viernes, 4 de diciembre de 2015

No quiso mostrar clemencia


 “NO QUISO MOSTRAR CLEMENCIA

           No quiso mostrar clemencia
el destello en la mirada
de la dama más hermosa
que conoce la quebrada,
           porque, al verla el caballero,
sintió enmudecida el alma,
la razón de su despecho
y el desgarro de la helada,
           que, a costa de hallarla fría,
y a costa de ser bizarra,
no bastó con un saludo,
cuando quiso saludarla:
           -Díganlo bien vuestros ojos,
ya que son dos esmeraldas
que dan muerte a quien os mira,
puesto que estáis hechizada.

           Y, porque el buen caballero,
al bajar de su alazana,
dijo el amor en su pecho
a los colores del alba;
           y, porque, viendo sus luces
sobre las claras escarchas,
dijo en su pecho el veneno
a la mañana más clara;
           y, porque allí sus querellas,
con sus versos declaraba,
por entonar las endechas
que se fugan con sus lágrimas,
           oyó el bosque tales quejas,
entre lo dulces y amargas,
por donde corre el arroyo,
por donde suspira el agua.

           Y, porque siendo enojosa
como lo suelen las damas,
no quiso mostrar los verdes
de las claras esmeraldas;
           y, porque, con mucho brío,
supo mostrarse malvada,
no perdonando el amor
en quienes ya la idolatran;
           y, porque, con gran dureza,
clavar quiso la mirada
como quien hiere valiente
al atacar con la espada;
           oyó su dolor el bosque,
su queja desconsolada,
por donde los valles lloran,
por donde las brisas callan.

         Y oyendo el triste lamento
de los amores que alcanzan
a decir su desventura
y a gozar con publicarla;
         Y oyendo tantos dolores,
tantos males que se agarran
al pecho del dulce hidalgo
que sueña con conquistarla;
         Y viéndolo quejumbroso,
porque en sus quejas declara
los amores que lo hieren,
respóndele la muchacha:
         -No habrán de amaros mis ojos
por más que queráis su llama,
que no ha de alcanzar tal joya
ningún mortal, aunque osara.

         Y, pues cerca de la fuente,
montando blanca alazana,
cantó el triste caballero
sus tristes desesperanzas;
         y, pues, oyendo su canto,
se quejaba el agua clara
de la fuente, junto al río,
que sus penas contestaba;
         y, pues lo supo al momento
el claro color del alba,
porque el alba más hermosa
de mañana madrugaba,
        se oyó también al jilguero,
y se oyó como en la rama
contaba las desventuras
del caballero y la dama.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

Tomó la espada en su mano

           Tomó la espada en su mano,
que, al sacarla de la vaina,
brilló como puro acero
ante las luces del alba.
           Empuñar la espada supo,
que, viendo que la blandía,
en su acero ardió el destello
de los colores del día.
           Que, con mostrar gran arrojo,
sobre su yegua avanzaba,
pisando el granizo blanco
y las más claras escarchas.
           Que, al avanzar con apuro,
pues que a caballo venía,
no importó pisar el suelo
ni quebrar la nieve fría.
           Y dijo, lleno de furia,
a los vientos sus palabras,
que de su pecho a la boca
los arrojó con gran saña.
           Y escuchó su voz la aurora,
que las cosas que decía,
de los valles a los bosques
rauda arrastraba la brisa:
           -Pues pide el combate fiero
que acuda yo con mi espada,
un nombre gritaré terco,
diciendo: “viva mi amada”.
           Y, pues quiere el enemigo
que allá vaya con la vida,
al combate iré gritando:
“¡que viva la dama mía!”

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez


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