martes, 16 de septiembre de 2014

Delfino Gavela Pérez





“RECUERDOS DE LOS TIEMPOS YA PERDIDOS”
O “BOSQUES DONDE CRECE
EL EUCALIPTO”
Palabras de homenaje a quien
sin duda es una de las
figuras señeras
en la historia del colegio
San Félix
 Estos son recuerdos del ayer
para don Delfino
Gavela
Por José Ramón Muñiz
Álvarez

La infancia corrió rauda: son muchos los recuerdos que quedan de ese tiempo ya perdido, dejado atrás, lanzado, como un cacharro inútil a la calle, al sótano tal vez, donde se pierden los años que se van, los años tristes, que corren, que se apuran y dejan desconsuelo en el espíritu.
Huyó al fin la niñez: los años que se escapan parecen como un sueño solamente, un sueño no vivido, paisajes encontrados en postales que nunca pudo ver el que no estuvo, lugares que son ánima arrancada, dejada atrás, perdida, sin fe, como las nieves de otro tiempo.
Volaron esos años: sabed que fueron lejos los tiempos del ayer, los de las aulas, los tiempos de sentarse, tal vez ilusionado, en un pupitre, mirando la pizarra, siempre verde, quizás por la ventana, donde saben perderse a su capricho los ojos del muchacho que no estudia.
Mas puede revivirlas quienquiera que camine las rutas más famosas, esas sendas que pudo adivinar en viejas excursiones por villorrios que esperan, a la vera de los montes, en los que va creciendo el eucalipto, no lejos de maizales que aguardan bajo el cielo del verano.
Y es justo revivirlo: algunos son lugares que hubimos de admirar siendo muy jóvenes, en tardes encendidas con ese sol de otoño a veces triste, llevados por Delfino, quien sabía contarnos los misterios que ocultaban los árboles del bosque, los pájaros callados de la zona.
No han de faltar rincones: Carreño se antojaba lugar maravilloso para todos, con zonas tan hermosas, tan verdes como el bosque de castaños y robles donde crece el eucalipto, no lejos del pinar, donde se mira la Fuente de los Ángeles, que corre, rumorosa, al arroyuelo.
También el monte Areo: en él están los dólmenes que duermen, tras los siglos de los siglos, que pueden separarnos de tiempos ancestrales, esas fechas que guardan con tesón historiadores que quieren inventar lo nunca escrito, pues queda en el misterio perdido del pasado para siempre.
Y no solo Carreño: los viajes a los Lagos que están hacia Somiedo y Covadonga, los montes aguerridos de Bulnes, donde corre alegre el Cares, y Tuiza, Peña Ubiña y carreteras que buscan un final que nunca tienen, entre calizas firmes que forman altas torres con orgullo.
Delfino es hombre sabio: conoce el escondrijo que brinda paz al ave o al raposo, pues tiene un ojo agudo que sabe descubrir la martaleña, la rana y el hurón en cualquier parte, pues, siendo ya la noche, nunca falla, y acierta a distinguirlos bajo la lluvia densa del otoño.
Pensad en las culebras: Delfino las cazaba para mostrar en clase las criaturas que habitan en el campo, y habiendo de lograrles alimentos a aquellas prisioneras viperinas, salía, si llovía, cada noche, para encontrar batracios por esas carreteras y caminos.
Y, a veces, se escapaban: salían de las urnas que guardan en los sótanos los centros para las elecciones, pues eran como jaulas que servían para tener cautivos a los sapos no lejos de reptiles que solían tragarlos de un bocado, para pasarlos luego hacia su vientre.
La suerte del batracio no es buena, cuando muere cazado por la víbora, pues pasan a veces varios días y sigue estando viva en el estómago, sabiendo que la suerte que le cabe no es muy prometedora que digamos, pues esa muerte es lenta y angustia más la espera que la muerte.
La mantis religiosa también se alimentaba de pardos saltamontes y cigarras, con esa rapidez, lanzando sus ataques repentinos, certeros, si de un golpe, el saltamontes quedaba moribundo en sus mandíbulas, terribles y letales, clavándose en el cuerpo o la cabeza.
Delfino nos mostró que suelen ser curiosos, no lejos del arroyo, los insectos, y vimos las carcasas marrones de libélulas que escapan, que salen de ese cuerpo y que se fugan según sus alas secan con el aire, la brisa lenta y blanda que corre los espacios del verano.
Por eso es tan querido: lo quieren los alumnos, pues saben recordar las correrías por esos prados bellos que existen en Carreño y su contorno, que puede ser también ir al Angliru, mirar al azulón en un estanque de Condres, o en la Granda, lugar donde el embalse es imponente.
Y es justo este tributo: había que de decirlo, gritar al mundo entero que es sensato contar quién era  el hombre callado de la barba y de las gafas que  va fumando siempre un cigarrillo (pongamos que son Celtas lo que fuma), decir que fue un docente capaz en este oficio complicado.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

1 comentario:

  1. Fumaba ducados y lo dejó el día que se jubiló
    En todo lo demas sigue igual y con el mismo entusiasmo
    Gracias por tu poesía, es precioso todo lo que cuentas

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