José
Ramón Muñiz Álvarez
“El
sendero del músico de Wilhemsburgo”
(Las
estampas bucólicas de
la
Viena de Erich
Schagerl)
Soneto
I
El
brillo del violín siempre despierto
enciende
esa pasión que los oyentes
confiesan,
los sonidos relucientes
que
llenan de placeres el concierto.
Es
Erich el que toca, y es acierto
que
vuelen los sonidos más lucientes,
si
se oyen partituras sorprendentes
y
vuelve a revivir el aire muerto.
La
música cautiva con su hechizo
y
llora su violín con cortesía,
embrujo
que sostiene en una mano.
El
arco corre raudo con su rizo,
y
alcanza a ser fugaz la melodía
que
lo hace un violinista soberano.
Es
Erich un virtuoso
Es
Erich un virtuoso
que
sabe bien su oficio,
y,
el arco siempre en mano, solo él puede
llevarnos
con su magia a ese pasado
que
buscan y no encuentran
los
sueños que soñamos cada noche.
Pues
es un hechicero
que
evoca aquellos tiempos
de
encanto y elegancia en que los príncipes
llevaban
a la guerra sus ejércitos,
queriendo
engrandecerse
con
tierras de otros príncipes y reyes.
Aquellos
tiempos bellos,
no
menos agresivos,
hermosos
sin embargo, porque entonces
las
gentes eran sabias y sensibles,
amantes
del misterioso
que
el alma llena de romanticismo.
Soneto
II
No
puede haber más brillo ni belleza
en
un sonido que, en sus claridades,
exhibe
de los genios las bondades,
su
fuego, su talento y su nobleza.
La
música, que la naturaleza
retrata
con ideas, con verdades,
el
bosque teje con sus densidades,
sus
verdes, su follaje y su maleza.
Beethoven
retrató con su pintura
paisajes
de esa Viena rumorosa
que
ve crecer las vides lentamente.
Pues
es la Pastoral la partitura
nacida
del arroyo que rebosa
y
escucha el trino tierno y complaciente.
El
otoño en los bosques de Viena
Fue
bordando sus raros colores
en
follajes callados y tristes
el
otoño en los bosques de Viena.
Porque
enciende su fuego con gana
en
la densa hojarasca que muere
el
otoño en los bosques de Viena.
Y
es que sabe mostrar la belleza,
con
su fuerza y su gran colorido,
el
otoño en los bosques de Viena.
Porque
duermen los árboles bellos,
mientras
deja sus hojas al aire
el
otoño en los bosques de Viena.
Porque
viste los bosques rojizos,
y
con ocres y pardos, acaso,
el
otoño en los bosques de Viena.
Porque
siempre las lluvias apura
entre
densas malezas y arbustos
el
otoño en los bosques de Viena.
Soneto
III
El
arco deslizó con raro hechizo,
llevado
por la cuerda de su mano,
mostrando,
con un gesto soberano,
la
gracia de la música en un rizo.
La
nota que en el aire se deshizo
las
llamas describió del sol lejano,
vencido
a la mañana, si, temprano,
brillaba
sobre mares de granizo.
Y,
beso de violín, alma de brisa,
el
vuelo de un espíritu callado
mudó
con su sonido bullicioso.
Su
mano se agitó casi con prisa,
pues
Erich, con un gesto enajenado,
la
música convierte en algo hermoso.
Los
bosques de coníferas
Los
bosques de coníferas,
amigos
del estanque,
se
alternan con los árboles caedizos,
que
encienden los colores más variados,
porque
el paisaje triste
desnuda
su belleza en el otoño.
También
los urogallos
lamentan
la llegada
del
viento del invierno que, inclemente,
parece
castigar a los que viven,
dejando
que se escapen
las
aves a otros reinos alejados.
En
tanto, los austríacos
parecen
alegrarse
del
velo de las nieves que ya llegan,
que
cubren cada prado, porque Simmering
se
ofrece a quien patina,
y
allí vemos a Schagerl con los suyos.
