sábado, 24 de noviembre de 2012

DON ÁLVARO (V)



Jornada cuarta:
“LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO”
o“LAS PENAS DEL
DESTIERRO”

Gran salón en la casa que mantiene don Arnaldo en Madrid. La chimenea arde con viveza, los retratos de los antepasados y las viejas armaduras de las guerras de los ancestros decoran el lugar.

Escena X

Los padres de don Álvaro hablan con un soldado.

DON ARNALDO-. No lo puedo comprender,
que entiendo yo que es injusto,
y no he de quedarme a gusto
hasta la causa saber.
SOLDADO-. Cumplo yo con mi deber,
y debe venir conmigo,
porque sabéis bien que digo
que ha de partir al destierro.
DON ARNALDO-. Es hijo mío y no un perro.
SOLDADO-. Partirá a un lejano abrigo.

DON ARNALDO-. No habéis dicho la razón
por la que va condenado.
SOLDADO-. La razón es ser osado
y dejarse a su pasión.
Cosas son del corazón
en las que yo no me meto,
y que estará bien os prometo,
de modo que consentid.
DON ARNALDO-. ¿Y lo expulsan de Madrid
y es la razón un secreto?

SOLDADO-. No hay secreto en esta historia,
don Arnaldo, pues dolores
causan siempre los amores
con quien tiene mayor gloria.
Quiso el joven, con su euforia,
pretender a una alta dama,
y pues su pasión exclama,
el reino ha comprometido,
que se queja el prometido
sabiendo que arde esa llama.

DON ARNALDO-. ¿Y quién dice tales cosas,
y que don Álvaro quiere
a esa dama que lo hiere
con maldades desdeñosas?
Él fue a las sierras brumosas
a olvidar el amor fiero,
que, como buen caballero,
sabe respetar la ley
y no es enojoso al rey.
SOLDADO-. Debe ser y así lo espero.

Pero no olvidó, al partir
al retiro al que se fue
ese incendio que hizo que
fuera una carta a escribir,
que la pudo recibir
en sus manos la infantina,
que, con alma peregrina,
dijo amar al jovenzuelo,
y la reina, con desvelo,
dice que está que rechina.

Es un asunto de estado
y, aunque con dolor profundo,
lo mandan al Nuevo Mundo,
donde se va desterrado.
Lo llevaré yo a mi lado
para que embarque en Sevilla,
pues ya dicen que es mancilla
de la más alta corona
y la reina no perdona
a quien su renombre humilla.

DON ARNALDO-. Ahora mismo no está en casa.
SOLDADO-. Esperaré.
DON ARNALDO-. Vendrá tarde.
SOLDADO-. Haré de esperar alarde,
que no es la virtud escasa.
MADRE-. Yo no sé lo que le pasa
a don Álvaro, que el brío
ya le falta al hijo mío
con esa pena de amores
que lo llena de dolores
y de loco desvarío.

SOLDADO-. La misma reina ordenó
que se os mostrara el recado
donde su firma ha estampado
y que al palacio mandó.
DON ARNALDO-. Pues eso he e verlo yo,
que quiero saber qué mal
pudo hacer ese zagal
con la letra de un escrito,
que el imprudente maldito
corre una suerte fatal.

El soldado le da la carta.

MADRE-. Examinad lo que dice:
DON ARNALDO-. “Señora a quien los amores
han cubierto de mil flores
que el buen Cupido bendice,
pues quiere que me esclavice
la pasión de este querer,
con ser hombre y vos mujer,
vierto todo mi deseo”.
MADRE-. ¿Eso dice? No lo creo.
DON ARNALDO-. Mira aquí, que lo has de ver.

La madre de Álvaro toma la carta y prosigue la lectura.

MADRE-.  “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin arrepentirme
de querer y de ser firme
donde ya me he arrepentido”.
DON ARNALDO-. Pues mira en qué se ha metido,
con tener poca cabeza,
pues la más rancia nobleza
no le basta al muchachuelo,
y ha venido el jovenzuelo
a ofender a la realeza.

