Jornada primera de
“QUIERE
EL AMOR SER DOLENCIA” O “LA MUERTE
DEL
CONDE DE VILLAMEDIANA”
(Breve
dramatización con tintes trágicos
sobre
el notable suceso histórico,
acontecido
durante el
Siglo
de Oro en
Madrid)
ESTAMPA I
Interior
del palacio del conde.
EL CONDE-. Pues arde el pecho maldito
y me hiere con despecho,
siento su fuego en el pecho,
triste mal, nunca descrito.
Y ella, que no es de granito,
está, en cambio, en tal altura,
que aspirando a su finura,
quiero aspirar a sus labios,
que pronuncian versos sabios
y los dicen con soltura.
Y es que el amor receloso
nos embarga con su juego,
porque, siendo niño ciego,
es su juego misterioso.
Con su gusto caprichoso
nos atrapa con su red,
que, negando su merced,
niega con gran osadía
el brillo del claro día
que ocaso vuelve a la vez.
Y es que quieren los amantes
esas noches de locura,
pues así, en la sombra oscura,
disfrutan breves instantes.
Y esas horas delirantes
llenan tardes y mañanas,
porque las horas tempranas
y el ocaso repentino
se mezclan al son divino
de esas locuras lozanas.
Pero es osado, escudero,
amar, como yo, bravío,
a quien tiene mayor brío,
si sospecha que la quiero.
Y lo sabrá el mundo entero
si lo dice la poesía,
que, al cantar la nombradía
de una dama destacada,
es reina de la alborada
la que me enciende y enfría.
Y, pues que lloro vencido,
quiero seguir tu consejo,
que, si en amor soy más viejo,
tal vez no más prevenido.
Y, en cuanto tengo entendido,
es tal pasión el amor,
que el sufrimiento mayor
no es el mayor sufrimiento,
porque, si duele el aliento,
duele también el valor.
Que es la reina alto picar,
y es ese imposible amor,
el que puede ser rigor
mayor que me puedan dar.
ESCUDERO-. Dejad, pues, de lamentar
esa queja dolorosa,
porque quien quiere esa rosa
que es hermosa y soberana
morirá por la mañana,
si decide hacer tal cosa.
Pues, si entiendo qué decís,
la locura que os entiendo
será lo que estoy oyendo
donde imprudente venís.
Y es ese espíritu gris,
melancólico y dañino
el que os pierde, que adivino
vuestra falta de alegría
por una pasión sombría
que no tiene buen destino.
Y amar a una soberana
se hace caso peligroso,
siendo el monarca el esposo
de la belleza temprana.
EL CONDE-. Morirá Villamediana
si es que es preciso morir,
porque, dispuesto a sufrir,
sabe luchar, cuando quiere,
y hasta la muerte prefiere
que vivir un sinvivir.
Y, si el amor es locura,
como loco he de decir
que le he sabido escribir
la mejor literatura:
(Saca
un pliego de la manga y lee en voz alta)
“Sois, señora, la apostura
que me llena de tristeza,
porque, al mirar la belleza
de vuestros ojos callados,
siento acaso desolados
mis ojos por su dureza.
Y es que es más duro, Isabel,
no confesar el amor
que morir en el dolor
de saberse preso en él.
Se hace amargo como hiel
ese labio de coral
cuando la luz es cristal
que mira en reflejo sabio,
pues hace de espejo el labio
con la gala matinal.”
(Dejando
la lectura:)
Así digo en esta carta,
que la he escrito con paciencia,
pues el verso pide ciencia
cuando en el canto se ensarta.
Y, aunque la vida me parta
el rey con su autoridad,
debo decir la verdad
del amor y el sentimiento
que me arrancan el aliento
y también la dignidad.
ESCUDERO-. Quiere el amor, con su flecha,
conduciros a la muerte,
que es lo que quiere la suerte
de quien sucumbe a su flecha.
Porque del rey la sospecha
nunca sabe perdonar,
porque no es prudente amar
a quien ama el soberano,
y él de su dama está ufano.
EL CONDE-. Pues la habré de enamorar.
