Jornada cuarta:
“LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO”
o“LAS PENAS DEL
DESTIERRO”
Gran
salón en la casa que mantiene don Arnaldo en Madrid. La chimenea arde con
viveza, los retratos de los antepasados y las viejas armaduras de las guerras
de los ancestros decoran el lugar.
Escena
X
Los
padres de don Álvaro hablan con un soldado.
DON
ARNALDO-. No lo puedo comprender,
que
entiendo yo que es injusto,
y
no he de quedarme a gusto
hasta
la causa saber.
SOLDADO-.
Cumplo yo con mi deber,
y
debe venir conmigo,
porque
sabéis bien que digo
que
ha de partir al destierro.
DON
ARNALDO-. Es hijo mío y no un perro.
SOLDADO-.
Partirá a un lejano abrigo.
DON
ARNALDO-. No habéis dicho la razón
por
la que va condenado.
SOLDADO-.
La razón es ser osado
y
dejarse a su pasión.
Cosas
son del corazón
en
las que yo no me meto,
y
que estará bien os prometo,
de
modo que consentid.
DON
ARNALDO-. ¿Y lo expulsan de Madrid
y
es la razón un secreto?
SOLDADO-.
No hay secreto en esta historia,
don
Arnaldo, pues dolores
causan
siempre los amores
con
quien tiene mayor gloria.
Quiso
el joven, con su euforia,
pretender
a una alta dama,
y
pues su pasión exclama,
el
reino ha comprometido,
que
se queja el prometido
sabiendo
que arde esa llama.
DON
ARNALDO-. ¿Y quién dice tales cosas,
y
que don Álvaro quiere
a
esa dama que lo hiere
con
maldades desdeñosas?
Él
fue a las sierras brumosas
a
olvidar el amor fiero,
que,
como buen caballero,
sabe
respetar la ley
y
no es enojoso al rey.
SOLDADO-.
Debe ser y así lo espero.
Pero
no olvidó, al partir
al
retiro al que se fue
ese
incendio que hizo que
fuera
una carta a escribir,
que
la pudo recibir
en
sus manos la infantina,
que,
con alma peregrina,
dijo
amar al jovenzuelo,
y
la reina, con desvelo,
dice
que está que rechina.
Es
un asunto de estado
y,
aunque con dolor profundo,
lo
mandan al Nuevo Mundo,
donde
se va desterrado.
Lo
llevaré yo a mi lado
para
que embarque en Sevilla,
pues
ya dicen que es mancilla
de
la más alta corona
y
la reina no perdona
a
quien su renombre humilla.
DON
ARNALDO-. Ahora mismo no está en casa.
SOLDADO-.
Esperaré.
DON
ARNALDO-. Vendrá tarde.
SOLDADO-.
Haré de esperar alarde,
que
no es la virtud escasa.
MADRE-.
Yo no sé lo que le pasa
a
don Álvaro, que el brío
ya
le falta al hijo mío
con
esa pena de amores
que
lo llena de dolores
y
de loco desvarío.
SOLDADO-.
La misma reina ordenó
que
se os mostrara el recado
donde
su firma ha estampado
y
que al palacio mandó.
DON
ARNALDO-. Pues eso he e verlo yo,
que
quiero saber qué mal
pudo
hacer ese zagal
con
la letra de un escrito,
que
el imprudente maldito
corre
una suerte fatal.
El
soldado le da la carta.
MADRE-.
Examinad lo que dice:
DON
ARNALDO-. “Señora a quien los amores
han
cubierto de mil flores
que el
buen Cupido bendice,
pues
quiere que me esclavice
la pasión
de este querer,
con ser
hombre y vos mujer,
vierto
todo mi deseo”.
MADRE-.
¿Eso dice? No lo creo.
DON
ARNALDO-. Mira aquí, que lo has de ver.
La madre
de Álvaro toma la carta y prosigue la lectura.
MADRE-. “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin
arrepentirme
de querer
y de ser firme
donde ya
me he arrepentido”.
DON
ARNALDO-. Pues mira en qué se ha metido,
con tener
poca cabeza,
pues la
más rancia nobleza
no le
basta al muchachuelo,
y ha
venido el jovenzuelo
a ofender
a la realeza.
MADRE-. El
es joven y encendido
y lo ciega
la pasión,
que quien
siente el corazón
suele
llorar con Cupido.
