José Ramón Muñiz Álvarez
“LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o “LAS PENAS DE
QUIEN HUYE”
(égloga escrita en verso
y queda dividida
en cuatro
actos)
Jornada primera:
“LOS
LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o
“LAS PENAS DEL
AMANTE”
Aposentos
de don Álvaro en el rico palacio de su padre don Arnaldo. Las ventanas permiten
ver el cielo azul de Madrid y las infinitas llanuras que casi se pierden en el
horizonte. El sol parece declinar. Junto al lecho donde duerme el mancebo hay
una mesilla de noche y en ella una vela que da luz a toda la estancia. Los
muebles son sobrios, con alguna que otra filigrana que les da un aire menos
serio. Las paredes están bien encaladas, y en ellas se ven retratos, bien
enmarcados, con las efigies de los antepasados más ilustres de la familia. Por
los ropajes se deduce que son gentes de una época inmediatamente anterior o que
ya pertenecen a algunos siglos pasados. Junto al lecho de don Álvaro hay
también una silla.
Escena
I
Don
Arnaldo sorprende a su hijo melancólico, tumbado en su lecho, y se sienta en la
silla.
DON
ARNALDO-. De nuevo España comenta
que
la vida está muy cara,
y
la plebe, que es avara,
echando
vive la cuenta.
La
gente no se alimenta
sino
de malos pucheros,
que
no valen los dineros
para
el rico mercader,
que,
si saben bien vender,
suelen
ser bien embusteros.
Dicen
que hay tal carestía
que
no es raro que se venda
en
ocasiones la hacienda
que
antes tesoros valía.
Se
vende la nombradía,
si
es que es algo que vender.
Y,
a costa de su quehacer,
quien
cobrar acaso sueña
vende
más cara la leña,
el
jamón que va a vender.
Ya
no es posible la vida
en
estos reinos, que el mundo,
en
parasismo profundo,
sabe
la bolsa perdida:
compra
la gente comida
y
viendo los precios reza:
de
este modo, en mi riqueza,
poca
cosa me lamento,
pero
quiere el pensamiento
llorar
la ajena pobreza.
Sí
que está caro el pescado,
y
las carnes y la harina,
que
lo dice mi vecina
cada
vez que va al mercado.
Siempre
causa un altercado
a
quien gana la jornada,
Y,
porque no vale nada,
muchos
la quieren gastar,
que
de nada sirve ahorrar
lo
que cuesta una soldada.
DON
ÁLVARO-. Poco saben del amor
y
su terrible desgracia
los
que dicen tal falacia
y
no ven alrededor.
Niega
Cupido un favor
y
la paz que bien adoro.
Pero
quien tiene un tesoro
no
da importa al caudal,
porque
yo sé que mi mal
no
ha de pagarse con oro.
DON
ARNALDO-. Hijo mío, ya hace un día
que
os admiro perturbado,
taciturno,
en un estado
que
os priva de la alegría.
DON
ÁLVARO-. Triste veis la dicha mía,
y
habláis con un sabio acierto,
pues
vivo de amores muerto,
y
muero de amores vivo.
DON
ARNALDO-. Tal locura no concibo,
pues
eso es soñar despierto.
No
comprendo tal tristeza
cuando
en plena juventud,
debierais
ser plenitud,
dignidad
y fortaleza.
DON
ÁLVARO-. El mal del amor empieza
donde
la desdicha quiere,
y
es este un amor que hiere
del
pecho en lo más profundo,
que
es el amor algo inmundo
que
gran paciencia requiere.
DON
ARNALDO-. Si el amor tiene vencido
al
muchacho que yo sé,
no
entiendo que se le ve
tan
triste y tan abatido.
Algo
raro habrá ocurrido
para
mostrar la amargura,
que
si el amor os apura,
debiera
verse feliz
el
que llora aquí infeliz
el
dolor de su tortura.
DON
ÁLVARO-. Mas no soy correspondido
en
los ardientes amores,
y
suplicando favores
humillado
estoy, vencido.