MADRE-. El es joven y encendido
y lo ciega la pasión,
que quien siente el corazón
suele llorar con Cupido.
“Y es que el amor ha querido,
como quiero yo la llama
que al alba bello derrama
el sol, si a lo lejos nace,
el dolor que en que renace,
las tristezas que más ama.

Porque, dejando el castillo,
el elevado palacio
que ocupa el más alto espacio
de mi nombre y de mi brillo,
con un dulce caramillo,
fui vestido de pastor
a escapar de tanto amor,
pues soñar con tanto beso
prendió fuerte y, al regreso,
ha regresado el dolor”.

Mas ¿no basta por castigo
esa fuerte desazón
que lo tiene en su prisión
como si fuera un mendigo?
Porque, entre tanto, me digo
que no hay tanta gravedad
contra quien la majestad
ostenta en estas naciones
para medir las pasiones
con rigor y con maldad…

Toma la carta ahora don Arnaldo.

DON ARNALDO-. “Y es que, habiendo regresado,
no traiciono tal querer,
que, en ser hombre y vos mujer,
vuestro amor he recordado.
Que soy acaso un osado
y un  imprudente, señora,
cuando se mira la aurora
y el ocaso se retira,
si en estas letras se mira
la causa por la que llora.

Y si el amor me apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa que sé
que me tiene consumido”.

SOLDADO-. Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
DON ÁLVARO-. Con enorme desazón
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.

MADRE-. Pobre muchacho vencido
por un amor colosal
que puede causar tal mal
en quien se admira rendido.
DON ÁLVARO-. “El corazón encendido
enajena mi derecho
cuando lo siento en mi pecho,
pues que me siento morir,
si no queda en mi vivir
sino dolor y despecho”.

SOLDADO-. Siento por él compasión,
mas esto es razón de estado,
que jamás un principado
consiente tanta pasión.
Pues si roto de pasión
ha de dejar esta tierra,
llevará el alma su guerra
y el pensamiento su furia,
que no suele la penuria
dar cuartel cuando hace guerra.

Las desdichas amorosas
siempre son de esta manera,
que, si no admiten espera,
son torcidas, caprichosas.
Situaciones enredosas
de este tipo son frecuentes
entre las más bajas gentes
y en las casas de raigambre,
que si el amor torna el hambre,
las pasiones son ardientes.

Mas ¿cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
le recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo su belleza,
siente que acaso es dureza,
prometiendo su hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en dureza?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Mas no irá ya hacia las cumbres,
donde duerme ya la nieve
que solo un verano breve
libra de sus pesadumbres.
En tales incertidumbres
el airado ballestero
que es amor, siendo ligero,
le dará pena más grave,
que no es el destierro suave
con quien vive prisionero.

MADRE-. Es un joven sin templanza
que triste de amores llora:
llora si viene la aurora,
llora si no hay esperanza,
llora si la brisa alcanza
los colores de la tarde,
llora por ser tan cobarde,
llora por ver que ya es noche,
y de llanto es el derroche
y espera que Dios lo guarde.

Y si el amor lo apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa el porqué
que lo tiene consumido.

Y no debe perdonar
la fatal melancolía
que, con grave fechoría,
mal le ha sabido causar.
Si es de lágrimas un mar
que se asfixia en su furor,
grave cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Escena XI

Llega don Álvaro.

DON ÁLVARO-. He caminado en la plaza,
he seguido por las calles,
he recordado los valles
que el vil otoño amenaza.
Y el amor me despedaza
y me lleva a la locura,
que su pasión me tortura
y su maldad me entristece,
su indignidad me enloquece
y me llena de amargura.

Y a casa encuentro al llegar
estos rostros de penuria,
pues vivo lleno de furia
y a otros miro en su penar.
MADRE-. Lo que acaba de pasar
lo causa tu desvarío,
pues lo que haces, hijo mío,
con tus padres es injusto,
que moriré del disgusto
tras hacer tal desafío.

