sábado, 24 de noviembre de 2012

DON ÁLVARO (III)



Jornada segunda:
 “LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o “LAS
PENAS DE QUIEN
LLORA”

Pequeño rincón desde el que se mira, a lo lejos, una sierra cubierta por la nieve, detrás de colinas y bosques que se ven con una mayor nitidez, y donde, repartidas, se ven, aquí y allá, las cabañas rústicas de los pastores que tienen por esas zonas los apriscos. El lugar es hermoso y verde, salpicado, aquí y allá, por diversidad de colores encendidos que la luz del día comienza a descubrir lentamente. Las vacas pastan a sus anchas por los campos y los nubarrones dejan que una escasa claridad penetre, casi como si amenazasen tormenta.

Escena IV

Don Álvaro dialoga con un pastor.

PASTOR-. Llega el alba y es hermosa,
pues que trae la luz del día
donde la noche sombría
era una mancha borrosa.
Llega la luz codiciosa
con sus colores y galas.
DON ÁLVARO-. Quien pudiera tener alas
para arrimarse a ese cielo
en que tienen su consuelo
las aves con claras galas.

PASTOR-. Densas son las espesuras
de estos callados paisajes,
entre los densos follajes
y las calladas alturas.
Abundan las aguas puras
que caminan hacia el mar,
y es hermoso este lugar
donde nace la alborada
que la nieve ve cuajada
de la sierra al encinar.

Son hermosos los caminos
y poesía es el helecho
que pierde el verde a despecho
de los otoños cansinos.
DON ÁLVARO-. Los arroyos mortecinos
siguen su ruta y, sereno,
se mira el paisaje lleno
de malheridos frutales
que a las horas matinales
me escuchan, si triste peno.

Y peno, porque es tristeza
apartarse de la vida,
si se siente consumida
por la crueldad, la dureza,
que es el desdén aspereza
para quien siente el amor,
que maltrata su rigor
e impone suerte tan fría
que tanta melancolía
ha matado mi favor.

PASTOR-. Brilla por fin la mañana,
Y, contemplando lejano
ese débil sol temprano,
luce su llama lozana.
Poco esa llama se ufana
en la estación otoñal.
Todo se torna en cristal,
que es la helada raro hechizo,
mientras, lleno de granizo,
se contempla el pastizal.

DON ÁLVARO-. Despierta el sol y la aurora,
por recordar mi tristeza,
me escucha mientras bosteza
y con mis lamentos llora.
Siempre me llega a deshora
esta cruel melancolía
que, abatiendo el alma mía
de la mañana a la tarde,
me considera cobarde,
falto de toda osadía.

PASTOR-. Huyeron los estorninos
que, buscando otros lugares,
volarán lejanos mares,
cruzarán viejos caminos.
En el aire peregrinos
se van ya los azulones.
Vuelan como las legiones
que, en su gloriosa escapada,
aprovechan la alborada
y sus calladas mansiones.

Nace la luz, que lejana,
nos regala, entre ceniza,
esa llama primeriza
que nos deja la mañana.
Madura allí la manzana,
contemplando el desconcierto
de un horizonte despierto
que de las luces se admira
donde callado suspira
el dulce sueño en el huerto.

Parece que el pensamiento
sabe turbar al que llora,
que se contempla la aurora
con un brillo ceniciento.
DON ÁLVARO-. Y no queda ya un aliento
que mi dolor desaliente.
Y quiere el amor ausente
que pene y dolores sienta
lo que la suerte consienta,
en tanto que se contente.

PASTOR-. Pues quiere la brisa fría
correr los campos callados,
una vez iluminados
por la clara luz del día.
Otras veces se encendía
más temprana la alborada.
En verano, alborotada,
encendiendo su arrebol,
mostraba su luz el sol
sobre la cumbre nevada.

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.

DON ÁLVARO-. Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.

Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
PASTOR-. Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.

Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.

Y si la herida de amor
causa en vuestra juventud
esa terrible inquietud,
olvidad vuestro dolor.
DON ÁLVARO-. No sabéis lo que el amor
impone al más noble amante,
que se derrite al instante
de saber lo que ha perdido.
PASTOR-. Tal vez es porque Cupido
es caprichoso e inconstante.

