“IMPRESIONES DEL ETERNO RETORNO DE LO IDÉNTICO”
Las ideas
centralesde “Así habló
Zaratustra” y
su origen
en “La Gaya Ciencia”.
Por José Ramón Muñiz
Álvarez
Partiendo
del supuesto de que la energía y la materia que forma la totalidad cósmica sea
discreta para un tiempo infinito, siempre tendremos como única solución la
posibilidad de que los sucesos diacrónicos que organiza el tiempo habrán,
necesariamente, de repetirse, pues es lógico pensar que ese cosmos es una
organización semejante a un ballet en que danzan los átomos con unos pasos y
unas figuras tan variados como para no poder ser retenidos en la mente de un
simple mortal, pero que se agotan ante la inmensidad del infinito que se
propone en un tiempo ilimitado.
Hablar
de un tiempo infinito y de una materia finita no difiere en gran medida de lo
que los astrofísicos están diciendo en nuestro tiempo, al decir que la
totalidad cósmica es una gran explosión que acabará luego comprimiéndose. Si
aceptamos la idea de que los sucesos históricos se habrán de repetir tal y cual
antes sucedieron, estamos aceptando que este momento ha de repetirse también, y
todo lo demás, de manera que habremos de estar necesariamente aquí de nuevo
infinidad de vences, porque ya hemos estado aquí una infinidad de veces.
La
primera vez que aparece esta idea en Nietzsche es en un aforismo de “La Gaya Ciencia”, el mismo libro
donde aparece, por primera vez, la idea de la muerte de Dios, una especie de
anticipo de su obra más conocida, que es “Así habló Zaratustra”. Como se verá
más adelante, en este período suceden muchas cosas en la vida del pensador
alemán, todas ellas conducentes a la revelación del eterno retorno de lo
idéntico, un pensamiento vertebrador de su filosofía.
La
muerte de Dios significa que la noción o concepto de lo divino carece de un
lugar en la sociedad moderna que se está constituyendo (comparar esa sociedad
moderna con el limitado mundo teológico medieval es tanto como decir que los
valores tradicionales que vienen de lo lejos, de la historia, han perdido su
validez y que ahora son otros valores nuevos los que deben imponerse). La
muerte de Dios es una manera nueva de entender el nihilismo, que es el abandono
de las viejas tablas de valor en la conciencia de que se han quedado obsoletas.
Dios
ha muerto y los valores arcaicos están en entre dicho, sin poder ser aceptados,
lo que trae una tragedia a este mundo, pues el hombre queda huérfano ,
abandonado en un mundo que no tendrá sentido y que será absurdo hasta que el
superhombre (algo parecido a un niño, dice Nietzsche), reconstruya los valores
y proponga nuevos principios, unos principios más solventes que no son los de
aquellos tiempos lejanos. Se superan así las creencias transmundanas y se
afirma el instinto de la voluntad de poder, porque, al morir Dios, el hombre es
libre, y ese es el aspecto positivo del nihilismo.
Los
nuevos valores han de atender al sentido de la tierra, es decir, si bien
antiguamente se amaba a Dios y a la naturaleza de lo ultraterreno, adorando
esto como lo más sagrado, ahora no se pensará ya más ni en un premio ni en un
castigo, ni e juicios finales ni en paraísos prometidos a los buenos. La vida
se desarrolla en el mundo y el mundo es como es, igual que el hombre, que ha de
amarse a sí mismo como carne mortal que ha de saber vivir su tiempo en su
propia limitación.
Pero
las cosas no son perfectas: existen los tullidos, que tienen pocas razones para
amar la vida, y para ellos es esencial que la vida acabe y se les conceda otra
existencia libre de las limitaciones de su cuerpo, por lo que son débiles, como
son débiles también aquellos que, sin ser tullidos, encuentran este mundo
demasiado perverso para ellos y caen en la autocompasión. A estos la vida les parece
negativa, pues son despreciadores de la vida, pero ¿qué ocurrirá si les decimos
que su vida no cesará de repetirse en el infinito del tiempo? Solamente quien
ama la vida y acepta lo malo que hay en el mundo como natural podrá, llegado el
momento de su muerte, pedir que la rueda siga girando.
