miércoles, 15 de enero de 2014

El músico de Traisen (I)


EL MÚSICO DE TRAISEN

José Ramón Muñiz Álvarez
El sendero del músico de Wilhemsburgo
(Las estampas bucólicas de
la Viena de Erich
Schagerl)

CITA:

Que se enfaden en Berlín, pero existen dos modos de interpretar correctamente una pieza musical: uno es el de los hombres (homo philharmonicus berlinensis) y otro es el de los dioses (homo philharmonicus vindobonensis).

José Ramón Muñiz Álvarez

José Ramón Muñiz Álvarez
El sendero del músico de Wilhemsburgo
Erich Schagerl y perfil de un
embajador de la
cultura

(A modo de prólogo)

Se ha venido convirtiendo en un tópico la idea de que siempre que se habla de música se piensa en Viena. Las ricas y bellas tradiciones unidas a esta ciudad hacen que sea casi imposible no acordarse de Viena cuando se habla de músicos y de sus partituras. Esta fue la ciudad de los Strauss, Johann padre y su dinastía, pero lo fue también de Richard Strauss, y antes la ciudad de músicos como Schubert y Schumann, de Beethoven y de von Weber, pero también fue, en parte, la ciudad de Mozart y la de Haydn. Además, la particular historia de Austria hace que las tradiciones cultas sean remisas a perderse, como ya ha sucedido en otras naciones. Los austríacos, amantes de lo suyo, capaces de mantener lo mejor de los tiempos de otros siglos, mantienen una rica tradición, de modo que el grueso de compositores cultos todavía no se ha agotado, siguiendo una línea hasta nuestros días desde Gustav Mahler, que, pasando por las piezas más ligeras de Robert Stolz, llegan a la expresión de sensaciones más profundas en obras contemporáneas, como la ópera “Nora” del señor Albin Fries.
Pero sería una injusticia decir que solamente Viena respira música, pues sabido es cómo gusta la música entre todas las gentes de cultura alemana, especialmente en Austria, de modo que Viena no es un fenómeno exclusivo. Los Alpes, con sus inviernos duros, por ejemplo, amenizan las horas de encierro en el hogar con los cantos característicos, y esto no es muy distinto en la Baja Austria, de donde el profesor Erich Schagerl es oriundo. Hablamos de un marco en el que la gente ama la música, vive entre música, saborea la música y se moriría sin música, no sabiendo nadie precisar si están locos por la música o si es que se volverían locos si no la tuvieran. Un ámbito de cultura semejante es esencial para que la buena música florezca, y así toda Austria, Viena también, brindan sus mejores músicos a la vida cultural y musical más envidiable de todo el planeta.
No tendría sentido, por supuesto, hablar del profesor Schagerl, primer violinista de la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Viena, o de las actividades de Philitango, eludiendo la condición melómana de este maravilloso país que entiende su existencia en términos musicales. Por lo tanto, nuestro amigo Erich es un hombre inmerso en la cultura de esas ciudades de la Austria profunda no alpina y de la capital del magno Imperio Austro-Húngaro, capaz de asumir la rica mezcla de músicas distintas que han aportado su particularidad a este espíritu tan variado y tan centroeuropeo. En él sería imposible una música sin alma, pues todo lo que emana de estas tradiciones es, en el buen sentido de la palabra, profundamente tradicionalista y nacionalista.
No en vano, es aquí donde Lanner primero y luego los Strauss elevaron a mayor grandeza el vals de origen campesino, pero es este el suelo de una unidad de reinos diversos que conjuntaba músicas magiares y eslavas: la tierra de Smetana, de Dvorack o de Litsz, sin olvidarnos de un Brahms que, habiendo nacido en Hamburgo representó bien el alma de los gitanos de Hungría en sus danzas, tomadas del folclore de una Bohemia entonces húngara y austríaca. Una tierra que puede describirse en partituras, posiblemente, pues se dice que Mahler siempre decía que su música estaba inspirada en el paisaje, en la tierra, y el viejo director de orquesta, aunque no naciera en la misma Austria, habría sido, en efecto, el paisajista musical oficial de ese tan hermoso país.
