EL
MÚSICO DE TRAISEN
José
Ramón Muñiz Álvarez
“El
sendero del músico de Wilhemsburgo”
(Las
estampas bucólicas de
la
Viena de Erich
Schagerl)
CITA:
Que
se enfaden en Berlín, pero existen
dos modos de interpretar correctamente una pieza musical: uno es el
de los hombres (homo
philharmonicus berlinensis)
y
otro es el de los dioses (homo
philharmonicus vindobonensis).
José
Ramón Muñiz Álvarez
José
Ramón Muñiz Álvarez
“El
sendero del músico de Wilhemsburgo”
“Erich
Schagerl y perfil de un
embajador
de la
cultura”
(A
modo de prólogo)
Se
ha venido convirtiendo en un tópico la idea de que siempre que se
habla de música se piensa en Viena. Las ricas y bellas tradiciones
unidas a esta ciudad hacen que sea casi imposible no acordarse de
Viena cuando se habla de músicos y de sus partituras. Esta fue la
ciudad de los Strauss, Johann padre y su dinastía, pero lo fue
también de Richard Strauss, y antes la ciudad de músicos como
Schubert y Schumann, de Beethoven y de von Weber, pero también fue,
en parte, la ciudad de Mozart y la de Haydn. Además, la particular
historia de Austria hace que las tradiciones cultas sean remisas a
perderse, como ya ha sucedido en otras naciones. Los austríacos,
amantes de lo suyo, capaces de mantener lo mejor de los tiempos de
otros siglos, mantienen una rica tradición, de modo que el grueso de
compositores cultos todavía no se ha agotado, siguiendo una línea
hasta nuestros días desde Gustav Mahler, que, pasando por las piezas
más ligeras de Robert Stolz, llegan a la expresión de sensaciones
más profundas en obras contemporáneas, como la ópera “Nora”
del señor Albin Fries.
Pero
sería una injusticia decir que solamente Viena respira música, pues
sabido es cómo gusta la música entre todas las gentes de cultura
alemana, especialmente en Austria, de modo que Viena no es un
fenómeno exclusivo. Los Alpes, con sus inviernos duros, por ejemplo,
amenizan las horas de encierro en el hogar con los cantos
característicos, y esto no es muy distinto en la Baja Austria, de
donde el profesor Erich Schagerl es oriundo. Hablamos de un marco en
el que la gente ama la música, vive entre música, saborea la música
y se moriría sin música, no sabiendo nadie precisar si están locos
por la música o si es que se volverían locos si no la tuvieran. Un
ámbito de cultura semejante es esencial para que la buena música
florezca, y así toda Austria, Viena también, brindan sus mejores
músicos a la vida cultural y musical más envidiable de todo el
planeta.
No
tendría sentido, por supuesto, hablar del profesor Schagerl, primer
violinista de la prestigiosa Orquesta Filarmónica de Viena, o de las
actividades de Philitango, eludiendo la condición melómana de este
maravilloso país que entiende su existencia en términos musicales.
Por lo tanto, nuestro amigo Erich es un hombre inmerso en la cultura
de esas ciudades de la Austria profunda no alpina y de la capital del
magno Imperio Austro-Húngaro, capaz de asumir la rica mezcla de
músicas distintas que han aportado su particularidad a este espíritu
tan variado y tan centroeuropeo. En él sería imposible una música
sin alma, pues todo lo que emana de estas tradiciones es, en el buen
sentido de la palabra, profundamente tradicionalista y nacionalista.
No
en vano, es aquí donde Lanner primero y luego los Strauss elevaron a
mayor grandeza el vals de origen campesino, pero es este el suelo de
una unidad de reinos diversos que conjuntaba músicas magiares y
eslavas: la tierra de Smetana, de Dvorack o de Litsz, sin olvidarnos
de un Brahms que, habiendo nacido en Hamburgo representó bien el
alma de los gitanos de Hungría en sus danzas, tomadas del folclore
de una Bohemia entonces húngara y austríaca. Una tierra que puede
describirse en partituras, posiblemente, pues se dice que Mahler
siempre decía que su música estaba inspirada en el paisaje, en la
tierra, y el viejo director de orquesta, aunque no naciera en la
misma Austria, habría sido, en efecto, el paisajista musical oficial
de ese tan hermoso país.
