viernes, 20 de noviembre de 2015

Romance para Jimena Muñiz Fernández y Mael Muñiz Vega


 “Mil montes habré cruzado

           -Mil montes habré cruzado,
bosques callados y densos,
sin hallar, por estos valles,
el retiro de los ciervos.
           Pues no sé dónde reposan,
dónde descansan y, al tiempo,
pacen mansos cada hierba
que crece ante el arroyuelo.
           Y, si al caballo montado
me ven llegar, como vengo,
dirán que no queda caza,
cuando me miren, los deudos.
           Y el venablo tengo listo
para ver, acaso muerto,
a un cervatillo, si acaso,
si es que quizá lo sorprendo.

          -Sabed, señor, que la caza,
abundante en otros tiempos,
ya no corre por los campos
desde hace varios inviernos.
           Que no se advierten venados,
que ya no se admiran ciervos,
que no hay fieros jabalíes
para quien corre estos reinos.
           Y es que las muchas nevadas
traen a los lobos de lejos,
que abandonan las montañas
para bajar a estos cerros.
           Así no hay caza, y la gente,
temerosa, al saber esto,
siente pánico en la noche,
si oye un sonido siniestro.

           -Si el rey quiere que se cace,
muerte al lobo le daremos,
que si malas artes saben,
somos nosotros guerreros.
           Pues es animal del diablo,
bestia furiosa que al pueblo
con su feroz dentellada
suele infundirle gran miedo.
           De modo que mis soldados
me han de servir de monteros
en esta rara aventura
que esta noche emprenderemos.
           Y tú has de venir conmigo,
que así nos lo impone el fuero,
que la lealtad que te obliga
te torna en un compañero.

           -Habéis de volver a casa,
que menester es primero
que abracéis a vuestra esposa,
pues espera vuestro beso.
           Sabed, señor, pues os ama,
que aguarda desde el lucero
que ve el alba en las alturas
hasta el que apaga el cielo.
           Y, pues ella está aguardando,
no es justo, según yo pienso,
que partáis, sin haber guerra,
de su lado y de su seno.
           Habréis, señor, de abrazarla,
que ella querrá vuestro beso
como el oro los bandidos
que aguardan en los senderos.

           -Pues no es menester ni es caso,
no habré de volver, pues pienso
que es mejor seguir camino
junto a mis nobles guerreros.
           Y, si la esposa me espera,
hace bien que bueno es eso,
pues ella esperarme debe,
ya que me debe su aliento.
           Pero mandad al castillo,
para que pueda saberlo,
recado por algún mozo,
en ese caballo negro.
           Habrá de llevar la carta
que llevará el noble sello
de mi casa y mi bandera,
recogiendo hermosos versos.

           -Ved que está ya el escribano,
supuesto que es hombre diestro,
con la pluma en mano diestra,
a vuestro lado dispuesto.
           Dictadle, en fin, el asunto,
y con la carta acabemos
para seguir el camino
en castañares y hayedos.
           Y, recordando esos tonos
delicados, dulces, tiernos,
que gustan mucho a la dueña,
sed con amor halagüeño.
           Pues que ella perdona siempre
esas ausencias que espero
se prolonguen siempre poco,
pero suelen durar tiempo.

           -Dolido estoy, mi señora,
de tener que verme lejos
de los ojos más hermosos
que codician los ajenos.
           Y decidle a vuestros ojos
que, a fuerza de ser perfectos,
habrán de ver, si me aguardan,
mi llegada y mi regreso.
           Pues, si los lobos acaban
con la caza de estos reinos,
es menester arrancarlos
de las montañas y cerros.
           Que no solo los bandidos
suelen dañar a los buenos
que para su rey trabajan
en las villas y los pueblos.

           -Grandes palabras son estas,
pues digo yo que son buenos
los versos que aquesta pluma
recoge de vuestro ingenio.
           Y, porque sois ingenioso,
habré de gritar al cielo
que os dio el don de la poesía
y su extraño ministerio.
           De modo que vuestro anillo
habrá de poner su sello
para lacrar esta carta,
y mandemos al mozuelo.
           Que corra montes y valles
y que vaya al aposento
donde vuestra esposa espera
vuestra llegada y regreso.

           Y, por los valles y bosques
fue cabalgando el mozuelo,
con la espada en la cintura,
cortando el correr del viento.
           Y, por los valles y bosques
y por los bosques y cerros,
iba pensando en amores,
jinete en caballo negro.
           Y, por los valles y bosques,
viendo el ocaso a lo lejos,
subió al castillo y entróse
en el hermoso aposento.
           Y, tras los valles y bosques,
llega al castillo el mancebo,
que con la prisa que lleva,
no pudo hablarle primero.

           -Señora, vuestro marido
dice que venga corriendo,
y vuestra pena socorra,
que todo es daros alientos.
           Y pues quiere el rey que vaya
con sus valientes guerreros,
a dar a los lobos muerte,
me da en señal este sello.
           Y, por curar vuestro llanto
y el dolor y el desaliento,
deja dicho, pues es noble,
que os envíe el tierno beso.
           Y así, señora, me apuro,
que, ante vos, señora, vengo,
si habéis de darme licencia
para llenar vuestro lecho.

           La señora, estando sola,
si gracioso halló al mozuelo,
no deja que se le escape,
ya que le entrega su cuerpo.
           Y, por hallarla desnuda,
el mozo agradece al cielo
el placer que le concede,
pues halla el bocado tierno.
           Y así las noches discurren
para quien, con sus guerreros,
caza lobos con valía
en las montañas y cerros.
           Mientras, con mayor fortuna,
otros galanes mozuelos
gozan dichosos y ríen
de los nobles y sus cuernos.

           Por eso, tiernos donceles
que a los amores primeros
os acercáis, pues sois mozos,
escuchad este consejo:
           quiere el ingenio viveza,
pide el instinto los celos
y es menester desconfianza
cuando el amor está lejos.
           Que no por matar un lobo
pierde nadie, siendo cuerdo,
la dignidad que se ostenta
con el agrado del cielo.
           Amad, pero siendo cautos,
y pensad que es lo correcto
que cuidéis de los amores,
según como bien entiendo.

           Y, si amáis a vuestra dama,
pues es las más veces cierto,
como a una dama queredla
y mostradle gran respeto.
           Pero no la dejéis sola,
porque digo yo que pienso
que suelen algunas veces
a estar solas tener miedo.
           Por eso, en vez de dejarla,
habéis de ser bien dispuestos
a acompañarla y ser gratos,
a quererla y ser atentos.
           Pues suelen ser muy variantes
las mujeres, que yo entiendo
que si un hombre no las cuida,
puede bastar un mancebo.

           Haced de esta moraleja
el más alto mandamiento,
que la mujer es sagrada
para todo caballero.
           Y, pues sabéis ser galantes,
siempre con tono ligero,
les daréis mil alegrías
y acaso el mayor consuelo.
           Pues piden mil atenciones,
mil regalos y embelecos
que nacen de la poesía,
si gustan de escuchar versos.
           Y es preciso que ellas sientan
que el amante no está lejos,
pues otro mozo les sirve
si olvidan los que tuvieron.


2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

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