DON ÁLVARO-. Pero decid de una vez
qué es lo que está sucediendo…
MADRE-. ¿Es que acaso no lo estás viendo
el mal de tu insensatez?
SOLDADO-. Ha de partir otra vez,
que tal el rey ha ordenado.
DON ÁLVARO-. ¿Acaso me han desterrado
de las tierras de Madrid?
Cupido tiene el ardid
de verme ya condenado.

DON ARNALDO-. ¿Quieres saber el motivo
por el que te expulsa el rey?
DON ÁLVARO-. No he faltado yo a la ley,
no es delito lo que escribo.
SOLDADO-. Con esa actitud, esquivo,
desdeñoso, me dais pena,
pues es muy dura condena
ir de Madrid al destierro.
DON ÁLVARO-. Seré libre del encierro
que me causa tanta pena.

Por amor envenenado
lo que debe hacer no sabe
quien sufre la pena grave
de admirarse enamorado.
SOLDADO-. No sé de amor, soy soldado,
mas el rey, quien os humilla,
partir os manda a Sevilla
para a las Indias viajar,
que habéis de cruzar el mar
en pago a tanta mancilla.

Ved este escrito y qué dice.
DON ÁLVARO (toma la carta)-. “Señora a quien los amores
han cubierto de mil flores
que el buen Cupido bendice,
pues quiere que me esclavice
la pasión de este querer,
con ser hombre y vos mujer,
vierto todo mi deseo”.
Así lo dije y lo creo,
y no tengo qué temer:

¡qué más me da, si, vencido,
no he dejar mis lamentos,
los profundos pensamientos
en que me siento dolido!
¡Este dolor he sentido,
y, siendo amor quien me mata,
hay algo que en mí delata
la rabia e infelicidad!
Si me voy de la ciudad
sale la pena barata.

SOLDADO-. Decir eso es osadía.
DON ÁLVARO-. Poco importa ser osado,
que si el rey me ha castigado
sufro más la pena mía.
y este dolor no se enfría,
que lo tengo mantenido:
 “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin arrepentirme
de querer y de ser firme
donde me he ya arrepentido”.

DON ARNALDO-. Pues mira lo que se sigue,
de tener poca cabeza,
pues la más rancia nobleza,
la realeza te persigue.
DON ÁLVARO-. Vamos, soldado, prosigue
y manda ya mi condena,
pues no ha de causarme pena
el soberano rigor.
MADRE-. Me has llenado de dolor.
SOLDADO-. El cruel amor lo envenena.

DON ÁLVARO-. Cruel amor me hace testigo
de la maldad de su ardid,
y partiré hoy de Madrid
para cumplir mi castigo.
Mas, ya que me voy, amigo,
siendo al castigo obediente,
diré lo que el pecho siente,
diré lo que el corazón
bebe en mal por la pasión
de la que vil se arrepiente.

Porque, siendo desdichado,
no importa ya serlo aquí
o tener que serlo allí
donde el mundo se ha acabado.
Por el amor traicionado,
puedo decir con rigor
que si me expulsa el amor,
no es el amor buen amigo,
que yo mismo soy testigo
de que es cruel y que es traidor.

Y, pues dispara sus flechas
sin poder sentir piedad,
no ha de quejarse, en verdad,
sino en letrillas y endechas.
Malas fueron las cosechas
del amante y su rencor:
triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Por eso estoy dolorido,
por eso me siento airado
y supongo que este estado
es de quien vive vencido.
Siéntese el pecho encendido
ante el niño destructor.
Penas quiere tanto amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y no debe perdonar
la fatal melancolía
que, con grave fechoría,
mal le ha sabido causar.
Si es de lágrimas un mar
que se asfixia en su furor,
grave cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Soy un joven sin templanza
que triste de amores llora:
lloro si viene la aurora,
lloro si no hay esperanza,
lloro si la brisa alcanza
los colores de la tarde,
lloro por ser tan cobarde,
lloro por ver que ya es noche,
y de llanto soy derroche
y espero que Dios me guarde.