¿Por qué, entonces, iba a ser extraño que esta tierra siguiera dando, como la tierra que da sus más extrañas floraciones, el fruto de gentes tan cualificadas que pueden formar parte de los conjuntos musicales más exigentes, ser excelentes intérpretes y compaginar esto con la difícil labor creadora de dedicarse también a la composición? El amor a los valses no es cosa del pasado todavía en esa Austria hermosa que, a fuerza de mantener sus herencias, se hace más bella, más inverosímil y ancestral, más propia, más ella, mientras el resto de las naciones (Alemania incluida) se precipitan a la ruina cultural de la pérdida de las identidades y de las esencias, sin las que un país pierde lo que es. En Austria, como los bosques caduceos al llegar la primavera, siempre es posible que, pasadas las modas efímeras y de mal gusto, lo de siempre renazca, porque nunca serán olvidados los más grandes, ya estemos hablando de un Hugo Wolf o de un Antón Bruckner.
¿Es que los austríacos están locos o se ha vuelto loco el resto del mundo? En cualquier caso, en Austria nada malo sucede a costa de ese amor por lo propio, y es preciso que no nos despisten aquí los azarosos malabarismos con los que ha jugado una historia más reciente, pues, si bien estos son tiempos de globalización, de unificación y de fuerzas centrípetas que nos llevan a estadios de ruina económica, de inestabilidad y desórdenes, los buenos austríacos conservan su pasado, su amor por sus costumbres, todas sus tradiciones a costa de su febril romanticismo, que, lejos de ser una locura, hechiza a quien, curioso, se asoma a ver lo que sucede ahí, como quien, asombrado, tras escuchar ruidos, mira por la ventana lo que está sucediendo en la calle.
La música sobresale en Austria, no cabe duda, sin que por ello se hayan dado mal otras artes, y así es justo hablar de nombres relevantes, unidos a tendencias románticas y modernistas, como Stephan Zweig o como von Hoffmansthal, en los cuales podemos ver que la poesía no hace malas migas con la música, siendo así que la poesía es la hermana pequeña de la música, la música que se ejecuta por medio de la palabra, convenientemente musicalizada. Esto condiciona poderosamente la personalidad de los vieneses y de los que se han ido a vivir a la capital de la república alpina, donde el mundo de la poesía confluye constantemente con el plano musical, no solamente en el arte de los lieder, tan popular en los territorios de expresión alemana y en toda Austria más. ¿Acaso no es este el lugar al que peregrinaron los mejores poetas italianos para hacer los libretos de un Mozart?
Posiblemente los vieneses y el resto de los habitantes de lo que ellos denominan Österreich han perdido el juicio, pero toda esta pasión por la música, la poesía y lo romántico es algo que se ha de considerar, más que una locura enfermiza, una enajenación envidiable, una locura privilegiada para quienes forman parte del devenir cotidiano de una de las ciudades más importantes de la vida cultural de toda Europa. No deja de ser curioso que los primeros psicólogos, atentos a la cura por la palabra se dedicasen a ahondar en los aspectos más morbosos del inconsciente, en vez de celebrar un desvarío tan bello como hermoso, tan digno, en todo caso de ser alabado.
Pero, volviendo a la música, tiene la pasión musical de los austríacos una explicación evidente, ya que esta es una zona donde los vientos pueden ser inclementes, el frío inhóspito, las temperaturas bajas. La necesidad de quedarse en casa durante las largas tardes de la invernada llevaba la vida humana a una especie de estadio letárgico solamente soportable si la música era interpretada en el marco de la familia. La costumbre de tocar juntos vinculaba a los miembros de la familia, ayudaba a soportar las pesadas horas de encierro. Y, en una nación así, una monarquía culta, nada ensimismada, pendiente de las novedades más llamativas del mundo alemán y no alemán (Italia y Francia, luego los países eslavos) llevó a sus súbditos ese culto por lo musical, que siempre es divino y a la vez humano.
Y, volviendo a nuestro amigo Erich, hombre de gran cultura, que domina perfectamente la lengua inglesa a la par que la alemana, no se limita a tocar el violín con la perfección esperable en los más inspirados ángeles del cielo, pues su maestría llega al dominio de otros instrumentos como el saxofón y su amor a la música le permite ser amante del tango argentino más desgarrado o del jazz improvisado por los negros de la lejana tierra americana. Por eso ha podido liderar a otros músicos y formar el conjunto Philitango-Wien, siguiendo una tradición vienesa de la Filarmónica que remite a los tiempos en que también Arnold Rosé, o Rosenblume, que tal era su nombre verdadero tenía su propio cuarteto (tanto Rosé como Fritz Kreissler son para este hombre grandes referentes).