¿Por
qué, entonces, iba a ser extraño que esta tierra siguiera dando,
como la tierra que da sus más extrañas floraciones, el fruto de
gentes tan cualificadas que pueden formar parte de los conjuntos
musicales más exigentes, ser excelentes intérpretes y compaginar
esto con la difícil labor creadora de dedicarse también a la
composición? El amor a los valses no es cosa del pasado todavía en
esa Austria hermosa que, a fuerza de mantener sus herencias, se hace
más bella, más inverosímil y ancestral, más propia, más ella,
mientras el resto de las naciones (Alemania incluida) se precipitan a
la ruina cultural de la pérdida de las identidades y de las
esencias, sin las que un país pierde lo que es. En Austria, como los
bosques caduceos al llegar la primavera, siempre es posible que,
pasadas las modas efímeras y de mal gusto, lo de siempre renazca,
porque nunca serán olvidados los más grandes, ya estemos hablando
de un Hugo Wolf o de un Antón Bruckner.
¿Es
que los austríacos están locos o se ha vuelto loco el resto del
mundo? En cualquier caso, en Austria nada malo sucede a costa de ese
amor por lo propio, y es preciso que no nos despisten aquí los
azarosos malabarismos con los que ha jugado una historia más
reciente, pues, si bien estos son tiempos de globalización, de
unificación y de fuerzas centrípetas que nos llevan a estadios de
ruina económica, de inestabilidad y desórdenes, los buenos
austríacos conservan su pasado, su amor por sus costumbres, todas
sus tradiciones a costa de su febril romanticismo, que, lejos de ser
una locura, hechiza a quien, curioso, se asoma a ver lo que sucede
ahí, como quien, asombrado, tras escuchar ruidos, mira por la
ventana lo que está sucediendo en la calle.
La
música sobresale en Austria, no cabe duda, sin que por ello se hayan
dado mal otras artes, y así es justo hablar de nombres relevantes,
unidos a tendencias románticas y modernistas, como Stephan Zweig o
como von Hoffmansthal, en los cuales podemos ver que la poesía no
hace malas migas con la música, siendo así que la poesía es la
hermana pequeña de la música, la música que se ejecuta por medio
de la palabra, convenientemente musicalizada. Esto condiciona
poderosamente la personalidad de los vieneses y de los que se han ido
a vivir a la capital de la república alpina, donde el mundo de la
poesía confluye constantemente con el plano musical, no solamente en
el arte de los lieder, tan popular en los territorios de expresión
alemana y en toda Austria más. ¿Acaso no es este el lugar al que
peregrinaron los mejores poetas italianos para hacer los libretos de
un Mozart?
Posiblemente
los vieneses y el resto de los habitantes de lo que ellos denominan
Österreich han perdido el juicio, pero toda esta pasión por la
música, la poesía y lo romántico es algo que se ha de considerar,
más que una locura enfermiza, una enajenación envidiable, una
locura privilegiada para quienes forman parte del devenir cotidiano
de una de las ciudades más importantes de la vida cultural de toda
Europa. No deja de ser curioso que los primeros psicólogos, atentos
a la cura por la palabra se dedicasen a ahondar en los aspectos más
morbosos del inconsciente, en vez de celebrar un desvarío tan bello
como hermoso, tan digno, en todo caso de ser alabado.
Pero,
volviendo a la música, tiene la pasión musical de los austríacos
una explicación evidente, ya que esta es una zona donde los vientos
pueden ser inclementes, el frío inhóspito, las temperaturas bajas.
La necesidad de quedarse en casa durante las largas tardes de la
invernada llevaba la vida humana a una especie de estadio letárgico
solamente soportable si la música era interpretada en el marco de la
familia. La costumbre de tocar juntos vinculaba a los miembros de la
familia, ayudaba a soportar las pesadas horas de encierro. Y, en una
nación así, una monarquía culta, nada ensimismada, pendiente de
las novedades más llamativas del mundo alemán y no alemán (Italia
y Francia, luego los países eslavos) llevó a sus súbditos ese
culto por lo musical, que siempre es divino y a la vez humano.
Y,
volviendo a nuestro amigo Erich, hombre de gran cultura, que domina
perfectamente la lengua inglesa a la par que la alemana, no se limita
a tocar el violín con la perfección esperable en los más
inspirados ángeles del cielo, pues su maestría llega al dominio de
otros instrumentos como el saxofón y su amor a la música le permite
ser amante del tango argentino más desgarrado o del jazz improvisado
por los negros de la lejana tierra americana. Por eso ha podido
liderar a otros músicos y formar el conjunto Philitango-Wien,
siguiendo una tradición vienesa de la Filarmónica que remite a los
tiempos en que también Arnold Rosé, o Rosenblume, que tal era su
nombre verdadero tenía su propio cuarteto (tanto Rosé como Fritz
Kreissler son para este hombre grandes referentes).
