lunes, 23 de junio de 2014

América











José Ramón Muñiz Álvarez

SABED QUE, EN OTRO TIEMPO, LAS AMÉRICAS

PUDIERON OFRECER EXTRAÑOS

SUEÑOS”

(Poema endecasilábico en que se evoca

el tiempo glorioso en que los

españoles

embarcaron a las

Indias)




Sabed que, en otro tiempo, las Américas

pudieron ofrecer extraños sueños

que los conquistadores del antaño

quisieron alcanzar para la fama,

si no fue por tener grandes tesoros.

Las rutas de esta tierra eran un mundo

de selva inaccesible, siempre virgen,

lugar para el indígena, que, en cueros,

jamás supo de un Dios que, furibundo,

negara al pecador un Paraíso.

El ánimo que pide la aventura

que busca los lugares más remotos

espera hallar la plata, el oro bello,

recónditos rincones siempre fértiles,

caminos que jamás se han explorado.

Es un vergel sin luz en las regiones

más húmedas y el verde de sus zonas,

como un pincel intenso, se hace vida,

confiesa tanta vida como tiene

y esconde tanta vida como calla.

La plata le dio nombre a la Argentina,

brilló en el Potosí y pagó las guerras

de los emperadores españoles,

lanzándose ante infieles luteranos,

ingleses belicosos sin escrúpulos.

Albión, con su perfidia y sus maldades,

envuelve en su ambición el gesto hipócrita,

mandando, por los mares del Caribe,

la plaga de piratas que saquean

las naves que alimentan al Imperio.

Los hombres eran hombres, y arrastraron

el peso del dolor de sus esfuerzos

queriendo aquellas tierras alejadas,

queriendo hallar riqueza y nombradía,

pues no era ya posible en nuestro suelo.

Hablemos de Cortés y de Pizarro,

hablemos de la ruta de Orellana,

del oro de las Indias, las ciudades,

los templos donde hacían sacrificios

y toda la riqueza de estas gentes.

Y todo fue buscar otros caminos,

perderse por las densas espesuras,

abriendo nuevas sendas con la espada

que hallaba al indio idólatra indefenso,

cobarde ante los fieros castellanos.

Los incas y los mayas, los aztecas,

miraban con asombro al europeo,

el nuevo dios llegado de naciones

que nunca sospecharon y que estaban

unidos a una vieja profecía.

Acaso los vikingos, con sus artes,

su mucha habilidad, su atrevimiento,

pisaron estas tierras y pudieron

sellar una amistad con los indígenas

que no los olvidaron en sus cuentos.

Las gentes recordaban su presencia

en esas tradiciones que los viejos

les cuentan a los niños cuando buscan

la altura las pavesas desde el fuego,

si llega ya la noche con sus sombras.

Fue un tiempo de aventura y fue distinto,

después de tantos siglos, a este tiempo

que ofrece dichas fáciles y deja

que corra el tiempo alegre sin empresas,

sin gana de pendencias y aventuras.

Las olas encrespadas de los mares,

los vientos aguerridos en las velas,

la voz de las gaviotas a lo lejos

y aquel olor a sal en cada brisa

pudieron ser promesas de bonanza.

Los pobres, olvidando sus miserias,

juntábanse a los nobles, cuyos ánimos

soñaban el placer de los combates

y un reino de conquistas para todos,

detrás de aquellos mares tan inmensos.

Sabed que, en otro tiempo, las Américas

pudieron ofrecer extraños sueños,

quimeras y locuras que encendieron

la furia de las gentes que dejaron

el puerto de Sevilla a sus espaldas.



2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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