Soneto
IV
No
queda gran cosa que decir, tras haber contemplado esas gamas de luz
que recorren los paisajes y saludan, desde arriba, cada uno de los
paisajes, por diversos que estos sean: lo mismo da hablar de calles
populosas o de lugares apartados, la noche se aparta y empieza la
vida con el alba, asaltando cada rincón para la gente que corretea
de aquí para allá. El día es vencedor de las noches y heraldo de
un fuego embrujado que deja un halo de alegría en los corazones de
la gente que lo miran. Sabed que la tristeza de la noche es símbolo
de la muerte que nos aguarda, pero que la claridad del día nos
elevará, más allá de las nubes, por los cielos más altos,
impulsando nuestros corazones a una dicha más encendida, si el arte
llena de gozo la existencia que se nos concede. El oro del cielo vale
más que el oro de los bancos, y ninguna pena hay que no se olvide
con un buen vaso de vino. Que nada, por tanto, pueda alterar nuestros
corazones:
El
beso que encendió la luz del día
el
hielo halló, mansión alborotada,
si
siente ese rumor a la alborada
que
mira en su correr la brisa fría.
Llegó
la luz del sol con osadía
amante
de la luz y la nevada,
y
supo de la triste temporada
del
hielo cuyo reino defendía.
Igual
llora la noche más oscura
rumores
de dolor tristes y bellos
que
ven la luz lejana que bosteza.
Y
nace la mañana que se apura,
dejando
en Viena todos los destellos,
que
miran en los campos la maleza.
Silva
II
Desde
la altura se hace bella la contemplación de los paisajes, y, desde
la altura de las montañas más encrespadas, se ven los valles donde
suelen los campesinos mirar con asombro las cumbres más agrestes.
Paisaje bello y romántico, en días despejados parece que desafía
las alturas del cielo, pero también hay días tristes en que la
niebla lo llena todo, como una cortina que ciega a los curiosos que
quieren ver lo que hay detrás. Muchos se aventuran por las bellezas
sinuosas de estos paisajes y quieren entretenerse con su desbordada
belleza. Son aventureros que buscan una naturaleza pura, hostil y
salvaje de crestas de piedra y roca que emergen de las montañas,
humillando, con su soberbia, la pureza del cielo azul que suelen
mostrar los días de verano. La nieve viste también estos parajes
cuando llegan las tormentas del invierno y todo se calla, como si
fuera obligado el sigilo en un momento de peligro en que los
predadores están al acecho:
Existen
cumbres altas
que
miran, con orgullo,
los
valles escondidos
que
duermen en silencio,
y
allí duerme la roca que domina
el
bello panorama de la sierra
que
ven en la llanura
las
gentes campesinas
que
cuidan con gran mimo sus viñedos.
Acaso
las espadas
altivas
de los picos
se
esconden en la niebla
y
sienten la violencia
del
vuelo del granizo que los vientos
arrojan
con crueldad desde la altura,
pero
es hermoso verlos
en
días despejados,
heridos
por las nieves que los cubren.
Romance
I
En
medio de los blancos tonos de las nevadas, las escarchas y los hielos
que deja el granizo suele reflejarse con toda su belleza la alborada
que inaugura el nuevo día. En invierno las alboradas tienen una
tristeza hermosa y blanquecina, como lo son las nieves que suelen
cubrir todo el suelo, que es normal que los campos de las regiones
estén cubiertos por el hielo del aliento frío de la noche. La
primavera es ahora una utopía que parece inalcanzable, tal vez un
sueño que no se ha de producir, porque los verdes que tiñen de vida
cada rincón quedan lejos, como unos nueve meses atrás, y lo
desolado del paisaje no ayuda a imaginar que la primavera esté
cerca. Imaginad esos castillos medievales de la Austria de los nobles
hidalgos que hicieron la guerra, que alzaron sus espadas los unos
contra los otros, así como las nieves luchan con el color hermoso
del sol que se asoma a los cielos para dar la libertad a los campos
apresados. Con melancolía se espera el regreso de los azulones:
La
luz del alba encendida,
los
hielos halló y la escarcha
del
invierno repentino
y
el pincel de la nevada.