“Y es que
el amor ha querido,
como
quiero yo la llama
que al
alba bello derrama
el sol, si
a lo lejos nace,
el dolor
que en que renace,
las
tristezas que más ama.
Porque,
dejando el castillo,
el elevado
palacio
que ocupa
el más alto espacio
de mi
nombre y de mi brillo,
con un
dulce caramillo,
fui
vestido de pastor
a escapar
de tanto amor,
pues soñar
con tanto beso
prendió
fuerte y, al regreso,
ha
regresado el dolor”.
Mas ¿no
basta por castigo
esa fuerte
desazón
que lo
tiene en su prisión
como si
fuera un mendigo?
Porque,
entre tanto, me digo
que no hay
tanta gravedad
contra
quien la majestad
ostenta en
estas naciones
para medir
las pasiones
con rigor
y con maldad…
Toma la
carta ahora don Arnaldo.
DON
ARNALDO-. “Y es que, habiendo regresado,
no
traiciono tal querer,
que, en
ser hombre y vos mujer,
vuestro
amor he recordado.
Que soy
acaso un osado
y un imprudente, señora,
cuando se
mira la aurora
y el ocaso
se retira,
si en
estas letras se mira
la causa
por la que llora.
Y
si el amor me apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa que sé
que
me tiene consumido”.
SOLDADO-.
Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
DON ÁLVARO-. Con enorme desazón
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.
MADRE-. Pobre muchacho vencido
por un amor colosal
que puede causar tal mal
en quien se admira rendido.
DON ÁLVARO-. “El corazón encendido
enajena mi derecho
cuando lo siento en mi pecho,
pues que me siento morir,
si no queda en mi vivir
sino dolor y despecho”.
SOLDADO-. Siento por él compasión,
mas esto es razón de estado,
que jamás un principado
consiente tanta pasión.
Pues si roto de pasión
ha de dejar esta tierra,
llevará el alma su guerra
y el pensamiento su furia,
que no suele la penuria
dar cuartel cuando hace guerra.
Las desdichas amorosas
siempre son de esta manera,
que, si no admiten espera,
son torcidas, caprichosas.
Situaciones enredosas
de este tipo son frecuentes
entre las más bajas gentes
y en las casas de raigambre,
que si el amor torna el hambre,
las pasiones son ardientes.
Mas
¿cómo olvidar los ojos
que
con su clara mirada
le
recuerdan la alborada
con
sus caprichos y antojos?
¿Y
de los labios más rojos,
que
encendiendo su belleza,
siente
que acaso es dureza,
prometiendo
su hermosura
a
quien la siente más pura
para
tornarse en dureza?
¿Su
melena desatada,
que
más que la aurora bella
se
enciende como una estrella
con
su mágica alborada?
¿De
su rostro la nevada,
cuando
enseña la pureza
que
allí pintó la belleza
con
esa magna maestría
de
quien sabe que, si es fría,
cálida
es cuando bosteza?
Mas
no irá ya hacia las cumbres,
donde
duerme ya la nieve
que
solo un verano breve
libra
de sus pesadumbres.
En
tales incertidumbres
el
airado ballestero
que
es amor, siendo ligero,
le
dará pena más grave,
que
no es el destierro suave
con
quien vive prisionero.
MADRE-.
Es un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
llora
si viene la aurora,
llora
si no hay esperanza,
llora
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
llora
por ser tan cobarde,
llora
por ver que ya es noche,
y
de llanto es el derroche
y
espera que Dios lo guarde.
Y
si el amor lo apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa el porqué
que
lo tiene consumido.
Y
no debe perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
le ha sabido causar.
Si
es de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor,
grave
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Escena
XI
Llega
don Álvaro.
DON
ÁLVARO-. He caminado en la plaza,
he
seguido por las calles,
he
recordado los valles
que
el vil otoño amenaza.
Y
el amor me despedaza
y
me lleva a la locura,
que
su pasión me tortura
y
su maldad me entristece,
su
indignidad me enloquece
y
me llena de amargura.
Y
a casa encuentro al llegar
estos
rostros de penuria,
pues
vivo lleno de furia
y
a otros miro en su penar.
MADRE-.
Lo que acaba de pasar
lo
causa tu desvarío,
pues
lo que haces, hijo mío,
con
tus padres es injusto,
que
moriré del disgusto
tras
hacer tal desafío.