Philitango-Wien, en todo caso, es un conjunto destinado al tango, a la música de Austria y Viena, a la música del mundo entero. El repertorio de Philitango recorre, desde los tradicionales tangos argentinos que narran la historia de una amor desgarrado, en un ambiente sórdido y a la vez sensual, pero sin letra, dejando que los afilados cuchillos de la desazón sugieran la tragedia que no se dice, hasta los clásicos valses de Strauss, sin olvidar genios de todo el orbe, como lo son Jules Massenet, Elgar o las famosas danzas a modo de “Czàrdàs”, que vienen a recordar esos sabores propios de las etnias gitanas o zíngaras, repartidas por países como Hungría, Rumanía y Bulgaria. Es el puro estilo filarmónico vienés (como sus componentes) llevado, en este caso, a un gusto personal tanto en lo que es el repertorio, sabiamente arreglado por el maestro Erich Schagerl, como en lo interpretativo, demostrando una profesionalidad que deja perplejos a los expertos.
Sin embargo, el alto nivel que Herr Schagerl demuestra como artista no quita nada de protagonismo a su alta calidad como ser humano, que ha sido definido muchas veces por sus conocidos como un ser excepcional y una persona excelentísima, pues el músico de Wilhelmsburg, además de ser en su trabajo un perfeccionista, conjuga su labor con una vida familiar tan rica como lo es su vida social, entre los amantes de la música y los amigos, que no pueden menos que rendirse sinceros a la amabilidad y condescendencia de este hombre, abierto siempre, dado su carácter, a pesar de lo gravoso que tienen las altas responsabilidades de su oficio, porque un músico de su altura en Viena debe defender un gran compromiso en cada uno de sus quehaceres. Particularmente, pensamos que sería una injusticia tremenda pasar por alto algo tan importante.
Dicen que los austríacos son grandes amantes de su tierra, y claro está que lo son: lo son de todo lo que existe en el marco geográfico de su nación, pero lo son también del lugar en el que nacen y se crían. Los que se van a la capital siempre sienten la llamada de la comarca de la que proceden, no pudiendo desprenderse del afecto al lugar de la niñez, que nunca dejan del todo. Muchos turistas viajan por el valle del Wachau, disfrutando de una panorámica natural privilegiada, viendo, desde la borda de un barco que navega las aguas danubianas, colinas y parajes poblados, salpicados por pueblos pequeños, por restos de las murallas de viejos castillos (en uno de ellos dicen que padeció cautiverio, al regreso de las cruzadas, el mismo Ricardo Corazón de León, el rey de la leyenda de Robin).
El maestro Johann Strauss hijo es, sin duda, uno de los grandes compositores de toda Austria, no solamente de Viena, y una de sus partituras más populares es “El Danubio Azul”, obra cuyo título se pierde por lo poético, pues, a pesar de ser hermosas, las aguas del Danubio no son, en verdad, azules, dado el tipo de suelo por el que el río discurre. La luz no es siempre la misma y esto altera de un día para otro los colores que reflejan los mares, los ríos y los lagos, pero, en el caso concreto del Danubio, sus aguas oscilan entre tonos veredosos y un pardo tirando a ocre que puede parecer oro a contraluz. El hecho de ser o no azul tiene que ver más con la idea de una imagen poética, pues el color no azulado del río en ningún momento le resta belleza, adornado además por el verde de las orillas.
Es un viaje agradable que, desde la legendaria Viena, nos acerca, desde luego, a la zona de una de las más bellas zonas de Austria: Sankt Pölten. Es la capital de la Baja Austria (Niederösterreich), y en su demarcación encontramos la ciudad natal de nuestro músico: Wilhelmsburgo (Wilhelmsburg). No cabe la menor duda de que una vida es un paseo por los paisajes que uno recorre, y aquellos a los que está unido nuestro buen amigo Erich son nombres como Wilhelmsburgo, Sankt Pölten o Traisen, lugares que tienen, en los duros inviernos austríacos, un sol débil en el horizonte de llanuras y colinas intensamente verdes, salpicadas por viñedos, arroyos y bosques que enseñan una belleza idílica tan acorde a lo que existe en el alma de los buenos pueblerinos de estas comarcas. Allí aparecen el bosque caduceo y las coníferas, poblando con intermitencia extensiones en las que existen ciudades y aldeas.
