viernes, 4 de diciembre de 2015

Don Fernando de Salas


José Ramón Muñiz Álvarez
“El desgarrado romance de don Fernando
de Salas”

DON CARLOS-. Quiere el amor, mi señora,
que el alba en vuestra belleza
muestre su casta pureza
bajo el brillo de la aurora.
DOÑA SANCHA-. La inspiración os devora,
que os hallo yo muy atrevido,
y, aunque el verso es colorido,
no muestra el alma sencilla.
DON CARLOS-. Señora, mi rendondilla
a vuestro amor ha nacido.
Que el fuego de vuestro amor
me parece incomparable.
DOÑA SANCHA-. Digo yo que es detestable
escucharos, que el rubor
de mi semblante el albor
toma con fuerza y con ira.
DON CARLOS-. Pues no diréis que es mentira
el amor que yo os profeso,
aunque en vano vuestro beso
espera el que aquí suspira.

DOÑA SANCHA-. Pues ya que sois tan galante,
ya que sois alma de amor,
podréis hacerme el favor
desde aquí y en adelante.
DON CARLOS-. ¿Queréis que os cante al instante
una canción amorosa?
Os la haré, pues que, gozosa,
me la pedís de esta guisa.
DOÑA SANCHA-. No os debe llevar la prisa
de manera desastrosa:
no razonéis con apuro
no os deis a la fantasía.
DON CARLOS-. Me regalo a la alegría
de servir amor tan puro,
que a hacer versos me apresuro,
si el amor así lo quiere.
DOÑA SANCHA-. Será preciso que espere
ese ingenio que decís,
que las rimas que decís
serán de un amor que muere.

DON CARLOS-. Poco me importa que muera,
que acaso soy yo ese muerto
al que pedís el concierto
con la muerte de la espera.
DOÑA SANCHA-. Digo yo que no os hiciera
mucho daño el amor fiero
si murierais, pues no espero
que exista el amor sin muerte.
DON CARLOS-. Eso es matarme la suerte,
pues sabéis que bien os quiero.
Tenéis corazón tan cruel
que cuanto tocáis se enfría.
DOÑA SANCHA-. No diréis que es culpa mía,
sino del tierno doncel
que pide el amor y fiel
dice ser a mi valor.
DON CARLOS-. Señora, todo es amor,
y, como amor consagrado,
quiere el amor vuestro agrado
a costa de mi dolor.

DOÑA SANCHA-. Pues es amor imprudente,
que no es cosa de falacia
pensar que vuestra desgracia
labráis, siendo inconsecuente.
DON CARLOS-. Sabed, señora, que es fuente
de todo amor la esperanza
que alimenta la venganza
de vuestro duro desdén.
DOÑA SANCHA-. Pues he de decir “amén”
al mal febril que os alcanza.
En todo caso, señor,
dejad el amor a un lado.
DON CARLOS-. Me pongo a vuestro mandado,
pues sois dueña del favor
de mi pecho y del fervor
que me rinde a ese derecho.
DOÑA SANCHA-. Dejad de hablar con despecho
y cantad vuestras canciones,
sobre bravos infanzones
y el enemigo al acecho.

DON CARLOS-. Os he de cantar, señora,
un romance doloroso,
en nuestros tiempos famoso,
que una historia rememora.
DOÑA SANCHA-. Mas no vengáis a deshora
con amores que no quiero,
pues decís que soy de acero
y no me rindo al amor.
DON CARLOS-. Escuchad, pues, con candor
de mi voz el romancero.
Que os he de hablar, dueña mía,
de pasiones olvidadas.
DOÑA SANCHA-. Las pasiones celebradas
hace siglos con valía
las tomó el olvido un día
y ahora son solo leyenda.
DON CARLOS-. Dejad, señora que encienda
lentamente la memoria
para que cuente la historia
que a los ociosos sorprenda:

Miró, dichosa, los valles,
al ponerse en la ventana,
que, asomándose a la misma,
el beso sintió del alba.
Dejó volar un bostezo,
que, sin apuro ni calma,
contempló los robledales
y el color de la mañana.
Y, entre bostezo y bostezo,
mientras se desperezaba,
buscaron sus ojos bellos
las más raras lontananzas.
Y, buscando lo lejano,
por volar más su mirada,
quiso ser como los cielos,
quiso ser como las aguas.
-Decid vos, que sois princesa,
-se escuchó a una voz lejana
de las que vuelan al aire,
cuando llega la mañana-.

Decid vos, que sois princesa
de las que, ya en la ventana,
contempla el mundo callado
al nacer de la otoñada,
si el amor no es más amargo
que la tristeza callada
de los árboles que sufren
el azote de la helada;
si el desdén no es un cuchillo
para el alma que se cansa
de sentir ese desprecio,
después de verse atrapada.
Oyó entonces la princesa,
viendo el paisaje con calma,
aquella voz misteriosa
que, de lo lejos, llamaba.
Y pudo ver el caballo
(acaso una yegua blanca),
y en ella al bravo jinete
que al castillo se acercaba.

Los colores del escudo,
que son de gules y plata,
mostraban sus verdes flores
coronadas por las aspas.
Y, con ver esos sotueres,
pues conocía la heráldica,
supo que don Marcos era
el que sus voces alzaba.
-Don Marcos, por ser don Marcos,
que rompiendo las escarchas,
a la corte habéis venido,
decidme de las batallas.
Contadme de los soldados
que levantan las espadas
contra fieros enemigos
y arremeten con la lanza.
Decidme si al fin la guerra
queda perdida o ganada,
y si viven los amores
que encender saben el alma.

Digo si está don Fernando
vivo y sano, pues la calma
pueden robar los amores
al corazón de una dama.
-Princesa, por ser princesa,
que sois acaso más clara,
que el destino que os saluda
heredera del monarca,
sabed vos que don Fernando
vivo está por mi desgracia,
y que sigue estando sano,
pues es un hombre de casta,
y que, si bien es amigo,
con estar sano me agravia,
que infeliz seré con ello,
pues así pierdo a la infanta,
a la que tengo por reina
por su belleza y su gracia,
por su dulzura y su ingenio,
si se asoma a la ventana.

Estas palabras le dijo,
y ella, que las escuchara,
regalóse al raro asombro,
que tal cosa no esperaba.
Y, con ver aquellos valles,
aquellas sierras lejanas,
sintió la nieve y el frío,
el capricho de la escarcha.
Y, dejando su bostezo,
que, sin apuro ni calma,
voló hacia los robledales
se ocultó tras la ventana.
Y, entre bostezo y bostezo,
mientras se desperezaba,
soñaron sus ojos bellos
con don Fernando de Salas.
-Ay, don Fernando-se dijo-,
pues estáis en la batalla
con las tropas de mi padre,
en defensa de la patria.

Ay, don Fernando-repite-,
porque la guerra se alarga,
y vuestros ojos recuerdo,
y vuestra noble mirada.
Mi pecho amores repite
cuando imagina la espada
de vuestro brazo cogida,
con bravura desatada.
Y vuestro regreso espera
mi pecho cada mañana,

que se me escapan las horas
pensando en vos con el alba.
Y, pues el alba se apura
como la luz que se escapa,
se escapan mis emociones
por la boca desatadas.
Y yo, que siento tristeza,
dejando correr mis lágrimas,
de vos espero el regreso
al llegar cada mañana.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez


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