jueves, 4 de septiembre de 2014

Para Jimena Muñiz Fernández y Mael Muñiz Vega




LOS SOLES PEREZOSOS DE SEPTIEMBRE” O
EL CANTO DE UN VERANO
MORIBUNDO
Por José Ramón Muñiz
Álvarez

Discurso que nos habla de nostalgias
sentidas como heridas
en el alma que sabe de los
años que se  fugan

DEDICATORIA:
Dedicado a los sobrinos del autor:
Jimena Muñiz Fernández
y Mael Muñiz
Vega

Quisiera dedicar a mis sobrinos palabras que les hablen de la vida, que puedan abrir puertas y les muestren la magia natural de los paisajes, que enseñen los valores que hacen bello vivir con el entorno en el que existen, pues esa paz inmensa de los bosques les dice lo que son y les confiesa su nombre, su verdad, la esencia pura que brota, como el agua de la fuente, de frescos hontanares que se escapan, huyendo de la piedra en la que nacen las aguas agitadas, siempre frescas, dichosas de emprender ese sendero que corre como la serpiente verde que sabe del hechizo misterioso que puede mantener los prados verdes y verdes los follajes del castaño que habrá de dar su fruto en los otoños que pude ver, de niño, en esta tierra.
Quisiera dedicarles versos bellos, palabras que les digan en metáforas verdades filosóficas del mundo, que expliquen lo que brinda la existencia, la vida que les abre estos jardines de espinas y de pétalos de rosas en donde hallar, volando por el cielo, los pájaros las bellas mariposas, pero también la ardilla en la arboleda, que, cerca del arroyo bullicioso, prepara la invernada y su letargo, pues es hora por fin de adormecerse, como hacen en las cuevas, cada invierno, los osos, temerosos de las nieves que arrecian en los meses de silencios, de lluvias y tormentas en las sierras, pues siempre ven las cumbres la nieve que desciende de la altura, la lluvia que nos llega y el granizo que viene con violencia sobre el campo.
Que aprendan en los versos más hermosos secretos ignorados por los niños, las cosas que no explican las lecciones que enseñan esos libros de la escuela, pues hay una poesía silenciosa que llena el mundo siempre de belleza, y es bello contemplar esa poesía, sentados a la orilla del arroyo, tal vez al acercarse a viejas charcas que asaltan con su grito, en primavera, las voces de las ranas, convocando amores nocturnales, si es que es hora; pues pronto han de saber que el ratonero persigue por el aire a los gorriones, que los jilgueros temen a otros pájaros y cazan las lechuzas ratoncillos cuando la noche cae, cuando la noche descubre a los autillos en las ramas, a los mochuelos raudos, sigilosos que habrán de darle muerte al saltamontes.
Y habré de hablar de mí, de mis recuerdos, mis raras impresiones por el mundo, mi amor a las cascadas y a las zonas cubiertas por follajes siempre densos; la inmensa soledad de los caminos que lloran su tristeza en las aldeas que mueren cuando son abandonadas, pues ese es su destino en estos días; la soledad del mar que es infinito, que, lleno de poder, se impone siempre, si llaman las espumas la galerna, si braman con dureza en viejas calas; y habré de describir los cielos mismos, crepúsculos y auroras que se encienden y vuelven a apagarse cuando el día disfruta la mañana o cada noche, pues es la noche el tiempo de los sueños, y son los sueños mismos esa vida que falta a los que esperan y no duermen, si brillan las estrellas en la altura.



LOS SOLES PEREZOSOS DE SEPTIEMBRE” O
EL CANTO DE UN VERANO
MORIBUNDO
Por José Ramón Muñiz
Álvarez

Discurso que nos habla de nostalgias
sentidas como heridas
en el alma que sabe de los
años que se
fugan

PRÓLOGO:
Analogía de las estaciones del
año y el momento de la
vida en
que se hizo este
escrito