Philitango-Wien,
en todo caso, es un conjunto destinado al tango, a la música de
Austria y Viena, a la música del mundo entero. El repertorio de
Philitango recorre, desde los tradicionales tangos argentinos que
narran la historia de una amor desgarrado, en un ambiente sórdido y
a la vez sensual, pero sin letra, dejando que los afilados cuchillos
de la desazón sugieran la tragedia que no se dice, hasta los
clásicos valses de Strauss, sin olvidar genios de todo el orbe, como
lo son Jules Massenet, Elgar o las famosas danzas a modo de
“Czàrdàs”, que vienen a recordar esos sabores propios de las
etnias gitanas o zíngaras, repartidas por países como Hungría,
Rumanía y Bulgaria. Es el puro estilo filarmónico vienés (como sus
componentes) llevado, en este caso, a un gusto personal tanto en lo
que es el repertorio, sabiamente arreglado por el maestro Erich
Schagerl, como en lo interpretativo, demostrando una profesionalidad
que deja perplejos a los expertos.
Sin
embargo, el alto nivel que Herr Schagerl demuestra como artista no
quita nada de protagonismo a su alta calidad como ser humano, que ha
sido definido muchas veces por sus conocidos como un ser excepcional
y una persona excelentísima, pues el músico de Wilhelmsburg, además
de ser en su trabajo un perfeccionista, conjuga su labor con una vida
familiar tan rica como lo es su vida social, entre los amantes de la
música y los amigos, que no pueden menos que rendirse sinceros a la
amabilidad y condescendencia de este hombre, abierto siempre, dado su
carácter, a pesar de lo gravoso que tienen las altas
responsabilidades de su oficio, porque un músico de su altura en
Viena debe defender un gran compromiso en cada uno de sus quehaceres.
Particularmente, pensamos que sería una injusticia tremenda pasar
por alto algo tan importante.
Dicen
que los austríacos son grandes amantes de su tierra, y claro está
que lo son: lo son de todo lo que existe en el marco geográfico de
su nación, pero lo son también del lugar en el que nacen y se
crían. Los que se van a la capital siempre sienten la llamada de la
comarca de la que proceden, no pudiendo desprenderse del afecto al
lugar de la niñez, que nunca dejan del todo. Muchos turistas viajan
por el valle del Wachau, disfrutando de una panorámica natural
privilegiada, viendo, desde la borda de un barco que navega las aguas
danubianas, colinas y parajes poblados, salpicados por pueblos
pequeños, por restos de las murallas de viejos castillos (en uno de
ellos dicen que padeció cautiverio, al regreso de las cruzadas, el
mismo Ricardo Corazón de León, el rey de la leyenda de Robin).
El
maestro Johann Strauss hijo es, sin duda, uno de los grandes
compositores de toda Austria, no solamente de Viena, y una de sus
partituras más populares es “El Danubio Azul”, obra cuyo título
se pierde por lo poético, pues, a pesar de ser hermosas, las aguas
del Danubio no son, en verdad, azules, dado el tipo de suelo por el
que el río discurre. La luz no es siempre la misma y esto altera de
un día para otro los colores que reflejan los mares, los ríos y los
lagos, pero, en el caso concreto del Danubio, sus aguas oscilan entre
tonos veredosos y un pardo tirando a ocre que puede parecer oro a
contraluz. El hecho de ser o no azul tiene que ver más con la idea
de una imagen poética, pues el color no azulado del río en ningún
momento le resta belleza, adornado además por el verde de las
orillas.
Es
un viaje agradable que, desde la legendaria Viena, nos acerca, desde
luego, a la zona de una de las más bellas zonas de Austria: Sankt
Pölten. Es la capital de la Baja Austria (Niederösterreich), y en
su demarcación encontramos la ciudad natal de nuestro músico:
Wilhelmsburgo (Wilhelmsburg). No cabe la menor duda de que una vida
es un paseo por los paisajes que uno recorre, y aquellos a los que
está unido nuestro buen amigo Erich son nombres como Wilhelmsburgo,
Sankt Pölten o Traisen, lugares que tienen, en los duros inviernos
austríacos, un sol débil en el horizonte de llanuras y colinas
intensamente verdes, salpicadas por viñedos, arroyos y bosques que
enseñan una belleza idílica tan acorde a lo que existe en el alma
de los buenos pueblerinos de estas comarcas. Allí aparecen el bosque
caduceo y las coníferas, poblando con intermitencia extensiones en
las que existen ciudades y aldeas.