MADRE-. Es un joven sin templanza
que triste de amores llora:
llora si viene la aurora,
llora si no hay esperanza,
llora si la brisa alcanza
los colores de la tarde,
llora por ser tan cobarde,
llora por ver que ya es noche,
y de llanto es el derroche
y espera que Dios lo guarde.

Quiere el amor complicar,
pues es muchacho mezquino,
a quien llora su destino,
queriendo mejor estar.
Es su capricho un azar,
si castiga con rigor.
DON ARNALDO-. Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

MADRE-. Y si el amor lo apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa el porqué
que lo tiene consumido.

DON ARNALDO-. No comprendo tal tristeza
cuando en plena juventud,
debierais ser plenitud,
dignidad y fortaleza.
DON ÁLVARO-. El mal del amor empieza
donde la desdicha quiere,
y es este un amor que hiere
del pecho en lo más profundo,
que es el amor algo inmundo
que gran paciencia requiere.

DON ARNALDO-. Si el amor tiene vencido
al muchacho que yo sé,
no entiendo que se le ve
tan triste y tan abatido.
Algo raro habrá ocurrido
para mostrar la amargura,
que si el amor os apura,
debiera verse feliz
el que llora aquí infeliz
el dolor de su tortura.

DON ÁLVARO-. Mas no soy correspondido
en los ardientes amores,
y suplicando favores
humillado estoy, vencido.
DON ARNALDO-. Tal cosa puede haber sido
algo posible, mas sé
que no hay problema que a fe
no tenga la solución.
DON ÁVARO-. Malherido el corazón,
mal final mi suerte ve.

¿Y cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
me recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo mi deseo,
siento que acaso los veo,
prometiendo su hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en trofeo?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Hermosura del deshielo,
siento en mi pecho su vida,
esa luz que abre la herida
de mi eterno desconsuelo.
No tiene piedad el cielo,
no sabe nada el destino,
y mi tristeza imagino
en el poder de su ausencia,
pues reclamo su presencia
como amante peregrino.

Será buen apartamiento
ese lugar que se ofrece,
ver allí cómo amanece,
soñar otro pensamiento.
Si lo piden yo me ausento
y tendré esa curación
que hace falta a un corazón
que el amor solo alimenta.
Y, pues vivo mi tormenta,
dejadme en mi desazón.

Escena XII

Ha quedado son Álvaro solo.

DON ÁLVARO-. Quiere arrancar la pasión
a quien mira el claro lienzo
que al amor le da comienzo
y respiro al corazón.
Y, pues buena es la razón,
dejaré la tierra mía,
que he de buscar zona fría
donde refrescar la pena
para eludir la condena
en que el amor me encendía.

Y, si así se debe hacer,
si cuanto se dice creo,
ángel de puro deseo
abandono al parecer,
que, aunque se siente placer
al recordar su sonrisa,
quiere dichosa la brisa
ser olvido a su promesa,
pues el amor se confiesa
y culpable es su sonrisa.

De modo que un moribundo
se verá restablecido,
que, con sentirse vencido,
siente el dolor más profundo.
Y otra tierra vagabundo
he de buscar, pues lo quiere
ese amor que herir prefiere
a llenarme de contento,
que tales dolores siento
como el daño en que me hiere.

Y, para sacar partido
de esta confusión maldita,
olvidaré a quien agita
las flechas del cruel Cupido,
que un corazón encendido
sabe tanto sufrimiento
que el amor que triste siento
es acaso necedad,
obsesión, frivolidad,
doloroso descontento.

De esta manera me iré,
que me siento resignado,
y, si aquí vivo apagado,
más allá me encenderé.
Porque el destino no ve
lo que siente el pecho mío,
porque arranca el desvarío
de su gusto la traición
y me hiere el corazón
lo que siento en desafío.

De modo que hallaré asiento
con ingenio y agudeza
en esa torpe cabeza
que consume el pensamiento.
Recuperar el aliento
podrá ser lo más sencillo,
si, dejando mi castillo,
mis pretenciosos palacios,
hallo abiertos los espacios
en un ambiente sencillo:

densos follajes y helechos,
densos bosques y colinas
en mañanas mortecinas
le harán olvidar los hechos.
Curar puedo esos despechos
a las orillas del mar,
donde se oyen susurrar
las olas que dulces vienen
y en la playa se entretienen
cuando callan su penar.