DON ÁLVARO-. En fin, que al sentir deseo,
vivo en la melancolía
desde que, al llegar el día,
más perturbado me veo.
Y como en el amor creo
y del amor soy esclavo,
nunca las manos me lavo
como suele el pecador,
que algo causa mi dolor
y es ser del amor esclavo.

Codiciada libertad
es la que dejo perdida
por entregar alma y vida
a tan hermosa beldad.
Y sí es cierto que en verdad
tantos son mis desvaríos
que se enflaquecen mis fríos
y la fuerza se me escapa,
que donde el amor me atrapa
he de perder yo los bríos.

PASTOR-. Mas, si al cabo sois dichoso
con hallaros desdichado,
¿no es ese vuestro pecado,
no sois vos el alevoso?
Pues es un niño gracioso
el amor, dulce sentido
de quien ama y es querido
por el amor que eligió.
DON ÁLVARO-. Pero nunca quise yo
verme y triste y abatido.

Que el dolor que me atormenta
es el dolor que yo siento,
pues dolor y pensamiento
saben si el alma se ausenta,
que se sale de la cuenta
tales cosas predicar,
porque yo no elegí amar,
sino que el amor me quiso
y el desdén se hizo preciso
para verme así penar.

PASTOR-. Poco entiendo de amoríos,
pues soy hombre muy viejo,
mas, si he de darte un consejo,
guárdate bien de estos fríos.
Porque los ánimos míos
con la edad quebrados viven
y los embates reciben
del viento, que, siempre airado,
sabe herir al delicado.
DON ÁLVARO-. Raros consejos se escriben:

¿Qué importa la vida ya,
qué importa el bien, si en el mundo
un pensamiento profundo
corre e ignora dónde va?
¿Y dónde la dicha está,
dónde la gracia y belleza,
la dulzura y sutileza
que muestra refinamiento?
El amor es desaliento
y su fuego es gran tristeza.

PASTOR-. El sentimiento amoroso,
de no ser correspondido,
un mes nos quita el sentido
y otro tanto su reposo.
Mas, si enciende caluroso
y abrasar puede la vida,
ha de extinguirse enseguida
el dolor que el alma hiere,
que amor no duró que viere
siempre su llama encendida.

Y un secreto he de decirte
para que sepas verdades
que muchas calamidades
pueden así prevenirte,
que el amor, con maldecirte,
pierde todas sus batallas,
pues sus instintos canallas
no son fuertes en verdad.
DON ÁLVARO-. No lo pienses.
PASTOR-. Es verdad.
Mira los montes y playas.

También tienen su belleza,
y, en pura contemplación,
se olvida la desazón
del amor y su aspereza.
Mira los montes y reza,
camina junto a los mares,
dialoga en los castañares
con tu escondida pasión
y verás que tu obsesión
se ha rendido en mil azares.

Escena V

Llega el labriego.

LABRIEGO-. En las horas invernizas
ha nacido la mañana
que se descubre temprana
entre luces y cenizas.
Que las luces primerizas,
con su canto de tristeza,
son un alba que bosteza
y un suspiro delicioso
donde se vuelve espacioso
el sol con su fortaleza.

Y las alturas del cielo
abren al ancho horizonte
las luces que sobre el monte
traen su llama de consuelo.
Puede así todo desvelo
y nace la luz del día
con la mañana sombría
que derrama su derroche
sobre el beso de la noche
que rasga la brisa fría.

Que, pues llega la frescura
de la brisa por las puertas
de las mañanas despiertas,
su brillo ardiente se apura.
PASTOR-. Puede también la locura
madrugar, que la velada
paso dio a la madrugada
con el ruido bullanguero
del granizo en el sendero
sobre la escarcha y la helada.

Y aquí está el enamorado,
por los amores vencido,
prisionero de Cupido,
con el ánimo enojado.
Y parece derrotado
junto al ganado que pace,
pues donde ya se deshace
la aurora con la mañana,
una rabia de desgana
de su despecho renace.

Que es el amor mucho amor,
entre gentes cortesanas,
donde nacen las mañanas
con el hielo en derredor,
que, para tanto favor,
saben llorar sus penurias,
sus quimeras y sus furias
en este campo aparatado
donde brilla, en el nublado,
el cielo oscuro de Asturias.