Soneto
IV
Después
de transcurrir la noche oscura,
la
brisa ve que en Austria los deshielos
apura
un sol que corre por los cielos
que
encienden, con el alba, su hermosura.
Y,
pues que con la noche se apresura,
sabiendo
que las nieves en los suelos
tejieron
los hermosos terciopelos,
los
hiere, los derrite y los apura.
Nostalgia
de una clara primavera
parece
el cielo azul, que, malherido,
nos
habla como un viejo moribundo.
La
luz se siente débil a la espera,
sabiendo
del crepúsculo encendido
que
llora despidiéndose del mundo.
Sabed
que la mañana
Sabed
que la mañana
despierta
en Niederösterreich,
mirando
las escarchas de otro tiempo.
Sabed
que sus colores
repiten
los dorados de otras veces
en
las colinas tristes de la escarcha.
Y
un Erich, siendo niño
las
pudo contemplar cuando vivía
en
la región más bella del planeta.
El
sol siempre lejano
parece
melancólico y poético
al
alma que lo admira silencioso.
Soneto
V
El
sol llegó a ese cielo que, invernizo,
su
reino abandonó, entre las neblinas,
sabiendo
que eran brasas coralinas
que
danzan al azar, metal cobrizo.
Parece
que, en los meses de granizo,
de
nieves y de hielo en las colinas,
las
músicas se tornan cristalinas
como
ese hielo raro con su hechizo.
Hermosa
suele ser, de los violines,
llenando
los inviernos más inciertos,
la
música que suena en los jardines.
Escuchan
sus sonidos, sus aciertos
los
mármoles de viejos querubines,
fingiendo,
en su letargo, estar atentos.
El
hielo se deshizo
El
hielo se deshizo
no
lejos de Sankt Pölten, donde siempre
la
luz primaveral llama al deshielo.
Las
horas de la nieve,
la
escarcha y los granizos repentinos
habrán
de apaciguarse por lo pronto.
Es
bello suponerlo:
las
flores arderán en un incendio
de
vida que se lanza hacia el verano.
Y
luego los otoños
traerán
el fruto rico del trabajo
del
hombre que cultiva su parcela.
Soneto
VI
Los
bosques callan, calla ya el sendero
donde
arden las antorchas en que, oscura,
se
viene a deshacer, donde se apura,
la
noche cuyo sueño es más ligero.
En
Viena duerme el sueño del enero
la
nieve que desciende de la altura,
que
cubre cada suelo, que se apura,
llegando
a los caminos sin esmero.
Y
entonces una luz anuncia el día
que
llena melodías con sus besos,
si
un beso puede ser su fortaleza.
Y
vemos las nevadas, los excesos
que
dejan un perfume de alegría,
un
halo de misterio, de belleza.
La
música se embriaga del espíritu
La
música se embriaga del espíritu
que
prenden los violines y las violas,
la
trompa, el clarinete, el violonchelo,
si
buscan ese cielo inaccesible.
Así
imagina el alma los paisajes:
las
aguas perezosas del Danubio,
los
ecos de las aves de los bosques,
los
cálidos colores del otoño…
Los
trémolos anuncian un inicio
que
llama a los deleites más extraños,
dejando
que se sienta en los adentros
un
halo de callado misticismo.
Podemos
aprender mil sensaciones:
la
calma relajante en e ambiente,
la
noche misteriosa de la angustia,
tal
vez la luz que enciende la esperanza.
Soneto
VII
Dejó
el invierno atrás, siempre ligera,
la
luz que, por los amplios corredores,
derrama
su hermosura a los albores,
los
brillos que despacha como quiera.
Podrá
la aurora, dulce y lisonjera,
al
tiempo que se escapa entre vapores,
la
sábana alcanzar con sus colores
que
aquella orilla advierte prisionera.
