martes, 8 de abril de 2014

Für Erich Schagerl, ernste geige in Wiener Philharmoniker

 
Soneto IV

No queda gran cosa que decir, tras haber contemplado esas gamas de luz que recorren los paisajes y saludan, desde arriba, cada uno de los paisajes, por diversos que estos sean: lo mismo da hablar de calles populosas o de lugares apartados, la noche se aparta y empieza la vida con el alba, asaltando cada rincón para la gente que corretea de aquí para allá. El día es vencedor de las noches y heraldo de un fuego embrujado que deja un halo de alegría en los corazones de la gente que lo miran. Sabed que la tristeza de la noche es símbolo de la muerte que nos aguarda, pero que la claridad del día nos elevará, más allá de las nubes, por los cielos más altos, impulsando nuestros corazones a una dicha más encendida, si el arte llena de gozo la existencia que se nos concede. El oro del cielo vale más que el oro de los bancos, y ninguna pena hay que no se olvide con un buen vaso de vino. Que nada, por tanto, pueda alterar nuestros corazones:

El beso que encendió la luz del día
el hielo halló, mansión alborotada,
si siente ese rumor a la alborada
que mira en su correr la brisa fría.
Llegó la luz del sol con osadía
amante de la luz y la nevada,
y supo de la triste temporada
del hielo cuyo reino defendía.
Igual llora la noche más oscura
rumores de dolor tristes y bellos
que ven la luz lejana que bosteza.
Y nace la mañana que se apura,
dejando en Viena todos los destellos,
que miran en los campos la maleza.

Silva II

Desde la altura se hace bella la contemplación de los paisajes, y, desde la altura de las montañas más encrespadas, se ven los valles donde suelen los campesinos mirar con asombro las cumbres más agrestes. Paisaje bello y romántico, en días despejados parece que desafía las alturas del cielo, pero también hay días tristes en que la niebla lo llena todo, como una cortina que ciega a los curiosos que quieren ver lo que hay detrás. Muchos se aventuran por las bellezas sinuosas de estos paisajes y quieren entretenerse con su desbordada belleza. Son aventureros que buscan una naturaleza pura, hostil y salvaje de crestas de piedra y roca que emergen de las montañas, humillando, con su soberbia, la pureza del cielo azul que suelen mostrar los días de verano. La nieve viste también estos parajes cuando llegan las tormentas del invierno y todo se calla, como si fuera obligado el sigilo en un momento de peligro en que los predadores están al acecho:

Existen cumbres altas
que miran, con orgullo,
los valles escondidos
que duermen en silencio,
y allí duerme la roca que domina
el bello panorama de la sierra
que ven en la llanura
las gentes campesinas
que cuidan con gran mimo sus viñedos.
Acaso las espadas
altivas de los picos
se esconden en la niebla
y sienten la violencia
del vuelo del granizo que los vientos
arrojan con crueldad desde la altura,
pero es hermoso verlos
en días despejados,
heridos por las nieves que los cubren.

Romance I

En medio de los blancos tonos de las nevadas, las escarchas y los hielos que deja el granizo suele reflejarse con toda su belleza la alborada que inaugura el nuevo día. En invierno las alboradas tienen una tristeza hermosa y blanquecina, como lo son las nieves que suelen cubrir todo el suelo, que es normal que los campos de las regiones estén cubiertos por el hielo del aliento frío de la noche. La primavera es ahora una utopía que parece inalcanzable, tal vez un sueño que no se ha de producir, porque los verdes que tiñen de vida cada rincón quedan lejos, como unos nueve meses atrás, y lo desolado del paisaje no ayuda a imaginar que la primavera esté cerca. Imaginad esos castillos medievales de la Austria de los nobles hidalgos que hicieron la guerra, que alzaron sus espadas los unos contra los otros, así como las nieves luchan con el color hermoso del sol que se asoma a los cielos para dar la libertad a los campos apresados. Con melancolía se espera el regreso de los azulones:

