José Ramón Muñiz Álvarez
“LA MUERTE QUE BESÓ LA HELADA FRÍA”
(Soneto
sobre el tema de la muerte
que espera
a los que
existen en
el
mundo)
http://jrma1987.blogspot.com
El brillo de los prados, tras las lluvias, las hojas moribundas de los
árboles y el barro en los caminos solitarios hallaron, en los oros del
crepúsculo, los ecos del aliento que venía, cuajando las escarchas más
tempranas, al valle silencioso, donde el viento callaba sus canciones
melancólicas.
La música sonora del arroyo, los llantos de la brisa, su sonido, y el canto
de las densas hojarascas hablaron de la muerte cuando el aire crispaba su
emoción y las estrellas buscaban los susurros de otro tiempo, rumores alejados
que, a deshora, mezclaban sus murmullos repentinos.
La nieve de las cumbres elevadas, el eco del granizo caprichoso y el
canto de la lluvia en los parajes pudiera ser la vieja profecía que pronunció
diciembre cuando quiso dejar algo de sí sobre el helecho que muere en soledad,
bajo el castaño que quiere desnudarse de su ropa.
Y entonces es momento de conceptos, profundas reflexiones y de ideas, de
pensamientos raros e inquietantes que tienen que expresarse, de este modo, con
gran resignación, con valentía, pues hablan del destino ya asignado, pues
siempre nos acecha la guadaña del fin que trae la muerte en sus bolsillos.
Los pensamientos nunca son aislables tampoco del recuerdo de otros
tiempos, y así son los ocasos un momento terrible de tristezas y nostalgias, pero
arde en cada pecho, con bravura, la llama del valor que acepta todo, también la
muerte, para cuando venga con ese manto oscuro que la viste.
Y el alma, que no está atemorizada, se siente melancólica, a disgusto, cuando
imagina el tiempo y ve que corren los años su carrera de improviso, buscando,
como el agua en el torrente, lanzarse a la deriva, a donde sea, y echarse al
mundo por estrechos cauces que habrán de hallar los mares de Manrique.
Así nacieron todos los sonetos escritos con espíritu amargado, los
frutos de la crisis, las derrotas, cuando el imperio estaba moribundo, pero
también las silvas que nos dicen, con aires clericales y jesuíticos, que nada
permanece para siempre, que todo está avocado a no ser nada.
Y acaso en los palacios de la muerte las salas son del polvo que fue, en
tiempos, un eco de ilusión o de esperanza que no pudo vivir eternamente, pues
hay tristezas tras la losa clara que guarda en sus adentros la madera del
féretro que esconde esos rincones, custodios de un aliento sin bondades.
Por eso he de cantar abiertamente los versos del soneto que compuso mi
espíritu febril y envenenado, tras horas de dolor sin esperanza, pues somos
como el féretro que vive debajo de la piel, en cada parte del cuerpo que
tenemos por morada, si no es que somos tiempo solamente:
La cumbre en que despierta la nevada
que enseña su hermosura al alto cielo
mostró su claridad, el blanco hielo
que supo en lo lejano la otoñada.
La luz del sol halló, con la alborada,
los pardos y hojarascas sobre el suelo,
preludio de la muerte, del desvelo
que quiso con su llanto la invernada.
Lo mismo son las hojas del camino,
si tristes las arranca el raudo viento,
que el hombre con su fuego y bizarría.
La aurora fue el agüero peregrino
que dijo, con el oro de su aliento,
la muerte que besó en la helada fría.
Y así, tras este canto doloroso que ve la muerte allí donde palpita, no
hay nada que explicar, pues estos versos explican lo que nunca los filósofos,
con todo su saber y su experiencia, supieron explicar a los mortales, que
aguardan, impacientes, las repuestas sobre un destino siempre desolado.
Los hombres de otros siglos, muchas veces, hallaron el lenguaje más
preciso que sabe decir todo al decir nada, pues habla al corazón y al
sentimiento (son hombres de ese siglo de derrotas que vio en España crisis y
tristezas, igual que en este tiempo en que nosotros lloramos tanto mal en la
política).
Pensad cómo sería si tornasen del seno de la muerte aquellas gentes: un
Góngora, un Quevedo, algún Bocángel, un Lope que supiera deleitarnos, acaso
aquella gente sevillana que amó los versos dulces, cuando Herrera los supo
convencer del latinismo, del gusto por la luz de la cultura…
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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