Jornada tercera:
“LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o
“LAS PENAS DEL QUE
ESCRIBE”
Pequeño
gabinete de la corte madrileña, donde hay cuadros con retratos de los viejos
monarcas y nobles de otros siglos. Los muebles son lujosos y el aspecto de la
arquitectura está en un tránsito del estilo renacentista final y del comienzo
del Barroco. Las doncellas retratadas presentan sus ropajes de distintas
épocas, y los caballeros y próceres posan en distintas actitudes, al tratarse
de retratos ecuestres, cacerías y guerras.
Escena VII
Entran dos
damas en el salón, que se sientan y hablan en voz baja.
DOÑA
ALDONZA-. Dicen que está enamorada
de un
misterioso galán,
y que
melindres le dan
de la
noche a la alborada,
porque
llora alborotada,
desesperada,
se irrita,
y las
palabras que grita
expresan
dolor profundo.
DOÑA
LEONOR-. Raros misterios el mundo
siente, si
tanto se agita.
Mas ya sus
bodas concierta
su padre,
que es soberano,
sensato y
bueno, y en vano
la niña se
desconcierta.
DOÑA
ALDONZA-. Dice que quiere estar muerta,
que esa
boda es de interés,
que no
quiere a ese marqués
que quiere
casar con ella.
DOÑA
LEONOR-. Déjala con su querella.
DOÑA
ALDONZA-. Es el mundo del revés.
Una carta
le han mandado
que habla
en verso del amor.
DOÑA
LEONOR-. Llora al nacer el albor,
llora si el
día ha llegado,
cuando la
noche ha manchado
con su
sombra el cielo entero,
llora al ver ese lucero
que la
noche ve llegada.
DOÑA
ALDONZA-. Pues se dice atormentada.
DOÑA
LEONOR-. Ama a un joven caballero.
¿De quién
está nuestra infanta
tan
prendada que ha de hacer
la
traición a su deber,
que eso
dice y no se espanta?
DOÑA
ALDONZA-. De quien las iras levanta
en su
pecho con escritos
que los
hielos y granitos
describe
con su dureza.
DOÑA
LEONOR-. Me parece gran torpeza.
¿Y los
deja bien descritos?
¿Qué le
cuenta del amor
ese triste
enamorado?
DOÑA
ALDONZA-. Una carta yo he guardado
que tiene
mucho valor,
pues es un
gran trovador
el
muchacho que la envía,
que,
versado en la poesía,
ama la
clara belleza
de la
palabra que empieza
y que dice
su osadía.
Aquí la
tengo y le dice:
“Señora a
quien los amores
han
cubierto de mil flores
que el
buen Cupido bendice,
pues
quiere que me esclavice
la pasión
de este querer,
con ser
hombre y vos mujer,
vierto
todo mi deseo”.
DOÑA
LEONOR-. ¿Eso dice? No lo creo.
DOÑA ALDONZA-.
Mira aquí, que lo has de ver.
Doña
Aldonza da la carta a doña Leonor.
DOÑA
LEONOR-. “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin
arrepentirme
de querer
y de ser firme
donde ya
me he arrepentido.
Y es que
el amor ha querido,
como
quiero yo la llama
que al alba
bello derrama
el sol, si
a lo lejos nace,
el dolor
que en que renace,
las
tristezas que más ama.
Porque,
dejando el castillo,
el elevado
palacio
que ocupa
el más alto espacio
de mi
nombre y de mi brillo,
con un
dulce caramillo,
fui
vestido de pastor
a escapar
de tanto amor,
pues soñar
con tanto beso
prendió
fuerte y, al regreso,
ha
regresado el dolor.
Y es que,
habiendo regresado,
no
traiciono tal querer,
que, en
ser hombre y vos mujer,
vuestro
amor he recordado.
Que soy
acaso un osado
y un imprudente, señora,
cuando se
mira la aurora
y el ocaso
se retira,
si en
estas letras se mira
la causa
por la que llora.
Y si esta
carta os envío
con
peligro de la vida,
quiero
perderla enseguida
en pago a
tal desafío,
porque me
mata ese frío
que no es
otro que la ausencia,
y pues es
tal mi imprudencia,
quiero
dichoso la suerte
de
librarme, con la muerte,
de tan
dura indiferencia
Y
si el amor me apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa que sé
que
me tiene consumido.
Lloro
porque soy cobarde,
lloro
porque siento pena,
porque
el llanto me envenena
desde
el albor a la tarde.
