sábado, 23 de octubre de 2021

V

 



          ¿Lo veis? Es el autillo, cuyo vuelo, callado y silencioso, queda oculto, secreto como todo en estos bosques. Fijaos que su vuelo nos persigue, nos miran esos ojos como discos que se abren a la noche, sorprendidos. Digamos que es un ángel de la noche, que canta con las voces melodiosas igual en las buhardillas que en los parques. ¿Hablamos del autillo? Los autillos son aves que nos llevan a saberlos amigos de los versos del poeta. Decir que los autillos son frecuentes en las composiciones de los vates que siguen caminando, cada noche, será como decir que los arroyos parecen sacerdotes que proponen liturgias volanderas con susurros. Y hablamos del autillo, por supuesto, la magia de su voz, de su reclamo, perdido en los rincones más oscuros. Porque esa voz recóndita nos mira, nos sabe vigilar desde la noche, nos llena de misterio con la noche. Y somos como intrusos en su mundo callado, de sonidos perezosos que no quieren que nadie los advierta.

          Porque ahora es el momento del autillo, de toda la poesía que desprende, mimético, embustero y tornadizo. Y sé que es el momento del autillo después de que su canto nos invada, después de que sus voces nos invadan. Son notas musicales tan perfectas que llenan el paisaje con su música, capaz de hipnotizar al más pintado. Manuel ama los cantos del autillo, celebra la belleza de sus brillos, como esas humedades en la hierba. Sabed que la humedad se hace brillante no lejos del amor de una farola que mancha los parajes con sus luces. La suya es una luz anaranjada, rojiza en todo caso, y, entre sombras, reflejo entre las briznas de la pruva. También la pruva sabe del autillo y escucha su canción interminable, buscando amor aquí y donde se tercie. También la pruva canta la poesía del bosque silencioso y de los pájaros que cazan en la noche y se enamoran. También los arroyuelos se enamoran, los juncos de la charca, donde Condres, la paz del Regueral y Piedeloro…

          El bosque silencioso de la noche despierta ante los pasos invasores y ve Manuel la pruva reflejada: las charcas, los hierbajos y el asfalto reflejan esa luz de las farolas, los brillos de la luna tras las nubes. Y todo es la poesía que se cierne sobre un paisaje lleno de poesía que canta su poesía a raras horas. El aire engalanado de frescura recuerda un mayo hermoso que, reciente, voló hacia algún lugar, a alguna parte. Y hay parques, hay rincones y caminos que saben recibir las bendiciones del aire que recorre los espacios. El aire engalanado de frescura nos llama, con su “Dóminus vobiscum”, hacia los andurriales del misterio. Y el bosque de eucaliptos, cada roble, la voz de los carballos y el helecho, las voces del helecho, nos convocan, queriendo compartir esa belleza, vencida, malherida por las quejas del agua de la pruva y del arroyo, los lánguidos suspiros de las charcas, las voces de las charcas, sus querellas dejadas a la noche que discurre.

          Manuel, el caminante de estos pagos, no piensa ya en las horas ni el camino, febril hasta el nacer de la mañana. Manuel, que se entretiene en los detalles, quisiera ser amigo de los seres que pueblan esa noche que investiga. Y, al ser como un hurón entre mustélidos, pudiera ser también, si bien se mira, la voz del lobo triste entre los lobos. Y el caso es que no hay lobos en la zona: los lobos bajan solo en el invierno, después de que las nieves los desplazan. El lobo puebla siempre los cordales, se olvida de las costas y colinas que callan su presencia, si viniere. En todo caso, quedan los raposos, astutos como nadie y, al acecho, detrás de los follajes y las matas.

          Y no se oyen las voces del gran duque.

 

2021 © José Ramón Muñiz Álvarez

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