La
idea del eterno retorno de lo idéntico nos remite a los tiempos más antiguos,
momento en que no existía un saber de tipo científico, como el que hoy tiene
vigencia en nuestro mundo occidental, pues hubo un tiempo distinto, un tiempo
en el que el conocimiento era un saber mitificado donde la racionalidad era
menos visible y donde la poética y la didáctica se daban la mano en una
expresión metafórica por la que el aprendizaje se realizaba con un parangón.
El
eterno retorno es en primer lugar una idea que no se corresponde del todo con
nuestro mundo occidental y nuestra forma de pensar, como era esperable, toda
vez que estas ideas vienen de zonas orientales a las que quedaron expuestos los
distintos habitantes de la Magna Grecia
que estaban próximos a la zona de Turquía, ya que hay un mundo cultural
anterior a Grecia más en el Oriente de donde llegaron ideas muy sugerentes y
llamativas en lo filosófico.
El
paso del “mithos” al “logos” tuvo lugar a lo largo de mucho tiempo, en un
proceso largo que va de las escuelas presocráticas a un tiempo posterior a
Platón, el cual sigue expresándose con mitos como algo accesorio a la razón
para poder exponer con claridad sus ideas, tal y como se ve en el mito de la
caverna o en el mito del auriga, y es durante este proceso en el que tienen
lugar diversas influencias venidas de Oriente que tienen mucho que ver con la
filosofía.
La
idea de reencarnación pudo ser un poco incómoda entre los griegos de origen
aristocrático cuando esta idea, procedente de India, probablemente, llegó hasta
los griegos, debido a que los griegos aristócratas veían en esta idea una
incitación a pensar que el aristócrata podría encarnar en un pobre sin nobleza
en la siguiente vida, lo que conducía a un proceso demasiado incómodo para los
poderosos, pero que las almas transmigraban era una opinión que, al menos, se
impuso desde Sócrates y con la que continuaría su discípulo Platón.
Entonces
eran muchas las ideas que llegaron a nuestra mentalidad occidental por medio de
Oriente: el mito del diluvio, por ejemplo, procedente de Mesopotamia, lo
encontramos en la cultura grecolatina, recogido por algunos poetas, como en el
caso de las ovidianas “Metamorfosis”, en que dos personajes; Deucalión y Pirra,
tras salvarse de la debacle total, restituyen a la humanidad lanzando piedras
sobre sus hombros. También tenemos el mito de las bacantes, quienes devoran a
Penteo bajo el influjo de Dionisio, culto oriental, sin duda, en su origen y
que fue adoptado muy pronto por las naciones de cultura griega.
El
mundo de la Antigüedad
fue un mundo parco en ideas, de manera que las ideas de fuera eran muy
apreciadas si eran útiles, frente a esta época nuestra, que no valora tanto los
pensamientos, ni propios ni ajenos, pero que sí adquiere muchas novedades
porque el mundo tiene unas comunicaciones inmensas; de este modo, el eterno
retorno de lo idéntico forma parte de un conjunto de mitos, ideas y
pensamientos que se integran en el mundo occidental de una manera temprana.
A
partir del momento en que una idea se integra en un sistema, puede pasar a ser
parte integrante sin mayor problema en dicho modelo o puede resultar disonante,
puesto que no siempre las cosas se encajan bien, pero parece ser que ciertas
ideas que no son propiamente occidentales han tenido mucho éxito y se han
incorporado en nuestro mundo cultural como algo propio, quién sabe si,
precisamente, porque el momento en que se incorporaron fue un momento tan
temprano que casi se adelantaría a lo que fue el proceso formativo de la
cultura de Occidente, tal y como hoy la conocemos.
