sábado, 24 de noviembre de 2012

DON ÁLVARO (IV)



Jornada tercera:
“LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o
“LAS PENAS DEL QUE
ESCRIBE”

Pequeño gabinete de la corte madrileña, donde hay cuadros con retratos de los viejos monarcas y nobles de otros siglos. Los muebles son lujosos y el aspecto de la arquitectura está en un tránsito del estilo renacentista final y del comienzo del Barroco. Las doncellas retratadas presentan sus ropajes de distintas épocas, y los caballeros y próceres posan en distintas actitudes, al tratarse de retratos ecuestres, cacerías y guerras.

Escena VII

Entran dos damas en el salón, que se sientan y hablan en voz baja.

DOÑA ALDONZA-. Dicen que está enamorada
de un misterioso galán,
y que melindres le dan
de la noche a la alborada,
porque llora alborotada,
desesperada, se irrita,
y las palabras que grita
expresan dolor profundo.
DOÑA LEONOR-. Raros misterios el mundo
siente, si tanto se agita.

Mas ya sus bodas concierta
su padre, que es soberano,
sensato y bueno, y en vano
la niña se desconcierta.
DOÑA ALDONZA-. Dice que quiere estar muerta,
que esa boda es de interés,
que no quiere a ese marqués
que quiere casar con ella.
DOÑA LEONOR-. Déjala con su querella.
DOÑA ALDONZA-. Es el mundo del revés.

Una carta le han mandado
que habla en verso del amor.
DOÑA LEONOR-. Llora al nacer el albor,
llora si el día ha llegado,
cuando la noche ha manchado
con su sombra el cielo entero,
llora  al ver ese lucero
que la noche ve llegada.
DOÑA ALDONZA-. Pues se dice atormentada.
DOÑA LEONOR-. Ama a un joven caballero.

¿De quién está nuestra infanta
tan prendada que ha de hacer
la traición a su deber,
que eso dice y no se espanta?
DOÑA ALDONZA-. De quien las iras levanta
en su pecho con escritos
que los hielos y granitos
describe con su dureza.
DOÑA LEONOR-. Me parece gran torpeza.
¿Y los deja bien descritos?

¿Qué le cuenta del amor
ese triste enamorado?
DOÑA ALDONZA-. Una carta yo he guardado
que tiene mucho valor,
pues es un gran trovador
el muchacho que la envía,
que, versado en la poesía,
ama la clara belleza
de la palabra que empieza
y que dice su osadía.

Aquí la tengo y le dice:
“Señora a quien los amores
han cubierto de mil flores
que el buen Cupido bendice,
pues quiere que me esclavice
la pasión de este querer,
con ser hombre y vos mujer,
vierto todo mi deseo”.
DOÑA LEONOR-. ¿Eso dice? No lo creo.
DOÑA ALDONZA-. Mira aquí, que lo has de ver.

Doña Aldonza da la carta a doña Leonor.

DOÑA LEONOR-. “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin arrepentirme
de querer y de ser firme
donde ya me he arrepentido.
Y es que el amor ha querido,
como quiero yo la llama
que al alba bello derrama
el sol, si a lo lejos nace,
el dolor que en que renace,
las tristezas que más ama.

Porque, dejando el castillo,
el elevado palacio
que ocupa el más alto espacio
de mi nombre y de mi brillo,
con un dulce caramillo,
fui vestido de pastor
a escapar de tanto amor,
pues soñar con tanto beso
prendió fuerte y, al regreso,
ha regresado el dolor.

Y es que, habiendo regresado,
no traiciono tal querer,
que, en ser hombre y vos mujer,
vuestro amor he recordado.
Que soy acaso un osado
y un  imprudente, señora,
cuando se mira la aurora
y el ocaso se retira,
si en estas letras se mira
la causa por la que llora.

Y si esta carta os envío
con peligro de la vida,
quiero perderla enseguida
en pago a tal desafío,
porque me mata ese frío
que no es otro que la ausencia,
y pues es tal mi imprudencia,
quiero dichoso la suerte
de librarme, con la muerte,
de tan dura indiferencia

Y si el amor me apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa que sé
que me tiene consumido.

Lloro porque soy cobarde,
lloro porque siento pena,
porque el llanto me envenena
desde el albor a la tarde.
No quiero yo que me guarde
la tristeza que me alcanza:
Soy un joven sin templanza
que triste de amores llora:
lloro si viene la aurora,
lloro si no hay esperanza.