DON
ÁLVARO-. Pero decid de una vez
qué
es lo que está sucediendo…
MADRE-.
¿Es que acaso no lo estás viendo
el
mal de tu insensatez?
SOLDADO-.
Ha de partir otra vez,
que
tal el rey ha ordenado.
DON
ÁLVARO-. ¿Acaso me han desterrado
de
las tierras de Madrid?
Cupido
tiene el ardid
de
verme ya condenado.
DON
ARNALDO-. ¿Quieres saber el motivo
por
el que te expulsa el rey?
DON
ÁLVARO-. No he faltado yo a la ley,
no
es delito lo que escribo.
SOLDADO-.
Con esa actitud, esquivo,
desdeñoso,
me dais pena,
pues
es muy dura condena
ir
de Madrid al destierro.
DON
ÁLVARO-. Seré libre del encierro
que
me causa tanta pena.
Por
amor envenenado
lo
que debe hacer no sabe
quien
sufre la pena grave
de
admirarse enamorado.
SOLDADO-.
No sé de amor, soy soldado,
mas
el rey, quien os humilla,
partir
os manda a Sevilla
para
a las Indias viajar,
que
habéis de cruzar el mar
en
pago a tanta mancilla.
Ved
este escrito y qué dice.
DON ÁLVARO
(toma la carta)-. “Señora a quien los amores
han
cubierto de mil flores
que el
buen Cupido bendice,
pues
quiere que me esclavice
la pasión
de este querer,
con ser
hombre y vos mujer,
vierto
todo mi deseo”.
Así lo
dije y lo creo,
y no tengo
qué temer:
¡qué más
me da, si, vencido,
no he
dejar mis lamentos,
los
profundos pensamientos
en que me
siento dolido!
¡Este
dolor he sentido,
y, siendo
amor quien me mata,
hay algo
que en mí delata
la rabia e
infelicidad!
Si me voy
de la ciudad
sale la
pena barata.
SOLDADO-.
Decir eso es osadía.
DON
ÁLVARO-. Poco importa ser osado,
que si el
rey me ha castigado
sufro más
la pena mía.
y este
dolor no se enfría,
que lo
tengo mantenido:
“Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin
arrepentirme
de querer
y de ser firme
donde me
he ya arrepentido”.
DON
ARNALDO-. Pues mira lo que se sigue,
de tener
poca cabeza,
pues la
más rancia nobleza,
la realeza
te persigue.
DON
ÁLVARO-. Vamos, soldado, prosigue
y
manda ya mi condena,
pues
no ha de causarme pena
el
soberano rigor.
MADRE-.
Me has llenado de dolor.
SOLDADO-.
El cruel amor lo envenena.
DON
ÁLVARO-. Cruel amor me hace testigo
de
la maldad de su ardid,
y
partiré hoy de Madrid
para
cumplir mi castigo.
Mas,
ya que me voy, amigo,
siendo
al castigo obediente,
diré
lo que el pecho siente,
diré
lo que el corazón
bebe
en mal por la pasión
de
la que vil se arrepiente.
Porque,
siendo desdichado,
no
importa ya serlo aquí
o
tener que serlo allí
donde
el mundo se ha acabado.
Por
el amor traicionado,
puedo
decir con rigor
que
si me expulsa el amor,
no
es el amor buen amigo,
que
yo mismo soy testigo
de
que es cruel y que es traidor.
Y,
pues dispara sus flechas
sin
poder sentir piedad,
no
ha de quejarse, en verdad,
sino
en letrillas y endechas.
Malas
fueron las cosechas
del
amante y su rencor:
triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Por
eso estoy dolorido,
por
eso me siento airado
y
supongo que este estado
es
de quien vive vencido.
Siéntese
el pecho encendido
ante
el niño destructor.
Penas
quiere tanto amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
no debe perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
le ha sabido causar.
Si
es de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor,
grave
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
lloro
si viene la aurora,
lloro
si no hay esperanza,
lloro
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
lloro
por ser tan cobarde,
lloro
por ver que ya es noche,
y
de llanto soy derroche
y
espero que Dios me guarde.
MADRE-.
Es un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
llora
si viene la aurora,
llora
si no hay esperanza,
llora
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
llora
por ser tan cobarde,
llora
por ver que ya es noche,
y
de llanto es el derroche
y
espera que Dios lo guarde.