Por
supuesto, la cultura actual no recurre a estos parangones del mundo antiguo de
manera habitual sino para ciertos temas y para estudios muy concretos que se
han quedado atrás, y lo que hace interesante la idea de eterno retorno es la
reivindicación que en el siglo XIX hizo Nietzsche de esta idea, puesto que las
escuelas presocráticas, en concreto la de los efesios, con Heráclito a la
cabeza, se nos quedan un poco lejos, pero también está el carácter heraclitiano
de Heidegger en un intento poco eleático de explicar el ser en una obra, la
primera, que presenta ya en su título al ser como algo a instancias del tiempo.
Previamente
a que, con Heráclito de Éfeso tengamos la primera noticia de que se habló de
eterno retorno, la idea del eterno retorno de lo idéntico existió en pueblos
orientales y en sectas orientales más antiguas que los griegos que crearon la
conciencia de esta manifestación de la historia y los sucesos en el correr del
tiempo de cara a una necesidad de explicar el fin y el principio de las cosas,
hablando de una repetición de los acontecimientos, después de una purificación
por medio del fuego.
En
Grecia, con anterioridad a la implantación de la posibilidad de un devenir en
que todo retornase a sí mismo, la mitología ocupaba la manera de admirar el
espacio y el tiempo, según la clásica cosmogonía en que unos dioses habrían
creado el mundo separando los cuatro elementos, que son el éter, el fuego, los
mares y la tierra, de manera que, con anterioridad a esto, todo sería una
realidad informe y carente de sentido que, por intervención divina, dio origen
al cosmos y al tiempo, que aparece con Cronos, desde el que se nos cuenta el
mito de las edades de oro, de plata, de bronce y de hierro en que la humanidad
perdió la inocencia (¿podermos relacionar esto con la leyenda bíblica del
pecado original?) y degeneró a una falta de honradez y también de felicidad.
Los
griegos, por cierto, tenían una cultura en común, como es sabido, pero no
formaban una nación que se hubiera unido en un único estado, puesto que cada
ciudad era un estado independiente de los demás, lo que, desde un punto de
vista griego, era la garantía de libertad: unas ciudades no querían estar
sometidas a otras). Lo negativo de esto es que una cultura resulta mucho más
débil al estar constituida de esta manera tan libre, pues los romanos supieron
dividir a las ciudades estado para dominarlos a todos con el lema de “divide et
impera”. Para cuando los griegos vivían sometidos por los romanos, cada ciudad
dejó de ser un estado independiente, ofreciéndose así como parte al Imperio
Romano.
En
un momento temprano, en el que se estaba forjando el carácter occidental de la
filosofía y aparecían las primeras escuelas presocráticas, es decir, los distintos
filósofos anteriores a Sócrates, los filósofos eran gentes desocupadas que, por
su curiosidad, intentaban explicar la realidad de una manera menos mitológica y
más racionalista, y, dado que existía competencia entre las ciudades estado, no
es extraño entonces que hubiera competencia entre las distintas escuelas
filosóficas, una sana competencia basada en esa piquilla que los hacía querer
ser más que el pueblo vecino en saber y en vigor, ya fuera en los terrenos del
saber (desde la poesía a la filosofía) o en los terrenos del deporte (la Olimpíada).
Parménides
es el principal de los sabios eleatas, seguido por uno de sus discípulos,
llamado Zenón de Elea, quien quiso defender las posiciones de su maestro en lo
tocante a lo que dijo sobre la imposibilidad del movimiento, puesto que
afirmaba el carácter inmutable o invariable del ser, es decir, la idea de que
el ser no es algo cambiante. Para la defensa de esta postura, Zenón acude al
ejemplo del hombre que viaja de una localidad a otra, necesitando, por lógica,
recorrer la mitad del camino entre los dos lugares antes de llegar. Si esto es
así, podríamos decir que se ha de andar, para llegar, la mitad del trayecto,
luego la mitad de la mitad restante, y así progresivamente, de modo que uno, al
final, no puede ni moverse. Este absurdo de los eleatas da lugar a la postura
del movimiento en Éfeso.