Y no debo perdonar
la fatal melancolía
que, con grave fechoría,
mal me ha sabido causar.
Soy de lágrimas un mar
que se asfixia en su furor.
Grave cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, pues dispara sus flechas
sin poder sentir piedad,
no has de quejarte, en verdad,
sino en letrillas y endechas.
Malas fueron las cosechas
del amante y su rencor:
bella cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Por eso estoy dolorido,
por eso me siento airado
y supongo que este estado
es de quien vive vencido.
Siéntese el pecho encendido
ante el niño destructor.
Penas quiere tanto amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, porque empeña la vida
con las pasiones que prende,
es el amor que se enciende
con la pasión encendida.
Hiere y no cierra su herida,
y es injusto su rigor.
Mala fe causa el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor”.

Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
Sometido a la traición,
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.

DOÑA ALDONZA-. Pobre muchacho vencido
por un amor colosal
que puede causar tal mal
en quien se admira rendido.
DOÑA LEONOR-. “El corazón encendido
enajena mi derecho
cuando lo siento en mi pecho,
pues que me siento morir,
si no queda en mi vivir
sino dolor y despecho”.

DOÑA ALDONZA-. Y piedad pide a la amada,
comparando con el hielo
el dolor del desconsuelo
de no hallarla a la alborada.
DOÑA LEONOR-. Dice: “Puede la nevada
arrojarme con enojo,
porque ya que soy despojo
del amor en que me miro,
si, pensando en vos respiro,
falta en mi ser el arrojo.

Que no puede ser tan bello
el color del mismo sol,
el más hermoso arrebol,
el más brillante destello.
Y vos, reflejada en ello,
sois la luz del claro día
que despierta en la poesía
esta ambición que sin gloria
quiere emular la victoria
de vuestra sana alegría”.

¿No es un muchacho impetuoso
este joven cuando escribe
los dolores que recibe
de ese desprecio amoroso?
DOÑA ALDONZA-. Es ingenuo y es hermoso
que sea tan inocente,
pues esa pasión cadente
de su amor acaso estimo.
DOÑA LEONOR-. “No es el amor un racimo
del que la pena se ausente”.

Y mirad que dice aquí:
“Porque será voluntad
la de hallar vuestra beldad,
lo más bello que yo vi.
Y si a escribir me atreví,
pensaréis que es imprudencia,
mas no quiere la decencia
dejar mis penas llorar
si no las ha de escuchar
quien jamás concedió audiencia”.

DOÑA ALDONZA-. No le falta atrevimiento
al zagal que esto escribió,
que bien sé que no pensó
que este asunto es muy violento.
DOÑA LEONOR-. No es este un lógico intento,
que no debe tener tino
quien escribe peregrino
ese verso tan osado.
DOÑA ALDONZA-. Parece que está prendado,
pero es esto un desatino.

¡Mandar tal carta al palacio
donde vive el mismo rey
es no temer a la ley!
DOÑA LEONOR-. Pero vamos más despacio.
Dice aquí: “el azul topacio
en vuestros claros altares
ve don Álvaro Encinares
de Fernández y Aranjuez,
que sin remedio, tal vez,
quiere aliviar sus pesares”.

No teme ser castigado
por semejante osadía.
DOÑA ALDONZA-. Gran talento en la poesía
de un ingenio muy menguado.
Tal vez con este recado
pretende que lo remate,
no ya ese amor que lo abate,
sino la furia del rey,
que, amparándose en la ley,
mandará que se le mate.

Escena VIII

Llega la reina. Ante su presencia, las dos damas se inclinan.

REINA-. Quiero como soberana
que me digáis la verdad.
DOÑA ALDONZA-. Eso siempre majestad.
DOÑA LEONOR-. Con mentir nada se gana.
REINA-. Bien sé yo que esta mañana
fue un muchacho detenido,
pues, valiente y atrevido,
trajo una carta de un noble
que, con intención tan doble,
tiene un acento encendido.

DOÑA ALDONZA-. Pero no sabemos nada.
En todo caso, señora,
es normal, si el pueblo adora
a dama tan renombrada.
DOÑA LEONOR-. Ella es luz y es alborada
para el mundo que la admira,
pues que la gente delira
son solo decir su nombre,
de modo que cualquier hombre…
REINA-. La verdad no es la mentira:

declaraba sus amores
a nuestra bella infantina,
y es su actitud tan mezquina
como sucios sus ardores:
si reyes y emperadores
quieren disputar su mano,
es cosa de que me ufano,
mas no ha de hacerlo un marqués.
Vosotras sabéis quién es,
y no lo pregunto en vano.