El
sabor del Riessling de lugares tan conocidos como Dürstein, invita,
con las escarchas, los granizos y las ventiscas, a la reunión
familiar y amistosa en los hogares, cerca de la chimenea,
compartiendo la conversación y las notas musicales de un trío o de
un cuarteto que se deja saborear en la intimidad. Pero también está,
junto a tanta música de cámara, la ópera, las grandes
representaciones y las exquisiteces sinfónicas, la música
religiosa, que es la música religiosa de los pueblos y la música de
la corte, porque, si bien Austria no es ya una monarquía, existe
todavía una capilla musical de palacio instalada en el Hofburg, a la
que Erich y otros componentes pertenecen, lo que es todo un orgullo,
dada la antigua tradición en la capital de dicha nación, para estos
músicos. Pero quién pudiera conocer de primera mano esto que parece
una aburrida lista de tópicos, y que, sin embargo, es capaz de
elevar el pensamiento, inspirando los mejores anhelos y los caprichos
más sibaríticos. Porque ello convida a vivir.
Podemos,
entonces, imaginar cómo creció Erich Schagerl en un ambiente donde
las canciones campesinas confluyen con lo mejor de la música culta,
algo que es posible solamente en su hermosa nación. Pero podemos
verlo también en Viena, tocando musicas de los más grandes maestros
que triunfaron en esa ciudad: Viena es sobre todo la Viena de Strauss
y su dinastía, pero lo fue de Kart Michael Pammer antes de serlo
incluso de Lanner, y es la zona donde gusta la música de Zieherer,
Hellmesberger, Josef Bayer y otros compositores de la ciudad. Pero en
Viena triunfaron otros músicos, porque fue la Meca a la que
peregrinaron compositores de todo el dominio imperial (Suppè o
Lèhard, sin ir más lejos). En este ambiente más cosmopolita, una
de las piezas que numerosas veces ha interpretado es una composición
procedente de una opereta: “Frasquita serenade”, una serenata muy
vienesa de un compositor húngaro que tiene asunto español, en este
caso (no debemos olvidar que la música de la república alpina tiene
numerosos guiños a la zarzuela, eso que los alemanes llaman opereta
española, asociándola a uno de los géneros que más éxito tuvo
con el singspiel).
No
cabe duda, por lo tanto, que toda esta efervescencia cultural tenía
que influir en el destino del músico, de manera que sus
composiciones son también una inspirada recreación de esa Viena
finisecular y esa Austria que rebosa felicidad a través de los
cantos. Porque, el músico que toca violín y saxo como un verdadero
virtuoso (también ha formado parte de los “Virtuosos de Viena”,
conjunto formado por músicos de la Orquesta Filarmónica de la
ciudad), es arreglista (destáquese su labor en el conjunto
“Philitango-Wien) y compositor, y sus músicas han sido muchas
veces un sentido homenaje a los grandes directores de orquesta bajo
cuya batuta toca. No olvidemos que una de sus composiciones
parafrasea dos piezas muy populares (el “Danubio” y “Cumpleaños
feliz”) para homenajear a un Nikolaus Harnoncourt cumpleañero que
lo vio desde el podio de la orquesta, dirigiendo a sus compañeros de
formación. La vida de nuestro amigo es, por lo tanto, la vida de un
hombre importante, de un auténtico embajador de la cultura, presente
en las actividades de la ciudad y ante grandes y reconocidas
celebridades, entre las que, por citar alguna, se puede hablar de
Stephen Hawking).
Pero
la vida de Erich, sin limitarse a Austria y Viena, se ha derramado a
lo largo y ancho del mundo, por lugares de América, de Asia y de
Europa, sin olvidar el continente australiano. En sus giras con la
famosa orquesta de Mahler y de Hellmesberger, Erich ha hecho
profundas amistades y ha recibido la admiración de personas de las
más diversas razas y nacionalidades, siendo, como lo son siempre los
miembros del prestigioso conjunto sinfónico, uno de los grandes
embajadores de Austria y de la Viena en la que vive en la actualidad.
Y no es debido esto solamente a lo grande de su talento, fuera de
toda discusión, evidentemente, sino también gracias a las bondades
de su carácter, abierto y generoso con las gentes que aman la música
y sienten simpatía verdadera por ese mundo cultural tan entrañado
en lo que había sido anteriormente la capital del imperio que se
desplomó con la Primera Conflagración.
Tras
estas palabras introductorias, queda solo agradecer a Erich su
generosidad, su amistad y la condescendencia demostradas,
características muy habituales en una persona para nosotros tan
grata. Porque decir ésto es más que expresar un sentir personal, es
expresar los sentimientos de mucha gente. Y, como es natural, él lo
sabe.
José
Ramón Muñiz Álvarez
2013-2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
“Las
escarchas de diciembre”
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