Pobre joven hechizado
por los delitos de amor,
que, con el arco mejor,
en su disparo ha acertado,
porque el ciego niño alado
es tirador e verdad,
y le gusta la crueldad
al inyectar su veneno
en quien sabe que ese cieno
es causa de enfermedad.

De modo que me parece
que injusto es dejar así
a quien siente el frenesí
de la pasión que aparece.
Si su mirada entristece
y ni la misma mirada
cobra brillo a la alborada,
poco importa la belleza,
la dulzura y la pureza
de la nieve en la otoñada.

LABRIEGO-. Raro el amor, que las gentes
de alcurnia y de nombradía
hablan con fe todo el día
de los amores ausentes,
pues, junto a las mansas fuentes
de las horas otoñales,
suelen olvidar sus males,
su dolor y su tristeza,
lamentando la dureza
de los amores mortales.

DON ÁLVARO-. Difícil es comprender
que el amor es mal terrible
que castiga al más sensible
que se rinde a ese querer.
Quien se ve en el fuego arder
del infierno del amor
bien conoce su dolor,
bien conoce su amargura,
que, como a la nieve pura,
lo derrite su calor.

Porque el amor que respiro
niega a quien bebe en sus aguas,
pues lo calientan las fraguas
de su terrible suspiro.
Con cada vez que respiro,
con calda vez que me muero,
siento el amor que yo quiero,
y es evidente falacia
que el amor es todo gracia
y da gala a su lucero.

Y respirando esa llama
que no comprender tú dices
las horas vuelve infelices
de aquel que el llanto derrama.
Gran poder tiene una dama
sobre quien siente al acecho
el dolor de su despecho,
el fuego de la maldad,
que es Cupido mezquindad
y destruye al más derecho.

No me importa el ostracismo
que padezco en esta sierra,
pues hermosa es esta tierra
desde la cumbre al abismo.
Mas, si estuviese aquí mismo
la razón de mi dolor,
con un humilde fervor
claramente le diría:
“Aquí está la vida mía
y la causa de mi amor.

Que sois vos, bella hermosura
que ni los cielos igualan
cuando sus luces regalan
desde la diáfana altura.
Y aunque miráis sin mesura
demostrando tal enojo,
yo vuestras iras aflojo,
suplico vuestro perdón,
os entrego mi pasión
y a vuestro poder me acojo.

Porque el bello pensamiento
que inspira vuestra mirada
es recuerdo, a la alborada,
de su luz y de su aliento,
pues la dicha y el tormento
se conjugan, felizmente,
en el agua de la fuente
que, volviéndose bermeja,
esos colores refleja
al susurrar su corriente.

No en vano sois la belleza
que tales versos inspira
en el amor que respira
vuestra crueldad y dureza.”
Y tal vez será torpeza
hablar de amores así,
mas prende tal frenesí
esa mujer en mi pecho
que no amarla ya es despecho,
pues a sus pies me rendí.

LABRIEGO-. Bellos versos son, a fe,
y no soy hombre letrado,
mas en lo que se ha escuchado
muy gran tormento se ve.
PASTOR-. De tales cosas no sé,
pues no entiendo la poesía,
pero enciende el alma mía
ver así a un joven garzón
a quien llena la pasión
de tanta melancolía.

Y debe ser enojoso
soportar tamaños males,
que no hay tristezas iguales
a las que canta gozoso.
Es el amor tan hermoso
como triste, y amanece
viendo esta pena que crece
y esta vida sin sentido,
pues, cuando ya ha anochecido,
su dolor no desmerece.

Mas yo del amor ni quiero
verme infeliz y apresado,
que me admira el triste estado
de este joven prisionero.
Y, como humilde cabrero,
sin amores ni tensiones,
recorro yo las regiones
del paisaje de esta tierra,
errante de sierra en sierra
y ajeno a tales pasiones.

