miércoles, 29 de enero de 2014

Los amores sin templanza (fragmento)

José Ramón Muñiz Álvarez
                            LOS AMORES SIN TEMPLAZA” O “LA PENA DEL DESTIERRO
(Tragedia escrita en verso
y en un acto
único)

ESTAMPA PRIMERA

Don Carlos espera a su hermano en plena calle.

DON CARLOS-. ¡Pues no le falta valor
para atreverse a retarme,
que amenaza con matarme,
siendo mi hermano mayor!
¡Una familia de honor,
siempre por todos tenida
como la más distinguida
de esta tan noble ciudad,
donde la cordialidad
no es una cosa fingida!

Mas no siento yo temores
con ese pérfido hermano
que amenaza, tan lozano,
para robar mis amores.
No quiero yo los favores
de alguna dama plebeya,
solo quiero a la más bella
y encantadora mujer,
que parece darle el ser
la luz de una clara estrella.

Pero nunca ha de lograr
arrebatar lo que es mío,
porque, encendiendo mi brío,
bien lo sabré yo enfrentar.
No me habré de acobardar
de esa rémora malvada.
Cuando llegue la alborada
estará muerto en el suelo,
que, ya que pide este duelo,
sentirá también mi espada.

Don Fabiano y don Carlos se disponen a batirse en duelo.

DON FABIANO-. Quiero arrancaros la vida,
puesto que sois un rufián.
DON CARLOS-. Habláis vos como el patán
cuya boca está podrida.
DON FABIANO-. Una pasión encendida
clama a la muerte en mi pecho.
DON CARLOS-. Pagaréis este despecho
y habéis de pagarlo caro.
DON FABIANO-. Mi espada será el amparo
si vos estáis al acecho.

DON CARLOS-. Quieren cruzar las espadas
con la furia sus razones,
para templar las pasiones,
una vez desenvainadas.
DON FABIANO-. No serán desventuradas,
si es que es preciso dar muerte.
DON CARLOS-. Quien el peligro no advierte
a la muerte se condena,
y mataros no me apena,
ya que queréis esa suerte.

Cruzan las espadas.

DON FABIANO -. No os admiro tan osado
como otras gentes decían,
que, si por temor gemían,
vos no me habéis asustado.
DON CARLOS-. Después de que, atravesado,
rendido os sepa en el suelo,
seréis todo desconsuelo
y para vos será tarde.
DON FABIANO -. No me asusto del alarde
ni he de tener tal recelo.

DON CARLOS-. Cuando os sepáis en las manos
de la muerte vuestra lengua
lamentará vuestra mengua,
tantos caprichos ufanos.
DON FABIANO -. Son vuestros intentos vanos,
si me queréis asustar.
DON CARLOS-. La lengua os sabré arrancar
después de veros rendido,
castigando que, atrevido,
así sabéis contestar.

DON FABIANO -. Pues vamos ya sin demora
y que comience el combate,
que ha de ser ese debate
antes que nazca la aurora.
DON CARLOS-. Si el coraje me devora
con dureza las entrañas,
yo os diré menos patrañas
en esta lucha encendida.
DON FABIANO -. Apuremos ya la vida
y desatemos las sañas.

Llegada de la madre de ambos.

MADRE-. Que os vengáis a enfrentar,
siendo los dos hijos míos,
y que encendáis esos bríos
en el ansia de matar.
Yo que os hube de criar
crédito no puedo darlo,
que estoy ahora en dudarlo,
si es que os he criado yo
o una serpiente os crió,
mas esto habrá que pararlo.

¿Qué razón os hará ser,
en llegando a tal apuro,
gente con ánimo duro
por una vulgar mujer?
DON CARLOS-. No dejaré de querer
a esa perla que, de plata,
con sus brillos me arrebata
de las entrañas la vida.
DON FABIANO-. Ella es mi perla encendida
y por eso sí se mata.

MADRE-.  No sé que sois hijos míos,
que, con tal comportamiento,
se me turba el pensamiento
y se me escapan los bríos.
Os crié en los pechos míos
para veros enfrentados.
LOS DOS-. Son los caprichos sagrados
del amor que, siempre hiriente,
nubla con furia la frente,
y arde en los enamorados.

MADRE-. ¡Y así se os mira violentos,
dispuestos a daros muerte,
arrostrando cualquier suerte,
carentes de sentimientos!
¡Y son estos los intentos
de tiernos enamorados!
LOS DOS-. Son los caprichos sagrados
del amor que, siempre hiriente,
nubla con furia la frente,
y arde en los enamorados.

MADRE-. ¿Por la lujuria perdidos
sois insulto a vuestro honor
y convocáis al amor
cuando sois tan atrevidos?
¿Es que os faltan los sentidos,
que no sois equilibrados?
LOS DOS-. Son los caprichos sagrados
del amor que, siempre hiriente,
nubla con furia la frente,
y arde en los enamorados.