Que es ella la gloria mía,
la más alta majestad,
si sabe de mi humildad,
cuando en ella admiro el día.
Y es ella toda poesía,
que son
versos inspirados,
los de sus ojos callados,
rayo de clara esperanza,
pues quien los ve solo alcanza
a saberlos enojados.
Y, pues es amanecida,
sé del alba en su semblante
la sospecha delirante
la ansiedad más encendida.
Y quiero perder la vida,
porque por ella es perder
acaso el mayor placer,
que, rendido a su belleza,
siento tan honda tristeza
que es hermoso perecer…
Y esta pasión que describe
el que te dice dolores
ha de decir los amores
que la mirada concibe.
Pues es verso que se escribe
con tan gran facilidad,
que es decirle: “Majestad,
en vuestro amor me derramo,
porque si os digo que os amo,
no habrá conmigo piedad”.
Por eso quiero pedir
que le lleves el recado
del corazón resignado
que se siente ya morir.
ESCUDERO-. Señor conde, eso es decir
una insensata locura,
que parece una diablura
de un insensato mozuelo.
EL CONDE-. No quieras negarme el cielo:
tú ve como el rayo, apura.
ESCUDERO-. Pero no es, señor, prudente.
Hay que pensarlo despacio,
porque suele en el palacio
decir cosas mucha gente.
Pues acaso es más corriente
que se inventen mil rumores
a que callen los señores
que política comentan,
que con embustes inventan
y que cuentan mil amores.
EL CONDE-. Has de buscar a su dama
para que le dé el recado.
ESCUDERO-. Siento el ánimo apagado.
EL CONDE-. Lento el amor se derrama…
ESCUDERO-. Pero esa encendida llama
podrá apagarse al final.
EL CONDE-. Es un incendio mortal,
que ya me siento incendiado,
de la reina enamorado,
condenado a este final.
Y, pues ella será mía,
le diré que es la posada
de esta súbita alborada
que en claros ojos enfría.
Y diré que se encendía
desde la alta balconada,
el color de la alborada
noble en quien debe reinar
si se refleja en el mar,
esa llama alborotada.
Porque la dulce, Isabel,
no me sabe enamorado,
y soy hombre condenado
en su callado vergel.
Que doy este amor y en él
quiero ver nacer la noche
que desborde su derroche
sus brillos y claridades,
porque en sus oscuridades
busca el amor cada noche.
ESTAMPA II
Pórtico
del palacio del rey.
ESCUDERO-. Disculpad que así me acerque,
pues que, mujer de alto fuero,
llena de dones y gracias,
a vuestros pies me presento.
Sois hija noble hidalgo,
y, sin ser señor muy viejo,
como viejo es venerable,
a costa de su abolengo.
Nuevas os traigo de un conde,
y os puedo decir que vengo
en su nombre por mandato
de su nobleza y su sello.
A vos, señora, me manda,
y por eso ante vos vengo,
pues esta carta que os traigo
acaso es asunto serio.
No es para vos el recado,
sino que la carta en verso
es para gente más alta,
de lo más alto del reino.
DAMA-. Vuestro recado es locura,
pues, según estoy oyendo,
ese mensaje es osado,
si es carta de amor el pliego.
ESCUDERO-. La manda Villamediana,
hombre de rancio abolengo,
famoso por su nobleza
y la gracia de su ingenio.
DAMA-. Dicen que es galán el hombre,
y sé bien de sus intentos,
pues Isabel, mi señora,
siente amores en su seno.
Si acaso le corresponde,
he de decir que no es bueno,
y causará
mayor daño
a quien lamenta el despecho.
El despecho, sí, que es caso,
donde malo es el remedio,
amar a Isabel, la reina,
mostrando tan loco empeño.
ESCUDERO-. Tan solo soy un mandado,
que no sé si entonces yerro,
pues os traigo este mensaje
y por ello nada espero.
Lo que contiene el mensaje
lo dicen ya los silencios
de los más aficionados
a rumores y comentos.
No es una prosa inocente,
y le siguen unos versos,
todos ellos inspirados
en la promesa de un beso.