DOÑA ALDONZA-. Pues es una fechoría
que, con tan baja nobleza,
pretenda a su casta Alteza
un joven sin nombradía.
REINA-. Es manchar la gloria mía,
la pureza de mi grey,
la dignidad de la ley,
nuestra casa principal,
nuestro linaje imperial
y traición es contra el rey.

Os han escuchado y sé
que tenéis en vuestras manos
esos delirios insanos
con el nombre de quien fue.
DOÑA ALDONZA-. Yo señora os lo diré
con tal que nos perdonares:
fue don Álvaro Encinares
de Fernández y Aranjuez,
quien, sin remedio, tal vez,
quiso aliviar sus pesares.

REINA-. ¿Y quién es ese bribón,
que en su maldad se adelanta
para hablar de nuestra infanta,
prometiendo el corazón?
¿No es acaso sinrazón
que a mayor rigor me obliga
que tales amores diga
de una elevada princesa?
DOÑA LEONOR-. De la furia estáis ya presa.
REINA-. Tanta maldad me fatiga.

Que no tienen sensatez
las gentes que viles nacen
y que ingenuos se deshacen
por una ascensión tal vez.
Un Fernández de Aranjuez,
que es cosa que, sin solera,
suena mal y a mí me altera
que muestre tanto valor.
DOÑA ALDONZA-. Vive rendido de amor
y por amor desespera.

Al menos que es muy sincero
pensamos nosotras dos.
REINA-. ¿Mas qué sabéis, vive Dios?
¿Conocéis al caballero?
Será un vivo, un embustero
que quiere a nuestra pequeña,
pues es heredera y dueña
de fortunas colosales,
pues linajes imperiales
alcanzar la gente sueña.

La carta y lo que relata
quiero ahora mismo, doncellas,
que hieren palabras bellas
y el verso es perverso y mata.
DOÑA LEONOR-. Solamente la retrata
con estilo y con finura,
la compara al alba pura,
al desdén de la belleza.
REINA-. Muestra la carta y empieza
a darle ante mí lectura.

DOÑA  ALDONZA-. “Señora a quien los amores
han cubierto de mil flores
que el buen Cupido bendice,
pues quiere que me esclavice
la pasión de este querer,
con ser hombre y vos mujer,
vierto todo mi deseo”.
REINA-. Lujurioso es, según veo,
según acabo de ver.

DOÑA LEONOR-. “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin arrepentirme
de querer y de ser firme
donde ya me he arrepentido.
Y es que el amor ha querido,
como quiero yo la llama
que al alba bello derrama
el sol, si a lo lejos nace”.
REINA-. En amores se deshace,
su torcido instinto brama.

DOÑA LEONOR-. “Porque, dejando el castillo,
el elevado palacio
que ocupa el más alto espacio
de mi nombre y de mi brillo,
con un dulce caramillo,
fui vestido de pastor
a escapar de tanto amor”.
REINA-. Pues es atrevido el sueño
de ese joven que es pequeño
ante un linaje mayor.

No cese ese recitado.
DOÑA LEONOR-. “No traiciono tal querer,
que, en ser hombre y vos mujer,
vuestro amor he recordado.
Que soy acaso un osado
y un  imprudente, señora,
cuando se mira la aurora
y el ocaso se retira,
si en estas letras se mira
la causa por la que llora.

Y si esta carta os envío
con peligro de la vida,
quiero perderla enseguida
en pago a tal desafío,
porque me mata ese frío
que no es otro que la ausencia,
y pues es tal mi imprudencia,
quiero dichoso la suerte
de librarme, con la muerte,
de tan dura indiferencia”.

REINA-. Lo pagará el insensato,
porque no es nunca prudente
dar un ejemplo inconsciente
con semejante arrebato.
Gracias dé si no lo mato,
que ya es gran atrevimiento
engendrar tal pensamiento
y escribirlo en tal manera.
DOÑA ALDONZA-. Por el amor desespera.
REINA-. Me causa estremecimiento.

DOÑA LEONOR-. “Y si el amor me apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa que sé
que me tiene consumido.