DON
ARNALDO-. Tal cosa puede haber sido
algo
posible, mas sé
que
no hay problema que a fe
no
tenga la solución.
DON
ÁVARO-. Malherido el corazón,
mal
final mi suerte ve.
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
lloro
si viene la aurora,
lloro
si no hay esperanza,
lloro
si la brisa alcanza
los
colores de la tarde,
lloro
por ser tan cobarde,
lloro
por ver que ya es noche,
y
de llanto soy derroche
y
espero que Dios me guarde.
Quiere
el amor complicar,
pues
es muchacho mezquino,
a
quien llora su destino,
queriendo
mejor estar.
Es
su capricho un azar,
si
castiga con rigor.
DON
ARNALDO-. Triste cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ARNALDO-. Y por ver a una doncella
como
un ángel en la altura,
os
buscáis esta tortura
y
os hiere así su querella.
DON
ÁLVARO-. Quisiera morir por ella,
por
ella sentir dolor.
poca
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
De
modo que sueño esquivo
es
el sueño que me resta,
porque
su golpe me asesta
cuando
quedo pensativo.
Este
dolor que recibo
nunca
es bien, pues es dolor.
DON
ARNALDO-. Rara cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ÁLVARO-. Así que siento que muero,
que
me lleno de tristeza,
que
me alcanza la aspereza
y
asesta un golpe certero.
DON
ARNALDO-. Ese niño traicionero
no
te ha dado su favor:
mala
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
De
manera que un suspiro
lanza
triste la garganta
cuando
Tus penurias canta
en
lo que vale un respiro.
DON
ÁLVARO-. Y parece que deliro
porque
hiere con valor:
torpe
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
no debo perdonar
la
fatal melancolía
que,
con grave fechoría,
mal
me ha sabido causar.
Soy
de lágrimas un mar
que
se asfixia en su furor.
DON
ARNALDO-. Grave cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
pues dispara sus flechas
sin
poder sentir piedad,
no
has de quejarte, en verdad,
sino
en letrillas y endechas.
Malas
fueron las cosechas
del
amante y su rencor:
bella
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ÁLVARO-. Por eso estoy dolorido,
por
eso me siento airado
y
supongo que este estado
es
de quien vive vencido.
Siéntese
el pecho encendido
ante
el niño destructor.
DON
ARNALDO-. Penas quiere tanto amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
porque empeña la vida
con
las pasiones que prende,
es
el amor que se enciende
con
la pasión encendida.
Hiere
y no cierra su herida,
y
es injusto su rigor.
DON
ÁLVARO-. Mala fe causa el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ARNALDO-. Triste parece este sino,
que,
quien vive enamorado,
si
se admira derrotado,
ha
de acatar su destino.
DON
ÁLVARO-. En el mundo peregrino
he
de sufrir con pavor:
poco
me quiere el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ARNALDO-. Es quizás ese momento,
esa
tierna juventud
la
que arranca la quietud
del
más inocente aliento.
Dejad
que lo lleve el viento
y
dejado ya los pesares,
pues
don Arnaldo Encinares
de
Fernández y Aranjuez
sabe
el remedio tal vez
en
que tu pena aliviares.
Acaso
por ser marqués
de
la Encina y de Robledo
concertar
el amor puedo,
pues
es delicia cortés.
Basta
decirme quién es,
y
yo podré concertar
ese
amor que complicar
parece
así tu existencia.
DON
ÁLVARO-. Pero no tenéis conciencia
de
cuanto puede pasar.
Puede
ser más complicado
de
lo que acaso imagina
vuestra
mente, que maquina
para
verme consolado.
Ella
es dama de alto grado,
con
rango y con nombradía,
y
así la nobleza mía
queda
en poca dignidad,
sabiendo
la majestad
que
tiene tal hidalguía.
DON
ARNALDO-. ¿Quién puede ser tal mujer?
DON
ÁLVARO-. ¿Lo queréis adivinar?
DON
ARNALDO-. Una mujer singular
la
afortunada ha de ser.
Gran
nobleza ha de tener
para
ser nosotros nada
ante
esa dama elevada
que
tiene rango y nobleza.