De
entre las escuelas presocráticas, en las que podemos contar numerosos sabios,
desde los milesios, como es el caso de Tales de Mileto, que fue de todos ellos
el principal, hasta los atomistas Leucipo y Demócrito, se destacan dos por su
rivalidad, que fueron la escuela de los eleatas, procedentes de Elea, y la de
los efesios, procedentes de Éfeso. Los unos entienden el ser como algo
inmutable frente a los otros, que conciben la teoría del “Panta rey” que
significa algo así como “todo fluye”, es decir, que las cosas están en
constante trasformación. Esto es importante porque la escuela efesia propone el
ser en movimiento frente a los eleatas, siguiendo los pasos de su maestro
Heráclito.
El
universo está en movimiento, lo que para Heráclito se explica con la imagen de
alguien que se baña en un río, donde las aguas no permanecen, sino que
discurren, fluyen, de manera que siempre está uno metido en el agua, pero las
aguas que lo rozan a uno en cada momento no son las mismas. En este marco del
ser puesto en movimiento, que es un ser en el proceso de devenir, Heráclito
introduce la idea del eterno retorno de lo idéntico y nos habla del fuego como
el elemento que los presocráticos consideraban clave como elemento último de la
naturaleza: el “arché”.
Pero
¿qué es lo que quiso decir con todo ésto Heráclito de Éfeso? Para entender el
sentido que tuvo en la Antigua Grecia
la irrupción de este pensamiento de origen oriental, hemos de plantearnos la
oportuna critica textual y entender cómo estas ideas de los griegos han podido
llegar a nosotros desde una época tan alejada (estamos hablando de un tiempo
más amplio que dos milenios, como es natural, y las ideas de estas épocas
podrían haberse deturpado bastante hasta llegar al presente). Por otra parte,
no podemos explicar cómo aparece la idea de retorno de algo a sí mismo en la
infinidad en Heráclito sin hablar de sus escritos.
Heráclito
es uno de los pensadores más antiguos de Occidente, coincidiendo en un tiempo
en que los saberes eran escasos y cualquier cosa que se presentase como
conocimiento era muy valorada, por lo que se respetaba a los ancianos, la
tradición oral y se pretendía la conservación de los conocimientos que ya se
tenían. Dado el carácter evanescente de la palabra (según se pronuncia se
pierde), se daba una gran importancia a los escritos, dado que lo escrito podía
perdurar más tiempo, entrando con más facilidad en la memoria.
Platón
y otros escritores hablan de Sócrates, pero Sócrates no es conocido por sus
propios escritos, siendo muy probable que fuese analfabeto, en cambio Heráclito
sí sabía escribir, y por lo extraño de su estilo y su forma de redactar
aforística lo llamaban “El Oscuro”, pero los escritos de Heráclito no han sido
bien conservados y solamente ha llegado a nosotros una serie de fragmentos y de
referencias indirectas, por lo que Heráclito es un perfecto desconocido para
nosotros: los fragmentos de Heráclito, además, siempre suelen ser transmitidos
de una manera muy indirecta, mediante otros recopiladores.
Desde
Heráclito, la influencia de sus ideas ha sido grande, pues la filosofía no
vuelve a proponer un ser inmutable en el plano de lo real (sí lo hace en el
ideal con Platón, por cierto: las ideas o “eidos” son descritos en su
inmutabilidad), de modo que, en lugar de la idea de un ser invariable, tenemos
el devenir del ser, lo que, indudablemente, implica la no negación del tiempo.
A su vez, el tiempo es una de las condiciones más importantes, porque no se
pueden explicar los distintos aspectos de la realidad física sin entender el
tiempo, pues históricamente, cambia el panorama y el mundo se transforma.