El alba se despierta entre bostezos que escucha la neblina, de mañana, sintiendo la humedad en cada parte, pues quieren ser otoño melancólico las horas que discurren sin apuro, y el beso del otoño nos cautiva, nos hiere con su azote triste y fresco, mas hay también momentos de bullicio que llenan de optimismo a los más viejos, si ven la recogida de los frutos, las horas del otoño que susurran, hablando de nosotros, confesándonos que somos un azar, un sinsentido que nace sin razón en los espacios, que habita el templo viejo de los tiempos, y, en tanto que la muerte nos acecha, la vida se hace vida y es valiosa, pues colma  nuestra dicha donde suele rozar la brisa fresca al fresco pomo, maduro, presto ya y enrojecido.
Es esa madurez que se acelera, que arranca el fruto bello de las ramas del árbol silencioso que desnudan los vientos repentinos que noviembre querrá, al alzar su imperio moribundo, y, en tanto, en su retiro palaciego, la luz del sol que cruza las alturas querrá verse pegada al horizonte, pues es siempre un sol bajo el del otoño, por eso os doy los frutos que me entregan las brisas en el aire, porque es hora, y espero que gocéis de su dulzura, pues hay que recogerlos por el suelo, si caen al barro triste y la maleza, perdiéndose en el rico sotobosque que forman los helechos, cuyos verdes dibujan una alfombra casi parda, vencidos por las tardes del otoño.
Tomad este regalo de mi mano, pues es el fruto bello de la tarde, sabroso como todos los escritos que muestran la belleza de la vida y quieren celebrarla con vosotros, y no dejéis de amar esos caminos, las sendas, las veredas que dan paso, que ofrecen el espacio al peregrino, que quieren extender sus excursiones por zonas de belleza insospechada, pues es siempre dichoso que los viejos compartan algo grande con los jóvenes, tal vez esos secretos que se esconden al alma incomprensiva de las gentes que ignoran la belleza en la poesía, pues gentes hay que, faltos de poesía, no quieren conocer esa belleza que da sentido a un mundo sin sentido, pues es un sinsentido el mundo entero, y habrá que hacerlo bello a nuestros ojos.
Pensad que es el momento de la vida, que todo es vida y bulle en vuestro tiempo, pues arde en cada flor, en cada helecho, quizás en las heladas y el rocío que ve la madrugada y las auroras, y pronto habrá corrido hacia la nada la voz que da color a los paisajes, llenando de ilusiones vuestra vista, de goces vuestro tacto, mientras oyen los cantos de las aves los oídos, y que, al hacerse bello cada bosque, cada lugar recóndito, si acaso, los densos castañares y los robles, los viejos eucaliptos del camino, serán también amigos para el viaje, pues es un viaje que hace que el espíritu se llene de ese clima tan lluvioso que da a los asturianos la nostalgia de rápidos momentos que persisten y hacemos añoranza de inmediato.

 “LOS SOLES PEREZOSOS DE SEPTIEMBRE” O
EL CANTO DE UN VERANO
MORIBUNDO
Discurso que nos habla de nostalgias
sentidas como heridas
en el alma
que sabe de los años que
se  fugan