DON
ÁLVARO-. Es la infantina, su alteza,
que
nunca será alcanzada.
DON
ARNALDO-. Pues si es ella la infantina,
hija
del emperador,
olvida
ese insano amor,
esa
pasión tan dañina.
Tal
intención es mezquina,
pues
ella es hija de rey,
y,
pues lo manda la ley,
haces
muy mal e amar
a
quien no puede alcanzar
la
soberbia de tu grey.
Escena
II
Llega
la madre de don Álvaro.
MADRE-.
Don Álvaro está alterado
por
los males del amor,
que
lo aqueja un gran dolor
y
está su rostro apagado.
¿Quién
hubiera imaginado
que
una pena tanto pesa?
Y
es ese un mal que no cesa
en
quien prenden los amores,
que,
con terribles dolores,
dice
amar a la princesa.
Mas
es esto un desconcierto,
y
he de deciros que, a fe,
mejoría
no se ve
en
quien sufre el fuego cierto.
Un
mancebo tan despierto,
un
tan noble corazón
en
que anida esta pasión
y
semejante tristeza…
DON
ARNALDO-. Me he quedado de una pieza
con
este joven garzón.
Y
no es justo condenar
que
sienta amor de una dama,
pero
al cielo es lo que clama
de
quién se fue a enamorar.
DON
ÁLVARO-. Sumergido en ese mar
de
dolor y desconsuelo,
vivo
enterrado en mi duelo,
que
es ese amor tan esquivo,
que
estando muerto estoy vivo
bajo
el umbral de ese cielo.
DON
ARNALDO-. Debes pensar, hijo mío,
que
el desatino que sientes
como
sueños inocentes
es
enorme desvarío:
puede
ser un desafío
contra
quien la majestad
ostenta
y grandiosidad,
pues
él, con ser tu señor,
no
querrá nunca ese amor
con
tan notable beldad.
De
modo que busca asiento
con
ingenio y agudeza
en
esa torpe cabeza
que
consume el pensamiento.
MADRE-.
Recuperar el aliento
puede
ser lo más sencillo,
si,
dejando este castillo,
los
pretenciosos palacios,
buscas
abiertos espacios
en
un ambiente sencillo.
Piensa
acaso en los hayedos
y
los densos castañares
de
Tierra de Colmenares,
donde
curarás tus miedos.
Porque
serán los remedos
de
esa clama campesina
lo
que la mente imagina
como
mejor solución.
DON
ARNALDO-. La sierra de Castejón,
donde
el mundo peregrina.
MADRE-.
Existen lugares bellos
donde
matar, con gran ciencia,
ese
amor con la paciencia
que
sienten viejos plebeyos.
En
los lugares aquellos
de
la Asturias apartada,
sobre
la sierra callada
brilla
el sol con raro hechizo
sobre
mares de granizo
cuando
luce la alborada.
Densos
follajes y helechos,
densos
bosques y colinas
en
mañanas mortecinas
te
harán olvidar los hechos.
Curarás
esos despechos
a
las orillas del mar,
donde
se oyen susurrar
las
olas que dulces vienen
y
en la playa se entretienen
cuando
callan su penar.
DON
ÁLVARO-. Ella es un ángel y quiero
besar
las trenzas que el oro
ni
el codiciado tesoro
igualan
con su lucero.
Y,
como soy caballero
y
es el amor elevado,
obedezco
a ese mandado
que
me hace grande y distinto,
porque
lo manda el instinto
en
que vivo cautivado.
DON
ARNALDO-. Hay lugares de hermosura
que
es acaso incomparable,
pues
es la brisa agradable
entre
la densa espesura.
Cuando
el arroyo murmura,
se
oye siempre y, cristalino,
mira
el brillo coralino
de
tantos amaneceres
que
saben de los placeres
y
del sueño matutino.
DON
ÁLVARO-. ¿Irme a dónde yo y por qué?
¿Soy
acaso un criminal?
Este
amor causa mi mal
y
callado sufriré.
