Quiso el brillo silencioso
despertar, a la alborada,
esa blancura cuajada
con su bostezo gracioso.
Así el horizonte hermoso
descubrió su alto castillo,
que, al contemplar en su brillo
esa llama de hermosura,
sospechó la nieve pura
en el color más sencillo.
Y, entre la densa maleza
que llenaba cada prado,
como si hubiera nevado,
vio en la helada la aspereza.
Mas sorprendió la pureza
de la helada mortecina,
cuando la luz blanquecina
cubrió, tras horas de hielo,
la blancura que en el suelo
dejó la noche mezquina.
Y, entonces, el caballero,
corriendo la pradería,
admiró la luz del día,
contempló el primer lucero.
Que, con el rayo primero,
cabalgando con apuro,
cruzar supo el valle oscuro,
bajo el claro resplandor,
para buscar el amor
bajo un cielo azul y puro.
Y los hayedos dormidos
y los altos castañares
lo vieron donde los mares
murmuran adormecidos.
Por el otoño vencidos,
lo adivinó el arroyuelo,
y lo miró el mismo cielo,
cuando gritar supo al día:
"Que viva la dama mía,
aunque es fría como el hielo".
Y, siguiendo su camino,
apurando su caballo,
tan ráido como el rayo,
cruzó el paisaje vecino.
Y el arroyo cristalino
lo contempló en su desvelo,
y lo miró el mismo cielo,
cuando gritar supo al día:
"Que viva la dama mía,
aunque es fría como el hielo".
Y, por la senda callada,
sin saber temer al viento,
descanso no dio al aliento,
cruzando entre la nevada.
Y es que la densa nevada
era la dueña del suelo
ante la altira del cielo,
cuando gritar supo al día:
"Que viva la dama mía,
aunque es fría como el hielo".
Y, al descender la ladera
hasta los bosques callados,
por esos prados nevados
no quiso darse a la espera.
Porque la luz prisionera
mostraba su mayor duelo
bajo el dominio del cielo,
cuando gritar supo al día:
"Que viva la dama mía,
aunque es fría como el hielo".
Y, siguiendo sin tardanza
por los angostos lugares,
luchó contra los azares
sin sentir desesperanza.
Que la impaciencia lo alcanza
sobre la nieve y su velo,
porque lo oyó el mismo cielo,
cuando gritar supo al día:
"Que viva la dama mía,
aunque es fría como el hielo".
José Ramón Muñiz Álvarez nació en la villa de Gijón y sigue residiendo en Candás (concejo de Carreño). Su infancia transcurre de manera idílica en dicho puerto, donde pasa su juventud hasta el término de sus estudios. Licenciado en Filología Hispánica y especialista en asturiano, vive a caballo entre Asturias y Castilla León, comunidad en la que es profesor de Lengua Castellana y Literatura. Su afán por las letras y las artes lo ha llevado al cultivo de la poesía.
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