viernes, 30 de diciembre de 2016

La lluvia impregna todo lo que toca


I
La lluvia impregna todo lo que toca.
Sus gotas van llenando las aceras
y mojan el asfalto de la calle.
La voz de su sonido es más discreta
que el tren, cuando, avanzando por la vía,
despierta, de mañana, a los que duermen.
La gente que conduce la agradece,
si se hace en el cristal del parabrisas
palabra de poesía, verso bello
que adorna la jornada que comienza.
II
La lluvia impregna todo lo que toca.
El alma de la lluvia está presente
en ese abril que cantan los autillos.
Los viejos pescadores la conocen,
la estiman mucho más que los labriegos,
los hombres de ciudad, los montañeses.
Los versos de la lluvia desafían
al aire cuando caen desde las hojas
vencidas por el beso del otoño,
que muda los follajes y sus verdes.
III
La lluvia impregna todo lo que toca.
Y, luego, tras la lluvia repentina,
se siente el sol, valiente en las alturas:
la luz de nuevo llena los paisajes
y es bello deleitarse en el reflejo
que alumbra cada parte en la arboleda.
Soñad con los helechos moribundos
y heridos por la lluvia del verano,
tal vez la del otoño, y, si es más tarde,
quizás la de un enero que tirita.
2016 © José Ramón Muñiz Álvarez
"El niño que compró una bicicleta"

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