sábado, 24 de noviembre de 2012

DON ÁLVARO (I)



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José Ramón Muñiz Álvarez
LOS LAMENTOS DE DON ÁLVARO” o “LAS PENAS DE QUIEN HUYE
(égloga escrita en verso
y queda dividida
en cuatro
actos)


Y A JOHANNES ANGELUS SAEZ

Primera parte:
“CANTO A MODO DE INTROITO
PASTORAL”

Despierta la alborada
del sueño de la noche
que oyó el canto callado de las fuentes.
Las hojas del los robles de la zona
desprenden ya sus hojas agitadas
y el mundo espera triste
la luz del alba débil
que nace con retraso en el otoño.
No hay nada como el brillo
que nace en los colores de la aurora.

¿Quién dijo que el paisaje
que hieren las heladas
hubiera de aguantar lleno de vida?
El viento caprichoso vuela altivo
y arranca la hojarasca del castaño,
del roble y del aliso del riachuelo,
que espera, moribundo,
el golpe sentencioso
que dicta su letargo en este tiempo.
No hay nada como el fuego
que nace con el alba en sus colores.

Y ya el otoño hiere
los brillos que, bermejos,
despuntan tras los picos y cordales.
Es bello hallar los tonos encendidos
que toma la arboleda en la otoñada
en tardes de silencio
que suelen ver los frutos
callados del manzano, si maduran.
No hay nada como el oro
que prende sus hogueras a lo lejos.

Despierta la alborada
del sueño de la noche
que oyó el canto callado de las fuentes.
Y corren los alientos de la brisa
que agita, con la helada, sus bostezos
buscando los lugares
que duermen escuchando
sus mágicos murmullos, sus rumores.
No hay nada como el halo
que nace a la alborada en los paisajes.

¿Quién dijo que los robles
pudieran con las nieves,
los vientos y granizos que se acercan?
Y el alba nace siempre melancólica,
negando sus dorados tras las nubes
que suelen limitarla,
robándole el destello
que luce más allá de las alturas.
No hay nada como el beso
que enciende luces bellas en la altura.

Los níscalos esperan
para brotar, con calma,
naciendo, dolorosos, de la tierra.
Y toman los helechos los colores
del bronce ennegrecido, cobre triste
que siente su lamento
con aires quejumbrosos,
cubriendo al champiñón que allí se esconde.
No hay nada más hermoso
que ver la luz del alba que comienza.

Despierta la alborada
del sueño de la noche
que oyó el canto callado de las fuentes.
Y suenan ya los ecos en los campos
del canto siempre triste y pusilánime
que entonan los pastores
que cantan sus tristezas,
sabiendo que los árboles se rinden.
No hay nada como el aire
que brilla con destellos, si amanece.

¿Quién dijo que el arroyo
podría contemplarse
con alma bullanguera en su descenso?
De nuevo va su cauce empobrecido.
buscando el principado que en los mares
que ofrece como abrazo,
sus senos extendidos
de playas que reciben sus espumas.
No hay nada como el llanto
del alba cuando cubre el horizonte.

Y se oyen los ganados
que dejan los pastores
correr en libertad por las praderas,
por esos pastizales sin memoria.
Las lluvias y el granizo son frecuentes
y suelen, manchadizos,
los barros y las hierbas
manchar la claridad de la lepiota.
No faltan los overos
del sol cuando saluda en el oriente.

Despierta la alborada
del sueño de la noche
que oyó el canto callado de las fuentes.
Y siéntese el aliento que regalan
las horas que dibujan los colores,
las llamas encendidas
que sueltan los overos
del sol errante en cielos olvidados.
No hay nada como el frío
que agita los colores de la aurora.

¿Quién dijo que los montes
jamás se rendirían a la fuerza
que tienen las ventiscas en las cumbres?
Los lagos escarchados no recuerdan
que siempre que el invierno se aproxima
el hielo los acecha,
y acaso los reduce
a un sueño que los sume y los atrapa.
No hay nada como el rayo
primero que despierta el nuevo día.

Qué bellos los paisajes
cuando la aurora clara
recorta con sus luces los picachos.
El eco del  arroyo mortecino
parece fatigarse, mas las lluvias
se apuran en torrentes
que, sin contemplaciones,
descienden con su vuelo repentino.
Acaso es azucena
que mancha con la luz de sus pinceles.

Despierta la alborada
del sueño de la noche
que oyó el canto callado de las fuentes.
Y se oye nuevamente el caramillo
que entona las canciones de otras épocas,
hablando de pasiones
que hirieron la esperanza
de gentes resignadas al desprecio.
No hay nada como el cielo
que admira las auroras perezosas.

¿Quién dijo que los mares,
serenos en verano,
no hubieran de batir en los cantiles?
Las villas de la costa se recogen
buscando los refugios más amables
que ofrecen, en el valle,
las cimas, las colinas
pobladas por los árboles caedizos.
No hay nada como el lirio
que enciende el alba clara en sus dorados.

Las cimas se divisan
desde las otras cimas,
como un recuerdo lleno de añoranzas.
Son muros de caliza que se elevan
buscando el cielo, entre las nieblas densas
que cubren los lugares
no lejos de los puertos
a los que van caminos solitarios.
No hay nada como el alba
que corre los espacios de los cielos.

2011 © José Ramón Muñiz Álvarez
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS.

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