Lloro porque soy cobarde,
lloro porque siento pena,
porque el llanto me envenena
desde el albor a la tarde.
No quiero yo que me guarde
la tristeza que me alcanza:
Soy un joven sin templanza
que triste de amores llora:
lloro si viene la aurora,
lloro si no hay esperanza.

Y no debo perdonar
la fatal melancolía
que, con grave fechoría,
mal me ha sabido causar.
Soy de lágrimas un mar
que se asfixia en su furor.
Grave cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, pues dispara sus flechas
sin poder sentir piedad,
no has de quejarte, en verdad,
sino en letrillas y endechas.
Malas fueron las cosechas
del amante y su rencor:
bella cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Por eso estoy dolorido,
por eso me siento airado
y supongo que este estado
es de quien vive vencido.
Siéntese el pecho encendido
ante el niño destructor.
Penas quiere tanto amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor”.

REINA-. No lo puedo remediar,
que no es cosa comprensible,
y un odio enciende terrible
en quien lo haya de escuchar.
A una dama cortejar
quien no es grande ni señor,
prometiéndole el amor
con ese verso prolijo,
cuando de un marqués es hijo,
que no de un emperador…

Acaba ya, por mi vida.
DOÑA LEONOR-. “Y, porque empeña la vida
con las pasiones que prende,
es el amor que se enciende
con la pasión encendida.
Hiere y no cierra su herida,
y es injusto su rigor.
Mala fe causa el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
Sometido a la traición,
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.

Escena IX

La reina se va airada.

DOÑA ALDONZA-. No digo yo que al final
quiera al joven darle muerte,
mas ella es dura, y advierte
que le hará bastante mal.
DOÑA LEONOR-. Será el castigo fatal,
porque suele la realeza
albergar esa dureza
que es plausible en el guerrero.
DOÑA ALDONZA-. Pena me da el caballero
y coraje la aspereza.

DOÑA LEONOR-. No cabe duda, mujer,
que ha de pagar su delito,
pero el amor es maldito
cuando no alcanza el querer.
DOÑA ALDONZA-. No me sé yo resolver
en cuál será su castigo,
pues, de la reina enemigo
será ese joven, lo siento.
DOÑA LEONOR-. No te engañe el pensamiento,
que si quieres te lo digo:

lo ha de mandar desterrado
lejos de la capital,
donde la sangre imperial
no pueda insultar recado,
que el mensaje que ha mandado
no parece para menos,
y estos asuntos ajenos
no son cuestiones de honor,
que pide el poder pudor
y con el amor venenos.

DOÑA ALDONZA-. ¿Venenos?
DOÑA LEONOR-. Venenos, sí,
si es que un veneno asesino
mata al amor peregrino
con un brutal frenesí:
en la corte, cuantos vi
que estaban enamorados
con veneno eran curados
del amor que los mataba,
que el veneno siempre acaba
con amores desterrados.

DOÑA ALDONZA-. Pena me da el jovenzuelo,
que ha de partir desterrado.
DOÑA LEONOR-. Tal destierro ya ha curado
al que quiso alzarse al cielo.
No es razón de mi desvelo
lo que tenga que ocurrir,
mas él tendrá que partir
quién sabe si a Nueva España.
DOÑA ALDONZA-. El amor ingrato daña
a quien lo quiere sentir…

Y, pues es amor ingrato,
bien sabré compadecer
al que preso del querer
es tan necio en su arrebato.
DOÑA LEONOR-. Ese joven insensato
a las Indias o más lejos
habrá de partir y espejos
serán de melancolía
las ausencias que decía
con sus conceptos complejos.

Siento por él compasión,
mas esto es razón de estado,
que jamás un principado
consiente tanta pasión.
DOÑA ALDONZA-. Pues si roto de pasión
ha de dejar esta tierra,
llevará el alma su guerra
y el pensamiento su furia,
que no suele la penuria
dar cuartel cuando hace guerra.

Las desdichas amorosas
siempre son de esta manera,
que, si no admiten espera,
son torcidas, caprichosas.
Situaciones enredosas
de este tipo son frecuentes
entre las más bajas gentes
y en las casas de raigambre,
que si el amor torna el hambre,
las pasiones son ardientes.

Mas ¿cómo olvidar los ojos
que con su clara mirada
le recuerdan la alborada
con sus caprichos y antojos?
¿Y de los labios más rojos,
que encendiendo su belleza,
siente que acaso es dureza,
prometiendo su hermosura
a quien la siente más pura
para tornarse en dureza?

