viernes, 4 de diciembre de 2015

Doña Aldonza


José Ramón Muñiz Álvarez
“La maldad de doña Aldonza” o “el dolor de don Hernando”
(breve dramatización en
verso)

DON HERNANDO-. Sabed, señora, que el día
no muestra su claridad
para encontrar la verdad,
sino vuestra bizarría.
DOÑA ALDONZA-. No mostráis gran cortesía
con las damas, según  veo,
pues sabed que, a lo que creo,
no es digno hablar de ese modo.
DON HERNANDO-. Señora, sabed que en todo
manifiesto mi deseo.

Y es mi deseo decir
que hay gran bizarría en vos.
DOÑA ALDONZA-. Bizarra me quiso Dios
para poder repetir
que os acabo de decir
que no sois hombre cortés.
DON HERNANDO-. Diré bizarro, después,
que sois mujer de hermosura,
mas diré vuestra bravura
de la cabeza a los pies.

DOÑA ALDONZA-. Pues ya que sois esmerado
para tales gallardías,
hablando de bizarrías,
os quedáis acobardado.
DON HERNANDO-. Obedezco yo al mandado
que dicta que un caballero
se muestre siempre primero
prudente, que es buen hacer.
DOÑA ALDONZA-. Decid vos, pues soy mujer,
si eso está escrito en un fuero.

Mas sé yo, señor, que vos,
queréis acaso engañarme.
DON HERNANDO-. No habré de precipitarme
con ello aunque quiera Dios,
pero sabemos los dos
que nadie os ha de engañar.
DOÑA ALDONZA-. Para quien sabe lidiar
con la palabra en la boca,
mentir bien a vos os toca,
si acaso sabéis luchar.

DON HERNANDO-. Pues que sois tan atrevida,
quiero rendirme a los pies
de quien me quiere cortés
y amoldado a su medida.
DOÑA ALDONZA-. No está la ocasión perdida,
por vencer se os advierte
deseoso, que sois fuerte,
como nunca fue ninguno.
DON HERNANDO-. Me parece inoportuno
que penséis vos de esa suerte.

Mas, estando de esta guisa,
buena cosa debe ser.
DOÑA ALDONZA-. Abusáis de una mujer
al mostrar enorme prisa,
que, si mudáis la camisa,
más el ingenio mudáis.
DON HERNANDO-. Es preciso que digáis
la razón que os ha traído,
si no es hallarme vencido,
pues vencido me encontráis.

DOÑA ALDONZA-. Vencido vos no lo creo,
que sois hombre de saber,
y puede el ingenio hacer
lo que pida su deseo.
DON HERNANDO-. Es mi cabeza trofeo
del amor que aquí me niega
la que de sí me despega
con esa dureza cruel.
DOÑA ALDONZA-. Callad, que infeliz de aquel,
que miente ya, según llega.

El caso es que la mentira
se hace bella en vuestro amor.
DON HERNANDO-. Si no sé mentir mejor,
quizás este que suspira
pueda decir que respira
por el amor consagrado.
DOÑA ALDONZA-. Tened, amigo, cuidado
con eso que me decís,
porque mentir que mentís
es un mentir redoblado.

DON HERNANDO-. Pues os diré la razón
que me trajo a vuestra casa,
mientras el tiempo se pasa
en vuestra grata mansión,
DOÑA ALDONZA-. Decidlo sin dilación
y este discurso acabad,
que entre mentira y verdad,
siempre es bien acabar antes.
DON HERNANDO-. Del sol los altos brillantes
os dan ya su claridad:

he de decirme en amores
por vuestra clara belleza.
DOÑA ALDONZA-. Ya vuestra lengua tropieza,
porque son pocos favores
los que espera el que en amores
fía su suerte y su fe.
DON HERNANDO-. Bueno, el caso es que os diré
que el amor es duro lance
y que he compuesto un romance
que al cabo os recitaré.

DOÑA ALDONZA-. Un romance es poca cosa
para ganar un amor,
que no suele el trovador
dar la joya más valiosa.
DON HERNANDO-. Puede ser apetitosa,
si lo quiere el pensamiento,
que yo por amores siento
un amor nunca sentido.
DOÑA ALDONZA-. Pues, con veros encendido,
de escucharos me arrepiento:

qué curiosa sinrazón
la de quien viene con esto.
DON HERNANDO-. Sabed, señora, que apuesto
mi vida y mi corazón
a que vuestra devoción
cede, si escucha mi canto.
DOÑA ALDONZA-. Atacáis con el encanto
del ingenio que me mata,
pero es algo que desata
mi desdén y mi atraganto.

DON HERNANDO-. Malhaya, que, desdichado,
triste y solo me he de ver,
dejado de mi señora,
pues que en ella está mi bien.
Y que la quiero amoroso,
que la quise defender
y la vida hubiera dado,
y hubiera dado mi fe.
Sino que siento la pena
que desgraciado me ve,

cuando en ella voy pensando
a lomos de mi corcel.
Que a lomos voy pensativo
recordando su desdén,
la belleza de sus ojos,
la grandeza de su ser.
Y, pues que penando vivo,
si acaso es penar vivir,
triste estoy si voy a caza,
por mis penas sacudir.