¡Ah, la loca juventud,
con su ciego desvarío,
luciendo siempre ese brío
con semejante inquietud!
Costar puede la salud
no escapar del raro hechizo
del niño vil y rubizo
que atina bien, siendo ciego,
pues enciende un duro fuego
con su nieve y su granizo.

Decir eso es no entender
que es Cupido vengativo,
pues es soberano altivo
con imagen de mujer.
Si promete su placer,
quiere el daño sufrimiento,
y es causante de un tormento
no comparable a otro daño,
que el amor es un engaño
para quien arde sediento.

Soy un joven sin templanza
que triste de amores llora:
llorar si viene la aurora,
llorar si no hay esperanza,
llorar si la brisa alcanza
los colores de la tarde,
llorar por ser tan cobarde,
llorar por ver que ya es noche,
y de llanto ser derroche
y esperar que Dios me guarde.

Raro el amor, que las gentes
de alcurnia y de nombradía
hablan con fe todo el día
de los amores ausentes,
pues, junto a las mansas fuentes
de las horas otoñales,
suelen olvidar sus males,
su dolor y su tristeza,
lamentando la dureza
de los amores mortales.

Difícil es comprender
que el amor es mal terrible
que castiga al más sensible
que se rinde a ese querer.
Quien se ve en el fuego arder
del infierno del amor
bien conoce su dolor,
bien conoce su amargura,
que, como a la nieve pura,
lo derrite su calor.

Porque el amor que respiro
niega a quien bebe en sus aguas,
pues lo calientan las fraguas
de su terrible suspiro.
Con cada vez que respiro,
con calda vez que me muero,
siento el amor que yo quiero,
y es evidente falacia
que el amor es todo gracia
y da gala a su lucero.

Y respirando esa llama
que no comprender tú dices
las horas vuelve infelices
de aquel que el llanto derrama.
Gran poder tiene una dama
sobre quien siente al acecho
el dolor de su despecho,
el fuego de la maldad,
que es Cupido mezquindad
y destruye al más derecho.

No me importa el ostracismo
que padezco en esta sierra,
pues hermosa es esta tierra
desde la cumbre al abismo.
Mas, si estuviese aquí mismo
la razón de mi dolor,
con un humilde fervor
claramente le diría:
“Aquí está la vida mía
y la causa de mi amor.

Que sois vos, bella hermosura
que ni los cielos igualan
cuando sus luces regalan
desde la diáfana altura.
Y aunque miráis sin mesura
demostrando tal enojo,
yo vuestras iras aflojo,
suplico vuestro perdón,
os entrego mi pasión
y a vuestro poder me acojo.

Porque el bello pensamiento
que inspira vuestra mirada
es recuerdo, a la alborada,
de su luz y de su aliento,
pues la dicha y el tormento
se conjugan, felizmente,
en el agua de la fuente
que, volviéndose bermeja,
esos colores refleja
al susurrar su corriente.

No en vano sois la belleza
que tales versos inspira
en el amor que respira
vuestra crueldad y dureza.”
Y tal vez será torpeza
hablar de amores así,
mas prende tal frenesí
esa mujer en mi pecho
que no amarla ya es despecho,
pues a sus pies me rendí.

Será buen apartamiento
ese lugar que se ofrece,
ver allí cómo amanece,
soñar otro pensamiento.
Si lo piden yo me ausento
y tendré esa curación
que hace falta a un corazón
que el amor solo alimenta,
que, para pagar la cuenta,
ya basta la sinrazón.

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.

Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.

Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.

Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.

Ya siento la fresca brisa,
la nieve en los altos montes,
los lejanos horizontes
de ese mar que se divisa.
esa brisa que precisa
recorta los castañares,
que don Álvaro Encinares
de Fernández y Aranjuez
sabe el remedio tal vez
en que aliviar sus pesares.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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