La luz del alba encendida,
los hielos halló y la escarcha
del invierno repentino
y el pincel de la nevada.
Pues el invierno más duro
nos anuncia, de mañana,
su reflejo y sus colores,
la blancura de sus manchas.
Por eso el sol se descubre
y, al romper la madrugada,
se refleja en el granizo,
si sobre el prado descansa.
Que, pues se fuga la noche
con las sombras apagadas,
quiso un trueno darle paso
al granizo y la nevada.
Y soñó la primavera
poder regresar al alba
a estos paisajes que duermen,
a estos lugares que callan.
Y también soñó el verano
dar un bostezo a la nada
con besar esos paisajes
que dulcemente descansan.
Que es capricho del invierno
como lo es de la invernada,
que cobra en lluvia y granizo
lo que no cobra en nevadas.
Y gustan las tempestades
lanzarse sobre la patria
de los castillos en ruina
de las épocas pasadas.
Y no diréis que no es bello,
tras morir la madrugada,
ese sol que se avecina
donde los bosques se callan.
¿Volverán los viejos gansos,
formando, con sus bandadas,
las legiones rutilantes
de los cristales del alba?
¿Volverán los azulones
cuando la nieve cuajada,
ante un sol menos cobarde
lentamente se deshaga?
Que acaso el bosque enmudece
donde las aves se callan,
porque las aves son aves
que huyen a zonas lejanas.

Soneto V

Es Austria un lugar para las nieves, y las nieves son frecuentes, dando alegría y tristeza, gozo y aburrimiento, a los habitantes de tan hermoso país. La nieve da mayor hermosura a las colinas de la Baja Austria y parece hacerse eterna en la montaña hasta casi la llegada del verano en zonas mucho más altas. Qué bello, qué increíblemente bello, qué hermoso ver esa escarcha por los prados, esa nieve por los rincones… Y no menos bello es escuchar el canto a deshora del alegre granizo, cuando con su voz canta, golpeando los cristales, hiriéndolos con su dureza y con su frío, mientras escuchamos, entre sábanas y mantas, lo que ocurre fuera. Quién diría que hay algo más hermoso que esos paisajes heridos por la muerte impuesta por la belleza nival: se han ido las aves y el mundo es un desierto de tejados en las que cuajaron los carámbanos de una naturaleza original y barroca que quiere recitar versos. Escuchad:

Las nieves caen del cielo y el granizo,
que en Austria tienen el mayor espejo
que el alba mira hermosa, en oro viejo,
si el hielo halló que nunca se deshizo.
Pues es, en todo caso, raro hechizo,
la luz del sol dorado que, bermejo,
insiste en dar al hielo su reflejo,
besando el horizonte con su rizo.
Murió la noche ya, la madrugada
despierta para ver ese nevero
que duerme en los caminos apartados.
Pues bello es el color de la alborada,
que el hielo triste mira en el sendero
que ve campos y prados escarchados.

Soneto VI

Las sábanas han vuelto a llenarlo todo: el sueño del paisaje, su letargo, se hicieron evidentes en los meses posteriores al verano. Ahora es tiempo para las risas al lado de la chimenea, escuchando las leyendas antañonas que contaban las abuelas en los pueblos. Ahora es tiempo para la poesía que los locos leen en voz alta, porque son sabios. Ahora es tiempo para la música, si el talento quiere llenar esos momentos de nieve, porque todo se ha azucarado, porque la nieve emociona y porque la música eleva los corazones que se quedan, ante semejante espectáculo, encogidos y tristes. No sea el invierno un momento para llorar, sino para compartir, si un poeta habla al corazón, si un narrador entretiene nuestras horas, si un violín evoca el canto del ave que partió al sur, donde las horas de sol parecen ser todavía un consuelo. Esta naturaleza inhóspita os ofrece una belleza distinta, mientras espera un renacimiento al que no podéis negaros. ¡Porque no podéis!