Pueden costarnos la vida,
que no cabe en ello acierto,
que es deshonra de la reina
escuchar atrevimientos.
Pues es mi señor un loco,
a lo menos, yo lo entiendo,
que prende el amor pasiones
que no apaga el mismo hielo.
Y, pues lo sé, tengo dudas
sobre ser cómplice en esto,
porque fiel he de ser al conde,
pues es mi señor y dueño.
Mas os doy en fin en mano
la longitud de este pliego
que eleva al cielo las artes
con sus cantos y sus versos.
DAMA-. Supongo que son romances,
espinelas y sonetos,
todos ellos bien escritos
en ese estilo tan nuevo.
ESCUDERO-. Lo llaman nueva poesía
los que quieren el ingenio
de esas raras impresiones
que yo a veces no comprendo.
DAMA-. Tal es el culteranismo,
según lo llama Quevedo,
más tiene fina ocurrencia
y elegancia en cada verso.
ESCUDERO-. Yo soy, señora, de Lope,
mas mi señor es tan bueno
que al mismo Góngora emula,
y tiene tamaño mérito.
Conozco yo sus escritos
y admiro bien el talento
de las silvas que compone,
si no se va por tercetos.
Orgulloso de servirle,
ni Cervantes va primero,
ni el “Lazarillo de Tormes”,
de todo cuanto yo leo.
Yo, que admiro la poesía,
sé que es un hombre de ingenio
y pica bien los novillos
en las fiestas que hace el pueblo.
Tomad, por tanto, señora,
en vuestra mano estos versos,
que, con ser todo de amores,
no puede ser deshonesto.
DAMA-. Sabed que son estas cosas
asuntos muy traicioneros
que pueden costar la vida
a los nobles y plebeyos.
ESCUDERO-. No puede haber gran delito
donde, entre versos traviesos,
son los amores palabras
y la pasión embelecos.
DAMA-. Vuestra inocencia me admira,
que arde acaso como el fuego
la mecha que enciende el aire
en ese mísero pliego.
ESCUDERO-. Pues sabed, señora mía,
que la razón no comprendo,
pues es el amor más noble
y acaso el más bello espejo.
DAMA-. Decir eso os hace débil
y os muestra un muchacho ingenuo
que no sabe lo que dice
en tan gran atrevimiento.
ESCUDERO-. A costa de ingenuidad,
señora, sé que defiendo
los amores del buen conde,
puesto que en él se encendieron.
DAMA-. Pues en esto me haréis caso,
y es que debéis ser discreto,
porque el secreto lo pide
y es menester el silencio.
ESCUDERO-. Si el silencio es menester,
es justo cumplir con ello,
callando, si hay que callarse,
siendo así todo misterio.
DAMA-. Habéis de ser una tumba
en callado cementerio,
sin comentar a ninguno
lo que pasa ni aun en sueños.
ESCUDERO-. Será así lo que decís,
será así y sabré yo hacerlo,
pues al conde, desde niño,
sirvo yo como escudero.
DAMA-. Y más que escudero acaso
le servís de recadero
al venir con los mensajes
que se encienden como fuego.
Porque todo se murmura,
todo se dice entre el pueblo,
todo la gente comenta,
que no deja de saberlo.
Y, si se saben las cosas,
están las gentes muy lejos
de contener los rumores,
pues más leña echan al fuego.
Quiero deciros, en fin,
que, con ánimo soberbio,
las falsedades se mezclan
a la verdad y su precio.
Y ocurre en fuentes y plazas,
en mercados y comercios
donde se vende la seda
que se trajo de los puertos.
ESCUDERO-. Pues que así me lo decís,
por advertido me tengo,
y, si he de cortar mil lenguas,
no ha de sobrar el acero.
Pues no es el acero mío
la espada mejor del reino,
porque mejor es la espada
que luce el conde, mi dueño.
Y él es sabio como nadie,
y engalana su talento
cuando, al picar a los toros,
todos lo ven con contento.
DAMA-. Mas ya lo dicen algunos:
que el rey, con gran desaliento,
advierte que pica y alto,
pues quiere picar su lecho.