Pues
el invierno más duro
nos
anuncia, de mañana,
su
reflejo y sus colores,
la
blancura de sus manchas.
Por
eso el sol se descubre
y,
al romper la madrugada,
se
refleja en el granizo,
si
sobre el prado descansa.
Que,
pues se fuga la noche
con
las sombras apagadas,
quiso
un trueno darle paso
al
granizo y la nevada.
Y
soñó la primavera
poder
regresar al alba
a
estos paisajes que duermen,
a
estos lugares que callan.
Y
también soñó el verano
dar
un bostezo a la nada
con
besar esos paisajes
que
dulcemente descansan.
Que
es capricho del invierno
como
lo es de la invernada,
que
cobra en lluvia y granizo
lo
que no cobra en nevadas.
Y
gustan las tempestades
lanzarse
sobre la patria
de
los castillos en ruina
de
las épocas pasadas.
Y
no diréis que no es bello,
tras
morir la madrugada,
ese
sol que se avecina
donde
los bosques se callan.
¿Volverán
los viejos gansos,
formando,
con sus bandadas,
las
legiones rutilantes
de
los cristales del alba?
¿Volverán
los azulones
cuando
la nieve cuajada,
ante
un sol menos cobarde
lentamente
se deshaga?
Que
acaso el bosque enmudece
donde
las aves se callan,
porque
las aves son aves
que
huyen a zonas lejanas.
Soneto
V
Es
Austria un lugar para las nieves, y las nieves son frecuentes, dando
alegría y tristeza, gozo y aburrimiento, a los habitantes de tan
hermoso país. La nieve da mayor hermosura a las colinas de la Baja
Austria y parece hacerse eterna en la montaña hasta casi la llegada
del verano en zonas mucho más altas. Qué bello, qué increíblemente
bello, qué hermoso ver esa escarcha por los prados, esa nieve por
los rincones… Y no menos bello es escuchar el canto a deshora del
alegre granizo, cuando con su voz canta, golpeando los cristales,
hiriéndolos con su dureza y con su frío, mientras escuchamos, entre
sábanas y mantas, lo que ocurre fuera. Quién diría que hay algo
más hermoso que esos paisajes heridos por la muerte impuesta por la
belleza nival: se han ido las aves y el mundo es un desierto de
tejados en las que cuajaron los carámbanos de una naturaleza
original y barroca que quiere recitar versos. Escuchad:
Las
nieves caen del cielo y el granizo,
que
en Austria tienen el mayor espejo
que
el alba mira hermosa, en oro viejo,
si
el hielo halló que nunca se deshizo.
Pues
es, en todo caso, raro hechizo,
la
luz del sol dorado que, bermejo,
insiste
en dar al hielo su reflejo,
besando
el horizonte con su rizo.
Murió
la noche ya, la madrugada
despierta
para ver ese nevero
que
duerme en los caminos apartados.
Pues
bello es el color de la alborada,
que
el hielo triste mira en el sendero
que
ve campos y prados escarchados.
Soneto
VI
Las
sábanas han vuelto a llenarlo todo: el sueño del paisaje, su
letargo, se hicieron evidentes en los meses posteriores al verano.
Ahora es tiempo para las risas al lado de la chimenea, escuchando las
leyendas antañonas que contaban las abuelas en los pueblos. Ahora es
tiempo para la poesía que los locos leen en voz alta, porque son
sabios. Ahora es tiempo para la música, si el talento quiere llenar
esos momentos de nieve, porque todo se ha azucarado, porque la nieve
emociona y porque la música eleva los corazones que se quedan, ante
semejante espectáculo, encogidos y tristes. No sea el invierno un
momento para llorar, sino para compartir, si un poeta habla al
corazón, si un narrador entretiene nuestras horas, si un violín
evoca el canto del ave que partió al sur, donde las horas de sol
parecen ser todavía un consuelo. Esta naturaleza inhóspita os
ofrece una belleza distinta, mientras espera un renacimiento al que
no podéis negaros. ¡Porque no podéis!
La
sábana que sueña en la blancura
despierta
al ver en Viena la alborada,
que
duerme la corteza de la helada
el
sueño de la noche más oscura.
Es
claro su color y se apresura
a
ver la luz del cielo que, agitada,
deshace
sus cristales si, cuajada,
la
sombra de la noche la vio pura.