No
quiero yo que me guarde
la
tristeza que me alcanza:
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
lloro
si viene la aurora,
lloro
si no hay esperanza.
Y
no debo perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
me ha sabido causar.
Soy
de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor.
Grave
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
pues dispara sus flechas
sin
poder sentir piedad,
no
has de quejarte, en verdad,
sino
en letrillas y endechas.
Malas
fueron las cosechas
del
amante y su rencor:
bella
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Por
eso estoy dolorido,
por
eso me siento airado
y
supongo que este estado
es
de quien vive vencido.
Siéntese
el pecho encendido
ante
el niño destructor.
Penas
quiere tanto amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
porque empeña la vida
con
las pasiones que prende,
es
el amor que se enciende
con
la pasión encendida.
Hiere
y no cierra su herida,
y
es injusto su rigor.
Mala
fe causa el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor”.
Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
Sometido a la traición,
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.
DOÑA ALDONZA-. Pobre muchacho vencido
por un amor colosal
que puede causar tal mal
en quien se admira rendido.
DOÑA LEONOR-. “El corazón encendido
enajena mi derecho
cuando lo siento en mi pecho,
pues que me siento morir,
si no queda en mi vivir
sino dolor y despecho”.
DOÑA ALDONZA-. Y piedad pide a la
amada,
comparando con el hielo
el dolor del desconsuelo
de no hallarla a la alborada.
DOÑA LEONOR-. Dice: “Puede la nevada
arrojarme con enojo,
porque ya que soy despojo
del amor en que me miro,
si, pensando en vos respiro,
falta en mi ser el arrojo.
Que no puede ser tan bello
el color del mismo sol,
el más hermoso arrebol,
el más brillante destello.
Y vos, reflejada en ello,
sois la luz del claro día
que despierta en la poesía
esta ambición que sin gloria
quiere emular la victoria
de vuestra sana alegría”.
¿No es un muchacho impetuoso
este joven cuando escribe
los dolores que recibe
de ese desprecio amoroso?
DOÑA ALDONZA-. Es ingenuo y es hermoso
que sea tan inocente,
pues esa pasión cadente
de su amor acaso estimo.
DOÑA LEONOR-. “No es el amor un racimo
del que la pena se ausente”.
Y mirad que dice aquí:
“Porque será voluntad
la de hallar vuestra beldad,
lo más bello que yo vi.
Y si a escribir me atreví,
pensaréis que es imprudencia,
mas no quiere la decencia
dejar mis penas llorar
si no las ha de escuchar
quien jamás concedió audiencia”.
DOÑA ALDONZA-. No le falta atrevimiento
al zagal que esto escribió,
que bien sé que no pensó
que este asunto es muy violento.
DOÑA LEONOR-. No es este un lógico
intento,
que no debe tener tino
quien escribe peregrino
ese verso tan osado.
DOÑA ALDONZA-. Parece que está prendado,
pero es esto un desatino.
¡Mandar tal carta al palacio
donde vive el mismo rey
es no temer a la ley!
DOÑA LEONOR-. Pero vamos más despacio.
Dice aquí: “el azul topacio
en vuestros claros altares
ve
don Álvaro Encinares
de
Fernández y Aranjuez,
que
sin remedio, tal vez,
quiere
aliviar sus pesares”.
No
teme ser castigado
por
semejante osadía.
DOÑA
ALDONZA-. Gran talento en la poesía
de
un ingenio muy menguado.
Tal
vez con este recado
pretende
que lo remate,
no
ya ese amor que lo abate,
sino
la furia del rey,
que,
amparándose en la ley,
mandará
que se le mate.
Escena VIII
Llega la reina. Ante su presencia, las
dos damas se inclinan.
REINA-. Quiero como soberana
que me digáis la verdad.
DOÑA ALDONZA-. Eso siempre majestad.
DOÑA LEONOR-. Con mentir nada se gana.
REINA-. Bien sé yo que esta mañana
fue un muchacho detenido,
pues, valiente y atrevido,
trajo una carta de un noble
que, con intención tan doble,
tiene un acento encendido.
DOÑA ALDONZA-. Pero no sabemos nada.
En todo caso, señora,
es normal, si el pueblo adora
a dama tan renombrada.
DOÑA LEONOR-. Ella es luz y es alborada
para el mundo que la admira,
pues que la gente delira
son solo decir su nombre,
de modo que cualquier hombre…
REINA-. La verdad no es la mentira:
declaraba sus amores
a nuestra bella infantina,
y es su actitud tan mezquina
como sucios sus ardores:
si reyes y emperadores
quieren disputar su mano,
es cosa de que me ufano,
mas no ha de hacerlo un marqués.