Y no es cosa muy segura
meternos en estos cuentos,
que es deshonrar al monarca
para todos alto riesgo.
ESCUDERO-. No dirán, señora mía,
que me callo porque temo,
aunque yo sabré callarme
como procede.
DAMA (tomando
el pliego)-. Así espero.
ESCUDERO-. Haced, señora, el encargo.
DAMA-. No temáis, pues os prometo
que yo le daré el mensaje
y daré lectura al verso,
pues es gusto de la reina
que, cuando está atardeciendo,
se le reciten poesías
llenas de raros requiebros.
ESCUDERO-. Yo, que no soy hombre culto,
oigo que tienen ingenio
a los que estas cosas saben
sobre el arte del buen verso.
Y tiene fama el buen conde,
que, además de ser mi dueño,
es letrado y preparado,
mostrando su buen ingenio.
ESTAMPA III
Alcoba
de la reina.
DAMA-. Quiere el buen Villamediana
que os entregue un raro envío.
ISABEL-. Es hombre lleno de brío.
DAMA-. Es un hombre impresionante.
ISABEL-. Tiene un aire interesante,
y es muy diestro el trovador,
que sus versos son amor
y contagian su alegría.
DAMA-. Y no es poca su osadía,
que tiene mucho valor..
ISABEL-. Dad a la carta lectura,
que, con ingenio perverso,
sabe el conde hilar el verso,
y sus conceptos apura.
DAMA (leyendo)-.
“Sois, señora, la apostura
que me llena de tristeza,
porque, al mirar la belleza
de vuestros ojos callados,
siento acaso desolados
mis ojos por su dureza.
Y es que es más duro, Isabel,
no confesar el amor
que morir en el dolor
de saberse preso en él.
Se hace amargo como hiel
ese labio de coral
cuando la luz es cristal
que mira en reflejo sabio,
pues hace de espejo el labio
con la gala matinal.
Que, si sois amanecida,
quiero el alba en el semblante
que sospecha delirante
la ansiedad más encendida.
Que, por la pasión rendida,
vive el alma del que escribe
esta pasión que recibe
de tan hermosos enojos,
si son enojos los ojos
que la mirada concibe.
Por eso, señora mía,
pues sois alta majestad,
sed testigo a la humildad
de quien sufre cada día.
Que vuestra es toda poesía,
que, en inspirándola vos,
somos los dos ante Dios
raro brilla de esperanza,
si acaso Cupido danza
para juntar a los dos.”
ISABEL-. Es hombre de gran valor
y es hermoso tal escrito,
que no ha de ser de granito
mi blando pecho a su amor.
Y, por darle mi favor,
dice el rey que se despecha,
que ya pienso que sospecha
el callado sentimiento
en que el alma es alimento
del amor y de su flecha”.
DAMA-. Sigo leyendo, señora:
“Y, porque sois hermosura,
me doblego en la locura
de adorar la clara aurora.
Pues vuestra frente mejora
la clara luz del Oriente,
el sol bello que, luciente,
regala la luz divina
que por los cerros camina
con su llama incontinente.
Que, doliente, en este estado,
digo arder contra la ley,
que traición es contra el rey
lamentar mi duro estado.
Y es estar enamorado
una cosa peligrosa,
pero si el alma reposa
en amor tan encendido,
siendo mi dueño Cupido,
os debo entregar mi rosa.
La rosa de este jardín
donde encienden los amores
esos callados colores
de los que soy paladín.
Y traerá la muerte el fin
de esta llama de ilusiones
en que mienten las pasiones
que quieren ser puro sueño,
porque ya el amor es dueño
de dos pobres corazones.”
ISABEL-. Es hermosa esta poesía.
DAMA-. Sigue el verso: “Y es posada
esta súbita alborada
que en vuestros ojos se enfría.
Mas sé yo que se encendía
desde el más alto balcón,
cegada por la pasión,
noble en quien debe reinar
sin decir lo que es amar,
aunque sienta el corazón.