Poco entiendo del amor,
mas, si he de darte un consejo,
sabrás escuchar a un viejo,
pues es un hombre mayor.
Guárdate bien del dolor,
Porque quien siente el ardor
que siente el que el mal recibe,
siente que en el alma escribe
el destino su mandado,
entre triste y delicado.
DON ÁLVARO-. Raros consejo se escribe:

¿Mas qué importa ya vivir,
qué importa la vida, el mundo
si es el abismo profundo
para quien ha de sentir?
¿Y dónde se ha de concebir
que la dicha y la finura,
la sutileza y dulzura
son la cura del herido?
LABRIEGO-. Quien por amor es vencido
del amor no tiene cura.

DON ÁLVARO-. Que tristes amores llora
este joven sin templanza
porque, si no hay esperanza,
lloro si viene la aurora,
si la brisa me acalora,
si miro el alba luciente
y en su luz resplandeciente
el recuerdo de la amada
es una llama elevada
que ignora mi amor vehemente.

LABRIEGO-. Sabe mucho del descanso
el arroyo en su camino,
cuando cruza, peregrino,
y llega hasta su remanso.
PASTOR-. Vive el espíritu manso
en esta naturaleza,
y, aunque cabe la tristeza,
cuando llega el viento frío,
toda la calma del río
mira el alba que bosteza.

Y esta callada quietud
del otoño y sus colores
curar puede los amores
de la inquieta juventud,
que quien pierde la salud
por amores desdichados
sabe la paz de estos prados
y se pasa la tristeza
si, tumbado en la maleza,
mira los montes nevados.

LABRIEGO-. Y ya para primavera
las flores cubren la orilla
junto al agua que, sencilla,
va apurando su carrera,
pues en abril la pradera
se hace más verde y el suelo
bebe el agua del deshielo,
que, mientras el sol alumbre,
descenderá de la cumbre
vivo siempre el arroyuelo.

DON ÁLVARO-. Rara cosa es este mal.
LABRIEGO-. Rara cosa, sí, señor,
que el misterio del amor
es desenlace fatal.
Bajo este cielo otoñal
cantan pastores su daño,
su crueldad y el vil engaño
con que a las gentes cautiva.
PASTOR-. Es la ingrata llama esquiva
del dolor del desengaño.

Escena VI

Queda don Álvaro en soledad.

DON ÁLVARO-.  Vine a buscar otra tierra,
otro lugar, un confín
lejano a ese serafín
que sus amores me cierra.
Porque el amor me destierra
donde, libre, en el destierro,
no sentiré que es encierro
su desdén y su dureza,
que ya la naturaleza
me dispone monte y cerro.

Y qué lugares sabrosos
regala la cortesía
de toda la serranía
a mis llantos amorosos.
Pues los lugares gozosos
han de llenar mi esperanza
donde la vida no alcanza
a derrotar la pasión,
que me rompe el corazón
no mostrar mayor templanza.

De esta manera, el aliento
quiere ya esa salvación
que arranca la salvación
de este triste pensamiento.
Mis penas llevará el viento
hacia un lugar apartado
donde el amor enojado
pueda curar su tristeza,
que el amor, en su dureza,
ya me sabe condenado.


¿Y así curaré mis males
y sentiré que el aliento
juega con el pensamiento
y desenlaces fatales?
Porque son hondos mis males
y tan duro es su rigor,
poco bien quiere el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

¿Y así calmaré la paz
que turbia tiene mi pecho
por causarle tal despecho
al estar en la ciudad?
No ha de tener caridad
el arquero en su valor,
pues no me quiere el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

¿Y, buscando ese sosiego,
al hallarme más sereno,
no encontraré más veneno,
huyendo del amor ciego?
Pues ya siento que navego
por los mares del dolor,
porque es capricho de amor,
y, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y he de hallarme arrepentido
de no conocer el bien,
que justo he de ser también,
y no cruel, como Cupido,
pues por amores vencido,
mayor se hace este favor,
si no me quiere el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Horas de ingrato pesar
y lamentar tanta saña
son lo que tanto me daña
en la paz del castañar.
y el monte que mira al mar
oye lejano el rumor,
si no me quiere el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, rendida el alma mía
de la mañana a la tarde,
me considero cobarde,
falto de toda osadía.
Y con ver que llega el día,
soy yo quien llora a deshora.
Despierta el sol y la aurora,
por recordar mi tristeza,
me escucha mientras bosteza
y con mis lamentos llora.

