“Mil
montes habré cruzado”
-Mil montes habré cruzado,
bosques
callados y densos,
sin hallar, por
estos valles,
el retiro de
los ciervos.
Pues no sé dónde reposan,
dónde descansan
y, al tiempo,
pacen mansos
cada hierba
que crece ante
el arroyuelo.
Y, si al caballo montado
me ven llegar,
como vengo,
dirán que no
queda caza,
cuando me
miren, los deudos.
Y el venablo tengo listo
para ver, acaso
muerto,
a un
cervatillo, si acaso,
si es que quizá
lo sorprendo.
-Sabed, señor, que la caza,
abundante en
otros tiempos,
ya no corre por
los campos
desde hace
varios inviernos.
Que no se advierten venados,
que ya no se
admiran ciervos,
que no hay
fieros jabalíes
para quien
corre estos reinos.
Y es que las muchas nevadas
traen a los
lobos de lejos,
que abandonan
las montañas
para bajar a
estos cerros.
Así no hay caza, y la gente,
temerosa, al
saber esto,
siente pánico
en la noche,
si oye un
sonido siniestro.
-Si el rey quiere que se cace,
muerte al lobo
le daremos,
que si malas
artes saben,
somos nosotros
guerreros.
Pues es animal del diablo,
bestia furiosa
que al pueblo
con su feroz
dentellada
suele
infundirle gran miedo.
De modo que mis soldados
me han de
servir de monteros
en esta rara
aventura
que esta noche
emprenderemos.
Y tú has de venir conmigo,
que así nos lo
impone el fuero,
que la lealtad
que te obliga
te torna en un
compañero.
-Habéis de volver a casa,
que menester es
primero
que abracéis a
vuestra esposa,
pues espera
vuestro beso.
Sabed, señor, pues os ama,
que aguarda
desde el lucero
que ve el alba
en las alturas
hasta el que
apaga el cielo.
Y, pues ella está aguardando,
no es justo,
según yo pienso,
que partáis,
sin haber guerra,
de su lado y de
su seno.
Habréis, señor, de abrazarla,
que ella querrá
vuestro beso
como el oro los
bandidos
que aguardan en
los senderos.
-Pues no es menester ni es caso,
no habré de
volver, pues pienso
que es mejor
seguir camino
junto a mis
nobles guerreros.
Y, si la esposa me espera,
hace bien que
bueno es eso,
pues ella
esperarme debe,
ya que me debe
su aliento.
Pero mandad al castillo,
para que pueda
saberlo,
recado por
algún mozo,
en ese caballo
negro.
Habrá de llevar la carta
que llevará el
noble sello
de mi casa y mi
bandera,
recogiendo
hermosos versos.
-Ved que está ya el escribano,
supuesto que es
hombre diestro,
con la pluma en
mano diestra,
a vuestro lado
dispuesto.
Dictadle, en fin, el asunto,
y con la carta
acabemos
para seguir el
camino
en castañares y
hayedos.
Y, recordando esos tonos
delicados,
dulces, tiernos,
que gustan
mucho a la dueña,
sed con amor
halagüeño.
Pues que ella perdona siempre
esas ausencias
que espero
se prolonguen
siempre poco,
pero suelen
durar tiempo.
-Dolido estoy, mi señora,
de tener que
verme lejos
de los ojos más
hermosos
que codician
los ajenos.
Y decidle a vuestros ojos
que, a fuerza
de ser perfectos,
habrán de ver,
si me aguardan,
mi llegada y mi
regreso.
Pues, si los lobos acaban
con la caza de
estos reinos,
es menester
arrancarlos
de las montañas
y cerros.
Que no solo los bandidos
suelen dañar a
los buenos
que para su rey
trabajan
en las villas y
los pueblos.
-Grandes palabras son estas,
pues digo yo
que son buenos
los versos que
aquesta pluma
recoge de
vuestro ingenio.
Y, porque sois ingenioso,
habré de gritar
al cielo
que os dio el
don de la poesía
y su extraño
ministerio.
De modo que vuestro anillo
habrá de poner
su sello
para lacrar
esta carta,
y mandemos al
mozuelo.
Que corra montes y valles
y que vaya al
aposento
donde vuestra
esposa espera
vuestra llegada
y regreso.
Y, por los valles y bosques
fue cabalgando
el mozuelo,
con la espada
en la cintura,
cortando el
correr del viento.
Y, por los valles y bosques
y por los
bosques y cerros,
iba pensando en
amores,
jinete en
caballo negro.
Y, por los valles y bosques,
viendo el ocaso
a lo lejos,
subió al
castillo y entróse
en el hermoso
aposento.
Y, tras los valles y bosques,
llega al
castillo el mancebo,
que con la
prisa que lleva,
no pudo
hablarle primero.
-Señora, vuestro marido
dice que venga
corriendo,
y vuestra pena
socorra,
que todo es
daros alientos.
Y pues quiere el rey que vaya
con sus
valientes guerreros,
a dar a los
lobos muerte,
me da en señal este
sello.
Y, por curar vuestro llanto
y el dolor y el
desaliento,
deja dicho,
pues es noble,
que os envíe el
tierno beso.
Y así, señora, me apuro,
que, ante vos,
señora, vengo,
si habéis de
darme licencia
para llenar
vuestro lecho.
La señora, estando sola,
si gracioso
halló al mozuelo,
no deja que se
le escape,
ya que le
entrega su cuerpo.
Y, por hallarla desnuda,
el mozo
agradece al cielo
el placer que
le concede,
pues halla el
bocado tierno.
Y así las noches discurren
para quien, con
sus guerreros,
caza lobos con
valía
en las montañas
y cerros.
Mientras, con mayor fortuna,
otros galanes
mozuelos
gozan dichosos
y ríen
de los nobles y
sus cuernos.
Por eso, tiernos donceles
que a los
amores primeros
os acercáis,
pues sois mozos,
escuchad este
consejo:
quiere el ingenio viveza,
pide el
instinto los celos
y es menester
desconfianza
cuando el amor
está lejos.
Que no por matar un lobo
pierde nadie,
siendo cuerdo,
la dignidad que
se ostenta
con el agrado
del cielo.
Amad, pero siendo cautos,
y pensad que es
lo correcto
que cuidéis de
los amores,
según como bien
entiendo.
Y, si amáis a vuestra dama,
pues es las más
veces cierto,
como a una dama
queredla
y mostradle
gran respeto.
Pero no la dejéis sola,
porque digo yo
que pienso
que suelen
algunas veces
a estar solas
tener miedo.
Por eso, en vez de dejarla,
habéis de ser
bien dispuestos
a acompañarla y
ser gratos,
a quererla y
ser atentos.
Pues suelen ser muy variantes
las mujeres,
que yo entiendo
que si un
hombre no las cuida,
puede bastar un
mancebo.
Haced de esta moraleja
el más alto
mandamiento,
que la mujer es
sagrada
para todo
caballero.
Y, pues sabéis ser galantes,
siempre con
tono ligero,
les daréis mil
alegrías
y acaso el
mayor consuelo.
Pues piden mil atenciones,
mil regalos y
embelecos
que nacen de la
poesía,
si gustan de
escuchar versos.
Y es preciso que ellas sientan
que el amante
no está lejos,
pues otro mozo
les sirve
si olvidan los
que tuvieron.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
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