José
Ramón Muñiz Álvarez
“QUIEN
SABE DEL SILENCIO DE LOS
VALLES”
(La
extraña confesión de los que sienten
las
voces del espíritu
encendido,
al
ver, en lo lejano, los
ocasos)
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Quien
sabe del silencio de los valles podrá decir qué luces iluminan las
tardes en las densas espesuras que cubren, con sus hojas, los
castaños. La nueva primavera se desnuda y escucha en lo profundo de
los árboles el canto del cuclillo que se esconde con esa timidez que
le es tan propia. Y el sol, porque es cobarde, se retira, sabiendo de
las brisas que se acercan y toman las orillas del arroyo que canta,
melancólico, el deshielo. Y, al irnos por la senda bulliciosa, se
sienten los jilgueros del camino, y, al fin el precipicio nos enseña
la estampa de la costa sosegada. Pues hay, en ocasiones, temporales
que lanzan con su furia, ante las rocas, la espuma de las olas que se
agitan, ariete despiadado, en los cantiles.
Quien
sabe del silencio del paisaje podrá mirar de nuevo esos crepúsculos
y hallar las hermosuras del ocaso que busca el sol, vencido y
soñoliento. Preludio del verano, sus colores escuchan a las aves,
cuando buscan, tendiendo al aire el vuelo, ese retiro que pueda ser
guarida con la noche. Por eso el horizonte va cubriéndose de manchas
encarnadas y de púrpuras que rayan las alturas y decoran paisajes de
belleza incomparable. La luz del sol refleja sus colores en ese cielo
triste y moribundo que besa con sus labios las estrellas y gime con
el hielo de la noche. También el mar se viste con las galas que
quieren la elegancia de las sombras y admiran una luna delicada que
tiembla porque a veces hace frío.
La
noche se ha acostado con nosotros: es el momento bello en que reviven
las voces interiores que resumen un sentimiento dulce de nostalgia.
Pues sabe cada sombra, con su aliento, sus voces y sus gritos
alejados dejar que el mundo sepa sus tristezas en un recuerdo triste
pero bello. Y yo, que soy romántico, por parte, sirviendo a la
poesía con esmero del modo en que lo hicieron los antiguos me rindo
ante las aras de los tristes. Pues es satisfacción ese lamento que
llena, tras los párpados los ojos con la humedad vencida de una
lágrima que sabe, resignada, derramarse. Que el tiempo sigue siendo
nuestro reino, llenando los momentos con quimeras, con sueños y
proyectos que se cumplen o quedan enterrados para siempre.
La
noche se ha acostado con nosotros: es el momento tierno que nos llena
de vagas emociones y nos deja sentir de nuevo tiempos ya vividos.
Pues saben las estrellas de los males que siente el corazón cuando
las mira y encuentra, cada noche, ese paisaje que vuelve a repetirse
con la noche. Y yo, que soy de temple melancólico, suspiro cuando
vuelve el tiempo viejo, si quiere la memoria que regrese, y entona el
corazón el canto amargo. Pues hay un gozo extraño en el lamento que
cantan los espíritus vencidos que escuchan el susurro de la brisa,
si encuentran mil susurros interiores. Y sigue siendo el tiempo
nuestro reino, tal vez imperio digno y fortaleza de cuanto nos
prometen esos años que quedan enterrados en la nada.
Quien
sabe del silencio de los valles contempla con tristeza los ocasos…
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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