viernes, 4 de diciembre de 2015

Las traiciones


Duelen, señor, las traiciones

           -Duelen, señor, las traiciones,
que, si es noble ser prudente,
traidores hay que nos matan
y traiciones que nos hieren.
           Así dijo el buen don Suero
al infante, que se duele
del amor que lo traiciona
y de los ojos más crueles.
           -Duelen, don Suero, las ansias,
y, puesto que tanto duelen,
porque duele el alma toda,
no es justo esperar que espere.
           Así respondió el infante
a su escudero, que el temple
del noble ardió con el fuego
por maldad de las mujeres.
           -Pues, si del amor herido,
pena vuestro pecho, pene,
pues es sensato en quien ama,
pero nunca desespere.
           Esto le dijo don Suero
al infante, que doliente,
lloraba con amargura
cuando mesaba las sienes.
           -Vos no podéis entenderlo,
que, esforzado en ser valiente,
cobarde el amor me torna
y en villano me convierte.
           De esta manera el infante
supo al mozo responderle,
que al infante contemplaba
desesperado y ausente.
           -Pues, entonces, señor mío,
pedid al amor que cese
y que abandone el tormento
y del dolor os libere.
           Tal cosa dijo el muchacho,
que, con un gesto inocente,
no comprendió la mirada
y el gesto lleno de hieles.
           -No abrirá nunca esta cárcel
donde sufre y donde suele
quemar mi pecho su vida,
pues justo es que me condene.
           Y diciendo tales cosas
calló el infante vehemente,
por los amores rendido
y por los muchos desdenes.
           -Vivir es para el desprecio
hacer lo que vos, y suelen
las damas burlar con ello,
que con eso en más se tienen.
           Habló esta vez con acierto
ante el infante doliente
el joven Suero, que anima
a su señor, que se duele.
           -Dices bien, y es lo más justo,
que yo quiero que se huelguen
las damas en mis amores
y en mis perdidos placeres.
           De este modo habló el infante,
que, como toda su gente,
era todo un caballero,
con sus modales corteses.
           -Entonces, me hace dichoso
no sentir esos quereres
que a vos os matan el pecho
y destrozan vuestra suerte.
           Con este ingenio razona
don Suero, puesto que siente
los dolores de su dueño
y el rencor que en él advierte.
           -No es eso cierto, don Suero,
que es un misterio que puede
asombrar a los más sabios,
pues feliz es quien se duele.
           Que es el amor cosa extraña,
cosa rara los quereres,
prisión que el amante goza,
condenado a dura suerte.
           -Decidme, señor, si es cierto
que no es desatino hiriente
de quien siente esa marea
que lo hace que llore y pene.
           Que comprenderlo no puedo,
pues es cosa extraña hacerme
a la idea de que el duelo
cause tan hondos placeres.
           -No es cierto, y es desatino,
y, si comprenderlo quieres,
preciso será que sufras
este dolor que me hiere.
           El amor engendra el daño
que provocan los desdenes,
y estos huelgan a la amada
y por eso son placeres.
           Así le explicó el infante
a don Suero cómo suelen
maltratar desdén, amores
y los instintos más crueles.


2015 © José Ramón Muñiz Álvarez

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