Vosotras sabéis quién es,
y no lo pregunto en vano.
DOÑA ALDONZA-. Pues es una fechoría
que, con tan baja nobleza,
pretenda a su casta Alteza
un joven sin nombradía.
REINA-. Es manchar la gloria mía,
la pureza de mi grey,
la dignidad de la ley,
nuestra casa principal,
nuestro linaje imperial
y traición es contra el rey.
Os han escuchado y sé
que tenéis en vuestras manos
esos delirios insanos
con el nombre de quien fue.
DOÑA ALDONZA-. Yo señora os lo diré
con tal que nos perdonares:
fue don Álvaro Encinares
de
Fernández y Aranjuez,
quien,
sin remedio, tal vez,
quiso
aliviar sus pesares.
REINA-.
¿Y quién es ese bribón,
que
en su maldad se adelanta
para
hablar de nuestra infanta,
prometiendo
el corazón?
¿No
es acaso sinrazón
que
a mayor rigor me obliga
que
tales amores diga
de
una elevada princesa?
DOÑA
LEONOR-. De la furia estáis ya presa.
REINA-.
Tanta maldad me fatiga.
Que
no tienen sensatez
las
gentes que viles nacen
y
que ingenuos se deshacen
por
una ascensión tal vez.
Un
Fernández de Aranjuez,
que
es cosa que, sin solera,
suena
mal y a mí me altera
que
muestre tanto valor.
DOÑA
ALDONZA-. Vive rendido de amor
y
por amor desespera.
Al
menos que es muy sincero
pensamos
nosotras dos.
REINA-.
¿Mas qué sabéis, vive Dios?
¿Conocéis
al caballero?
Será
un vivo, un embustero
que
quiere a nuestra pequeña,
pues
es heredera y dueña
de
fortunas colosales,
pues
linajes imperiales
alcanzar
la gente sueña.
La carta y lo que relata
quiero ahora mismo, doncellas,
que hieren palabras bellas
y el verso es perverso y mata.
DOÑA LEONOR-. Solamente la retrata
con estilo y con finura,
la compara al alba pura,
al desdén de la belleza.
REINA-. Muestra la carta y empieza
a darle ante mí lectura.
DOÑA ALDONZA-. “Señora a quien los amores
han
cubierto de mil flores
que el
buen Cupido bendice,
pues
quiere que me esclavice
la pasión
de este querer,
con ser
hombre y vos mujer,
vierto
todo mi deseo”.
REINA-.
Lujurioso es, según veo,
según
acabo de ver.
DOÑA
LEONOR-. “Pues mi valor lo ha querido,
vivo sin
arrepentirme
de querer
y de ser firme
donde ya
me he arrepentido.
Y es que
el amor ha querido,
como quiero
yo la llama
que al
alba bello derrama
el sol, si
a lo lejos nace”.
REINA-. En
amores se deshace,
su torcido
instinto brama.
DOÑA
LEONOR-. “Porque, dejando el castillo,
el elevado
palacio
que ocupa
el más alto espacio
de mi
nombre y de mi brillo,
con un
dulce caramillo,
fui
vestido de pastor
a escapar
de tanto amor”.
REINA-.
Pues es atrevido el sueño
de ese
joven que es pequeño
ante un
linaje mayor.
No cese
ese recitado.
DOÑA
LEONOR-. “No traiciono tal querer,
que, en
ser hombre y vos mujer,
vuestro
amor he recordado.
Que soy
acaso un osado
y un imprudente, señora,
cuando se
mira la aurora
y el ocaso
se retira,
si en
estas letras se mira
la causa
por la que llora.
Y si esta
carta os envío
con
peligro de la vida,
quiero
perderla enseguida
en pago a tal
desafío,
porque me
mata ese frío
que no es
otro que la ausencia,
y pues es
tal mi imprudencia,
quiero
dichoso la suerte
de
librarme, con la muerte,
de tan
dura indiferencia”.
REINA-. Lo
pagará el insensato,
porque no
es nunca prudente
dar un
ejemplo inconsciente
con
semejante arrebato.
Gracias dé
si no lo mato,
que ya es
gran atrevimiento
engendrar
tal pensamiento
y
escribirlo en tal manera.
DOÑA
ALDONZA-. Por el amor desespera.