De esta manera, Isabel,
yo, de vos enamorado,
soy un hombre condenado
y es el amor mi vergel.
Tomad ese amor y en él
perderos cuando la noche
nos desborde en un derroche
de estrellas llenas de brillos,
que dos amores sencillos
pueden soñar cada noche.
De esta manera, mi amor,
atento a tanta belleza,
querré, con más ligereza,
ser vuestro fiel trovador.
Y, si sabéis del dolor
que de tanto amor recibo,
sabed que por vos yo vivo,
que vivo por vuestros ojos,
dichosos o con enojos,
si e mis versos los describo.”
ISABEL-. ¡Qué pluma tan elevada
al elevar la poesía
donde llega el alma mía,
si se siente alborotada!
DAMA-. Os compara a la alborada,
cuando en el Oriente nace,
cuando alegre se deshace
sobre la clara mañana,
cuando nos llega, temprana,
como claro desenlace.
Ya quisiera, majestad,
que sus versos tan hermosos
hablasen de mí, golosos
del amor y su verdad.
Mas no es tal malignidad,
sino envidia de la sana,
que os compara a una mañana
y a la llama de la aurora,
esa llama que atesora
vuestra gracia soberana.
ISABEL-. Seguid leyendo.
DAMA-. “Por eso
quiero robar la mirada
de la dama enamorada
que no puede dar su beso.
Y es que lo sueño travieso
donde el rey no lo sospecha,
pues a mi boca la flecha
vino incauta del amor
para negarme el favor,
si su veneno me acecha.”
ISABEL-. Es muy bella esta espinela.
DAMA-. Pero sigue, majestad.
ISABEL-. Seguid, si es que eso es verdad.
DAMA-. Sigo entonces, si os consuela:
“Es justo pedir que duela
este amor, raro delito,
y por eso en este escrito
os dice mi corazón
esta callada razón
y su secreto maldito.
Y, pues el amor lo pide,
es preciso que yo muera
donde el amor nos espera
y nuestra suerte decide.
Y raro será que olvide
mi nombre y escasa gloria
de los siglos la memoria
con haber amado tanto,
que sucumbe a vuestro encanto
la palabra de la historia.”
Os he de decir que a fe
son estos versos divinos,
con esos ecos tan finos
en los que el alba se ve.
ISABEL-. Lo sé, muchacha, lo sé,
que es el conde un hombre bravo
que se empeña en ser mi esclavo
con promesas de un amor
que será prometedor.
DAMA-. Y con esta estrofa acabo:
“Mi dulce reina Isabel,
pues es reina de mi amor,
de mi espada y mi valor
quien supo adueñarse de él,
es invisible el cordel
del amor que nos condena,
pero es dura su cadena,
que quien vive encadenado
no ha de negarse a su estado
y ha de morirse sin pena”.
Bellos versos trae consigo
este tal Villamediana,
pues que sois la soberana
de tan arrogante amigo.
Si de este amor soy testigo,
he de ser la más prudente.
ISABEL-. No ha de saberlo la gente,
porque el amor siempre quema
a quien no evita el problema
de que luego se comente.
ESTAMPA IV
Jardines
del Palacio de la Zarzuela.
ISABEL-. Despierta ya en el pecho
del alma enamorada
la luz que va tornándose tristeza,
pues quiere el alma amores que no tiene
y nunca ha de encontrar donde los busque.
Tal vez sus raros ojos
pudieron engañarme,
que hay nobles burladores en la corte
y saben hechizar a las doncellas
con un mirar dejado al aire triste.
Aquella cacería
me expuso a mil peligros,
pues quise hacerle señas y no pude,
valiéndome del arte de las señas,
girando el abanico y elevándolo.
Y todo por ser vista
por ese ingrato alegre
que muestra altivo el ánimo y el gesto,
sabiendo que yo soy la soberana,
la dueña del imperio en el que vive.
Y sé que escribe cartas
a damas con alcurnia
que suelen sucumbir a sus encantos,
leyendo las estrofas que dedica
tal vez a esas doncellas siempre jóvenes.