El sabor del Riessling de lugares tan conocidos como Dürstein, invita, con las escarchas, los granizos y las ventiscas, a la reunión familiar y amistosa en los hogares, cerca de la chimenea, compartiendo la conversación y las notas musicales de un trío o de un cuarteto que se deja saborear en la intimidad. Pero también está, junto a tanta música de cámara, la ópera, las grandes representaciones y las exquisiteces sinfónicas, la música religiosa, que es la música religiosa de los pueblos y la música de la corte, porque, si bien Austria no es ya una monarquía, existe todavía una capilla musical de palacio instalada en el Hofburg, a la que Erich y otros componentes pertenecen, lo que es todo un orgullo, dada la antigua tradición en la capital de dicha nación, para estos músicos. Pero quién pudiera conocer de primera mano esto que parece una aburrida lista de tópicos, y que, sin embargo, es capaz de elevar el pensamiento, inspirando los mejores anhelos y los caprichos más sibaríticos. Porque ello convida a vivir.
Podemos, entonces, imaginar cómo creció Erich Schagerl en un ambiente donde las canciones campesinas confluyen con lo mejor de la música culta, algo que es posible solamente en su hermosa nación. Pero podemos verlo también en Viena, tocando musicas de los más grandes maestros que triunfaron en esa ciudad: Viena es sobre todo la Viena de Strauss y su dinastía, pero lo fue de Kart Michael Pammer antes de serlo incluso de Lanner, y es la zona donde gusta la música de Zieherer, Hellmesberger, Josef Bayer y otros compositores de la ciudad. Pero en Viena triunfaron otros músicos, porque fue la Meca a la que peregrinaron compositores de todo el dominio imperial (Suppè o Lèhard, sin ir más lejos). En este ambiente más cosmopolita, una de las piezas que numerosas veces ha interpretado es una composición procedente de una opereta: “Frasquita serenade”, una serenata muy vienesa de un compositor húngaro que tiene asunto español, en este caso (no debemos olvidar que la música de la república alpina tiene numerosos guiños a la zarzuela, eso que los alemanes llaman opereta española, asociándola a uno de los géneros que más éxito tuvo con el singspiel).
No cabe duda, por lo tanto, que toda esta efervescencia cultural tenía que influir en el destino del músico, de manera que sus composiciones son también una inspirada recreación de esa Viena finisecular y esa Austria que rebosa felicidad a través de los cantos. Porque, el músico que toca violín y saxo como un verdadero virtuoso (también ha formado parte de los “Virtuosos de Viena”, conjunto formado por músicos de la Orquesta Filarmónica de la ciudad), es arreglista (destáquese su labor en el conjunto “Philitango-Wien) y compositor, y sus músicas han sido muchas veces un sentido homenaje a los grandes directores de orquesta bajo cuya batuta toca. No olvidemos que una de sus composiciones parafrasea dos piezas muy populares (el “Danubio” y “Cumpleaños feliz”) para homenajear a un Nikolaus Harnoncourt cumpleañero que lo vio desde el podio de la orquesta, dirigiendo a sus compañeros de formación. La vida de nuestro amigo es, por lo tanto, la vida de un hombre importante, de un auténtico embajador de la cultura, presente en las actividades de la ciudad y ante grandes y reconocidas celebridades, entre las que, por citar alguna, se puede hablar de Stephen Hawking).
Pero la vida de Erich, sin limitarse a Austria y Viena, se ha derramado a lo largo y ancho del mundo, por lugares de América, de Asia y de Europa, sin olvidar el continente australiano. En sus giras con la famosa orquesta de Mahler y de Hellmesberger, Erich ha hecho profundas amistades y ha recibido la admiración de personas de las más diversas razas y nacionalidades, siendo, como lo son siempre los miembros del prestigioso conjunto sinfónico, uno de los grandes embajadores de Austria y de la Viena en la que vive en la actualidad. Y no es debido esto solamente a lo grande de su talento, fuera de toda discusión, evidentemente, sino también gracias a las bondades de su carácter, abierto y generoso con las gentes que aman la música y sienten simpatía verdadera por ese mundo cultural tan entrañado en lo que había sido anteriormente la capital del imperio que se desplomó con la Primera Conflagración.
Tras estas palabras introductorias, queda solo agradecer a Erich su generosidad, su amistad y la condescendencia demostradas, características muy habituales en una persona para nosotros tan grata. Porque decir ésto es más que expresar un sentir personal, es expresar los sentimientos de mucha gente. Y, como es natural, él lo sabe.

José Ramón Muñiz Álvarez






2013-2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
Las escarchas de diciembre”

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