La
luz del alba, el beso del rocío,
la
voz que sabe a verso de alborada
se
admiran de la brisa repentina,
De
su violín escuchan todo el brío
y
es Erich quien derrite la nevada,
si
canta al sol allí donde ilumina.
Un
eco mozartiano
Un
eco mozartiano
se
vuelve mensajero de alegría
al
ver la primavera
que
llega a cada parque
y
enciende los verdores en las ramas,
rompiendo
ese silencio
que
quieren los inviernos y las nieves.
Un
eco mozartiano,
un
eco cadencioso que suplica
la
vida en cada bosque,
el
verde en cada planta,
la
llama de las flores que preludian
el
renacer que espera
la
vida que despierta de su sueño.
Y
sabe que es hermoso
quien
toca con la técnica magnífica
del
sabio filarmónico,
del
hábil violinista
que
aprecia, con el alma de un poeta,
los
cambios del paisaje,
metáfora
de todo cuanto es nuestro.
Soneto
VIII
Los
cuentos de los bosques se hacen bellos
y
un gusto a vals en ellos siempre suena
si
se oyen a las viejas, cuando, en Viena,
la
luz se hace crepúsculo con ellos.
Pues
arden con bravura los destellos
que
ven el cielo hermoso en luna llena,
si
acaso el blanco toma y la azucena
admiran
campesinos y plebeyos.
Que
pueblan las aldeas imperiales
los
duendes del febril romanticismo
que
siente una niñez con fantasía.
Y
acaso entre viñedos y frutales
esconde
cada sombra el raro abismo
que
habita con su magia y alegría.
La
música es en Viena
La
música es en Viena
un
canto y un milagro de alegría
que
alivia las tristezas del invierno.
Las
nieves son frecuentes,
las
lluvias y los fuertes temporales
de
vientos que se agitan encendidos.
La
soledad no es dulce
si
no se oye un violín, alguna cítara
que
traiga la promesa de otro tiempo.
Y
así la tarde triste,
monótona
y amarga por la nieve,
no
olvida que el verano vendrá pronto.
Soneto
IX
La
nieve llega siempre tras la helada
a
Schönbrunn y sus mágicos jardines,
lugar
donde se escuchan los violines
que
el alma elevan hasta su morada.
La
senda, muchas veces escarchada,
nos
lleva donde están los paladines
que
cuidan, como nobles querubines,
la
llama de un imperio enajenada.
La
gloria vive donde está el pasado
perdido
por los siglos de la historia,
que
corre caprichosa hacia la nada.
Y
mira Erich el templo custodiado
por
hechos y momentos cuya gloria
tan
solo es la leyenda recordada.
Los
bosques apartados
Los
bosques apartados
inspiran
melodías
que
pueden describir esa hermosura
que
tienen los viñedos del otoño,
si
hiere el verde
intenso
la
helada con su aliento peregrino.
Los
árboles que abundan
esconden
los senderos
que
aquellos personajes de leyenda
pudieron
caminar en esos siglos
de
miedo y de ignorancia,
poblados
por las brujas y los monstruos.
El
vino deleitoso
conjuga
sus sabores
con
el color callado de diciembre,
cercano
ya el invierno, mientras Erich
se
inspira en el paisaje
que
regaló su música a los genios.
Si
Strauss compuso valses,
Beethoven,
con paciencia,
compuso
una brillante sinfonía
que
deja una una impresión de bucolismo
en
quienes se entretienen
oyendo
a la oropéndola en las frondas.
Soneto
X
Se
enciende entre coníferas el cielo
que
el bosque ven tan lleno de alegría,
que
escucha la más bella sinfonía
el
aire limpio y puro del deshielo.
Parece
despertar un nuevo vuelo,
de
llamas y dorados cuando el día,
meciéndose
en febril melancolía,
la
niebla teje en suave terciopelo.
Pues
hace de la música baluarte
quien
toca esa belleza reluciente
que
canta los paisajes silenciosos.