Mas no soy menos bella,
y soy la reina y quiero
las liras, los sonetos, los tercetos
que nacen de su pluma alborotados
como un torrente raudo y trepidante.
¿No puede dedicarme,
si acaso soy la reina
romances y letrillas amorosas
que anuncien mi hermosura a las alturas
y hacerme en su jardín lucero albino?
¿No habrá de declararme
la rosa, siempre blanca
que brota de las ramas de rosales
que hieren con espinas delicadas
y manchan con amor sus suaves pétalos?
¡Quién fuera, entre las mozas
que habitan esta corte,
aquella que pudiera conquistarlo,
tener su adoración, hacerlo suyo,
vencerlo con los ojos más hermosos!
¡Pues es hombre gallardo,
y es diestro con la esgrima,
y sabe cabalgar por esas sierras
que ven correr, huyendo siempre tímidos,
los ciervos y venados a las frondas!
Felipe es hombre bueno
y es hombre poderoso,
mas no hay en él la luz que se adivina
en ese joven conde cuya pluma
agita los requiebros exaltados.
Domina el verso hermoso
y sabe de la métrica
que piden las canciones amorosas
y exigen los sonetos, cuando graves
nos hablan de la vida y de la muerte.
Son muchos los que dicen
que tiene tal soberbia
que abundan en la corte los que quieren
su muerte por entrar en la política
y denunciar, valiente, a los ladrones.
No falta hablar verdades,
pues muchos en la corte
conspiran por extraños intereses:
los nobles y los clérigos, que hay curas
que quieren beneficio a toda costa.
Si hiere a los que hiere,
no lo hace con mentira,
que no es injusto nunca, si es que ataca,
y tiene cada crítica que es suya
un ánimo mordiente, casi irónico.
Incluso el rey lo sabe,
y siente gran envidia
al ver las cualidades que distinguen
al buen Villamediana entre los otros,
que suelen criticarle, pero en vano.
Tal vez no es un Quevedo
con aires metafísicos,
mas hay plasticidad en esas letras,
y sabe ser filósofo, contando
verdades evidentes del destino.
Y es siempre tan sensible
el eco en su palabra
que siempre la poesía que compone
se torna como música elegante
que un Góngora no supo, con su altura.
Quién sabe si es que vive
perdido por amores
y quiere enamorarme y no se atreve,
pues siendo yo la reina, no es posible
que tenga atrevimiento a escribir versos.
El rey es receloso,
y es justo que así sea:
no en vano está en su honor el de la
patria
y toda la nación está en su nombre,
pues es el soberano el gran Filipo…
Tendré que lamentarme,
tendré que verme triste,
soñando unos amores que no pueden
hallar mayor remedio que el que pueden,
pues no pueden tener mejor destino:
yo soy la reina debo
cumplir con mis deberes,
dejándome de sueños y de amantes
que solo traen problemas y rumores
que ha de levantar nunca una reina.
Mas sueño con sus versos,
adoro su poesía
y siento su mirar ante mis ojos
como una incitación, como un aviso
que quiere ser promesa de otra cosa.
Y poco sé del conde,
que suelen los comentos
que dicen por Madrid ser falsedades,
y es cierto que el malvado populacho
inventa mil leyendas de los próceres.
Pero arde ya en mi pecho
la llama que se enciende,
que incendia las entrañas con violencia,
pues ese fuego irradia con mentiras
la voz de una esperanza que no es buena.
Y sé que es imposible
que quiera el conde amarme,
mas quiero que me quiera y desespero
por esperar el bien de su cariño,
que en todo caso es mal tan peligroso.
Filipo ha de matarlo
si engendra la sospecha,
que no suelen callarse los rumores,
de que Villamediana me pretende,
y el caso es que yo quiero que sea
cierto.
¿No es esto una locura?
¿No es esto temerario?
Los sueños pueden ser una amenaza,
si vienen con la flecha de Cupido,
forjada con la miel de su veneno.
Pues pretender amores
del buen Villamediana
es casi condenarle en un patíbulo
de intrigas y maldades, porque existe
maldad en estas cortes como antaño.