¿Su melena desatada,
que más que la aurora bella
se enciende como una estrella
con su mágica alborada?
¿De su rostro la nevada,
cuando enseña la pureza
que allí pintó la belleza
con esa magna maestría
de quien sabe que, si es fría,
cálida es cuando bosteza?

Mas no irá ya hacia las cumbres,
donde duerme ya la nieve
que solo un verano breve
libra de sus pesadumbres.
En tales incertidumbres
el airado ballestero
que es amor, siendo ligero,
le dará pena más grave,
que no es el destierro suave
con quien vive prisionero.

Escapar no es lo que espera,
pues con linaje su nombre
demuestra que, siendo un hombre,
es hidalgo y caballero.
Sentirá un amor sincero,
que importa poco el dolor.
Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Amor es vicio y desprende
olor a obsesión y vicio
en quien, carente de oficio,
fiel a sus ocios se entiende.
Este arreglo bien depende
de escapar de su rigor.
Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y digo que es desatino
contentarse con el mal
para así pasarlo mal,
siendo Cupido mezquino.
Se irá como peregrino
por el mundo y con dolor.
Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, dejando al fin su tierra,
su alcoba y sus aposentos,
llenará sus pensamientos
con las cosas de la sierra.
No olvidará así la guerra
Que se libra en su interior.
Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

DOÑA LEONOR-. No habrá el mal olvidado
ni gozará vida sana
cuando mire mañana
en un lugar apartado.
Escapar de su mandado
fuerza a veces el dolor.
Triste cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y no es justo condenar
que sienta amor de una dama,
pero al cielo es lo que clama
de quién se fue a enamorar.
Sumergido en ese mar
de dolor y desconsuelo,
vive enterrado en su duelo,
que es ese amor tan esquivo,
que estando muerto está vivo
bajo el umbral de ese cielo.

De modo que hallará asiento
con ingenio y agudeza
en esa torpe cabeza
que consume el pensamiento.
Recuperar el aliento
podrá ser lo más sencillo,
si, dejando su castillo,
sus pretenciosos palacios,
ve los abiertos espacios
en un ambiente sencillo.

Densos follajes y helechos,
densos bosques y colinas
en mañanas mortecinas
le harán olvidar los hechos.
Curar puede esos despechos
a las orillas del mar,
donde se oyen susurrar
las olas que dulces vienen
y en la playa se entretienen
cuando callan su penar.

DOÑA ALDONZA-. ¡Ah, la loca juventud,
con su ciego desvarío,
luciendo siempre ese brío
con semejante inquietud!
Costar puede la salud
no escapar del raro hechizo
del niño vil y rubizo
que atina bien, siendo ciego,
pues enciende un duro fuego
con su nieve y su granizo.

Decir eso es no entender
que es Cupido vengativo,
pues es soberano altivo
con imagen de mujer.
Si promete su placer,
quiere el daño sufrimiento,
y es causante de un tormento
no comparable a otro daño,
que el amor es un engaño
para quien arde sediento.

DOÑA LEONOR-. Es un joven sin templanza
que triste de amores llora:
llora si viene la aurora,
llora si no hay esperanza,
llora si la brisa alcanza
los colores de la tarde,
llora por ser tan cobarde,
llora por ver que ya es noche,
y de llanto es el derroche
y espera que Dios lo guarde.

Y si el amor lo apresura,
no debiera ser feliz
el que lamenta en Madrid
el dolor de su tortura.
Para mostrar la amargura,
algo raro habrá ocurrido:
si el amor tiene vencido
a quien su fuego hace fe,
justo es que sepa el porqué
que lo tiene consumido.

Y no debe perdonar
la fatal melancolía
que, con grave fechoría,
mal le ha sabido causar.
Si es de lágrimas un mar
que se asfixia en su furor,
grave cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Y, pues dispara sus flechas
sin poder sentir piedad,
no ha de quejarse, en verdad,
sino en letrillas y endechas.
DOÑA ALDONZA-. Malas fueron las cosechas
del amante y su rencor:
bella cosa es el amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

Por eso está dolorido,
por eso se siento airado
y supone que este estado
es de quien vive vencido.
Siéntese el pecho encendido
ante el niño destructor.
Penas quiere tanto amor,
que, quien llora en soledad,
lamenta tanta crueldad,
que tacaño es su favor.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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