REINA-. Me
causa estremecimiento.
DOÑA
LEONOR-. “Y si el amor me apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa que sé
que
me tiene consumido.
Lloro
porque soy cobarde,
lloro
porque siento pena,
porque
el llanto me envenena
desde
el albor a la tarde.
No
quiero yo que me guarde
la
tristeza que me alcanza:
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
lloro
si viene la aurora,
lloro
si no hay esperanza.
Y
no debo perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
me ha sabido causar.
Soy
de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor.
Grave
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
pues dispara sus flechas
sin
poder sentir piedad,
no
has de quejarte, en verdad,
sino
en letrillas y endechas.
Malas
fueron las cosechas
del
amante y su rencor:
bella
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Por
eso estoy dolorido,
por
eso me siento airado
y
supongo que este estado
es
de quien vive vencido.
Siéntese
el pecho encendido
ante
el niño destructor.
Penas
quiere tanto amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor”.
REINA-.
No lo puedo remediar,
que
no es cosa comprensible,
y
un odio enciende terrible
en
quien lo haya de escuchar.
A
una dama cortejar
quien
no es grande ni señor,
prometiéndole
el amor
con
ese verso prolijo,
cuando
de un marqués es hijo,
que
no de un emperador…
Acaba
ya, por mi vida.
DOÑA
LEONOR-. “Y, porque empeña la vida
con
las pasiones que prende,
es
el amor que se enciende
con
la pasión encendida.
Hiere
y no cierra su herida,
y
es injusto su rigor.
Mala
fe causa el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Escribe con gran pasión
este buen enamorado,
que en el pecho está apenado
su vencido corazón.
Sometido a la traición,
siente que le arden las sienes,
dice que no quedan bienes
y con tristeza prosigue:
“No hay esperanza que abrigue
para tan crueles desdenes”.
Escena IX
La reina se va airada.
DOÑA ALDONZA-. No digo yo que al final
quiera al joven darle muerte,
mas ella es dura, y advierte
que le hará bastante mal.
DOÑA LEONOR-. Será el castigo fatal,
porque suele la realeza
albergar esa dureza
que es plausible en el guerrero.
DOÑA ALDONZA-. Pena me da el caballero
y coraje la aspereza.
DOÑA LEONOR-. No cabe duda, mujer,
que ha de pagar su delito,
pero el amor es maldito
cuando no alcanza el querer.
DOÑA ALDONZA-. No me sé yo resolver
en cuál será su castigo,
pues, de la reina enemigo
será ese joven, lo siento.
DOÑA LEONOR-. No te engañe el
pensamiento,
que si quieres te lo digo:
lo ha de mandar desterrado
lejos de la capital,
donde la sangre imperial
no pueda insultar recado,
que el mensaje que ha mandado
no parece para menos,
y estos asuntos ajenos
no son cuestiones de honor,
que pide el poder pudor
y con el amor venenos.
DOÑA ALDONZA-. ¿Venenos?
DOÑA LEONOR-. Venenos, sí,
si es que un veneno asesino
mata al amor peregrino
con un brutal frenesí:
en la corte, cuantos vi
que estaban enamorados
con veneno eran curados
del amor que los mataba,
que el veneno siempre acaba
con amores desterrados.
DOÑA ALDONZA-. Pena me da el
jovenzuelo,
que ha de partir desterrado.
DOÑA LEONOR-. Tal destierro ya ha
curado
al que quiso alzarse al cielo.
No es razón de mi desvelo
lo que tenga que ocurrir,
mas él tendrá que partir
quién sabe si a Nueva España.
DOÑA ALDONZA-. El amor ingrato daña
a quien lo quiere sentir…
Y, pues es amor ingrato,
bien sabré compadecer
al que preso del querer
es tan necio en su arrebato.
DOÑA LEONOR-. Ese joven insensato
a las Indias o más lejos
habrá de partir y espejos
serán de melancolía
las ausencias que decía
con sus conceptos complejos.
Siento por él compasión,
mas esto es razón de estado,
que jamás un principado
consiente tanta pasión.
DOÑA ALDONZA-. Pues si roto de pasión
ha de dejar esta tierra,
llevará el alma su guerra
y el pensamiento su furia,
que no suele la penuria
dar cuartel cuando hace guerra.
Las desdichas amorosas
siempre son de esta manera,
que, si no admiten espera,
son torcidas, caprichosas.
Situaciones enredosas
de este tipo son frecuentes
entre las más bajas gentes
y en las casas de raigambre,
que si el amor torna el hambre,
las pasiones son ardientes.
