José Ramón Muñiz Álvarez
"LOS CANTOS ENCENDIDOS DE LA SIERRA"
(“Locus amoenus”)
Tal
vez desde las cumbres que despiertan, con un bostezo triste al ver el
alba, los pueblos más pequeños, los villorrios parecen pinceladas
que, sin orden, salpican los paisajes y los valles, los montes, las
colinas y las vegas, en un lugar de arroyos que discurren, buscando
los riachuelos sin apuro.
Tal
vez desde las cimas que bostezan al ver la luz del día, tras los
montes, las sendas más discretas, los caminos dibujan ese trazo que,
sinuoso, se adapta a los caprichos más abruptos que quieren, entre
bosques y arboledas, las lomas, los oteros que levantan su aliento
sobre el llano que lo mira.
Lo
cierto es que, al mirar desde la altura, las cosas que se ven en la
distancia, en esa pequeñez, parecen frágiles, acaso de cristal,
porque pudieran quebrarse, si la brisa los tocara con ese beso amargo
que no puede mirar el ojo agudo que lo busca, sabiendo que es un
hálito invisible.
Tal
vez entre picachos encrespados se mira más azul el mar que ruge no
lejos, en los pueblos de la costa, lugares para puertos marineros
donde el pesquero aguarda la mañana para perderse en reinos
infinitos, para perderse en zonas peligrosas que entierran cada furia
en las espumas.
Los
montes son rincones olvidados, y en ellos, orgullosos, los labriegos
no olvidan que la nieve es un regalo que hiela su carácter y los
torna mohínos pero nobles, porque saben amar ese trabajo que
alimenta su espíritu encendido y el carácter honrado de las gentes
de la sierra.
El
mundo ha preferido las ciudades, y la comodidad de sus servicios,
acaso su tumulto y su locura, dejándose llevar a la alharaca, y, al
cabo, en las aldeas, en los pueblos, el viejo sabe acaso, con la
noche, sentir la voz de la naturaleza, que vive en el aullido de los
lobos.
Y,
porque existe un mundo solitario que ofrece sus caminos, sus
senderos, sus furias y quietudes, es posible soñar con esos montes y
esos ríos que hirieron la mirada del artista, que hicieron que la
música más noble sonase y que los versos describiesen lo mismo que
un pincel plasmó con óleo.
Yo
quiero formar parte del paisaje que el águila miró, donde volaba,
que sospechó a los buitres en la altura, que supo de las cumbres
aguerridas a las que caminar, sin apurarse, subiendo por las cuestas,
descendiendo por las laderas verdes de los picos en donde el oso
esconde sus parajes.
2014
© José Ramón Muñiz Álvarez
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