Quiere
el amor complicar,
pues
es muchacho mezquino,
a
quien llora su destino,
queriendo
mejor estar.
Es
su capricho un azar,
si
castiga con rigor.
DON
ARNALDO-. Triste cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
MADRE-.
Y si el amor lo apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa el porqué
que
lo tiene consumido.
DON
ARNALDO-. No comprendo tal tristeza
cuando
en plena juventud,
debierais
ser plenitud,
dignidad
y fortaleza.
DON
ÁLVARO-. El mal del amor empieza
donde
la desdicha quiere,
y
es este un amor que hiere
del
pecho en lo más profundo,
que
es el amor algo inmundo
que
gran paciencia requiere.
DON
ARNALDO-. Si el amor tiene vencido
al
muchacho que yo sé,
no
entiendo que se le ve
tan
triste y tan abatido.
Algo
raro habrá ocurrido
para
mostrar la amargura,
que
si el amor os apura,
debiera
verse feliz
el
que llora aquí infeliz
el
dolor de su tortura.
DON
ÁLVARO-. Mas no soy correspondido
en
los ardientes amores,
y
suplicando favores
humillado
estoy, vencido.
DON
ARNALDO-. Tal cosa puede haber sido
algo
posible, mas sé
que
no hay problema que a fe
no
tenga la solución.
DON
ÁVARO-. Malherido el corazón,
mal
final mi suerte ve.
¿Y
cómo olvidar los ojos
que
con su clara mirada
me
recuerdan la alborada
con
sus caprichos y antojos?
¿Y
de los labios más rojos,
que
encendiendo mi deseo,
siento
que acaso los veo,
prometiendo
su hermosura
a
quien la siente más pura
para
tornarse en trofeo?
¿Su
melena desatada,
que
más que la aurora bella
se
enciende como una estrella
con
su mágica alborada?
¿De
su rostro la nevada,
cuando
enseña la pureza
que
allí pintó la belleza
con
esa magna maestría
de
quien sabe que, si es fría,
cálida
es cuando bosteza?
Hermosura
del deshielo,
siento
en mi pecho su vida,
esa
luz que abre la herida
de
mi eterno desconsuelo.
No
tiene piedad el cielo,
no
sabe nada el destino,
y
mi tristeza imagino
en
el poder de su ausencia,
pues
reclamo su presencia
como
amante peregrino.
Será
buen apartamiento
ese
lugar que se ofrece,
ver
allí cómo amanece,
soñar
otro pensamiento.
Si
lo piden yo me ausento
y
tendré esa curación
que
hace falta a un corazón
que
el amor solo alimenta.
Y,
pues vivo mi tormenta,
dejadme
en mi desazón.
Escena
XII
Ha
quedado son Álvaro solo.
DON
ÁLVARO-. Quiere arrancar la pasión
a
quien mira el claro lienzo
que
al amor le da comienzo
y
respiro al corazón.
Y,
pues buena es la razón,
dejaré
la tierra mía,
que
he de buscar zona fría
donde
refrescar la pena
para
eludir la condena
en
que el amor me encendía.
Y,
si así se debe hacer,
si
cuanto se dice creo,
ángel
de puro deseo
abandono
al parecer,
que,
aunque se siente placer
al
recordar su sonrisa,
quiere
dichosa la brisa
ser
olvido a su promesa,
pues
el amor se confiesa
y
culpable es su sonrisa.
De
modo que un moribundo
se
verá restablecido,
que,
con sentirse vencido,
siente
el dolor más profundo.
Y
otra tierra vagabundo
he
de buscar, pues lo quiere
ese
amor que herir prefiere
a
llenarme de contento,
que
tales dolores siento
como
el daño en que me hiere.
Y,
para sacar partido
de
esta confusión maldita,
olvidaré
a quien agita
las
flechas del cruel Cupido,
que
un corazón encendido
sabe
tanto sufrimiento
que
el amor que triste siento
es
acaso necedad,
obsesión,
frivolidad,
doloroso
descontento.
De
esta manera me iré,
que
me siento resignado,
y,
si aquí vivo apagado,
más
allá me encenderé.
Porque
el destino no ve
lo
que siente el pecho mío,
porque
arranca el desvarío
de
su gusto la traición
y
me hiere el corazón
lo
que siento en desafío.
De
modo que hallaré asiento
con
ingenio y agudeza
en
esa torpe cabeza
que
consume el pensamiento.