Y
no sé si moriré
de
este mal que me atormenta,
pues
he de tener en cuenta
que
es mi mal algo muy grave.
MADRE-.
Entonces, muchacho, sabe
que
la soberbia lo aumenta.
DON
ÁLVARO-. ¡Ah, la loca juventud,
con
su ciego desvarío,
luciendo
siempre ese brío
con
semejante inquietud!
Costar
puede la salud
no
escapar del raro hechizo
del
niño vil y rubizo
que
atina bien, siendo ciego,
pues
enciende un duro fuego
con
su nieve y su granizo.
Decir
eso es no entender
que
es Cupido vengativo,
pues
es soberano altivo
con
imagen de mujer.
Si
promete su placer,
quiere
el daño sufrimiento,
y
es causante de un tormento
no
comparable a otro daño,
que
el amor es un engaño
para
quien arde sediento.
MADRE-.
Gentes de rancios linajes,
por
los males del amor,
huyendo
el fiero dolor,
buscan
extraños paisajes.
DON
ARNALDO-. Son esos densos follajes
de
lugares silenciosos
los
que los ven quejumbrosos
hasta
que, en la selva pura,
hallan
dichosos la cura
y
a casa vuelven gozosos.
MADRE-.
Suele la naturaleza
despejar
los corazones.
DON
ARNALDO-. Los apartados rincones
bien
despejan la cabeza.
MADRE-.
Bueno es dejar la dureza
de
los males del amor.
DON
ARNALDO-. Suele ser siempre mejor
buscar
esa escapatoria.
MADRE-.
Te sentirás en la gloria
y
olvidarás tu dolor.
DON
ÁLVARO-. Pero no quiero partir,
pues
es este mi lugar,
y
allí no podré olvidar
lo
que así me hace sufrir.
Y
si, dispuesto a morir,
quiero
quedar en mi casa,
sabiendo
que el fuego abrasa,
quiero
así quedar mejor,
que
donde alcanza el dolor
es
siempre la dicha escasa.
DON
ARNALDO-. Entre villanos serenos
y
cabreros bien sencillos
del
amor mueren los brillos
y
se calman sus venenos.
MADRE-.
Preciso es limpiar los cienos
que
tu interior contaminan,
los
engaños que imaginan
tus
ojos en pleno sueño,
la
locura de tu empeño
que
alma enferma dominan.
Y
en los apriscos perdidos
ese
amor olvidarás,
que
esa pena dejarás
si
domina tus sentidos,
que
parecen malheridos
los
ánimos que entretiene
el
amor que rancio viene
a
causarte mil pesares.
DON
ARNALDO-. La espuma verás, los mares,
el
viento que alegre viene.
Y
ese sueño de pureza
hará
que el que pesaroso
olvide
el mal enojoso
que
se enciende en la cabeza.
Y
es que el amor es dureza,
aspereza
sin sentido,
pues
las artes de Cupido
no
quieren dar el perdón
a
quien rinde el corazón
y
se resigna vencido.
Sierras
agrestes, collados,
arboledas
y senderos,
cerros
y largos oteros,
pueblos
dormidos, callados,
esos
son los principados
que
conviene conocer
si
un hechizo de mujer
hiere
con fuego de amores.
MADRE-.
Entre tan dulces primores
te
podrás restablecer.
DON
ÁLVARO-. Escapar no es lo que espero,
pues
con linaje mi nombre
demuestra
que soy un hombre
y
un hidalgo caballero.
Siento
un amor tan sincero
que
importa poco el dolor.
MADRE-.
Triste cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
DON
ARNALDO-. Amor es vicio y desprende
olor
a obsesión y vicio
en
quien, carente de oficio,
fiel
a sus ocios se entiende.
MADRE-.
Este arreglo bien depende
de
escapar de su rigor.
DON
ARNALDO-. Triste cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
MADRE-.
Pues diré que es desatino
contentarse
con el mal
para
así pasarlo mal,
siendo
Cupido mezquino.
DON
ÁLVARO-. Me iré como peregrino
de
otras tierras al calor.