Parece
prudente la postura de Kant al hablar del tiempo y optar por no explicarlo: el
tiempo crea numerosas paradojas y se ha propuesto, por ejemplo, que el tiempo
es, en realidad, un absurdo, dado que si el tiempo es algo que existe, se
prolongará indefinidamente hacia atrás e indefinidamente hacia delante, de
manera que una de dos: o este momento no ha podido llegar a ocurrir (no ha
habido tiempo) o este momento ya tendría que haber transcurrido desde un tiempo
infinito.
La
idea de eterno retorno de lo idéntico se inicia con Heráclito en el mundo
occidental y reaparece con la obra de Nietzsche en el XIX, pero, eso sí, en un
contexto que es del todo distinto, porque Nietzsche explica en el eterno
retorno una cualidad del universo que le interesa de cara a la vida, de cara a
su manera de adorar la vida como potencia y como fogonazo de lo que llama
voluntad de poder, aquella fuente animosa que hace que el hombre superior ame
la vida sobre todas las cosas.
Nieztsche
es, sin lugar a dudas, uno de los filósofos más polémicos que han existido
desde el principio de los tiempos, pues fue el mensajero de una nueva filosofía
expresada en un mensaje poético en que se muestra una gran ambigüedad, pero
también sus más altas dotes literarias. Sus afirmaciones, muy novedosas en el
siglo XIX, fueron mal recibidas por los distintos sectores y escandalizó
bastante su célebre expresión “Dios ha muerto”.
Sin
embargo, este filósofo nace en el seno de una familia profundamente cristiana,
en Röcken, cerca de Hamburgo, en Prusia, hacia 1848, y, tal vez, a causa de ese
cristianismo, Nietzsche toma esos derroteros. Desde los tiempos de su niñez,
los acontencimientos de la vida de Nietzsche han determinado profundamente su
pensamiento y sus ideas, de manera que sorprende que Heidegger diga que no se
puede explicar la obra de Nietzsche sin un acercamiento a su vida y luego, en
sus discursos, no se refiera a ella en absoluto.
Un
año después del accidente de su padre, que perdió la vida en 1849 al caer por
una escalera, y la posterior muerte de un hermano menor, Nietzsche se traslada
del pueblecito de Sajonia a Namburgo, donde ha de vivir con su hermana, su
madre y con sus tías. Es un ambiente marcadamente cristiano y de austeridad
luterana en el que desarrolla un carácter de una profunda seriedad y sequedad.
Es posible que de este ambiente procedan sus profundos sentimientos de carácter
misógino.
Con
diez años, comenzó sus primeros estudios escolares, destinado a ser lo que
había sido su padre Ludwig: un pastor protestante. Por esa razón, tras haber
estudiado las enseñanzas propias de la escuela, su preparación prosigue más
adelante en Pforta (Turingia), a diferencia de los hijos de cualquier campesino
de aquellos tiempos, que probablemente, con suerte, aprendía solo las primeras
letras. Pero, a lo largo de estos años, se obra un cambio en su carácter,
apareciendo una actitud anticlerical, dado que pierde la fe. Su carácter es el
de un joven profundamente retraído. Esto va a determinar su obra con la actitud
ilustrada de la obra titulada “La gaya ciencia”.
Para
cuando inicia sus estudios en 1864, es un joven que ama el piano, la literatura
y la filología, no así la vida del pastor luterano a que lo estaba destinando
su familia, pero se resigna a estudiar teología en Bonn. No terminará estos
estudios, por cierto, y se apartará, pese a la insistencia de su madre, de los
estudios eclesiásticos. Finalmente opta por la filología, viajando a Leipzig,
donde inicia nuevos estudios. En estos tiempos de Leipzig propende al
materialismo y a la filosofía de Schopenhauer, de modo que existe una gran
conexión, casi de inmediato, entre él y el maestro Wagner, cuando son
presentados. Esta amistad será determinante.