Y, pues así las sacudo,
digo en voz baja, ay de mí,
mil versos a mi señora,
pues es dulce y es gentil.
Que, pues ella no me mira,
poco queda que decir
de los amores que siento,
que en hora mala la vi.
Pues vivo en amor cautivo,
preso estoy en el abril

de su mirar caprichoso,
que es el principio y el fin.
Y, pues entre llantos tristes
podéis ver que de amor muero,
sabed que os dejo en herencia
la tristeza de mi ejemplo.
Que es el ejemplo albacea
de este necio pensamiento,
un amor en que me agoto
por daros mejor consejo.

Aprended en mi fatiga
lo que sufre un prisionero,
si el amor a sus grilletes
se empeña en tenerlo preso.
Y haced caso a vuestro juicio,
que, olvidando el amor fiero,
sabrá vencer, si es que puede,
las locuras de su empeño.
Estas palabras le oyeron,
con la primera del día,

a don Hernando, vencido,
por amores que sentía.
Estas palabras le oyeron,
puesto que el alma cautiva,
queriendo volar, fue libre,
viendo que se consumía.
Y, pues estas cosas dijo,
a la dama que lo hería
le cantaron los jilgueros,
aquella mañana fría:

-Tenéis corazón de hielo
-parece que le decían-,
que se muere don Hernando,
lleno de melancolía.
Tenéis corazón tan duro,
señora, tan vil y cruel,
que se muere don Hernando,
que cabalga en su corcel.
Y, pues la dama orgullosa
quiso, mostrando su hiel,

que el caballero muriera,
entregó el conde su fe,
su aliento dio a la mañana
y quiso volar con él
a las alturas del cielo,
huyendo al alba también.
Queda sola la doncella,
que doña Aldonza os diré
que fue la ingrata y dio muerte
con el puñal del desdén.

DOÑA ALDONZA-. Pues sois, señor, tan artero,
permitid que os felicite,
que es menester que os invite
a debatir, como quiero.
DON HERNANDO-. Si sabéis que de amor muero,
como canta este romance,
entenderéis que me alcance
este dolor singular.
DOÑA ALDONZA-. Sois trovador y juglar
contando un extraño lance.

El caso es que han de morir
esos sueños delirantes.
DON HERNANDO-. Vivirán unos instantes,
pues es preciso vivir,
que respetar el sentir
del amor es lo prudente.
DOÑA ALDONZA-. Será mi desdén doliente,
que todo es decir verdad,
para tanta necedad
que contáis tan sabiamente.

DON HERNANDO-. Dejad, señora, el relato
como lo que es tontería,
pues quiso la pluma mía
llevarse de su arrebato.
DOÑA ALDONZA-. Pues es perder el recato
decir tal, y es que imagino
que seguís raro camino
cuando sois tan insistente.
DON HERNANDO-. Seréis, señora, consciente
de que estoy en desatino.

Algo se está apresurando
en esta torpe cabeza.
DOÑA ALDONZA-. No penséis que con dureza
quiero trataros, Hernando,
mas os estoy escuchando
y sé que queréis burlar.
DON HERNANDO-. Decir eso es acabar
con todas mis esperanzas,
que vuestras tristes venganzas
fundís en mi sin cesar.

DOÑA ALDONZA-. Sabed que el amor es cosa
que llega, como la muerte,
callada, que no se advierte
y que es harto dolorosa.
DON HERNANDO-. ¿No he de amaros? Sois preciosa,
porque cada vez que os miro,
de amor siento que deliro
y que flaquea la fe.
DOÑA ALDONZA-. Amigo, según yo sé,
pierdo el aire que respiro.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

 “El crepúsculo doliente

Y no se dio al desaliento,
que, si he decir verdad,
fue, ante la dificultad,
más arrojado que el viento.
Y el aire lo vio violento
y las estrellas vehemente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente

Y quiso seguir camino,
tras una larga andadura,
como quien va a la aventura,
en su yegua peregrino.
Y, buscando su destino,
hubo de ser insistente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente.

Y cruzó montes y valles,
que fueron valles y montes,
alejados horizontes
y ciudades y sus calles.
Y, después de tantos valles,
los mares y su corriente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente.

Y por fin halló el castillo
alejado de la amada,
que, cuajado por la helada,
mostraba su claro brillo.
Y, con su paso sencillo,
avanzó donde la fuente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente.

Y todo envuelto en el hielo
y por la nieve cuajado
mostraba el color helado
de su triste desconsuelo.
Y, tendida sobre el suelo,
vio a la amada, dulcemente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente.

Y, con callada tristeza,
quiso tomarla en sus brazos
con delicados abrazos,
respetando su pureza.
Pero era tal la dureza
de aquella vida ya ausente,
que quiso seguir, valiente,
buscando, con osadía,
el lugar donde moría
el crepúsculo doliente.

2015 © José Ramón Muñiz Álvarez


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