martes, 29 de abril de 2014

La jungla



 José Ramón Muñiz Álvarez
LA JUNGLA DONDE EL AIRE”

La jungla donde el aire
despierta de su sueño,
bañado por las brisas solitarias,
esconde, en sus adentros,
el eco del espíritu
que sabe sospechar, en la maleza,
la lástima que sienten
las hojas de los árboles,
meciéndose con calma mientras corre,
dichoso pero raudo,
un resto del rocío
que abrió sus ojos hoy, al ver el alba.

Y dices que te gusta
el mar en que sumerjo
la paz en que reposa, siempre plácida,
la voz de la poesía,
en esos mares llenos
de raras caracolas que confunden
las algas con la piedra
eternamente limpia
del fondo de los mares ignorados;
un reino que se oculta
al ojo de las gentes
que llenan las ciudades de bullicio.

Mas pienso que los versos
que suenan son acaso
la música que dicta, sin apuro,
lamentos que se callan,
secretos que se gritan,
si no son las pasiones que se encienden,
al ver que el tiempo corre
y que es incertidumbre
este sendero extraño de la vida,
que ofrece, con sus frutos,
los tramos trabajosos
que hieren nuestros pies, si van desnudos.

Y entonces te recuerdo
que nunca la poesía
fue un grito de dolor, pues sus palabras
son gestos insinceros
que salen de la boca
como la pincelada del artista
que el lienzo manchó alegre
con el retrato hermoso
de aquella amada triste de otras veces,
cuando el amor creía
que duraría un siglo,
llegando a prolongarse tras la muerte.

Pues vivo en esa lógica
que aplasta con su paso
la mística nacida de los sueños,
el eco de poesía
que nace libremente
de quienes imaginan un sendero
distinto al que se cruza
en esa vida diaria
que avanza en el asfalto pusilánime,
sinónimo del tiempo
que nunca retrocede,
si mira atrás, con pena, la memoria.

Y, en este sinsentido,
escribo mis sonetos,
las décimas, las silvas caprichosas
que vienen a mi mente
sin rima, como prosas
que nacen espontáneas del adentro
que dice sin querer
aquello que, nos dicen,
las silvas que han nacido repentinas,
carentes de doctrina,
de lógica en las quejas
que suelen expresar mis cantos tristes.

Pero un materialista
que ve que Dios ha muerto
no pide un mundo nuevo para Reyes,
si no lo necesita,
si no le es necesario
un mundo donde todo esté mentido,
con reyes y con príncipes,
dragones y condesas
que puede uno inventar en sus romances
como un juglar de siglos
que ya no volverán
a verse en esta patria desolada.


2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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