El
hielo suele ser, en la arboleda,
tal
vez más duradero, si, sombrío,
no
deja al sol entrar a sus espacios.
La
nieve permanece en la vereda
que
siente de la brisa el beso frío
que
un cielo corre lleno de topacios.
Silva
III
Los
jardines del mundo serán más bellos, serán más hermosos los
parques, los lagos y los estanques, las sierras y las cordilleras
serán más hermosas, cuando el sol se encienda sobre los montes y
las colinas, alumbrando también las llanuras de la región de
Panonia y los montes que quedan hacia la Helvecia. Y, libres los
caminos del hielo, ¿quién no querrá perderse por la espesura,
llena e vida, y escuchar el canto del cuclillo y sorprenderse de los
encantos que esconden los bosques bajo su tupido verde? Porque será
hermoso ser, en los senderos de la nación, lejos de los tumultos
populosos de la ciudad, jugar a ser el peregrino que busca descubrir
mundos insospechados en esos rincones por explorar. Es tiempo ya de
que regresen las aves migratorias y que vuelvan a esconder su
desnudez los árboles caducifolios, y es tiempo ya de que se
desprendan de las sábanas de hielo que los cubren los abetos
silenciosos y tristes que el invierno dejó desolados.
El
sol, en las alturas,
bañar
esos jardines
querrá
donde se yerguen los palacios
que
saben de sus luces
y
quieren las bellezas encendidas
que
llenan de alegría todo el cielo.
La
escarcha del camino
será
un recuerdo triste
que
tuvo las veredas bajo el yugo
terrible
de su fuerza,
sabiendo
que era cruel el cautiverio
del
hielo y su maldad, tras los otoños.
Y
libres de las nieves
las
voces del paisaje
podrán
decirle al eco repetido
los
cantos que a lo lejos
murmuran
las montañas apartadas
que
lloran la emoción de otro verano.
Y,
muerto ya el invierno,
las
horas de alegría
sabrán
decir al mundo las verdades
que
deben conocerse,
pues
llegarán al fin los azulones
que
pueblan los estanques silenciosos.
Y
allí alzará su vuelo,
con
gracia, el avefría,
que
sabe, sobre el limo, cuidadosa,
buscar
esas lombrices
que
quieren esconderse de su pico,
si
hurgando está en el cieno y en el barro.
Los
gansos de otros tiempos,
los
cisnes de otras épocas,
sabrán
llenar el cielo, y el Danubio
podrá
contar la historia
de
los inviernos tristes que derrotan
el
sol, el alba, el viento y sus rumores.
Soneto
VII
Austria
es un país para la primavera. A los austríacos les encanta el
invierno, ciertamente, cuando los vientos arrecian con una belleza
romántica que lo deja todo impregnado de hielo, pero, tras los meses
de encierro, el alma de estas gentes quiere volar, conquistar el
cielo azul y despejado, olvidar las horas tediosas en la aburrida
prisión que se hace la casa. Es el momento de gozar de los senderos
y de emocionarse viendo la más humilde flor en los caminos. Los
paisajes se llenan de belleza y los espíritus de alegría cuando la
primavera recorre los paisajes. Es la ocasión para entretenerse en
los “heuriger” y gozar del vino de la vida, pero también es
ocasión para emocionarse con los pasajes que celebran la mayor
belleza de los cambios que la naturaleza experimenta. Porque en
Austria siguen vivos los viejos valses de otro siglo que evocan el
amor, la vida y el renacer. Y es que Austria, Viena, cada rincón y
cada bosque, cada localidad y cada villa, resplandecen en primavera
como nunca.
En
Austria mira el cielo más hermoso
la
nueva primavera con bravura,
y,
rauda, sus colores apresura
y
un cielo mira bello y luminoso.
La
nieve ve en el campo silencioso,
la
llama del color donde se apura,
no
lejos del arroyo que murmura,
soñando
con la paz de su reposo.
Y
desde el valle llega la neblina
que
mira la mañana y los colores,
que
saben encender ese paisaje.
La
llama de la aurora coralina,
parece
reflejar sus resplandores
en
hielos que resisten con coraje.
2013-2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Los
versos hechizados del Danubio”
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