viernes, 4 de diciembre de 2015

No fue generoso el cielo


NO FUE GENEROSO EL CIELO

           No fue generoso el cielo
ni el color de la mañana,
cuando el agua de la fuente
sus rigores reflejaba.
           Pero lo fueron las hojas
de los árboles que guardan
con sus follajes la sombra
que mantuvo fresca el agua.
           Y, porque va a recogerla
cada día la muchacha,
siempre que iba a la fuente,
las aguas frescas probaba.
           Y halló en ellas el consuelo
al calor de la mañana,
cuando no el del mediodía,
porque entonces más abrasa.

           -Nunca vi frente más bella,
nunca más clara mirada,
nunca un azul tan hermoso
entre las negras pestañas.
           Nunca vi tanta hermosura
en las mejillas rosadas
a costa de ser tan suaves
como los brillos del alba.
           Y, pues que nunca lo viera,
siente vencida ya el alma
la fuerza que alberga el pecho
debajo de la coraza.
           Que sois un ángel, señora,
para ser tan viva lanza,
la de un mortal enemigo
que me diera una estocada.

           -Vos, que sois un caballero,
respetaréis lo temprana
que es la edad en las mejillas
como en mi abuela las canas.
           Y, pues que sois hombre digno,
gente de nobleza rancia,
que así lo grita el escudo,
podréis respetar mi calma.
           Pues mirad que soy doncella,
aunque no sea una dama,
que un molino es mi palacio
bajo el cual se alegra el agua.
           Y que, si soy mujer pobre,
no dejo de ser honrada,
si bien no tengo riquezas
ni apariencia cortesana.

           -No penséis, señora mía,
que es mi intención amenaza
o que quiero haceros daño,
con alabar vuestra gracia.
           Y porque no quiera nunca
dañaros, señora, en nada,
dejadme que os acompañe
de regreso a vuestra casa.
           Y pensad que es lo prudente,
que no siempre la compaña
es buena, en aquestos pagos
para mujeres y damas.
           Pues que suele haber tunantes
que gustan de andar en danza,
y en yendo con vos, señora,
os protegerá mi espada.

           -Sabed vos, buen caballero,
que no habrán de hacerme falta
de tanta voz los halagos
y tanta mano las armas:
           Estos pagos me conocen,
y, al conocerme, las hadas,
los duendecillos y enanos
me tienen bien vigilada.
           Ellos, que ya me conocen,
custodiar saben la calma
de estos viejos castañares
por los que se fuga el agua.
           Y, pues ellos me protegen,
no hacéis falta vos en nada,
supuesto que puedo ir sola
cuando regreso a mi casa.

           Esto una niña le dijo
al que, guardando la espada,
echó sobre el suelo triste
la más mezquina mirada.
           Porque el alma dijo enferma,
con una voz embargada
que parecía la muerte,
si la brisa la llevaba.
           Y al seguir triste el camino
sobre la yegua alazana,
lanzó el joven un suspiro
que oyó el pájaro en las ramas.
           Y el ruiseñor, que es prudente,
cantaba aquella balada
que después hizo romance
el dulce correr del agua.


2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

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