“NO QUISO MOSTRAR
CLEMENCIA”
No quiso mostrar clemencia
el destello en la mirada
de la dama más hermosa
que conoce la quebrada,
porque, al verla el caballero,
sintió enmudecida el
alma,
la razón de su despecho
y el desgarro de la
helada,
que, a costa de hallarla fría,
y a costa de ser bizarra,
no bastó con un saludo,
cuando quiso saludarla:
-Díganlo bien vuestros ojos,
ya que son dos esmeraldas
que dan muerte a quien os
mira,
puesto que estáis
hechizada.
Y, porque el buen caballero,
al bajar de su alazana,
dijo el amor en su pecho
a los colores del alba;
y, porque, viendo sus luces
sobre las claras
escarchas,
dijo en su pecho el
veneno
a la mañana más clara;
y, porque allí sus querellas,
con sus versos declaraba,
por entonar las endechas
que se fugan con sus
lágrimas,
oyó el bosque tales quejas,
entre lo dulces y
amargas,
por donde corre el
arroyo,
por donde suspira el
agua.
Y, porque siendo enojosa
como lo suelen las damas,
no quiso mostrar los
verdes
de las claras esmeraldas;
y, porque, con mucho brío,
supo mostrarse malvada,
no perdonando el amor
en quienes ya la
idolatran;
y, porque, con gran dureza,
clavar quiso la mirada
como quien hiere valiente
al atacar con la espada;
oyó su dolor el bosque,
su queja desconsolada,
por donde los valles
lloran,
por donde las brisas
callan.
Y oyendo el triste lamento
de los amores que
alcanzan
a decir su desventura
y a gozar con publicarla;
Y oyendo tantos dolores,
tantos males que se
agarran
al pecho del dulce
hidalgo
que sueña con
conquistarla;
Y viéndolo quejumbroso,
porque en sus quejas
declara
los amores que lo hieren,
respóndele la muchacha:
-No habrán de amaros mis ojos
por más que queráis su
llama,
que no ha de alcanzar tal
joya
ningún mortal, aunque
osara.
Y, pues cerca de la fuente,
montando blanca alazana,
cantó el triste caballero
sus tristes
desesperanzas;
y, pues, oyendo su canto,
se quejaba el agua clara
de la fuente, junto al
río,
que sus penas contestaba;
y, pues lo supo al momento
el claro color del alba,
porque el alba más
hermosa
de mañana madrugaba,
se oyó también al jilguero,
y se oyó como en la rama
contaba las desventuras
del caballero y la dama.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
“Tomó la espada en su mano”
Tomó la espada en su mano,
que, al sacarla
de la vaina,
brilló como puro
acero
ante las luces
del alba.
Empuñar
la espada supo,
que, viendo que
la blandía,
en su acero ardió
el destello
de los colores
del día.
Que, con mostrar gran arrojo,
sobre su yegua
avanzaba,
pisando el
granizo blanco
y las más claras
escarchas.
Que, al avanzar con apuro,
pues que a
caballo venía,
no importó pisar
el suelo
ni quebrar la
nieve fría.
Y dijo, lleno de furia,
a los vientos sus
palabras,
que de su pecho a
la boca
los arrojó con
gran saña.
Y escuchó su voz la aurora,
que las cosas que
decía,
de los valles a
los bosques
rauda arrastraba
la brisa:
-Pues pide el combate fiero
que acuda yo con
mi espada,
un nombre gritaré
terco,
diciendo: “viva
mi amada”.
Y, pues quiere el enemigo
que allá vaya con
la vida,
al combate iré
gritando:
“¡que viva la
dama mía!”
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
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