José
Ramón Muñiz Álvarez
“SABED
QUE, EN OTRO TIEMPO, LAS AMÉRICAS
PUDIERON
OFRECER EXTRAÑOS
SUEÑOS”
(Poema
endecasilábico en que se evoca
el
tiempo glorioso en que los
españoles
embarcaron
a las
Indias)
Sabed
que, en otro tiempo, las Américas
pudieron
ofrecer extraños sueños
que
los conquistadores del antaño
quisieron
alcanzar para la fama,
si
no fue por tener grandes tesoros.
Las
rutas de esta tierra eran un mundo
de
selva inaccesible, siempre virgen,
lugar
para el indígena, que, en cueros,
jamás
supo de un Dios que, furibundo,
negara
al pecador un Paraíso.
El
ánimo que pide la aventura
que
busca los lugares más remotos
espera
hallar la plata, el oro bello,
recónditos
rincones siempre fértiles,
caminos
que jamás se han explorado.
Es
un vergel sin luz en las regiones
más
húmedas y el verde de sus zonas,
como
un pincel intenso, se hace vida,
confiesa
tanta vida como tiene
y
esconde tanta vida como calla.
La
plata le dio nombre a la Argentina,
brilló
en el Potosí y pagó las guerras
de
los emperadores españoles,
lanzándose
ante infieles luteranos,
ingleses
belicosos sin escrúpulos.
Albión,
con su perfidia y sus maldades,
envuelve
en su ambición el gesto hipócrita,
mandando,
por los mares del Caribe,
la
plaga de piratas que saquean
las
naves que alimentan al Imperio.
Los
hombres eran hombres, y arrastraron
el
peso del dolor de sus esfuerzos
queriendo
aquellas tierras alejadas,
queriendo
hallar riqueza y nombradía,
pues
no era ya posible en nuestro suelo.
Hablemos
de Cortés y de Pizarro,
hablemos
de la ruta de Orellana,
del
oro de las Indias, las ciudades,
los
templos donde hacían sacrificios
y
toda la riqueza de estas gentes.
Y
todo fue buscar otros caminos,
perderse
por las densas espesuras,
abriendo
nuevas sendas con la espada
que
hallaba al indio idólatra indefenso,
cobarde
ante los fieros castellanos.
Los
incas y los mayas, los aztecas,
miraban
con asombro al europeo,
el
nuevo dios llegado de naciones
que
nunca sospecharon y que estaban
unidos
a una vieja profecía.
Acaso
los vikingos, con sus artes,
su
mucha habilidad, su atrevimiento,
pisaron
estas tierras y pudieron
sellar
una amistad con los indígenas
que
no los olvidaron en sus cuentos.
Las
gentes recordaban su presencia
en
esas tradiciones que los viejos
les
cuentan a los niños cuando buscan
la
altura las pavesas desde el fuego,
si
llega ya la noche con sus sombras.
Fue
un tiempo de aventura y fue distinto,
después
de tantos siglos, a este tiempo
que
ofrece dichas fáciles y deja
que
corra el tiempo alegre sin empresas,
sin
gana de pendencias y aventuras.
Las
olas encrespadas de los mares,
los
vientos aguerridos en las velas,
la
voz de las gaviotas a lo lejos
y
aquel olor a sal en cada brisa
pudieron
ser promesas de bonanza.
Los
pobres, olvidando sus miserias,
juntábanse
a los nobles, cuyos ánimos
soñaban
el placer de los combates
y
un reino de conquistas para todos,
detrás
de aquellos mares tan inmensos.
Sabed
que, en otro tiempo, las Américas
pudieron
ofrecer extraños sueños,
quimeras
y locuras que encendieron
la
furia de las gentes que dejaron
el
puerto de Sevilla a sus espaldas.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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