, que pudo coronar con su belleza la cima de malezas deleznables.
Sabed que existió un tiempo diferente: la gente de la costa trabajaba pescando en esos mares traicioneros que causan tan terribles sinsabores. Entonces, fue el momento de los barcos y acaso de las viejas conserveras que fueron escapando a otros lugares. Después llegaron días más propicios y, cerca, edificaron los talleres que sirven a la industria siderúrgica.
La zona era un lugar semisalvaje. Por eso aquella fábrica sin vida brindaba su escenario a las batallas de los espadachines de la zona. Los niños de aquel barrio nos batíamos, luchábamos con armas de juguete y espadas de apariencia muy lograda. Usábamos también el garbancero y heríamos el aire con las piedras pequeñas de los viejos tirachinas.
Y vimos agotarse los ochenta. Con ellos se perdió tal vez un algo de la niñez vivida y olvidada que quiere renacer en nuestros sueños. Los días en la escuela y esos viernes tan dulces como el juego de la tarde parecen revivir cuando los nombro. El tiempo que se escapa de las manos no tiene ya piedad de las arrugas que nacen, sin pudor, en nuestra frente.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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