Mejor será que olvide
que tuve esta esperanza
y piense en otras cosas de provecho,
pues ha de ser así, ya que soy reina
y no me corresponden sus amores.
Quizás me han engañado
mi fe y mis años mozos,
pues es la juventud la que me gritan
las luces del espejo, si me miro,
y digo hallarme bella todavía.
No en vano, don Felipe,
me busca y me retiene,
que siento gran trabajo al apartarlo,
pues sabe bien mostrar los apetitos
que siente, si me quiere sobre el lecho.
Dejemos esos sueños
y las quimeras varias
que suelen ser engaño de las niñas,
pues una reina soy, y, si soy reina,
se espera que me muestre más madura.
Seré la soberana
que espera la realeza,
y habré de amar al rey, o de fingirlo,
pues es hombre cordial, y lo merece,
que nunca ha se ha mostrado mal esposo.
Mas no sé lo que hacer
con estos sueños bobos,
con estas fantasías que desgarran
un pecho de mujer en la derrota,
vencida en el amor más insolente:
la reina con un conde
hubiera sido el colmo,
y el rey se encontraría en el ridículo
delante de los miembros de la corte
y el mundo entero, lleno de maldades.
Y, en cambio, el sentimiento
se vuelve hacia ese conde
que arranca del instinto los amores
y hiere el corazón con el veneno
que inspira en sus conceptos la poesía.
Sus besos quiero pronto,
quién sabe, sus caricias,
pues vivo confundida en una duda,
dejada en el delirio más absurdo
que pudo sufrir nunca reina alguna.
¡No puedo remediarlo,
pues quiero su palabra,
sus versos inspirados y sus risas,
las horas imposibles a caballo,
huyendo hacia un amor que era locura!
¡Y quiero de sus labios,
su boca irreverente,
los besos que jamás me ha prometido,
quien nunca fue mi amante,
no siendo cada noche, cuando sueño!
ESTAMPA V
Pórtico
del Palacio de la Zarzuela.
EL REY FILIPO-. Hallo, señora, colores
en vuestros bellos jardines,
donde alegres querubines
cantan tan altos amores.
Veros es ver resplandores,
porque inspiráis la poesía
a la clara luz del día,
mientras rompe la alborada
en los jardines la helada,
si es que tiene la osadía.
Y vengo a vos quejumbroso,
viendo que, con tal despecho,
parecéis temer el lecho
que os ofrece vuestro esposo.
Pero también amoroso
quiero decir la belleza
que alcanza la sutileza
de vuestro grato mirar,
pues si el asunto es amar,
amor soy sin aspereza.
Por eso, señora mía,
aunque rey, de vuestro amor,
quiero ser el trovador
y entregar la suerte mía.
Pues pronto la brisa fría
habrá de negar, con daños,
esos tiempos que, tacaños,
hilan vuestra mocedad,
porque sois vos, majestad,
el tesoro de mis años.
Que, si pensáis que es galante
este concepto cifrado,
el ingenio enamorado
ha de ser vuestro al instante.
Pues os miro delirante,
ya que quiere ser amor
acallar vuestro temor,
si es que la dulce Isabel
se digna a ser menos cruel
y a mostrar menos rigor.
Y es que el rey que se enamora
no ha de tener más destino
que amar el pecho vecino
que le entrega su señora.
Será vuestro pecho aurora
cuando, ya la noche entrada,
os admire enamorada,
porque ya en el lecho mío,
será el amor más bravío
en vuestra dulce mirada.
Y, si así queréis amor,
será nuestro amor hermoso,
sin negar a vuestro esposo
la pasión de su fulgor.
Que es que así vuestro señor
os viene a decir que hermosa
sabe admirar a la rosa
que se encrespa en su jardín
como el alto serafín
lleno de esencia olorosa.
ISABEL-. Mi señor y amado esposo,
digno del más alto cielo,
no habéis de tener desvelo
ni turbar vuestro reposo.
Dejad que siempre gozoso
os contemple mi mirar,
mas no me queráis turbar
con tanta galantería,
porque el sol del mediodía
suele a veces deslumbrar.
