“Duelen,
señor, las traiciones”
-Duelen, señor, las traiciones,
que, si es noble ser prudente,
traidores hay que nos matan
y traiciones que nos hieren.
Así dijo el buen don Suero
al infante, que se duele
del amor que lo traiciona
y de los ojos más
crueles.
-Duelen, don Suero, las ansias,
y, puesto que tanto
duelen,
porque duele el alma
toda,
no es justo esperar que
espere.
Así respondió el infante
a su escudero, que el
temple
del noble ardió con el
fuego
por maldad de las
mujeres.
-Pues, si del amor herido,
pena vuestro pecho, pene,
pues es sensato en quien
ama,
pero nunca desespere.
Esto le dijo don Suero
al infante, que doliente,
lloraba con amargura
cuando mesaba las sienes.
-Vos no podéis entenderlo,
que, esforzado en ser
valiente,
cobarde el amor me torna
y en villano me
convierte.
De esta manera el infante
supo al mozo responderle,
que al infante
contemplaba
desesperado y ausente.
-Pues, entonces, señor mío,
pedid al amor que cese
y que abandone el
tormento
y del dolor os libere.
Tal cosa dijo el muchacho,
que, con un gesto
inocente,
no comprendió la mirada
y el gesto lleno de
hieles.
-No abrirá nunca esta cárcel
donde sufre y donde suele
quemar mi pecho su vida,
pues justo es que me
condene.
Y diciendo tales cosas
calló el infante
vehemente,
por los amores rendido
y por los muchos
desdenes.
-Vivir es para el desprecio
hacer lo que vos, y
suelen
las damas burlar con
ello,
que con eso en más se
tienen.
Habló esta vez con acierto
ante el infante doliente
el joven Suero, que anima
a su señor, que se duele.
-Dices bien, y es lo más justo,
que yo quiero que se
huelguen
las damas en mis amores
y en mis perdidos
placeres.
De este modo habló el infante,
que, como toda su gente,
era todo un caballero,
con sus modales corteses.
-Entonces, me hace dichoso
no sentir esos quereres
que a vos os matan el
pecho
y destrozan vuestra
suerte.
Con este ingenio razona
don Suero, puesto que
siente
los dolores de su dueño
y el rencor que en él
advierte.
-No es eso cierto, don Suero,
que es un misterio que
puede
asombrar a los más
sabios,
pues feliz es quien se
duele.
Que es el amor cosa extraña,
cosa rara los quereres,
prisión que el amante
goza,
condenado a dura suerte.
-Decidme, señor, si es cierto
que no es desatino
hiriente
de quien siente esa marea
que lo hace que llore y
pene.
Que comprenderlo no puedo,
pues es cosa extraña
hacerme
a la idea de que el duelo
cause tan hondos
placeres.
-No es cierto, y es desatino,
y, si comprenderlo
quieres,
preciso será que sufras
este dolor que me hiere.
El amor engendra el daño
que provocan los
desdenes,
y estos huelgan a la
amada
y por eso son placeres.
Así le explicó el infante
a don Suero cómo suelen
maltratar desdén, amores
y los instintos más
crueles.
2015 © José Ramón Muñiz Álvarez
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