NO FUE GENEROSO EL CIELO
No fue generoso el cielo
ni el color de la mañana,
cuando el agua de la
fuente
sus rigores reflejaba.
Pero lo fueron las hojas
de los árboles que
guardan
con sus follajes la
sombra
que mantuvo fresca el
agua.
Y, porque va a recogerla
cada día la muchacha,
siempre que iba a la
fuente,
las aguas frescas
probaba.
Y halló en ellas el consuelo
al calor de la mañana,
cuando no el del
mediodía,
porque entonces más
abrasa.
-Nunca vi frente más bella,
nunca más clara mirada,
nunca un azul tan hermoso
entre las negras
pestañas.
Nunca vi tanta hermosura
en las mejillas rosadas
a costa de ser tan suaves
como los brillos del
alba.
Y, pues que nunca lo viera,
siente vencida ya el alma
la fuerza que alberga el
pecho
debajo de la coraza.
Que sois un ángel, señora,
para ser tan viva lanza,
la de un mortal enemigo
que me diera una
estocada.
-Vos, que sois un caballero,
respetaréis lo temprana
que es la edad en las
mejillas
como en mi abuela las
canas.
Y, pues que sois hombre digno,
gente de nobleza rancia,
que así lo grita el
escudo,
podréis respetar mi
calma.
Pues mirad que soy doncella,
aunque no sea una dama,
que un molino es mi
palacio
bajo el cual se alegra el
agua.
Y que, si soy mujer pobre,
no dejo de ser honrada,
si bien no tengo riquezas
ni apariencia cortesana.
-No penséis, señora mía,
que es mi intención
amenaza
o que quiero haceros
daño,
con alabar vuestra
gracia.
Y porque no quiera nunca
dañaros, señora, en nada,
dejadme que os acompañe
de regreso a vuestra
casa.
Y pensad que es lo prudente,
que no siempre la compaña
es buena, en aquestos
pagos
para mujeres y damas.
Pues que suele haber tunantes
que gustan de andar en
danza,
y en yendo con vos,
señora,
os protegerá mi espada.
-Sabed vos, buen caballero,
que no habrán de hacerme
falta
de tanta voz los halagos
y tanta mano las armas:
Estos pagos me conocen,
y, al conocerme, las hadas,
los duendecillos y enanos
me tienen bien vigilada.
Ellos, que ya me conocen,
custodiar saben la calma
de estos viejos
castañares
por los que se fuga el
agua.
Y, pues ellos me protegen,
no hacéis falta vos en
nada,
supuesto que puedo ir
sola
cuando regreso a mi casa.
Esto una niña le dijo
al que, guardando la
espada,
echó sobre el suelo
triste
la más mezquina mirada.
Porque el alma dijo enferma,
con una voz embargada
que parecía la muerte,
si la brisa la llevaba.
Y al seguir triste el camino
sobre la yegua alazana,
lanzó el joven un suspiro
que oyó el pájaro en las
ramas.
Y el ruiseñor, que es prudente,
cantaba aquella balada
que después hizo romance
el dulce correr del agua.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
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