Y pues siempre os seré fiel,
lejos de albergar temores,
dad confianza a los amores
de vuestra fiel Isabel.
Porque sois vos el clavel
por el que el alma suspira
cuando siente que delira
en el pecho el corazón.
EL REY FILIPO-. Sois amor y sois razón,
sois verdad y sois mentira.
Porque el amor que yo quiero
no es un
discurso apagado,
sino el río desbordado
en que triste desespero.
Y quiero un amor sincero
de vuestro vientre fecundo,
que los conflictos del mundo,
sus raras complicaciones,
intereses y naciones
tienen un orden segundo.
Por eso, señora mía,
os pide humilde el peso
sentir el pecho oloroso
de tan alta nombradía.
Y esto es rendir pleitesía
con maneras cortesanas,
que las tempranas mañanas
habrán de ver pecho y pecho
revueltos donde mi lecho
ve llegar horas tempranas.
Y, si soy vuestro rosal,
vuestro lugar apartado,
vedme ante vos derrotado
y libradme de este mal.
ISABEL-. Es el amor algo
igual
al hielo que cae del cielo,
pues arde a veces el hielo,
quemando aquello que toca,
pues a la fuerza provoca
sensación de desconsuelo.
Por eso, en vez de buscar
a la paloma que vuela,
dadla al aire, que consuela
verla en el aire volar.
Ya se dejará llevar
la paloma a vuestro nido,
pues, según he comprendido,
ha de llevarla el amor,
no debiendo ir con temor
su corazón encendido.
EL REY FILIPO-. Es algo que
se hace extraño:
el amor es imperioso
y se vuelve desdeñoso
hasta el punto de hacer daño.
ISABEL-. Es el amor muy
tacaño,
que, como veis, mi señor,
siendo el amor tal amor,
lo produce la belleza
y hasta hiere la realeza
con su fuerza y su rigor.
Y tanta gala y poesía
que traéis como oropel
hace amantes de papel
con tan grande nombradía.
Dejad tanta cortesía,
que, si sois de paz remanso,
será todo dar descanso
al alma que se acelera.
EL REY FILIPO-. Vos hacéis
larga la espera
a quien es amante manso.
De esta manera os diré
que he de veros esta noche,
y os lo digo sin reproche,
que de reproches no sé.
ISABEL-. Está claro que no ve
vuestra clara majestad
en la turbia claridad
de ese sol que os ilumina,
puesto que el alma vecina
quiere calma y quiere paz.
Sabed vos que este lugar
donde tengo esparcimiento
es lugar donde me siento
muchas veces a pensar.
Es hermoso descansar
en estos bellos rincones
que relajan las pasiones
de quien vive enamorada,
pues el alma despejada
olvida sus desazones.
EL REY FILIPO-. No me habléis
de desazón
cuando yo pensando vivo
porque acaso admiro esquivo
vuestro pecho con razón.
ISABEL-. Otra vez esa canción
que es la misma cantinela,
porque siempre se consuela
en la queja vuestro amor.
EL REY FILIPO-. Muerte se
vuelve el dolor
y el invierno el alma hiela.
Mas esta noche, señora,
querré tener en mi lecho
vuestro amor, vuestro
despecho,
vuestro rencor a deshora.
Y que nos mire la aurora,
encendidos y traviesos,
mezclando abrazos y besos,
uniendo así nuestros brazos
en los terribles abrazos
de quienes aman posesos.
ISABEL-. Pues que la reina os
lo pide,
haréis, como habéis de hacer,
lo que os toca, y es ceder
a lo que el alma decide.
Porque el amor no se mide
en abrazos y caricias,
ni es menester que noticias
me den de la obligación
que no manda el corazón.
EL REY FILIPO-. Malas son
esas albricias.
Os he dejar, señora,
llena el alma de tristeza,
pues os llenáis de aspereza
con quien de vos se enamora.
ISABEL-. Será el amor a
deshora
si lo pide el corazón,
pero será desazón
querer a la fuerza el beso
que os daría travieso
el pecho con su razón.
2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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