Septiembre llega siempre melancólico: los brillos del verano moribundo se apagan lentamente, se deshacen en un bostezo triste donde muere la luz débil y suave de un sol bajo. El tiempo sigue siendo tolerable: el fuego del verano quiere treguas y es fresco el airecillo que recorre, por entre la arboleda, los espacios que sueñan el descanso de la sombra.
Agosto queda atrás con sus rigores: la brisa, a la mañana, es contenida, y el viento corre raudo, a media tarde, rozando con sus alas la hojarasca, que no sospecha el beso del otoño. Octubre traerá lluvias, sin embargo: la lepra del otoño alcanza al roble, matando, con colores luminosos, los densos castañares, los hayedos, vencidos por los pardos y rojizos.
Las tardes de septiembre son hermosas: sus horas son palabra de un recuerdo perdido en la niñez, en esos días de sueños y esperanzas que llenaron momentos encendidos de inocencia. Entonces yo gozaba del paisaje: es fácil deleitarse en estos reinos hermosos cuyos bosques solitarios advierten la frescura de los mares salobres en las playas no lejanas.
Los juegos, sin embargo, se acabaron: no es tiempo de enredar entre el follaje, de sorprender ardillas en los robles ni ver el vuelo alegre, si coincide, de algún halcón perdido entre las nubes. Las horas infantiles son memoria: atrás quedan las tardes en la fuente, las guerras con gomero y tirachinas, espadas fabricadas con los palos hallados a la vera de un camino.
Los árboles de ayer no son los mismos: siguiendo los caminos, sin apuro, se puede uno perder por una cuesta, buscando el Regueral y Piedeloro, sin ver los eucaliptos de otras veces. Los años nos traicionan con su paso: se pronto uno envejece y no es un niño que quiera entretenerse en los maizales y ver los renacuajos en las aguas de algún abrevadero en las aldeas.
Y quiero recordar lo que he perdido: el beso cariñoso de la abuela, la bicicleta oscura que tenía, la vieja carabina, los disparos perdidos en la nada cada viernes. El tiempo es asesino de ilusiones: al ver el hórreo triste, casi en ruina, no lejos de la vieja carretera, recuerdo aquella vida, aquellos años callados en la voz de la nostalgia.
Las décadas pasadas se evaporan: no hay forma de encontrar aquellos tiempos felices, que corrieron con apuro, dejando solamente a un hombre viejo que quiere regresar a aquellos días. Murió el ayer que duerme en la memoria: Gozón, Carreño y zonas de Corvera, cercanas a Candás, tienen caminos dejados al azar, entre villorrios, que esperan a quedarse abandonados.
También esos paisajes se han mudado: parece que el camino, siendo el mismo, no lo es al peregrino que lo sigue, pues ve e ayer vencido de otras épocas perdidas para siempre en lo remoto. Las luces de la tarde nos alumbran: el sol, cuando penetra la hojarasca, se filtra dibujando sus colores en suelos desiguales donde el barro comparte su lugar con los helechos.
La Fuente de los Ángeles es clara: nacida de la piedra y de los musgos, avanza hacia el Noval, que es un arroyo que corre por la zona, sin apuro, bebiendo de sus aguas cristalinas. Es bello ver de nuevo los caminos: siguiendo la vereda, entre las plantas, hallamos troncos huecos donde, a veces, hallábamos erizos asustados, sensibles al notar nuestra presencia.
La zona se hace bella, sugerente: siguiendo, curso atrás, el arroyuelo, tenemos otro afluente, que desciende la loma donde corre la cascada, minúscula, quizás, a nuestros ojos. El agua canta músicas sagradas: se sienten los rumores relajantes del agua, que desciende, lentamente, que corre, que se apura y se remansa, buscando el ancho mar, azul y bello.
Es bello estar oculto entre los árboles: la sombra protectora cuida al bosque, su espíritu, la fe de sus secretos, la mística que habita en cada tronco dormido en el letargo de la muerte… Los pinos y eucaliptos son nocivos: el suelo no resiste, donde crecen, la forma en que lo secan y lo matan, lugar donde no crece nueva vida, pues queda luego estéril, inservible.
En cambio, están el roble y el castaño: son bellos y sus hojas son hermosas, de un verde singular, como lo es todo, pues esta es una zona donde siempre la lluvia se atropella, si hay tormenta. Los frutos llegarán en el otoño: hay gente que camina por el monte, buscando con cuidado por el suelo los nuevos champiñones, las castañas, los níscalos nacidos de la tierra.
Las aves, con sigilo, nos observan: parece que el cuclillo llega siempre mediado el mes de abril a la arboleda, buscando estar oculto entre las frondas para cantar su canto a media tarde. No falta el arrendajo en la enramada: le gusta presumir del colorido que muestra en su plumaje, cuando vuela, corriendo los espacios con sus alas, igual que los jilgueros a la tarde.
También el picachuelo hace sus huecos: los ritmos de su pico son la música que llena el aire fresco de las tardes que escuchan las corrientes del riachuelo, vivaz si arde la bella primavera. Y no falta el jilguero en las alturas: sus cantos, al crepúsculo, despiden los brillos de ese sol que, ya vencido, se pierde donde llora el horizonte, que ve nacer, lejanas, las estrellas.
Septiembre se nos va, se va el verano: los meses que ahora llegan tienen ecos de magia cuando llueve y apetece quedarse solo en casa, ver la lluvia detrás del ventanal del viejo cuarto. Se acercan las semanas tormentosas: vendrán el tiempo malo, el aguacero, las lluvias, los “orbayos” deliciosos, acaso la tristeza de los vientos que suelen en noviembre ser violentos.
