viernes, 20 de noviembre de 2015

El alba


José Ramón Muñiz Álvarez
“Las horas de la noche transcurrieron y el
alba desató su aliento
cálido”

           Las horas de la noche transcurrieron y el alba desató el aliento cálido que corre por el cielo con premura. Los brillos de otro sol vieron la llama que supo dar color al cielo triste, vencido, del otoño que comienza. La luz entró por fin, con parsimonia, como un bostezo débil y callado, filtrándose febril por la persiana, colándose febril por la persiana.
           Y vi que allí, desnuda, deliciosa, tu piel era un jardín entre las rosas del edredón y aquellos cobertores. Y quise acariciar tu rostro hermoso, tal vez el rostro tuyo, las mejillas que sueñan ese sueño que se pierde. Y quise recordar aquella noche de sueños, de pecados y pasiones que no ha de saber nunca el cura párroco, que nunca he de decir al cura párroco.
           También pensé cobrar esa inocencia, tenerla recobrada, hacerla mía, pues no se pierde nunca, si se es niño. Y fuimos inocentes y culpables, amantes en el lecho placentero, buscando los misterios de lo ignoto. Pero es momento ya de despertarse, si el mundo despereza sus bostezos, perdiéndose en las calles y avenidas, fundiéndose en las calles y avenidas.
           La luz del sol me obliga a despertarte del sueño que consume tu silencio, tu paz junto a la almohada blanquecina. Habrás de abandonar mis aposentos, el cuarto que te acoge cuando vienes buscando que te enrede con mis brazos. Irás a la oficina o a la compra, dejándome aquí triste y olvidado, sumido en la tristeza más absurda, vencido en la tristeza más absurda.
           Quizás fuera posible que me amases de nuevo con tu beso silencioso, callado como a veces son las lluvias. Tu beso, que no es lluvia que se cierne sobre este pecho triste y abatido, pudiera ser la dicha, sin embargo. ¿No quieres que te estreche en este lecho, dejando en el olvido a los que buscan las grises oficinas de las urbes, las calles miserables de las urbes?
           Yo quiero que un torrente de poesía nos una en ese raro remolino que ignoran los amores más anímicos. La carne será al fin el nuevo canto que pudo ser anoche, si me amaste, si yo te amé, llevado a la locura. Podremos conquistar otros imperios, soñar con reinos, ver los continentes que esperan la ambición de nuestro pecho, que temen la ambición de nuestro pecho.


2014 © José Ramón Muñiz Álvarez

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