Con
muy pocos años, el profesor Nietzsche asciende a la categoría de catedrático en
la Universidad
de Basilea en 1869. En este momento siente una gran tendencia a la filosofía,
comparte la amistad de Wagner (al que visita, cruzando el lago de los Cuatro
Cantones) y Burkhardt, que también están en Suiza, y conoce a Lou Andreas von
Salomé.
La
amistad de Wagner y Nietzsche se rompió en el momento en que el maestro estaba
en Bayreuth (1872), preparando todo para la correcta presentación de sus óperas
(empezaba a relacionarse con el célebre rey Luís II de Baviera, que tan trágico
destino tuvo al final de su vida). Parece ser que la causa de esta ruptura tuvo
que ver con el estreno de la ópera “Parzifal”, en la que Wagner expresa
sentimientos místicos religiosos que Nietzsche cristicó hondamente,
especialmente en un texto de una obra muy posterior: “La genealogía de la
moral”.
En
1970 se produjo la guerra franco-prusiana a la que el profesor acude como
camillero, pero de la carga de su labor es exonerado debido a la debilidad de
su salud, siendo enviado de vuelta y puesto a los cuidados de su hermana, una
mujer a la que sin duda Nietzsche quería, pero con la que tenía ciertos
problemas, toda vez que ella ejercía una influencia dominante sobre su hermano
mayor.
Respecto
al Nietzsche profesor universitario no podemos decir que tuviera gran fortuna,
a pesar de sus inicios tan prometedores, porque este enseñante no tuvo el
carisma para atraer a sus clases al alumnado universitario a pesar de lo
prometedor de sus inicios. El hecho de ser, además, muy joven, lo comprometía a
demostrar con la publicación de un libro que ese nombramiento era justo y dicho
libro era “El origen de la tragedia” (1871), que, andando el tiempo, alcanzó
gran fama, pero que en su tiempo comprometió el prestigio del profesor
Nietzsche, dada la mala acogida que tuvo.
A
partir de 1873, su salud sigue debilitándose profundamente, hasta un punto en
que tendrá que dejar de dar clases, tras una estancia en un sanatorio en
Steinabad. Esta es la época en la que escribe sus “Consideraciones
intempestivas”, y, hacia 1878 es cuando publica la primera parte de “Humano,
demasiado humano”, y desde este momento su salud va a ser más delicada, dado
que el autor de estas obras tenía serios problemas digestivos, fuerte insomnio
y problemas cerebrales con fuertes dolores de cabeza y graves mareos.
La
Universidad de Basilea le concedió una pensión anual que
permitiría a Nietzsche dedicarse exlusivamente a escribir, dado su estado de
salud, que ya le impedía dar clases y lo llevaba a grandes estados de fatiga, pues tenía
fuertes problemas en la vista (una miopía muy acusada). En este tiempo, contaba
el filósofo con 35 años de edad y su vida se va a convertir en una serie
errática de viajes y traslados buscando siempre el clima más conveniente para
una salud tan frágil. Desde ahora, los escenarios de su vida oscilan entre los
Alpes y el Mediterráneo, especialmente en lugares como Sorrento y como Turín.
En
1880 publica dos libros: “Aurora” y la segunda parte de “Humano, demasiado
humano”, y, un año después, en Génova, mientras concibe su obra capital, “Así
habló Zaratustra”, redacta “La gaya ciencia”, en la que aparecen dos temas
esenciales para su obra: la muerte de Dios y el eterno retorno de lo idéntico
(estos no serán separables de la voluntad de poder y el proyecto de hombre
superior, en la obra “Así habló Zaratustra”).