Y todo está enterrado en la memoria: los cantos de las aves, el arroyo, las voces de la brisa en la hojarasca, las tardes de carrera en bicicleta, las sendas y los hórreos de esos tiempos. Es tiempo de tristezas y nostalgias: las tardes en la playa son olvido, y olvido son los bosques en otoño, después de que el otoño gris y triste se instala donde mueren los veranos.
La música llenaba mis veranos: su magia es la que atrapa a los melómanos, su tono, sus compases y sus ritmos, se pega en la memoria a la vivencia, diciendo lo que somos, lo que fuimos. Beethoven suele ser un buen consuelo, mas arde en él la furia, muchas veces, doliente en unos casos, poderoso, lanzándose, agitándose al desastre, romántico en extremo, pues es cierto.
La música despierta nuestra mente: Vivaldi suele ser de los mejores, aunque es un italiano, pero pudo dar vida a los violines de su siglo con timbres y con notas tan vivaces. Y Mozart nos regala su belleza. Sus obras sugerentes nos invitan a amar la vida breve, que se escapa, que quiere viajar lejos con el tiempo, que corre temeroso de este mundo.
La música es mansión para el espíritu: recuerdo que, en septiembre, siendo joven, tras años de sentir amor inmenso por ese bien que da su cima al arte, compré en Gijón un disco muy preciado. Sus notas cadenciosas me encendían: la Orquesta Filarmónica de Viena tocaba melodías asombrosas que oyeron los confines del Imperio, con músicas eslavas y magiares.
La edad decimonónica fue grande: los pueblos alemanes se brindaban como un ejemplo al mundo en las lecciones de fiel romanticismo, reclamando la llama de naciones y de pueblos. En Austria las canciones son más bellas: los valses fueron bellos en su origen, la música del campo y de la tierra que amaron las personas más humildes y luego viejos próceres y nobles.
La gracia del Imperio fue notable: la música que existe en esa zona nos hablan del carácter de las gentes y muestra ese folclore que se excita con danzas melancólicas y rápidas. Mas hubo otros espíritus magníficos: Bohemia era de Hungría, en esos tiempos, y Hungría era dominio de ese estado romántico que alzaron los Habsburgo, tras mil enfrentamientos peligrosos.
Y pude descubrir esencias patrias: existe una grandeza impresionante que puede describir a las naciones, sus gentes, sus costumbres y su vida, quizás el sentimiento que los llena. Los ecos del “Moldava” fueron míos: un disco es una cárcel, muchas veces, si no lo son los libros, por ejemplo, capaces de tener preso, en sus páginas, el brillo del carácter de los pueblos.
Entonces entendí lo que es un pueblo: el canto del verano moribundo me dijo que uno es uno con el todo, que el hombre forma parte de la tierra, que vive de la tierra y por la tierra. Y supe ser un hombre en sus jardines: los brillos de la tarde, tras la lluvia, son parte de ese reino de la patria, tesoros regalados por un clima lluvioso, pero dulce con los suyos.
Y quise ser un hombre entre los hombres: los pueblos son riqueza y son cultura, las lenguas un regalo de los dioses, tal vez ese destino que esperamos y nunca comprendemos plenamente. Y pude ser al fin beso en la brisa: la rara fantasía nos permite volar con otras aves y ser aire, ser agua en el arroyo o en las olas, perderse con las hojas de los bosques.
¿No pide explicación este suceso? Lo cierto es que yo digo que la pide, y es cierto que la pide, porque nadie, podrá decir que es fácil este asunto, si no es algún filósofo sin lógica. Los pueblos son razón de las culturas. Y no hay oposición entre lo propio de todas las culturas elevadas y el marco natural en el que existen, pues tienen una tierra y un paisaje.
Los hombres son razón para los pueblos: el pueblo es algo más que un simple grupo, la gente vive junta porque quiere, precisa compartir esa cultura que pone en lo común el alma misma. Y es justo declarar que todo es uno: el hombre es unidad para su pueblo, para el paisaje mismo y la cultura, que enlaza al individuo con el grupo y al grupo en los lugares que son suyos.
No hay nada como el mundo pueblerino: las gentes son sencillas en los pueblos, mostrando cercanía, demostrando su aprecio, sus afectos, un  carácter que muestra su nobleza y su inocencia. La tierra es la verdad para los hombres: en ella están la música y los versos que dan el alma al hombre y al paisaje, si dan el alma al mundo y a la tierra, los árboles, las aguas de los ríos.
La tierra es lo que inspira la nostalgia: quien parte del lugar siente esa pena que llena las entrañas de amargura, pues siempre ha de pensarse en esos verdes que están camino atrás, en el recuerdo. Y el alma de la tierra está en nosotros: el verde del helecho en la ladera del monte y cada musgo que encontramos, unido a la corteza de los robles, también viven adentro, en el espíritu.
El bosque vive fresco en nuestros ánimos: las densas hojarascas, si la brisa las roza con su aliento repentino, nos ven pasar caminos silenciosos, no lejos del helecho y los arbustos. Nos mira la maleza en los estanques: las gotas de la lluvia, si es que llueve, dibujan, al rozar la superficie los círculos concéntricos que saben las aguas extender por el pantano.
Y luego, en casa ya, los viejos discos: la música sinfónica sugiere paisajes de secreto bucolismo trazados por la gracia de los genios que obraron sabiamente ese milagro. Nos llaman los paisajes en los sueños: no falta, al acostarnos, el recuerdo de todos los lugares que anduvimos, ya fueran los estanques o los bosques; las playas, los cantiles, las colinas...