La sábana que sueña en la blancura
despierta al ver en Viena la alborada,
que duerme la corteza de la helada
el sueño de la noche más oscura.
Es claro su color y se apresura
a ver la luz del cielo que, agitada,
deshace sus cristales si, cuajada,
la sombra de la noche la vio pura.
El hielo suele ser, en la arboleda,
tal vez más duradero, si, sombrío,
no deja al sol entrar a sus espacios.
La nieve permanece en la vereda
que siente de la brisa el beso frío
que un cielo corre lleno de topacios.

Silva III

Los jardines del mundo serán más bellos, serán más hermosos los parques, los lagos y los estanques, las sierras y las cordilleras serán más hermosas, cuando el sol se encienda sobre los montes y las colinas, alumbrando también las llanuras de la región de Panonia y los montes que quedan hacia la Helvecia. Y, libres los caminos del hielo, ¿quién no querrá perderse por la espesura, llena e vida, y escuchar el canto del cuclillo y sorprenderse de los encantos que esconden los bosques bajo su tupido verde? Porque será hermoso ser, en los senderos de la nación, lejos de los tumultos populosos de la ciudad, jugar a ser el peregrino que busca descubrir mundos insospechados en esos rincones por explorar. Es tiempo ya de que regresen las aves migratorias y que vuelvan a esconder su desnudez los árboles caducifolios, y es tiempo ya de que se desprendan de las sábanas de hielo que los cubren los abetos silenciosos y tristes que el invierno dejó desolados.

El sol, en las alturas,
bañar esos jardines
querrá donde se yerguen los palacios
que saben de sus luces
y quieren las bellezas encendidas
que llenan de alegría todo el cielo.
La escarcha del camino
será un recuerdo triste
que tuvo las veredas bajo el yugo
terrible de su fuerza,
sabiendo que era cruel el cautiverio
del hielo y su maldad, tras los otoños.
Y libres de las nieves
las voces del paisaje
podrán decirle al eco repetido
los cantos que a lo lejos
murmuran las montañas apartadas
que lloran la emoción de otro verano.
Y, muerto ya el invierno,
las horas de alegría
sabrán decir al mundo las verdades
que deben conocerse,
pues llegarán al fin los azulones
que pueblan los estanques silenciosos.
Y allí alzará su vuelo,
con gracia, el avefría,
que sabe, sobre el limo, cuidadosa,
buscar esas lombrices
que quieren esconderse de su pico,
si hurgando está en el cieno y en el barro.
Los gansos de otros tiempos,
los cisnes de otras épocas,
sabrán llenar el cielo, y el Danubio
podrá contar la historia
de los inviernos tristes que derrotan
el sol, el alba, el viento y sus rumores.

Soneto VII

Austria es un país para la primavera. A los austríacos les encanta el invierno, ciertamente, cuando los vientos arrecian con una belleza romántica que lo deja todo impregnado de hielo, pero, tras los meses de encierro, el alma de estas gentes quiere volar, conquistar el cielo azul y despejado, olvidar las horas tediosas en la aburrida prisión que se hace la casa. Es el momento de gozar de los senderos y de emocionarse viendo la más humilde flor en los caminos. Los paisajes se llenan de belleza y los espíritus de alegría cuando la primavera recorre los paisajes. Es la ocasión para entretenerse en los “heuriger” y gozar del vino de la vida, pero también es ocasión para emocionarse con los pasajes que celebran la mayor belleza de los cambios que la naturaleza experimenta. Porque en Austria siguen vivos los viejos valses de otro siglo que evocan el amor, la vida y el renacer. Y es que Austria, Viena, cada rincón y cada bosque, cada localidad y cada villa, resplandecen en primavera como nunca.

En Austria mira el cielo más hermoso
la nueva primavera con bravura,
y, rauda, sus colores apresura
y un cielo mira bello y luminoso.
La nieve ve en el campo silencioso,
la llama del color donde se apura,
no lejos del arroyo que murmura,
soñando con la paz de su reposo.
Y desde el valle llega la neblina
que mira la mañana y los colores,
que saben encender ese paisaje.
La llama de la aurora coralina,
parece reflejar sus resplandores
en hielos que resisten con coraje.

2013-2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

Los versos hechizados del Danubio

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