Mas
¿cómo olvidar los ojos
que
con su clara mirada
le
recuerdan la alborada
con
sus caprichos y antojos?
¿Y
de los labios más rojos,
que
encendiendo su belleza,
siente
que acaso es dureza,
prometiendo
su hermosura
a
quien la siente más pura
para
tornarse en dureza?
¿Su
melena desatada,
que
más que la aurora bella
se
enciende como una estrella
con
su mágica alborada?
¿De
su rostro la nevada,
cuando
enseña la pureza
que
allí pintó la belleza
con
esa magna maestría
de
quien sabe que, si es fría,
cálida
es cuando bosteza?
Mas
no irá ya hacia las cumbres,
donde
duerme ya la nieve
que
solo un verano breve
libra
de sus pesadumbres.
En
tales incertidumbres
el
airado ballestero
que
es amor, siendo ligero,
le
dará pena más grave,
que
no es el destierro suave
con
quien vive prisionero.
Escapar
no es lo que espera,
pues
con linaje su nombre
demuestra
que, siendo un hombre,
es
hidalgo y caballero.
Sentirá
un amor sincero,
que
importa poco el dolor.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Amor
es vicio y desprende
olor
a obsesión y vicio
en
quien, carente de oficio,
fiel
a sus ocios se entiende.
Este
arreglo bien depende
de
escapar de su rigor.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
digo que es desatino
contentarse
con el mal
para
así pasarlo mal,
siendo
Cupido mezquino.
Se
irá como peregrino
por
el mundo y con dolor.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
dejando al fin su tierra,
su
alcoba y sus aposentos,
llenará
sus pensamientos
con
las cosas de la sierra.
No
olvidará así la guerra
Que
se libra en su interior.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DOÑA
LEONOR-. No habrá el mal olvidado
ni
gozará vida sana
cuando
mire mañana
en
un lugar apartado.
Escapar
de su mandado
fuerza
a veces el dolor.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
no es justo condenar
que
sienta amor de una dama,
pero
al cielo es lo que clama
de
quién se fue a enamorar.
Sumergido
en ese mar
de
dolor y desconsuelo,
vive
enterrado en su duelo,
que
es ese amor tan esquivo,
que
estando muerto está vivo
bajo
el umbral de ese cielo.
De
modo que hallará asiento
con
ingenio y agudeza
en
esa torpe cabeza
que
consume el pensamiento.
Recuperar
el aliento
podrá
ser lo más sencillo,
si,
dejando su castillo,
sus
pretenciosos palacios,
ve
los abiertos espacios
en
un ambiente sencillo.
Densos
follajes y helechos,
densos
bosques y colinas
en
mañanas mortecinas
le
harán olvidar los hechos.
Curar
puede esos despechos
a
las orillas del mar,
donde
se oyen susurrar
las
olas que dulces vienen
y
en la playa se entretienen
cuando
callan su penar.
DOÑA
ALDONZA-. ¡Ah, la loca juventud,
con
su ciego desvarío,
luciendo
siempre ese brío
con
semejante inquietud!
Costar
puede la salud
no
escapar del raro hechizo
del
niño vil y rubizo
que
atina bien, siendo ciego,
pues
enciende un duro fuego
con
su nieve y su granizo.
Decir
eso es no entender
que
es Cupido vengativo,
pues
es soberano altivo
con
imagen de mujer.
Si
promete su placer,
quiere
el daño sufrimiento,
y
es causante de un tormento
no
comparable a otro daño,
que
el amor es un engaño
para
quien arde sediento.
DOÑA
LEONOR-. Es un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
llora
si viene la aurora,
llora
si no hay esperanza,
llora
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
llora
por ser tan cobarde,
llora
por ver que ya es noche,
y
de llanto es el derroche
y
espera que Dios lo guarde.
Y
si el amor lo apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa el porqué
que
lo tiene consumido.
Y
no debe perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
le ha sabido causar.
Si
es de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor,
grave
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
pues dispara sus flechas
sin
poder sentir piedad,
no
ha de quejarse, en verdad,
sino
en letrillas y endechas.
DOÑA
ALDONZA-. Malas fueron las cosechas
del
amante y su rencor:
bella
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Por
eso está dolorido,
por
eso se siento airado
y
supone que este estado
es
de quien vive vencido.
Siéntese
el pecho encendido
ante
el niño destructor.
Penas
quiere tanto amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
2011 © José
Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.
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