EPÍLOGO:
Palabras que dan cierre a este discurso,
queriendo remarcar este mensaje
que no habrá de hacer mal a
ser alguno

Quizás estos escritos son tan solo palabras de un amante de las letras que quiere deleitarse en la poesía, llenando, en parte, el ocio que le toca, después de ver pasar otro verano, mas pienso que podré decir, si cabe, que hay algo de belleza en lo descrito, que hay algo de hermosura que revela la magia de vivir en un entorno que ofrece comunión con el espíritu, pues cierto es que la vida dura poco, que apaga su belleza de una forma tal vez inesperada, y es violento saber que ya la muerte nos espera, abriendo el ancho pórtico al vacío, y al tiempo que el final se va acercando, parece más prudente amarlo todo, querer aprovechar el tiempo bueno que lanza, sin reparo, en el torrente las aguas de su ser y su existencia.
Horacio, sin embargo, repetía sus obras, su lirismo, criticando costumbres de las gentes codiciosas que hablaban con hipócritas maneras, diciendo una nostalgia no sentida, y el caso es que la gente quiere siempre lugares apartados y retiros que sirvan al descanso, ese reposo que dé la calma al débil y cansado, si quiere reponer viejas fatigas, pues era, entre romanos, la costumbre decir que lo sencillo es lo más bello, decir que es lo más sano, lo más óptimo, dejando atrás el ruido de las urbes que apestan con sus ritmos trepidantes, distintos de las voces rumorosas que cantan los arroyos por los prados, dejando atrás las cumbres de los montes, la piedra de la fuente en que nacieron, ocultos en las frondas de los bosques.
Vivir en el entorno, disfrutarlo, gozar de la existencia que tenemos en este mundo verde, cuyos cielos, incluso en el verano, se oscurecen, haciéndose más grises y más tristes; gozar de los caminos, la arboleda, los campos, los arroyos y las calas, que quedan enterradas bajo muros formados por los altos precipicios que caen en vertical ante los mares; amar a las criaturas de la zona (las aves, los tritones y el erizo), que existen, que coexisten con nosotros en este jardín nuestro, solo nuestro, pues esta es nuestra tierra, nuestro reino, pero también crecer y hacernos grandes en el paisaje mismo y ser paisaje, bebiendo del caudal del arroyuelo, durmiendo bajo robles y castaños es algo que se vuelve imperativo.
Pensad que esta es la tierra, y que la tierra será vuestra morada en esta vida, la vida que tenéis para vivirla, la vida que se os dio para hacer grande la tierra en que vivís, pues es la vuestra, y obrad como quien obra en los adentros de la guarida hermosa que mantiene, ya sean los palacios de algún príncipe, quizás algún castillo o la caverna que habitan alimañas de los montes, pues solo se traiciona quien traiciona la tierra en que nació, la tierra suya, su mundo, su lugar y sus orígenes, su espíritu febril y su sentido, nacido de una súbita esperanza, nacido de la súbita esperanza de hallar, en un rincón de sus adentros, el mundo que está fuera, el mundo bello de charcas donde el agua es abundante para los azulones que regresan.

2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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