DON
ARNALDO-. Triste cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
dejando al fin mi tierra,
mi
alcoba y mis aposentos,
llenaré
mis pensamientos
con
las cosas de la sierra.
Olvidaré
así la guerra
Que
se libra en mi interior.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
MADRE-.
Que quede el mal olvidado
y
goces la vida sana
querrá
la brisa mañana
en
un lugar apartado.
Escapar
de su mandado
fuerza
a veces el dolor.
Triste
cosa es el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Escena
III
Los
padres de don Álvaro se van.
DON
ÁLVARO-. Quiere arrancar la pasión
a
quien mira el claro lienzo
que
al amor le da comienzo
y
respiro al corazón.
Y,
pues buena es la razón,
dejaré
la tierra mía,
que
he de buscar zona fría
donde
refrescar la pena
para
eludir la condena
en
que el amor me encendía.
Y,
si así se debe hacer,
si
cuanto se dice creo,
ángel
de puro deseo
abandono
al parecer,
que,
aunque se siente placer
al
recordar su sonrisa,
quiere
dichosa la brisa
ser
olvido a su promesa,
pues
el amor se confiesa
y
culpable es su sonrisa.
De
modo que un moribundo
se
verá restablecido,
que,
con sentirse vencido,
siente
el dolor más profundo.
Y
otra tierra vagabundo
he
de buscar, pues lo quiere
ese
amor que herir prefiere
a
llenarme de contento,
que
tales dolores siento
como
el daño en que me hiere.
Y,
para sacar partido
de
esta confusión maldita,
olvidaré
a quien agita
las
flechas del cruel Cupido,
que
un corazón encendido
sabe
tanto sufrimiento
que
el amor que triste siento
es
acaso necedad,
obsesión,
frivolidad,
doloroso
descontento.
De
esta manera me iré,
que
me siento resignado,
y,
si aquí vivo apagado,
más
allá me encenderé.
Porque
el destino no ve
lo
que siente el pecho mío,
porque
arranca el desvarío
de
su gusto la traición
y
me hiere el corazón
lo
que siento en desafío.
Y
he de buscar otra tierra,
otro
lugar, un confín
lejano
a ese serafín
que
sus amores me cierra.
Porque
el amor me destierra
donde,
libre, en el destierro,
no
sentiré que es encierro
su
desdén y su dureza,
que
ya la naturaleza
me
dispone monte y cerro.
Y
qué lugares sabrosos
regala
la cortesía
de
toda la serranía
a
mis llantos amorosos.
Pues
los lugares gozosos
han
de llenar mi esperanza
donde
la vida no alcanza
a
derrotar la pasión,
que
me rompe el corazón
no
mostrar mayor templanza.
De
esta manera, el aliento
quiere
ya esa salvación
que
arranca la salvación
de
este triste pensamiento.
Mis
penas llevará el viento
hacia
un lugar apartado
donde
el amor enojado
pueda
curar su tristeza,
que
el amor, en su dureza,
ya
me sabe condenado.
Raro
amor, rara esperanza,
rara
pasión que me inspira,
raro
mal cuando delira
falto
siempre de bonanza,
porque
parece una danza
de
ilusiones y quimeras
prometiendo
primaveras
a
un otoño que se muere,
porque
el invierno prefiere
ver
desnudas las choperas.
Mas
yo voy donde las cumbres
dejan
que cubra la nieve
que
solo un verano breve
libra
de sus pesadumbres.
En
tales incertidumbres
que
son pasión amorosa,
el
amor solo reposa
causando
mayores daños,
y
huye el alma los engaños
buscando
la paz gozosa.
Mas
¿cómo olvidar los ojos
que
con su clara mirada
me
recuerdan la alborada
con
sus caprichos y antojos?
¿Y
de los labios más rojos,
que
encendiendo mi deseo,
siento
que acaso los veo,
prometiendo
su hermosura
a
quien la siente más pura
para
tornarse en trofeo?
¿Su
melena desatada,
que
más que la aurora bella
se
enciende como una estrella
con
su mágica alborada?