Nace la luz, que lejana,
nos regala, entre ceniza,
esa llama primeriza
que nos deja la mañana.
Y triste llora y se ufana
quien lamenta sus pasiones,
mientras huyen los gorriones
que, en su gloriosa escapada,
aprovechan la alborada
y sus calladas mansiones.

Y los negros los estorninos
que, buscando otros lugares,
volarán lejanos mares,
cruzarán viejos caminos.
Con acentos repentinos
también huye con el viento
el cansado pensamiento
que turbar sabe al que llora,
que se contempla la aurora
con un brillo ceniciento.

¿Soy un joven sin templanza
que triste de amores llora:
lloro si viene la aurora,
lloro si no hay esperanza?
Con gran dureza me alcanza
ese hechizo de Cupido.
Si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa que sé
que me tiene consumido.

Y es sendero que me mata
cuando me siento despierto,
pues quien vive estando muerto,
llora el bien que lo arrebata.
Llega la aurora de plata
para ver desconsolado
a quien vive en este estado
de tristeza sin aliento,
y no escapa como el viento
quien sufre el mal agitado.

Y es que el muchacho ladino,
sabe bien qué es el azar,
y, gozándose en dañar,
es tan cruel como mezquino.
De este modo peregrino
me siento tan desgraciado,
que la paz miro del prado
con envidia sin igual,
que suele olvidar el mal
quien de amor se ve agraviado.

Mas yo voy donde las cumbres
dejan que cubra la nieve
que solo un verano breve
libra de sus pesadumbres.
En tales incertidumbres
que son pasión amorosa,
el amor solo reposa
causando mayores daños,
y huye el alma los engaños
buscando la paz gozosa.

¿Y cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
me recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo mi deseo,
siento que acaso los veo,
prometiendo s hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en trofeo?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Hermosura del deshielo,
siento en mi pecho su vida,
esa luz que abre la herida
de mi eterno desconsuelo.
No tiene piedad el cielo,
no sabe nada el destino,
y mi tristeza imagino
en el poder de su ausencia,
pues reclamo su presencia
como amante peregrino.

Será buen apartamiento
ese lugar que se ofrece,
ver allí cómo amanece,
soñar otro pensamiento.
Si lo piden yo me ausento
y tendré esa curación
que hace falta a un corazón
que el amor solo alimenta,
que, para pagar la cuenta,
ya basta la sinrazón.

Qué bellos los resplandores
que, reflejo de la helada,
quebrando la madrugada,
saludan a los pastores.
Qué bellos son los colores
que se esparcen silenciosos.
Qué bellos, qué rumorosos
los arroyos que caminan
y en su correr peregrinan
hacia mares procelosos.

Pero ya se ve ese brillo
sobre el lejano horizonte,
que despunta, tras el monte,
de la alborada un castillo.
Es ese fuego sencillo
con su plata y sus dorados:
por mil pinceles manchados
van ardiendo ya los cielos,
que se deshacen los hielos
que ya cuajan sobre el prado.

Y yo miro los caminos
de este mundo desolado
que admira al enamorado,
sus acentos peregrinos.
Y se hacen siempre mezquinos
los pensamientos que agitan
las almas que solicitan
un amor no concebido,
que es el amor sinsentido
y locos los que lo habitan.

Y como soy morador
en un imperio encendido,
cual vasallo de Cupido,
he de ser su servidor.
Quien es el adorador
de este niño alado y ciego
ha de perder el sosiego
que pudo tener un día
cuando vio en la llama fría
el más encendido fuego.

Y los campos encendidos
ven esa luz que destella
donde se esconde una estrella
y arden tantos coloridos.
Y pueden verse dormidos
en su sueño los frutales.
Y en las horas otoñales.
es más bella la alborada
que quiebra la madrugada
en las cortes celestiales.

Ya siento la fresca brisa,
la nieve en los altos montes,
los lejanos horizontes
de ese mar que se divisa.
esa brisa que precisa
recorta los castañares,
que don Álvaro Encinares
de Fernández y Aranjuez
sabe el remedio tal vez
en que aliviar sus pesares.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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