“RECUERDOS DE LOS TIEMPOS YA PERDIDOS”
O “BOSQUES DONDE CRECE
EL EUCALIPTO”
Palabras de homenaje a quien
sin duda es una de las
figuras señeras
en la historia del colegio
San Félix
Estos son recuerdos del ayer
para don Delfino
Gavela
Por José Ramón Muñiz
Álvarez
La infancia corrió rauda: son muchos los
recuerdos que quedan de ese tiempo ya perdido, dejado atrás, lanzado, como un
cacharro inútil a la calle, al sótano tal vez, donde se pierden los años que se
van, los años tristes, que corren, que se apuran y dejan desconsuelo en el
espíritu.
Huyó al fin la niñez: los años que se
escapan parecen como un sueño solamente, un sueño no vivido, paisajes
encontrados en postales que nunca pudo ver el que no estuvo, lugares que son
ánima arrancada, dejada atrás, perdida, sin fe, como las nieves de otro tiempo.
Volaron esos años: sabed que fueron lejos
los tiempos del ayer, los de las aulas, los tiempos de sentarse, tal vez
ilusionado, en un pupitre, mirando la pizarra, siempre verde, quizás por la
ventana, donde saben perderse a su capricho los ojos del muchacho que no
estudia.
Mas puede revivirlas quienquiera que
camine las rutas más famosas, esas sendas que pudo adivinar en viejas
excursiones por villorrios que esperan, a la vera de los montes, en los que va
creciendo el eucalipto, no lejos de maizales que aguardan bajo el cielo del
verano.
Y es justo revivirlo: algunos son lugares
que hubimos de admirar siendo muy jóvenes, en tardes encendidas con ese sol de
otoño a veces triste, llevados por Delfino, quien sabía contarnos los misterios
que ocultaban los árboles del bosque, los pájaros callados de la zona.
No han de faltar rincones: Carreño se
antojaba lugar maravilloso para todos, con zonas tan hermosas, tan verdes como
el bosque de castaños y robles donde crece el eucalipto, no lejos del pinar,
donde se mira la Fuente de los Ángeles, que corre, rumorosa, al arroyuelo.
También el monte Areo: en él están los
dólmenes que duermen, tras los siglos de los siglos, que pueden separarnos de
tiempos ancestrales, esas fechas que guardan con tesón historiadores que
quieren inventar lo nunca escrito, pues queda en el misterio perdido del pasado
para siempre.
Y no solo Carreño: los viajes a los Lagos
que están hacia Somiedo y Covadonga, los montes aguerridos de Bulnes, donde
corre alegre el Cares, y Tuiza, Peña Ubiña y carreteras que buscan un final que
nunca tienen, entre calizas firmes que forman altas torres con orgullo.
Delfino es hombre sabio: conoce el
escondrijo que brinda paz al ave o al raposo, pues tiene un ojo agudo que sabe
descubrir la martaleña, la rana y el hurón en cualquier parte, pues, siendo ya
la noche, nunca falla, y acierta a distinguirlos bajo la lluvia densa del
otoño.
Pensad en las culebras: Delfino las
cazaba para mostrar en clase las criaturas que habitan en el campo, y habiendo
de lograrles alimentos a aquellas prisioneras viperinas, salía, si llovía, cada
noche, para encontrar batracios por esas carreteras y caminos.
Y, a veces, se escapaban: salían de las
urnas que guardan en los sótanos los centros para las elecciones, pues eran
como jaulas que servían para tener cautivos a los sapos no lejos de reptiles
que solían tragarlos de un bocado, para pasarlos luego hacia su vientre.
La suerte del batracio no es buena,
cuando muere cazado por la víbora, pues pasan a veces varios días y sigue
estando viva en el estómago, sabiendo que la suerte que le cabe no es muy
prometedora que digamos, pues esa muerte es lenta y angustia más la espera que
la muerte.
La mantis religiosa también se alimentaba
de pardos saltamontes y cigarras, con esa rapidez, lanzando sus ataques
repentinos, certeros, si de un golpe, el saltamontes quedaba moribundo en sus
mandíbulas, terribles y letales, clavándose en el cuerpo o la cabeza.
Delfino nos mostró que suelen ser
curiosos, no lejos del arroyo, los insectos, y vimos las carcasas marrones de
libélulas que escapan, que salen de ese cuerpo y que se fugan según sus alas
secan con el aire, la brisa lenta y blanda que corre los espacios del verano.
Por eso es tan querido: lo quieren los
alumnos, pues saben recordar las correrías por esos prados bellos que existen
en Carreño y su contorno, que puede ser también ir al Angliru, mirar al azulón
en un estanque de Condres, o en la Granda, lugar donde el embalse es imponente.
Y es justo este tributo: había que de
decirlo, gritar al mundo entero que es sensato contar quién era el hombre
callado de la barba y de las gafas que va fumando siempre un cigarrillo
(pongamos que son Celtas lo que fuma), decir que fue un docente capaz en este
oficio complicado.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
Fumaba ducados y lo dejó el día que se jubiló
ResponderEliminarEn todo lo demas sigue igual y con el mismo entusiasmo
Gracias por tu poesía, es precioso todo lo que cuentas