¿De
su rostro la nevada,
cuando
enseña la pureza
que
allí pintó la belleza
con
esa magna maestría
de
quien sabe que, si es fría,
cálida
es cuando bosteza?
Hermosura
del deshielo,
siento
en mi pecho su vida,
esa
luz que abre la herida
de
mi eterno desconsuelo.
No
tiene piedad el cielo,
no
sabe nada el destino,
y
mi tristeza imagino
en
el poder de su ausencia,
pues
reclamo su presencia
como
amante peregrino.
Este
sendero me mata
cuando
me siento despierto,
pues
quien vive estando muerto,
llora
el bien que lo arrebata.
Llega
la aurora de plata
para
ver desconsolado
a
quien vive en este estado
de
tristeza sin aliento,
y
no escapa como el viento
quien
sufre el mal agitado.
Será
buen apartamiento
ese
lugar que se ofrece,
ver
allí cómo amanece,
soñar
otro pensamiento.
Si
lo piden yo me ausento
y
tendré esa curación
que
hace falta a un corazón
que
el amor solo alimenta,
que,
para pagar la cuenta,
ya
basta la sinrazón.
Pues
es muchacho mezquino,
sabe
bien lo que el azar,
y
me quiere complicar,
el
cruel amor mortecino.
De
este modo peregrino
yo
en los brazos de la suerte,
que
quien espera la muerte
como
el más noble final
sabe
que suele ser mal
el
amor que el pecho advierte.
Y
si el amor me apresura,
no
debiera ser feliz
el
que lamenta en Madrid
el
dolor de su tortura.
Para
mostrar la amargura,
algo
raro habrá ocurrido:
Si
el amor tiene vencido
a
quien su fuego hace fe,
justo
es que sepa que sé
que
me tiene consumido.
Lloro
porque soy cobarde,
lloro
porque siento pena,
porque
el llanto me envenena
desde
el albor a la tarde.
No
quiero yo que me guarde
la
tristeza que me alcanza:
Soy
un joven sin templanza
que
triste de amores llora:
lloro
si viene la aurora,
lloro
si no hay esperanza.
Partiré,
que ignoro acaso
cómo
albergo tales dudas,
y
verdades son desnudas
las
que me dictan el caso,
pues
si de amores me abraso,
¿no
he de buscar los rincones
donde
libre de pasiones,
deje
atrás la pena mía
y
se vuelvan alegría
mis
calladas emociones?
Ya
siento la fresca brisa,
la
nieve en los altos montes,
los
lejanos horizontes
de
ese mar que se divisa.
Ya
de partir tengo prisa,
y
olvidando mi dolor,
quiero
olvidar el favor
que
poca suerte confiesa,
que
el amor de una princesa
no
es decir el bello amor.
Que
don Álvaro Encinares
de
Fernández y Aranjuez
sabe
el remedio tal vez
en
que aliviar sus pesares:
son
los bellos castañares
que
desnuda la otoñada,
son
las cumbres, la nevada,
las
montañas y el granizo
los
que romperán su hechizo,
dejando
el alma calmada.
Y
así curaré mis males
y
sentiré que el aliento
besa
en las alas del viento
las
encinas y nogales,
que
las tardes otoñales
suelen
curar el dolor,
si
no me quiere el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
así calmaré la paz
que
turbia tiene ya el alma
en
quien gozaba la calma
en
esta bella ciudad,
que
no tiene caridad
el
amor con su rigor,
pues
no me quiere el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y,
buscando ese sosiego,
al
hallarme más tranquilo,
será
mi voz el sigilo,
huyendo
del amor ciego,
que
puede servir el ruego
de
mis padres, con temor,
porque
es capricho de amor,
y,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
Y
he de hallarme arrepentido
de
no conocer el bien,
que
justo he de ser también,
y
no cruel, como Cupido,
pues
por amores vencido,
mayor
se hace este favor,
si
no me quiere el amor,
que,
quien llora en soledad,
lamenta
tanta crueldad,
que
tacaño es su favor.
2011 © José
Ramón Muñiz Álvarez
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