José Ramón
Muñiz Álvarez
“LA ESPADA QUE RASGÓ LA NOCHE OSCURA”
(Soneto
sobre espumas silenciosas
que
llegan, moribundas,
a
las costas
y
mueren en las playas
candasinas)
http://jrma1987.blogspot.com
Quien siente los
colores del paisaje como un dolor que vive en las entrañas comprende el
desaliento del espíritu que aqueja a los románticos sin límite. Lo cierto es
que hay quien ama las parcelas que vieron su niñez, los años mozos que hallaron
las colinas siempre suaves y costas agresivas y gallardas. El caso es que quien
mira, con el día, las olas a lo lejos, desde el puerto, pudiera comprender las
emociones que habitan en las gentes lugareñas. La aurora suele ser el
detonante, llenando el cielo todo con sus cambios, violentos unas veces, otras tenues,
cuando la brisa corre los rincones.
Y tornan a ser
nuevos los colores que corren, con el mar, ante mi vista, jugando, caprichosos,
a mostrarse como el espejo magno de los cielos. Y el cielo, que dibuja en esos
lienzos azules encendidos, coralinos y brillos con pinceles alevosos se quiere
retratar en ese espejo. El reino de los viejos pescadores es un imperio bello
que me inspira, llenando cada sueño, si es que duermo; acaso el cristalino, si
es que miro. Y entonces es preciso que la pluma describa, en el cuaderno
envejecido, la imagen del paisaje en una rima que pueda decir algo de estos
mares:
El alba que
despierta la mañana
bosteza, perezosa, donde el
puerto,
callado, sabe triste ese desierto
de
espuma que se agita soberana.
El brillo ve la llama que, lozana,
se
ufana con el raro desconcierto,
y
grita con valor, al aire muerto,
la
voz de la gaviota más temprana.
El reino de los viejos pescadores
sospecha, en lo profundo, cada brillo,
cada
color cuajado de hermosura.
El fondo desconoce los colores
que
quiso, derrotando su castillo,
la
espada que rasgó la noche oscura.
A veces hay
belleza en esos mares que rugen con violencia cuando llegan los fuertes
temporales del otoño, después de esos veranos siempre dulces. La brisa corre
alegre cuando quiere, pues deja que los viejos, con sus lanchas, capturen a su
gusto calamares, si quedan calamares en la zona. Las horas de la tarde también
miran, allá en lo más lejano, los colores de botes que mecidos por las olas,
disfrutan la aventura de la pesca. Pero es hermoso ver en los cantiles la furia
de ese mar, cuando se agita y azota cada piedra con dureza, mostrando una
dureza insuperable.
2014 © José
Ramón Muñiz Álvarez
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