Tampoco
fue afortunada la relación, que data de 1882, con la muchacha rusa Luisa
Gustavovna, más conocida como Lou Andreas von Salomé, con quien el filósofo
pretendió casarse, sin lograrlo (ella escapó asustada ante tal proposición). Lo
cierto es que hubo un momento a partir del que Nietzsche comenzó a perder sus
relaciones y amistades con gran celeridad. De hecho, para cuando consigue la
publicación de la primera parte de “Así habló Zaratustra”, se encontraba en un
profundo estado de soledad que quizás le inspiró la idea de dedicar la obra “a
todos y a ninguno”.
Pero
¿creyó Nietzsche en el eterno retorno de lo idéntico alguna vez? ¿Es la idea de
la rueda que gira sin cesar en el tiempo infinito una realidad de la física,
algo demostrable con cálculos y que pudiera tener valiedez en términos físicos
o es la revelación poética de una filosofía elevada que pretende decirnos algo
acerca de la vida, de nuestra existencia, de nuestra relación con el mundo?
Porque, ante todo, la idea es brillante y terrorífica a la vez, por lo que es
una idea productiva y muy sugerente en el marco de la filosofía del pensador
alemán, pero estas ideas, necesariamente, tienen un proceso formativo.
Recapitulando
algunas ideas, en “Así habló Zaratustra” el eterno retorno de lo idéntico es
una idea esencial que no se puede entender por separado del amor a la vida, del
sentido de la tierra, de la muerte de Dios, del carácter relativo de los
valores, de la necesidad de constitución
de los valores perdidos (porque la sociedad necesita modelos y valores,
pese a todo). Pero, antes de que cristalizase de esta forma, antes de que
Nietzsche optase por orientar la idea en este sentido, pudo tener tal vez otros
objetivos para ella que quedaron descartados.
Luisa
Gustavovna parece haber influido en las ideas de Nietzsche sobre el eterno
retorno de lo idéntico. El profesor de griego y latín, desde el momento en que
concibió está idea, pretendió, a toda costa, su demostración empírica, dentro
de un marco más amplio, que es el de la teoría atomista. Su proyecto sería el
de ir a estudiar altas matemáticas a Viena para poder luego proceder a explicar
que todo suceso ha de repetirse infinidad de veces y que ya es una repetición
de esa infinidad de veces, pues tantas veces ha ocurrido.
Sin
embargo, la postura de la defensa de una eterno retorno de lo idéntico a ese
nivel es de muy difícil demostración, como es lógico, pues ni los actuales
astrofísicos pretenden hacerlo así. Lejos de ello, explican el tiempo como
parte del fenómeno de la explosición o Big Bang, pero estos sucesos no serán
repetidos, según dicen, de manera necesaria, si una segunda explosión sucede
tras la implosión (Big Crunch).
Una
teoría del átomo que sirviese de base a explicar la idea de eterno retorno de
lo idéntico es algo tan complejo que no resultaba viable para un hombre como
Nietzsche, con todos los progresos de su siglo. Dicha teoría del átomo,
quedaría, por lo tanto, descartada, mientras la idea del eterno retorno quedaba
como un simulacro poético, es más, alcanzaba el nivel de una metáfora que, al
final, encaja como una propuesta de vida, un hacer la vida de tal modo que al
final queramos revivirla una infinidad de veces en el momento de acabar, y
querer revivirla sin excluir cuanto en la vida no ha sido bueno.
La
vida acabará, indiscutiblemente, en la muerte, habiendo todos de desaparecer,
lo que es razón para muchas angustias y desesperaciones, porque la gente se
desespera cuando piensa que es algo finito. El momento de la muerte no es un
momento de plenitud, desde luego, sino que es solamente el final de un proceso
biológico tras el cual el cuerpo se descompone. Sin embargo, hasta el momento
de la muerte, ha habido un tiempo de vida que hubo de ser suficiente para ser
vivido, y la única manera de saber que uno ha vivido de una manera
satisfactoria es pensar que, si es cierta la idea del eterno retorno, la misma
vida volverá infinidad de veces.
2014 © José Ramón Muñiz
Álvarez
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