DON FABIANO-. No quisiera consentir
que, con loco desvarío,
arrebatando lo mío,
venga mi hermano a mentir.
DON CARLOS-. Siendo de un mismo sentir,
nos vemos así enfrentados.
LOS TRES-. Son los caprichos sagrados
del amor que, siempre hiriente,
nubla con furia la frente,
y arde en los enamorados.

MADRE-. Contad pues lo que os sucede,
que, hijos los dos de mi pecho,
engendráis este despecho
que con mi esperanza puede.
DON CARLOS-. No quiero que nada quede
escondido y la verdad
os diré, por caridad,
que mucho una madre llora
cuando sucede a deshora
que presencia tal maldad.

DON FABIANO-. No quiere vuestras mentiras
nuestra madre, que, tan cruel,
muestra lo falso la hiel.
MADRE-. Si parece que deliras.
La razón de tales iras
es lo que quiero saber.
¿No es acaso esa mujer,
que, causándome una afrenta,
os engaña y os enfrenta?
DON FABIANO-. Lo que nunca debió ser.

Pero advierto que mi hermano,
movido por gran despecho,
no la arranca de su pecho
y la adora muy ufano.
DON CARLOS-. Yo le he pedido su mano.
DON FABIANO-. Yo primero la he pedido.
DON CARLOS-. Lo decís muy complacido
para no tener su amor.
MADRE-. Me causáis mayor dolor
con todo lo sucedido:

por una mujer impura,
con instintos de pecado,
mis dos hijos se han retado
y se gritan con bravura.
¿Es la suerte que se apura
con todo este sinsentido?
DON CARLOS-. Con esta saña encendido
he venido a darle muerte.
DON FABIANO-. La verdad que tiene suerte,
madre, porque habéis venido.

El duro acero afilado
tiene el filo de mi espada,
que fue con gusto forjada
por un herrero avezado.
Mal lo hubiera traspasado
de un solo golpe en el pecho,
pues lo sorprendí al acecho
de mi luz y de mi amor,
y, siendo un hombre de honor,
siento un profundo despecho.

Versos le suele mandar
cuando llega la mañana,
y no pasa una semana
que no la suela halagar.
Mis celos a levantar
llega con tanta osadía.
DON CARLOS-. Me dijo que me quería,
y le doy yo mi querer,
que mis ojos pueden ver
la luz que desprende el día.

Y no de negar que quiero
que sus ojos se apoderen
de los ojos que la quieren
y la cuidan con su acero.
Y, si he de morir, espero
la muerte para acabar,
que, si es preciso matar,
habré de enfrentar la muerte,
y lo que quiera la suerte
es lo que quiero alcanzar.

MADRE-. ¡Dos hermanos enfrentados
por esa mujer maldita
es cosa que ya me irrita
en dos hombres renombrados!
¡Criminales embozados
parecéis con esa traza!
En la boca la amenaza,
la promesa de la muerte,
juramentos cuya suerte
es indigna de esta raza…

¿Y la estirpe y el honor?
¿Nunca supo la paciencia
esa voz de la prudencia
que se opone a tal amor?
DON FABIANO-. Pero madre, por favor,
que parece doloroso
veros fuera del reposo
que pide vuestra salud.
MADRE-. ¡Ah, qué loca juventud…!
¡Ya lo decía mi esposo!

La madre se desvanece.

DON CARLOS-. Es esto pues el saber
dar a una madre alegría,
ya que con tanta osadía,
la dañáis con tal placer.
DON FABIANO-. Vos habréis de comprender
que no habré de consentir
tal necedad, que decir
que a mi madre le haga daño
es tan solo el raro en gaño
en que os habéis de sumir.

Nuevamente cruzan las espadas.

DON CARLOS-. Bien quisiera remediar
ese daño que le hacéis,
pero vos no comprendéis
ni sabéis rectificar.
DON FABIANO-. No habré yo de retirar
lo que nadie me desdijo…
DON CARLOS-. ¡Y pensar que sois el hijo
de esta mujer infeliz!
DON FABIANO-. ¡Vamos! ¡Luchad y morid,
porque de vos no me aflijo!

Comienza la lucha. Fabiano cae de un estoque.

DON FABIANO-. Al fin se me va el aliento,
al fin se me va la vida,
la ilusión más encendida,
el más alto sentimiento.
DON CARLOS-. Lo ha querido el firmamento,
pues estabas advertido.
Y el espíritu perdido
se te escapa lentamente.
DON FABIANO-. El alma ya siento ausente,
porque ya estoy abatido.


2012 © José Ramón Muñiz Álvarez

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