Recuperar
el aliento
podrá
ser lo más sencillo,
si,
dejando mi castillo,
mis
pretenciosos palacios,
hallo
abiertos los espacios
en
un ambiente sencillo:
densos
follajes y helechos,
densos
bosques y colinas
en
mañanas mortecinas
le
harán olvidar los hechos.
Curar
puedo esos despechos
a
las orillas del mar,
donde
se oyen susurrar
las
olas que dulces vienen
y
en la playa se entretienen
cuando
callan su penar.
¡Ah,
la loca juventud,
con
su ciego desvarío,
luciendo
siempre ese brío
con
semejante inquietud!
Costar
puede la salud
no
escapar del raro hechizo
del
niño vil y rubizo
que
atina bien, siendo ciego,
pues
enciende un duro fuego
con
su nieve y su granizo.
Decir
eso es no entender
que
es Cupido vengativo,
pues
es soberano altivo
con
imagen de mujer.
Si
promete su placer,
quiere
el daño sufrimiento,
y
es causante de un tormento
no
comparable a otro daño,
que
el amor es un engaño
para
quien arde sediento.
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
llorar
si viene la aurora,
llorar
si no hay esperanza,
llorar
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
llorar
por ser tan cobarde,
llorar
por ver que ya es noche,
y
de llanto ser derroche
y
esperar que Dios me guarde.
Raro el amor, que las gentes
de alcurnia y de nombradía
hablan con fe todo el día
de los amores ausentes,
pues, junto a las mansas fuentes
de las horas otoñales,
suelen olvidar sus males,
su dolor y su tristeza,
lamentando la dureza
de los amores mortales.
Difícil es comprender
que el amor es mal terrible
que castiga al más sensible
que se rinde a ese querer.
Quien se ve en el fuego arder
del infierno del amor
bien conoce su dolor,
bien conoce su amargura,
que, como a la nieve pura,
lo derrite su calor.
Porque el amor que respiro
niega a quien bebe en sus aguas,
pues lo calientan las fraguas
de su terrible suspiro.
Con cada vez que respiro,
con calda vez que me muero,
siento el amor que yo quiero,
y es evidente falacia
que el amor es todo gracia
y da gala a su lucero.
Y respirando esa llama
que no comprender tú dices
las horas vuelve infelices
de aquel que el llanto derrama.
Gran poder tiene una dama
sobre quien siente al acecho
el dolor de su despecho,
el fuego de la maldad,
que es Cupido mezquindad
y destruye al más derecho.
No me importa el ostracismo
que padezco en esta sierra,
pues hermosa es esta tierra
desde la cumbre al abismo.
Mas, si estuviese aquí mismo
la razón de mi dolor,
con un humilde fervor
claramente le diría:
“Aquí está la vida mía
y la causa de mi amor.
Que sois vos, bella hermosura
que ni los cielos igualan
cuando sus luces regalan
desde la diáfana altura.
Y aunque miráis sin mesura
demostrando tal enojo,
yo vuestras iras aflojo,
suplico vuestro perdón,
os entrego mi pasión
y a vuestro poder me acojo.
Porque el bello pensamiento
que inspira vuestra mirada
es recuerdo, a la alborada,
de su luz y de su aliento,
pues la dicha y el tormento
se conjugan, felizmente,
en el agua de la fuente
que, volviéndose bermeja,
esos colores refleja
al susurrar su corriente.
No en vano sois la belleza
que tales versos inspira
en el amor que respira
vuestra crueldad y dureza.”
Y tal vez será torpeza
hablar de amores así,
mas prende tal frenesí
esa mujer en mi pecho
que no amarla ya es despecho,
pues a sus pies me rendí.
Será
buen apartamiento
ese
lugar que se ofrece,
ver
allí cómo amanece,
soñar
otro pensamiento.
Si
lo piden yo me ausento
y
tendré esa curación
que
hace falta a un corazón
que
el amor solo alimenta,
que,
para pagar la cuenta,
ya
basta la sinrazón.
Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.
Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.
Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.
Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.
Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.
Ya
siento la fresca brisa,
la
nieve en los altos montes,
los
lejanos horizontes
de
ese mar que se divisa.
esa
brisa que precisa
recorta
los castañares,
que
don Álvaro Encinares
de
Fernández y Aranjuez
sabe
el remedio tal vez
en
que aliviar sus pesares.
2011 © José
Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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