Y
Viena, la mayor cima del arte,
bucólica
es a veces donde siente
que
los sonidos arden cadenciosos.
El
valle de Wachau y sus castillos
Parece
que el camino
se
vuelve más romántico,
mirando
la belleza del Danubio,
que
sigue silencioso
el
curso destinado por el cauce
del
valle de Wachau y sus castillos.
Pues
magnas fortalezas
saludan,
con sus torres,
al
caminante alegre que transita,
mirando
la arboleda,
los
montes, las colinas de la zona
del
valle de Wachau y sus castillos.
El
viaje se hace rápido,
dejado
a las corrientes,
siguiendo
el curso mágico del agua,
que
ve, entre farallones,
los
pueblos más discretos y los muros
del
valle del Wachau y sus castillos.
Soneto
XI
Dormido
en su febril melancolía,
el
sol nos trae de nuevo la mañana
que
ve correr la luz donde lozana
se
escapa para dar su fuerza al día.
Y
el eco de una suave melodía
la
nieve ve morir en senda llana,
si,
lejos, en la cumbre grita ufana
la
gloria de la noche más sombría.
La
noche deja siempre su granizo,
su
escarcha, sus nevadas y su hielo,
sobre
un paisaje bello y hechizado.
Mas
siempre la blancura se deshizo,
si
quiso Schagerl limpio hallar el cielo
allí
donde un violín vuela hechizado.
El
tango es argentino
El
tango es argentino,
agreste
como agrestes los rufianes
porteños
que hallarás en los burdeles.
Sus
cantos son de amores
que
mueren traicionados en el llanto
de
alguna copa vil en un tugurio.
Un
llanto de amargura
define
sus compases caprichosos,
como
el destino aciago de un afecto.
El
humo del cigarro,
el
llanto de Gardel cuando cantaba
y
un eco de nostalgia en el vacío.
Soneto
XII
La
luz que se derrama a la alborada
y
muestra el brillo mágico del día
parece
saludar la brisa fría
que
besa los alientos de la helada.
Enero
corre viendo alborotada
la
música que vive en la alegría
el
halo que romántico encendía
el
alma de otros siglos olvidada.
Y
vuelan esos valses caprichosos,
que
alegran el invierno y el granizo
que
viene sin clemencia de los cielos.
Se
tornan los compases bulliciosos,
llegado
el Año Nuevo, cuyo hechizo
las
nieves deja libres y los hielos.
Las
llamas del crepúsculo
Las
llamas del crepúsculo
que
enciende el horizonte, entre dorados,
esperan
el momento del concierto.
Y
Schönbrunn es testigo
de
toda la hermosura que sugieren
las
notas, los compases, los sonidos.
Son
bellas partituras
que
elevan el espíritu más noble
al
cielo de los sueños más amables.
La
música exquisita
parece
ese perdón que el peregrino
buscaba
en los caminos de otro tiempo.
Soneto
XIII
De
Schagerl es acaso la grandeza
su
forma de tocar, que el alma clara
expresa
algo profundo que declara
su
fuego o su febril delicadeza.
Es
él un violinista que la pieza
distingue,
pues la partitura rara
parece
más difícil, y él declara
que
sabe interpretarla con belleza.
Y
luce bello el tango, reluciente,
el
drama del amor que contraría
la
falsedad del beso a medianoche;
los
valses cuya música demente
encienden
la pasión de la alegría,
su
fuego, su belleza y su derroche.
Las
horas de silencio
Las
horas de silencio
que
trajo la mañana con el alba
encienden
la belleza de los cielos.
Su
luz, en primavera,
recuerda
que se han ido ya las nieves
y
el campo y las malezas viven libres.
No
en vano, la mañana
parece
despertar con la alegría
que
falta en las mañanas del invierno.
Acaso
la belleza del paisaje
renueva
sus colores y se enciende,
llevada
de un hechizo inesperado.
2013-2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
“Las
escarchas de diciembre”
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